Cinco testigos de cuatro patas: la boda mendocina que hizo historia y celebró el amor en todas sus formas
En una ceremonia inédita en la Argentina, Darío Hernández y Nicolás Da Col se casaron este sábado acompañados por sus 5 perros rescatados, que actuaron como testigos honoríficos y dejaron sus huellas en un libro simbólico
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El sábado, a las siete de la tarde, cuando el sol empezaba a bajar, cinco perros se acomodaron alrededor del altar montado al aire libre en una finca de San Rafael, Mendoza, como si entendieran que estaban a punto de protagonizar un momento inédito en la Argentina. Máxima, la mayor; Kibou, el más serio; Coco, inquieto y cariñoso; Atilio, el que alguna vez peleó por su vida; y Rafael, largo y elegante, mezcla de galgo y calle, asumieron su rol de testigos de honor en la boda de Darío Hernández (57) y Nicolás Da Col (38).
La emoción se palpaba en el aire. Rodeados de afectos, estos dos hombres habían decidido que su familia —esa que construyeron a base de rescates, noches sin dormir y segundas oportunidades— estuviera completa en el día más importante de sus vidas.
La escena no fue solo conmovedora: fue histórica. Por primera vez en el país, el Registro Civil de Mendoza autorizó que animales fueran incorporados como testigos honoríficos en una boda, una figura simbólica amparada en la consideración de los animales como “seres sintientes”.

Los cinco perros, que alguna vez habían sufrido abandono, maltrato o la intemperie, dejaron sus huellas en un libro paralelo especialmente preparado para la ceremonia, un gesto cargado de significado que los novios definieron como “un acto de justicia poética”.
“Es un pedido poco común, pero no está fuera de la ley”
El antecedente había tomado estado público en octubre, cuando el Registro Civil provincial aprobó el pedido de la pareja luego de analizarlo como una solicitud excepcional. “Es un pedido poco común, pero no está fuera de la ley. Los animales no figuran en el acta oficial, pero pueden dejar su huella simbólica en un folio adicional”, explicaron en ese momento las autoridades.
La resolución se otorgó por considerar a los animales como parte de una familia afectiva real. Y eso fue precisamente lo que argumentaron los novios: “Son miembros de nuestra familia extendida”, había dicho Darío. “Queríamos compartir con ellos este día porque nos dieron un amor incondicional que jamás podríamos devolver del todo”.

“Esa letra dice exactamente lo que sentimos por ellos”
La boda se celebró en una finca en las afueras de San Rafael, un escenario íntimo en el que los perros se movieron con naturalidad entre las sillas, las flores y la música suave. La canción que decidieron para acompañar ese momento fue “Quédate”, de Shé, un rapero valenciano quien justamente se la dedicó a su perro. “Esa letra dice exactamente lo que sentimos por ellos”, contaron los novios.
En un momento especialmente emotivo, Atilio y Rafael llevaron los anillos hasta el altar. Las alianzas habían sido confeccionadas por los propios novios fundiendo piezas de oro que habían pertenecido a sus hermanos fallecidos: Ariel, el de Darío, y Alejandra, la de Nicolás. “Queríamos que estuvieran con nosotros de alguna manera”, explicaron a LA NACION.
Cuando llegó la hora de firmar, Máxima, Kibou, Coco, Atilio y Rafael dejaron la marca de sus patas en un libro de hojas gruesas con tinta especial. Fue el instante más celebrado de la ceremonia: entre aplausos, risas y lágrimas contenidas, se selló la unión de esta familia tan particular como profundamente coherente con sus valores.

Una historia de amor que nació entre rescates
Darío y Nicolás se conocieron hace más de 13 años a través de una aplicación. Pero no fue una coincidencia cualquiera: ambos estaban profundamente involucrados con el rescate y la rehabilitación de perros.
Nicolás era colaborador de El Campito, el gigantesco refugio de zona Sur que llegó a albergar más de 800 animales. Fue él quien llevó por primera vez a Darío, que enseguida se sumó como voluntario. De allí adoptaron a sus primeros compañeros, Celia y El Tano.
Con el tiempo, al mudarse a Olivos, comenzaron a colaborar con Patitas al Rescate, un hogar de tránsito del norte bonaerense. Su casa se convirtió en un lugar de paso para perros heridos o necesitados de atención constante: curaciones diarias, tratamientos, traslados interminables a veterinarias y, lo más importante, la oportunidad de un futuro mejor.
Algunos de esos animales encontraron otras familias. Pero otros se quedaron para siempre.

kibou, Máxima, Coco, Atilio y Rafael: los testigos
Kibou fue el primero en llegar, y su nombre —“esperanza” en japonés— resume su historia. Luego vino Máxima, la única hembra del grupo y la más anciana, que llegó desde El Campito durante la pandemia, después de que muriera Celia.
Coco se quedó tras la muerte de El Tano, porque se parecían físicamente y compartían incluso una misma afección dérmica.
Atilio es quizá el caso más emblemático: apareció con el cráneo expuesto y heridas profundas en las patas. Durante 40 días los novios lo llevaron a curaciones diarias. Los otros perros lo rodearon, lo cuidaron y lo acompañaron para dormir. Sobrevivió contra todo pronóstico, y por eso terminó quedándose. El día del último partido del Mundial, en diciembre de 2022, Darío y Nicolás prometieron que si Argentina ganaba, Atilio se quedaría definitivamente. Y así fue. Hoy su nombre completo es “Ati Lio Messi”. El único que no lleva el apellido de ellos.
El último en llegar fue Rafael, hallado solo, hambriento, con sus hermanos muertos a pocos metros, víctimas del abandono y de un atropello.

Una ceremonia que devolvió dignidad a los perros
Para la pareja, incluir a los cinco perros no fue un gesto pintoresco sino un acto reparador. “El día de la firma quisimos devolverles la dignidad que algún día les quisieron quitar”, dijo Darío. “Un perro adoptado o rescatado jamás se queda en el pasado. Solo le quedan los traumas. Vive en el presente, dando amor sin límites. Son almas puras. Y por eso no registran el odio humano”.
También lo vivieron como una forma de agradecerles por haberlos acompañado en momentos duros. “Siempre decimos que una persona que ama a un perro es alguien que nos encanta conocer. Nosotros fuimos encontrándonos en ese amor”, expresó Nicolás.
La decisión de dar el “Sí, quiero”
Durante años no sintieron la necesidad de formalizar. “Yo siempre dije que nada nos junte para que nada nos separe”, contó Darío. Nicolás, en cambio, era más partidario del casamiento.
El impulso final llegó casi por casualidad.“Un día escuché a Sandra Mihanovich contar que se había casado ‘para honrar la posibilidad’”, relató Darío. “Y ahí entendí. Muchos quisieron antes y no pudieron. Nosotros teníamos ese derecho. Y había que celebrarlo”.
Una tendencia que crece en el mundo
La participación de animales en bodas no es extraña en otros países, especialmente en Estados Unidos, donde hay ceremonias en Nueva York o San Francisco que incorporan huellas, pequeños collares con anillos y hasta roles protocolares para las mascotas.
Sin embargo, en la Argentina no existían antecedentes formalizados por un Registro Civil. La experiencia mendocina marcó un precedente, no jurídico, pero sí cultural: abrió la puerta para que las familias que incluyen animales puedan expresar simbólicamente ese vínculo en actos oficiales.
“Mientras no se altere el acta ni el marco legal, estamos abiertos a acompañar nuevas formas de entender la familia”, explicaron desde el organismo provincial.
Los perros, protagonistas silenciosos
Durante toda la tarde del sábado, los cinco perros parecieron moverse con una mezcla de calma y celebración. Cuando Darío y Nicolás terminaron de firmar, algunos asistentes aseguraron haber visto a Máxima apoyar su cabeza en la pierna de uno de ellos, como si estuviera bendiciendo la escena. Kibou observaba todo con solemnidad. Coco se paseó entre los invitados como un anfitrión. Atilio se echó cerca del altar, rendido de emoción. Y Rafael, erguido, fue el primero en posar para las fotos.
Hacia el final, con el cielo ya rosado y la música envolviendo la finca, alguien dijo en voz baja: “Nunca vi una boda con tantos testigos felices”.
Más allá de lo llamativo, la ceremonia marcó una reflexión profunda sobre el lugar que ocupan hoy los animales en la vida de muchas personas. Ya no son “mascotas” en un sentido reducido: son compañeros afectivos, miembros reales de una cotidianeidad, parte central de la identidad de un hogar.
La boda de Darío y Nicolás —con sus cinco perros sellando el momento con huellas de tinta— fue, en ese sentido, más que una unión formal: fue la representación de una familia en toda su extensión. Una familia ensamblada no por la sangre, sino por el cuidado, la supervivencia y el amor.

El domingo siguiente, mientras los recién casados acomodaban los recuerdos de la fiesta, Máxima dormía la siesta, Kibou miraba desde la ventana, Coco buscaba atención, Atilio se recostaba sobre Nicolás y Rafael seguía de cerca cada movimiento. La casa, llena de vida, devolvía una certeza: la historia que celebraron el sábado no es la de una boda poco común, sino la de un modo de amar que se construye todos los días.
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