Antes y después: la historia del edificio de principios de siglo XX que desde su remodelación genera tanto asombro como críticas
Ubicado en frente a la Plaza Lavalle, el Mirador Massue, que se construyó a principios del siglo XX, sufrió en los ‘90 una singular modificación arquitectónica que continúa llamando la atención
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En la esquina de Tucumán y Talcahuano, frente a la Plaza Lavalle por un lado y al Palacio de Tribunales por el otro, existe un edificio que, por sus singulares características, no suele pasar desapercibido para quienes circulan cerca. Se lo conoce como Mirador Massue y es una construcción única, ya que exhibe una estructura híbrida compuesta por un moderno edificio vidriado de la década del ‘90 al que está adosada una torre de principios del siglo XX, con un estilo Art Nouveau completamente diferente y coronada por una cúpula y un mirador metálico que es el que le da nombre a la obra.
Esta edificación, que es una especie de fusión de estilos y épocas, forma parte hace ya más de tres décadas del entorno de la tradicional plaza de la ciudad de Buenos Aires. El nuevo aspecto es resultado de una negociación entre lo antiguo y lo nuevo, o entre la conservación del patrimonio edilicio porteño y el avance de los tiempos modernos. Porque allí donde hoy se levanta esta particular mole existió, hasta fines de la década de 1980, una bella construcción de principios de siglo conocida como Palacio Costaguta. Esta era una edificación de viviendas de estilo Art Nouveau que fue demolida para la construcción de un nuevo edificio. Claro que ese palacio no se demolió del todo, sino que sobrevivió a la piqueta aquella torre con cúpula y mirador que es la misma que puede verse hoy, erguida orgullosamente, justo en la esquina de Tucumán y Talcahuano.

Este “curioso caso de preservación fragmentaria”, como denominó a esta combinación edilicia un artículo de LA NACION de la época, despertó en su momento apoyos, críticas, una presentación en la justicia y hasta una distinción otorgada por el Museo de la Ciudad de Buenos Aires.
Cambia el entorno de Plaza Lavalle
La zona de la Plaza Lavalle, en el barrio de San Nicolás, es hoy una de las áreas más activas de la ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, para mediados del siglo XIX, este lugar, que en algún momento se llamó el hueco de Zamudio, era un sector considerado parte de las afueras de la urbe. Un parque de artillería y una fábrica de armas ocupaban el lugar que actualmente tienen Tribunales, y la estación del Parque, la terminal del primer tren que tuvo la Argentina, estaba afincada en la manzana que hoy ocupa el Teatro Colón.


Ya en las últimas décadas del 1800, las autoridades porteñas comienzan a invertir en esa zona otrora aislada de la ciudad. “Ahí se pone en marcha un proceso de gentrificación, de mejoramiento urbano muy notable. Se pone en marcha un área que luego sería muy imponente. Aparece el proyecto de Tribunales y del Teatro Colón. Entre 1890 y 1910 esa zona cambió completamente y presenta una arquitectura monumental. Comienzan a construirse los edificios mencionados y también la escuela Roca y el Ilse, que entonces tenía otra fachada”, cuenta a LA NACION Ricardo Watson, que es historiador y uno de los fundadores de Eternautas, una empresa dedicada a realizar paseos turísticos centrados en la historia y la cultura de la ciudad.
La arquitectura de esas construcciones que hasta el día de hoy rodean la actual Plaza Lavalle, eran de un estilo academicista, la corriente de origen francés que exhibían los palacios más importantes levantados en la ciudad de Buenos Aires y la que mejor representaba la tendencia urbana de las elites porteñas. Pero, a contramano de las construcciones vecinas, en el año 1903 comienza a levantarse en la esquina de Talcahuano y Tucumán un edificio que rompe claramente con esta corriente.



Se trata del Palacio Costaguta, llamado así en honor al empresario que lo mandó a construir, un edificio diseñado por el arquitecto francés Alfred Massue y que responde a otro estilo arquitectónico. “El edificio no es académico, sino Art Novueau. Este movimiento modernista en cada país de europa tiene sus propias características. En este caso sería la versión francesa o belga de esa corriente, sobre todo en las características decorativas”, informa Watson.
“Este no era un edificio de oficinas sino de viviendas particulares -añade el historiador-, y el remate del edificio tenía una cúpula con una pizarra rojiza. El edificio, que estaba formado por dos bloques diferentes, un frente sobre Tucumán y otro sobre Talcahuano, tenía muchos elementos decorativos típicos del Art Nouveau: se evitaba la línea recta, había motivos de vegetación y algunas figuras femeninas”.

David Costaguta fue un empresario textil de la Argentina que vio la oportunidad de invertir su creciente fortuna en el sector inmobiliario. Posiblemente intuyó el crecimiento de esa zona de la ciudad de Buenos Aires y decidió construir ese edificio de cuatro pisos con viviendas de alquiler, para lo cual contrató a Massue, en ese entonces un activo arquitecto, que realizó una gran cantidad de obras en la capital argentina y en Montevideo. En realidad, el edificio que Costaguta mandó a construir no era uno, sino dos, separados por una medianera. De hecho, esa segunda unidad, ubicada sobre Tucumán, no entró en los planes de demolición y su fachada se conserva estos días aún en muy buenas condiciones.
¿Demoler o conservar? Una solución intermedia
El Palacio Costaguta, con su mirador y su estampa Art Nouveau se terminó de construir en 1907 y con el paso de los años se convirtió en uno de los hitos arquitectónicos que rodeaban la Plaza Lavalle. Pero nada es para siempre. En el año 1989 la desarrolladora inmobiliaria Unibon compró esa edificación con la idea de demolerla para levantar allí un moderno edificio de oficinas.
La nueva obra, diseñada por los arquitectos Luis Caffarini y Eduardo Vainstein, era una estructura vidriada de 12 pisos, con una cuadrícula exterior escalonada de hormigón en sus caras laterales sobre los primeros pisos. Algo completamente diferente a aquella construcción, con su propio mirador, que había acompañado por décadas al Palacio de Justicia.

Entonces, al conocerse las intenciones de derribar el edificio completo, comenzaron a alzarse voces en contra, en especial en el ámbito de la arquitectura. “Hubo como un primer asomo de conciencia patrimonial y una movida de varios arquitectos”, describe Watson esta reacción contra la demolición.
Entre los que participaron activamente para evitar la destrucción de esa joya del Art Nouveau estuvo la figura del arquitecto José María Peña, el hombre que fundó el Museo de la Ciudad en el año 1968 y que fue pionero en la protección de los bienes patrimoniales porteños. Él fue uno de los profesionales que insistió a los hacedores del nuevo edificio para que dejaran en pie al menos la torre con la cúpula y el mirador.
Daniel Schávelzon, arquitecto y director del Centro de Arqueología Urbana de la UBA destaca, en diálogo con LA NACION, el papel de Peña para la preservación parcial del palacio Costaguta: “Fue un logro de él que se quedara la torre y Caffarini y Vainstein lo aceptaron. Fue un acuerdo entre Peña y dos arquitectos de cierta sensibilidad e inteligencia que conocen el mundo y se dieron cuenta que demoler todo era mal negocio y que quedaba más interesante y lindo dejar la torre en la esquina”.

Así, el proyecto comenzó a levantarse sin derrumbar la torre ornamentada, que quedaría incorporada a la nueva edificación, cuyo nombre oficial sería Edificio Tribunales Plaza. “Los constructores proponen para el lugar una severa geometría, que exhibe en el vértice un fragmento de la vieja fachada de estilo, incrustado en el volumen acristalado y prismático”, decía un artículo del diario LA NACION de marzo de 1989 sobre el diseño que finalmente tendría el inmueble de la esquina de Tucumán y Talcahuano y que es el que puede verse aún en estos días. La cúpula y el mirador, en tanto, no se encuentran adheridos al nuevo edificio, pero están enmarcados por los cristales de los pisos más altos, que reflejan sus figuras.
El mismo Museo de la Ciudad distinguió en 1989 a los arquitectos del nuevo edificio por su voluntad de preservar el patrimonio urbano y por su aporte a la “memoria ciudadana”. El galardón tenía sentido, porque los constructores no tenían la obligación de mantener ninguna parte del Palacio Costaguta, podrían haberlo demolido por completo, ya que aún no había legislación que evitara esa destrucción.

Un Frankenstein con la nariz de Marilyn Monroe
Claro que tampoco la decisión de dejar solo la torre en pie estuvo exenta de las críticas. En los archivos del Centro de Documentación de Arquitectura Latinoamericana (CEDODAL) se conserva una carta que le escribe el prestigioso arquitecto Ramón Gutiérrez al propio Peña en abril de 1989, en la que el primero le cuestiona al segundo la distinción que el Museo de la Ciudad hizo a los arquitectos por preservar la torre del Palacio.
En un texto lleno de sarcasmo y comparaciones filosas, Gutiérrez manifiesta: “Esto es casi como decir que el engendro de Frankenstein es lindísimo porque él -salvando los tiempos- le puso la nariz de Marilyn Monroe y así cuando nos encontramos al monstruo por ahí nos acordamos de la rubia, ya que aquel esperpento es un ‘valioso aporte a la memoria’ hollywoodense, digamos y que la voluntad del Dr. fue preservar tan linda nariz”.

Muchos años después, en diálogo con este medio, el historiador Ricardo Watson coincide con Gutiérrez cuando señala, acerca de la tan mentada esquina: “Para mí es un engendro, es horrible. A la torre misma le quitaron la carpintería original de las ventanas y le pusieron la cosa espejada, la intervinieron de alguna manera. Y también rompe con la armonía que tenía ese entorno, que todavía es notable”.
En su libro Mejor olvidar; la conservación del patrimonio cultural argentino, el mencionado arquitecto Schavelzon da cuenta de que el caso de la protección del patrimonio del edificio original de Talcahuano y Tucumán llegó también a la justicia. Un juez de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal determinó la conservación del Palacio Costaguta, con el argumento de que ese había sido el “escenario inescindible del trajinar de letrados, jueces y también de sus representados, defendidos y acusados” y que su desaparición provocaría la “alteración de ese espacio colectivo”.

Pero, como no había legislación que penara la destrucción del patrimonio y la obra ya había sido autorizada por la municipalidad de Buenos Aires, lo que dictaminó la justicia no tuvo el menor impacto. Sin embargo, Schavelzon hace notar que la controversia por esa construcción habilitó la novedad de acudir a los tribunales por un tema de preservación edilicia. Un primer paso importante para casos posteriores, más allá de cuál haya sido el resultado. En este sentido, vale recordar que la ley marco de Patrimonio Cultural de la Ciudad se sancionaría recién en el año 2003.
Cuando se lo consulta a Watson acerca de si existe en Buenos Aires otra muestra de fusión arquitectónica tan notable como esta que terminó de construirse a comienzos de los ‘90, el historiador responde: “En general, demuelen los edificios. Ese es el problema. Es difícil que sobrevivan. O quedan enteros. Esto fue una solución intermedia, un poco extraña, pero quizás habría que pensarlo como eso”.
El especialista en paisajes urbanos porteños reflexiona acerca del mirador Massue y asegura que esa construcción “queda como un testimonio de los patrimonialistas” y explica: “Porque aunque ahora el resultado no te satisfaga, es un testimonio de algo que podría haber desaparecido totalmente, que es lo que sucede habitualmente, se demuele y no queda memoria. Acá quedó algo que estorba y eso me parece que está bueno, porque hace que hablemos de él y lo que pasó con el edificio. Vamos a hablar de eso, de cómo fue que quedó así, y es interesante pensarlo de esta manera”.
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