Luchó por un lugar, vivió episodios extremos y la circularidad la sorprendió; hoy escribe un blog con el deseo de cambiar el mundo de la medicina y ayudar a quienes viven situaciones similares
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“¿Qué significa Canadá en mi vida?”, se preguntó la argentina, Leticia Krozkin, con un nudo en la garganta. Sentada en el auto, frente al consulado, la joven observó los papeles que sostenía en sus manos y la angustia creció. Hacía meses que había comenzado con trámites exigentes y asistido a clases de francés para llegar a Montreal y empezar una nueva vida con ciertas bases idiomáticas. Y ahí estaba, con la visa tan anhelada y una inesperada decisión: “Canadá no representa nada para mí”.
Siempre había querido irse de la Argentina, no por el país ni su economía, sino para explorar el mundo, una necesidad que no todos comprendían pero que brotaba de su esencia. Había estudiado medicina y obtuvo su título con altas calificaciones a los 24 años. En Canadá, con dos hermanos residentes en aquellas latitudes, creía que las puertas podrían abrirse con facilidad.
Leticia se quedó dos años más en Argentina trabajando, pero la necesidad de irse aún latía en su corazón. Fue en el 2010, en una visita a Israel, que su vida cambió de rumbo para siempre: como judía, había quedado fascinada por aquella tierra intensa y colmada de raíces. A su regreso, mientras luchaba por insertarse en una ciudad que ya no le hablaba, llegó la revelación definitiva. Sucedió en un despertar de domingo de noviembre, abrió los ojos y se dijo: me tengo que ir a Israel, tengo que hacer lo que dicta mi corazón, tengo que probar.
Irse a Israel, una decisión que costó asimilar: “Me dolía que no se pudieran poner felices por mí”
Cuando Leticia se animó a contar la noticia las reacciones no fueron buenas. Sus padres no comprendían sus razones y su plan sonaba más bien “hippie”, ya que había decidido realizar un intercambio por diez meses para pasear y aprender hebrero.
“Por mi parte, no entendía por qué les costaba asimilar la noticia, cuando con Canadá no habían tenido problemas”, recuerda. “Con los amigos también fue complejo y dolió. Muchos se alejaron. Había pasado un año muy angustiada y nunca fui tan feliz como el día en que decidí irme y me dolía que no se pudieran poner felices por mí”.
Aquel verano fue difícil, cargado de roces y charlas tensas. Envuelta en una atmósfera áspera, Leticia desarmó su casa y se fue a vivir provisoriamente a lo de un hermano por un mes hasta que llegaron las despedidas y el aeropuerto: “Un momento triste, difícil de explicar”.
Tres etapas en Tel Aviv, la ciudad que fascina: “Era todo lo que buscaba”
Con solo pisar Israel, la sonrisa regresó a su rostro. En los dormitorios de la universidad que la alojaría, esperaba un grupo de estudiantes de varios países del mundo, todos seres exploradores, también tras la búsqueda de su destino. Estaba fascinada, era todo lo que quería, Leticia estaba feliz.
Cada mañana, con su bicicleta, recorría la costanera de Tel Aviv- animada por bailarines, deportistas, ciclista, corredores, surfers, y restaurantes con vistas a las playas del Mediterráneo- mientras escuchaba su música, hasta llegar a sus clases de hebreo, que no disfrutaba: “Las profesoras eran las clásicas madres judías, que gritaban y retaban, al punto que me costaba concentrarme”, confiesa entre risas.
El año concluyó tal como lo había anhelado: rodeada de nuevos grandes amigos y muchos paseos por un país que la había conquistado. Del hebreo quedó poco y nada, pero su corazón estaba pleno. El regreso a Buenos Aires fue desolador, apenas pisó la ciudad extrañaba y decidió volver a Tel Aviv, para explorar las opciones que le permitieran dedicarse a la medicina en Israel. Tras un breve período, supo que quería quedarse definitivamente, entonces retornó a la Argentina para realizar los trámites para su pasaporte y, en aquella tercera etapa, Israel le abrió las puertas definitivamente.
Tiempo de revalidar el título de medicina en Israel: “Me decían que era imposible”
Pronto, Leticia obtuvo una fecha para revalidar su título de medicina. Tenía tíos, que vivían en un kibutz al norte de Israel y decidió mudarse con ellos por un tiempo, hasta poner sus papeles en orden a través del estudio incansable. Aunque la universidad aceptaba que se manejara en inglés, la joven comprendió lo poco que sabía de hebreo.
Hacer aquella revalidación fue una de las grandes pruebas de su vida. Todo el mundo le decía que era imposible, que no se pasa, que hay que hacerla cinco veces. Una vez más, Leticia sentía que tenía al mundo en su contra. Sin embargo, ella atravesó noches sin dormir, determinada a aprobar: “El día que supe que había pasado fue como tocar el cielo con las manos”, cuenta hoy con orgullo. “Mis papás lloraban de felicidad conmigo al teléfono y con mis tíos nos abrazábamos”.
Con su licencia médica en mano, sin el idioma, Leticia decidió volver a Tel Aviv para encontrarse a sí misma y, en el camino, ayudar a otros extranjeros a pasar la tan temida prueba de medicina. Retomó hebreo, con orientación para médicos, pero una vez más la experiencia con la profesora no fue buena. Mientras tanto, consiguió trabajo en un centro de depilación láser, más tarde, en la parte administrativa de salud pública, aunque nada de eso era de su agrado y se sentía perdida.
La entrada al mundo de la oncología y una mudanza: “Mi primer error de esta nueva etapa”
Su travesía en el mundo de la oncología comenzó cuando la contrataron para inyectar contrastes para ciertos estudios específicos. Sin embargo, en una enorme casualidad del destino, las puertas se abrieron de una manera un tanto más inesperada:
“Compartía vivienda con dos amigos. Uno de ellos se fue y nos dijo que elijamos nosotras al nuevo candidato. La nueva integrante se puso de novia con el hijo del jefe de oncología del hospital Soroka, al sur de Israel, me sugirió que hablara con este hombre, decidí hacerlo”.
Tras una entrevista quedó contratada, ella debía realizar una residencia y eligió oncología como especialidad, algo que hacía tiempo resonaba en ella. Tomar la decisión fue duro, Tel Aviv era su lugar en el mundo y aceptar el empleo significaba mudarse de ciudad: “Me dije, queda a una hora en micro, qué tan terrible puede ser, y me mudé a Beerseba, mi primer error de esta nueva etapa”.
Tres esposas, veinte hijos, misiles y el rechazo en el ambiente médico: “Yo sufrí al llegar, ahora te toca a vos”
A diferencia de Tel Aviv, una ciudad cosmopolita, abierta y llena de gente joven, Leticia se encontró en un mundo cerrado, a pesar de ser la ciudad más importante del desierto de Israel. Halló una población difícil, con un nivel socioeconómico relativamente bajo, rodeada de aldeas beduinas, que, si bien no resultaba algo negativo, la impactó por el fuerte contraste en sus costumbres.
“Tenía, por ejemplo, pacientes con tres esposas y veinte hijos. Al principio no entendía las historias clínicas, decían casado más tres, pensaba que eran hijos, pero no, eran las esposas y, en realidad, no sabían cuántos hijos tenían”, dice entre risas. “Era emocionante, por otro lado, ver cómo los familiares apoyaban a los pacientes, especialmente entre mujeres beduinas. Fue un shock ver cómo al pariente muerto lo envolvían en una sábana, lo cargaban en el auto y lo llevaban a enterrar al pueblo. También viví innumerables situaciones complejas, que me ataquen, por ejemplo, tener que llamar a la policía por algún episodio con algún beduino mafioso”.
Después estaban los misiles que Leticia veía explotar camino al trabajo, mientras escuchaba música, o las corridas hacia el refugio antibombas en medio de alguna intervención médica. Pero más duro aún, tal vez, fue su lucha constante por ser aceptada. La mayoría de los médicos eran rusos, hablaban entre ellos, la aislaban y mostraban una actitud de “yo sufrí al llegar, ahora te toca a vos”.
Fue su prueba más dura, Leticia se percibía como una analfabeta, anotaba fonéticamente lo que escuchaba para luego descifrarlo y se sentía tonta en el camino: “correte de acá que molestás”, le decían, algo que fue un gran golpe para el ego de una mujer que siempre se había caracterizado por ser buena en lo que se propusiera.
Con los pacientes, sin embargo, la historia fue otra: “Contactaba, nos entendíamos. Ellos me ayudaron a terminar la residencia. A diferencia de los demás, yo les sonreía, les preguntaba si habían descansado bien, algo que era bien recibido”.
Después de hora, Leticia se quedaba leyendo las historias clínicas escritas en hebreo, y traducía palabra por palabra, hasta que decidió contratar una profesora particular, algo que mejoró su situación. A los cuatro meses llegó su primera guardia, prueba que superó con éxito y generó mayor confianza entre sus colegas.
“Fue durísimo, porque el ambiente de la medicina israelí es muy competitivo, no tenía amigos, los fines de semana, todo cerrado y al principio sin auto, no tenía nada para hacer. Emigrar, entonces, se trata de tener charlas con vos mismo todo el tiempo, decirte: vos podés. Por suerte para ese entonces mis padres y mi terapeuta a la distancia me ayudaron mucho”.
Cierta vez, cuando su padre llegó de visita y juntos recorrieron las calles de desierto, camellos y edificios viejos, este lanzó: “qué coraje tenés nena, venirte a vivir a un lugar así”. Pero en ese mismo instante comprendió todo.
A los seis meses, Leticia conoció a una de sus mejores amigas, una mexicana con quien de a poco comenzó a construir una vida en aquel lugar remoto del mundo: “si pude construir una vida acá, puedo en cualquier lado”, fue una de sus lecciones aprendidas.
La culpa de querer mejorar y apelar a una característica argentina: “Ser migrante es muy difícil porque crees que todo el mundo te está haciendo un favor”
La vida ya estaba más ordenada, aunque algunos hábitos israelíes en Beerseba (y en Israel en general) aún le llamaban la atención: que las personas se hablaran como gritando, que no haya sobremesa, que del viernes a la tarde al sábado a la nochecita el país se paralice y todo esté cerrado, y que el domingo se trabaje.
Beerseba, por otro lado, no tenía la apertura mental que ella buscaba. Fue así que Leticia decidió mudarse a Tel Aviv y viajar todos los días al trabajo. Lo hizo por un año hasta que entendió que era tiempo de cambiar de hospital, algo que le provocó culpa.
“Ser migrante es muy difícil porque crees que todo el mundo te está haciendo un favor. Tenía la culpa de que mi jefe me había hecho un favor, cómo voy a ir a un hospital mejor, cómo lo voy a traicionar. Tardé un año en darme cuenta de que merecía algo mejor, que había empezado en menos cero y que había llegado a un techo, ¿debía quedarme en ese techo?”
Durante el siguiente mes y medio, Leticia hizo todo lo posible por entrar al hospital al que aspiraba. Dio pruebas, hizo presentaciones y cuando todo parecía fluir, le dijeron “todavía no nos terminás de convecer”. Fue una daga, hubiera preferido que le digan que no, hasta que después supo que el problema era que no solían contratar médicos que no fueran de Israel.
Leticia llegó a la conclusión de que debía apelar a una característica argentina: creérsela. Una tarde libre se dirigió al hospital ubicado a tres cuadras de su casa en Tel Aviv, se sentó en la vereda, esperó a la persona indicada durante horas y le dijo con seguridad: “quiero trabajar acá”. La contrataron y a partir de allí aprendió otra lección: hay que lanzarse, ir para adelante, lo peor que puede pasar es recibir un no.
Allí transcurrió el siguiente tiempo, hasta esa extraña mañana circular en la que llegó una propuesta: participar para un puesto en un hospital de Toronto. “Son miles de candidatos, es imposible”, le dijeron. Ella ya conocía esa historia y confiaba en sus capacidades. A Leticia la aceptaron a finales del 2019. Avanzado el 2020 ya estaba en Canadá, aquel país que había descartado en el comienzo de su travesía.
Canadá: “¿Por qué se tratan tan bien?”
Leticia jamás olvidará su primera reunión con colegas canadienses. Sentía que eran extraterrestres, ¿por qué se tratan tan bien?, se preguntaba al recordar los tiempos en Israel, donde en aquellas ocasiones solían abundar los gritos y los insultos: “incluso se arrojaban cosas”.
“En Israel, para bien o para mal, la gente es demasiado frontal, se gritan, se odian, pero se quieren a la vez. Necesitaba lo polite, la amabilidad, tranquilidad y calidad de vida. Con el tiempo descubrí que en Canadá hay mucho de eso de ser pasivo agresivo, pero era lo que necesitaba, que te guardes tu opinión”.
Leticia llegó en medio del Covid, con frío, algo que le complicó generar vínculos. Recién este 2022 conoció una canadiense, que la siente como una amiga de toda la vida y junto a ella, más tarde llegaron dos nuevas amistades.
“Las nuevas generaciones en Canadá no son distantes, frías, descubrí que alcanza con tener la iniciativa. En relación a las oportunidades, en Canadá hay, pero en mi especialidad es más difícil. Mudarme me enseñó que siempre el jardín del vecino parece más verde y no es así. Es muy difícil y competitivo, pero lo que buscaba lo encontré: calidad de vida y amabilidad”, asegura la argentina de 38 años.
“La vida hay que vivirla desde el propio punto de vista, no desde la mirada del otro”
En enero, Leticia comenzó a escribir un blog, tras viajar a la Argentina para despedir a su padre, fallecido por Covid, lo que la llevó a atravesar un dolor profundo y a cuestionar su carrera. En su duelo, comprendió que escribir es un camino para sanar.
“Los médicos pasamos por depresiones, estamos mal y expuestos a situaciones emocionales extremas. Siento que se tiene que humanizar más la medicina, para beneficio del paciente y el nuestro. Tenemos que dejar de ser máquinas, estamos 24 horas sin dormir, siempre hay que estar bien y todo eso tiene consecuencias”, explica. “En mi blog cuento estas experiencias, sumado al shock cultural. Viví cosas que te generan marcas, como estar atendiendo a un paciente en Israel y correr al refugio porque caen misiles”.
En sus diez años extranjeros, Leticia jamás imaginó vivir tanta intensidad. Cuando regresa a la Argentina – momentos que abraza con toda su alma- siente que viaja a un tiempo paralizado, que expone la cantidad de experiencias que vivió en una década. Hoy, lejos han quedado las expresiones de descontento de su familia, que hace años ya, transformaron sus dudas en un profundo sentimiento de orgullo y admiración hacia Leticia.
“No sería quien soy si me hubiese quedado. Con el tiempo uno comprende que las palabras de desaliento son formas de tristeza que las personas no saben cómo expresar, pero no hay que quedarse con ellas, pasarán; cada uno de nosotros tiene que hacer su propio camino. Emigrar te enseña a conocerte de maneras que nunca pensaste. Como una cebolla, uno se va decapando hasta llegar a la esencia. Te saca de tu lugar cómodo y, en consecuencia, te hace crecer de manera increíble. Vivís tantas cosas que te quita los miedos, te ayuda a entender más al otro, a no juzgarlo, porque no sabés por lo que está pasando”.
“Aprendí que puedo y que seguiré pudiendo. Uno, tal vez, se hace un poco adicto a vivir cosas nuevas”, continúa. “Comprendí que ningún lugar es perfecto. Creo que mi trabajo ideal sería uno que me permita vivir unos meses en Canadá, otros en Israel y unos meses en Argentina. Nadie te saca la experiencia que te da viajar, conocer a otros seres humanos y animarte a más. Mi experiencia, sin dudas, también me enseñó que la vida hay que vivirla desde el propio punto de vista, no desde la mirada del otro”.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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