
Alejandro Awada: "Ya no me importa encajar"
No quiso trabajar en la empresa de su padre y se convirtió en actor. Hoy es uno de los más reconocidos del país, y, además, el cuñado del presidente. Aunque no lo votó, rechaza la "grieta" y afirma que "en la diversidad de opiniones está la riqueza"
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"Nada está perdido si se tiene por fin el valor de proclamar que todo está perdido y que hay que empezar de nuevo", fue una de las tantas frases que leyó en Rayuela, de aquel cronopio llamado Julio Cortázar. Fue esa obra la que lo sacudió, la que lo despertó. "Viste cuando agarrás un trapo de la cocina y lo sacudís –simula Alejandro Awada el agitar de la tela como el mago que extiende el pañuelo para despojarlo de duda alguna–. Eso me pasó con Rayuela. Me sacudió como un trapito. Fue en ese momento que dije pará. No entendía nada. Sólo quise saber de qué me estaba hablando ese maravilloso hombre y comencé muy tibiamente a indagar."
Fue el arte que lo desveló de ese deber ser. "Crecí en una época muy difícil del país, en plena dictadura, donde había presiones de todo tipo, social, político y familiar. Tuve una educación muy estricta. Era imposible escucharme." Pésimo alumno, padeció el secundario en la escuela alemana Hölster, en Villa Ballester: "Hacía lo que los otros esperaban de mí".
¿Qué esperaban de vos?
Que siguiera la tradición familiar. Tenía que prepararme para trabajar en la empresa textil de papá. El deber ser estaba muy lejos de lo que quería y como no podía acceder a ese deber ser, me rebelaba.
Dos meses después de haber ingresado a la Facultad de Ciencias Económicas abandonó y comenzó a trabajar en el negocio familiar. "Era un desastre. Laburé tres o cuatro años haciendo desastres, no me rajaban porque era el hijo del dueño. No podía elegir, no me escuchaba, así que sólo actuaba en contra de eso."
Su adolescencia estuvo atravesada por una tendencia autodestructiva, de una profunda soledad. Era un chico frágil, capaz de romperse en mil pedazos y rearmarse, pero nunca por completo. En esos quiebres, rozó la pérdida de la realidad, conoció la locura y se intoxicó con cuanta cosa llegó a sus manos. "Hasta que leí Rayuela y me despertó un instinto diferente. Empecé a escucharme, a conectar con algunos deseos, con algunos gustos, ganas, con cosas genuinas, por sobre todo mías. Empecé a construir de a poquito, muy de a poquito."
Siguiendo los pasos de una chica que le gustaba se anotó en un taller de pintura, luego en uno literario hasta que llegó a uno de teatro. Debió superar su vergüenza, el temor a exponerse, el terror de animarse, de conectarse con su propio deseo, y de una vez por todas, rearmarse. Y como bien dice Cortázar, Alejandro Awada empezó de nuevo. "Llegó un momento en el que empecé de cero, y ese arrancar de cero me ayudó a comprender que lo único que tenía que hacer era aprender."
El teatro le salvó la vida. La frase, que se repite hasta el hartazgo en tantas otras entrevistas, se hace carne en la vida de Alejandro, quien por mucho tiempo intentó encajar en los espacios en los que se movía. "Ya no me interesa encajar", reconoce el hombre que a los 54 años, con una tibia sonrisa, recuerda Villa Ballester, ese barrio de casas bajas que lo vio crecer, entre pudientes y humildes. Allí, en las zonas conchetas Alejandro era un grasa y en las más humildes, el pibe que tenía más guita que los ladrones. "Si hoy encajo en un sitio, es en el de los sensibles."
Un lugar que antes era mal visto.
Muy mal visto, sobre todo para un hombre. Ser sensible era reprimido, no era de varón. Debí esconder durante mucho tiempo esta zona mía. Qué bueno que hoy se pueda decir soy un hombre sensible, un hombre mujer, un hombre con ciertas características femeninas. Encajo bien en este lugar de intercambio sensible, con mirada humana. Me pierdo en las miradas mercantilistas, en las miradas técnicas. No sé. Puedo sentarme a escuchar e intentar aprender, pero no tengo nada que aportar. Me encantaría que el mercantilismo se humanice. Nos vendría muy bien a todos. Me viene a la cabeza algo divino que dijo el Pepe Mujica, más o menos era así: "En este asunto de que las cosas son más importantes que los cosos, es hora de empezar a construir para que los cosos sean más importantes que las cosas".
Desde que el domingo 22 de noviembre Mauricio Macri alcanzó en el ballotage los votos necesarios para convertirse en el Presidente de la Nación, Alejandro se llamó a silencio y decidió no opinar de política. Lo hizo por respeto a su hermana Juliana, la Primera Dama, la más chica de los Awada, la pequeña de la familia de origen sirio-libanés que levantó un imperio textil en la década del 60. Las diferencias políticas los distanciaron un tiempo. No votó en contra de nadie, pero sí a favor de Daniel Scioli. Hoy, Alejandro prefiere no marcar las incompatibilidades que mantiene con Juliana en este terreno. "La quiero mucho, la respeto y la valoro mucho –asegura. Es que en tiempos de campaña, la madre de ambos, Elsa Esther Baker, Pomi, no la pasó muy bien–. Deseo que tenga una gran felicidad, que sea una mujer feliz, que críe a sus hermosas hijas en estado de felicidad. Deseo, de verdad que la gestión del marido sea beneficiosa para todos los argentinos. Que le vaya bien, que nos vaya bien. Lo deseo de corazón."
Zonas oscuras

La de Alejandro fue una infancia con miedos, de zonas que más tarde exploraría como actor. Desde su más temprana edad, temía. "No quería dormir, creía que no iba a despertar."
Compartía la habitación con Daniel [el exitoso empresario que fundó la marca Cheeky] y Zoraida, en la casa donde Alejandro nació. "En ese entonces era el más pequeño, tenía 3 años –recuerda– . Mi hermano tendría 8 y mi hermana 5. En la habitación había dos camas y un catre. Yo dormía en el catre, en el medio. Y todas las noches les pedía que me dieran la mano para dormir. Una mano de cada lado. No sé por qué tenía miedo. No sé de dónde vino ese miedo a no despertar."
Ese temor, como tantos otros, esos espacios de autodestrucción, de profunda sensación de soledad, de malestar, ese conocer la locura lo llevaron al diván. "Hace 33 años que estoy con el mismo terapeuta. No sé si es un récord, pero me siento muy bien con él. Es un lugar muy atesorado, muy respetado, muy cuidado por mí."
Fue en ese diván donde encontró la voz que lo estimuló a estudiar teatro en serio, que lo empujó a que encontrara esa libertad que necesitaba, a que esas sensaciones y zonas oscuras pudieran convertirse en otros.
Y esa oscuridad que habita en todo ser humano, esa lucha entre el bien y el mal, lo llevó a encarnar a uno de los personajes más siniestros de la historia criminal argentina: Arquímedes Puccio, en la multipremiada Historia de un clan. "Para meterme en este personaje tuve que prestarle a Arquímedes toda mi oscuridad, para que yo pudiera conocer la de él, para que pudiera darse el hecho creativo. Expusimos nuestras miserias, nuestra mugre."
Consciente de estar atravesando un momento muy rico en su carrera, testigo de un gran reconocimiento popular, de la crítica y de pares, Alejandro confiesa que es algo que siempre buscó. "No se trata de popularidad, sino de un reconocimiento que viene de la mano de un trabajo bien hecho. Una interpretación valorada por el público y por la crítica, eso es lo que me hace sentir tan bien, tan orgulloso de lo ocurrido."
Con Felipe, el personaje de Verdad consecuencia, también obtuviste una importante repercusión.
Muchas personas me hablan de Felipe, fue un personaje muy querido. Lo recuerdo con mucho cariño. Tanto Arquímedes como Felipe fueron los personajes más renombrados de mi carrera, los que fueron más conocidos.
¿Extrañas a Historia de un clan?
No a Puccio, sí a las jornadas de grabación. La pasaba tan bien. Extraño esa cotidianeidad, ese ir a grabar todos los días, encontrarme con todo el equipo. Disfrutábamos lo que estábamos haciendo. Fue un viaje. Se hizo un trabajo excepcional. Tanto Sebastián [Ortega] y Pablo [Culell], desde la producción, y Luis Ortega, como director, han hecho un gran trabajo, una apuesta con mucho conocimiento, riesgo y talento.
¿Con Luis vas a volver a trabajar? Se dice que vas a participar de la película que va a filmar sobre Robledo Puch. ¿Qué papel vas a hacer?
Es muy probable que el genio de Luis Ortega la filme y es muy probable que la hagamos en 2017. Voy a hacer del padre, de Víctor Robledo Puch [descendiente del general Martín Güemes, importante técnico de la General Motors].

¿Vas a volver a hundirte en la oscuridad?
Si es de la mano de Luis, está todo más que bien. Voy adonde quiera y cuando quiera, porque Luis es luz y oscuridad; oscuridad y luz, porque en ese contraste está la vida misma, está la poesía. Estamos hablando de un artista.
Tengo el honor de poder contar con Alejandro Awada en mi próxima película. #ElBar, tuiteó Alex de la Iglesia, el genial realizador español "Tuve el enorme placer de trabajar con Alex. Un lujazo."
Muchos se animan a trazar cierto paralelismo entre El Bar y La Comunidad, una pieza fundamental en la filmografía de Alex de la Iglesia.
Hay cierto parentesco. Aquí todo sucede dentro de un bar, donde los protagonistas viven situaciones extremas. Algo sucede en el exterior que repercute en cada uno de los que estamos allí. Sin poder salir, en ese microespacio se observarán las virtudes y miserias de cada uno de ellos. Alex es un gran director de actores. Estoy muy contento con la experiencia. Se armó un equipazo. Tanto técnico como actoral. Creo que estuve con los mejores actores que hay en España hoy. Carmen Machi, Secun de la Rosa, Blanca Suárez. Quedé deslumbrado con Blanca –hace una pausa para referirse a la actriz de La piel que habito–, tiene una belleza fuera de lo común, riqueza técnica y un virtuosismo actoral muy importante; lo mismo con Mario Casas, quedé encantado con él. Un gran equipo. Me hicieron ser parte, ser uno más entre ellos y con ellos. Estoy muy agradecido con esta experiencia.
Con una extensa trayectoria, que incluye cine, teatro y televisión, Awada se anima a decir: "Te voy a confesar algo que me está pasando en este momento –se acerca como si se tratara de un secreto por develar–. El sistema me dice a cada rato que tengo que ser un hombre exitoso, que tengo que ser un hombre con acceso a las grandes cosas, ir a la mar en coche [frase que repite como muletilla]. Pero el sistema no me dice que tengo que ser un hombre feliz, y yo hoy quiero ser un hombre feliz. Sé que como consecuencia de mi felicidad seguramente voy a acceder a buenos trabajos, porque estoy bien, y no al revés. Eso lo tengo claro ahora. Priorizo como nunca el estado de bienestar. No sé cómo puede sonar esto, pero la verdad es que no sé si hay mucho más que esto. Por eso es importante, por lo menos para mí, capturar la belleza en cada uno de los momentos. En eso estoy. Me estaré poniendo viejo."
¿Por qué?
Venía recordando una frase de Facundo Cabral: Vuele bajo, porque abajo está la verdad, y el hombre sabía de qué estaba hablando.
Ese vuele bajo tuvo algo que ver cuando le aconsejaste a tu hija Naiara de que no participara de Bailando por un sueño.
Entiendo esta profesión como una maratón, no como una carrera de 100 metros. Tenés que transitar cada metro. Ahí está la belleza. Algo te puede dar mucha popularidad, pero no más que eso, y en términos de enriquecimiento de experiencia, no lo sé. Tengo muchas dudas respecto a eso. Prefiero el paso a paso. Entendí la profesión de ese modo y mi hija, que eligió ser actriz, lo entiende también así. Está conectada con el no apuro. Lamentablemente no se salva de la incertidumbre de esta profesión, de los altibajos, del ruido que se genera y que te lleva a puentear para llegar no sé adónde. Hay que construir, caminar y punto.

La más linda de la tribu, eso significa Naiara en mapuche, y en la voz de Alejandro se transforma en la más linda, en la mujer que lo cambió todo para él. Su única hija, a la que cariñosamente llama Porota, fruto de su relación con la bailarina Melanie Alfie. "Naiara –deletrea–. El nombre apareció, sucedió. Un día la madre se despierta y me dice, con nuestra hija en su panza: Naiara, así se llama."
Confeso bostero y enamorado de la belleza del fútbol, Awada recuerda aquellos años de potrero en Villa Ballester. "Cuando quise aprender a jugar a la pelota de verdad me fui a la zona humilde del barrio. Más o menos aprendí. De ahí me iba a la parte más pudiente y les pintaba la cara", cuenta entre risas, con cierta picardía.
¿En qué posición jugabas?
Me gustaba jugar de delantero, lo hacía muy bien en cancha de papi y muy mal en cancha de 11.
¿Por qué?
Me perdía, todo me resultaba demasiado inmenso.
Fervoroso defensor de la belleza, esa que despliega un Messi, un Maradona, está convencido de que el resultado interfiere con la preciosidad que puede brindar un buen partido. "No soy resultadista, ya no. El fútbol de hoy es mezquino."
En una oportunidad dijiste que el fútbol es capaz de cambiar a una sociedad como la nuestra.
Sí, sigo creyéndolo. Si los jugadores y los técnicos comprendiesen la trascendencia que tiene el juego sería posible cambiar. El respetar al otro, el construir el juego desde el virtuosismo, desde la belleza, desde la ética. Si fuera así, ayudaría a construir una Argentina mucho mejor, una sociedad más ética. En el juego no hay rivales ni enemigos, no es una batalla la que se libra.
Parece imposible. Pensá que hoy en las canchas argentinas ni siquiera se permite el ingreso de hinchas visitantes.
Qué triste, me da mucha tristeza. Es una pasión, pero no se te puede ir la vida por un resultado. Estoy muy deseoso de construir una sociedad donde la piedra fundamental sea el respeto por el prójimo.
Escuchar al otro, aceptar una opinión diferente parece estar muy alejado de nosotros como sociedad.
No me gusta la palabra grieta, tira para abajo, hay que superarla, tiene que evolucionar. El problema es que todo se limita al querer tener la razón sobre el otro, y eso me parece muy pobre, muy pequeño, hasta me suena a viejo. Corresponde a una época donde había un señor arriba que decía qué hacer y todos contestaban sí, señor. Tenemos que hacer frente a la diversidad de opiniones, porque en esa diversidad se encuentra la riqueza. No se trata de imponer ideas.
De su padre, Abraham Awada, inmigrante libanés musulmán oriundo de Baalbek [falleció en 2012] heredó la cultura del trabajo, "la mejor herencia".
Y el amor por el golf...
El amor por el golf [reafirma]. Mi viejo empezó a jugar a sus cuarenta años y llevó a toda la familia al club. El fair play lo aprendí del golf. Es un deporte que tiene un enorme respeto por los otros, por el espacio. Es un deporte maravilloso, de grandes valores. Humano, filosófico y social. Ojalá el futbol aprendiese del golf.
En su madurez, Awada se permite disfrutar. Cortázar ya se preguntaba en Rayuela, ¿por qué esta lucha contra el tiempo? "Tuve y tengo que sacar mucho ruido de mi cabeza para poder estar atento, para conectar, para vivir cada momento. Está bueno que el ahora sea el ahora y poder entregarme a ese transitar. Me siento en un momento de gran madurez, que me permite realizar trabajos con capacidad reflexiva y emocional que resultan muy interesantes. Estoy bien en soledad, conmigo mismo, pero estoy mucho mejor con los otros."

1961
Nació el 7 de diciembre, en una familia de origen sirio-libanés. Es el tercero de cinco hermanos. Creció en Villa Ballester
1993
Debutó en TV en ATC con Cartas de amor en cassette. Tres años después, fue Felipe, en Verdad Consecuencia
1994
Nace Naiara, su única hija, de su relación con la bailarina Melanie Alfie. Comparten el amor por la actuación
2001
En agosto, su padre fue secuestrado. "Fue la semana más dolorosa, espantosa y triste de mi vida"
2015
Hizo Historia de un clan. Estrenó Mecánica popular, de Agresti y compuso a Videla en El almuerzo
2016
De jueves a domingos se sube al escenario del Teatro Cervantes para poner el cuerpo a Un hombre equivocado, la pieza de Roberto Cossa, dirigida por Villanueva Cosse
El futuro
En septiembre será parte de una película norteamericana. En noviembre estrenará la comedia Resentimental. En 2017 lo veremos en la serie francesa From The Shadows y en la peruana Matungo. En cine: Los últimos, de Nico Puenzo, y El Bar
Asistentes de producción: Manuela Meroni, Camila Pepa y Fernanda Chahim. Asistente de fotografia: Ezequiel Yrurtia. Make up: Karina Cots para ID estudio con productos Givenchy. Pelo: Andrea Gonzalez Mollo para ID estudio. Agradecimientos: a la Rural predio ferial de bs.as., La Martina, Giesso, Perramus, Garçon Garcia, Unimate y Catarain Actores




