Hasta convertirse en sidra las manzanas deben atravesar un largo recorrido que va desde las plantaciones en Río Negro hasta el embotellado en San Fernando, provincia de Buenos Aires. Este es el destino del llamado caldo de sidra que se conserva en la enorme bodega de Del Valle, que puede albergar hasta un millón de litros. En Río Negro, las manzanas son molidas con cáscara, semillas y todo.
Luego entran en una máquina que funciona como una gran centrifugadora que separa los elementos sólidos del líquido, que se almacena en tanques para su fermentación. Este proceso dura alrededor de tres meses. Cuando ese jugo de manzana se transforma en caldo de sidra con su correspondiente graduación alcohólica de cuatro o seis grados, se traslada a la fábrica donde esperará en la bodega su turno para devenir en botella.
Equipada con máquinas italianas y automáticas, la fábrica es el lugar al que arriban los pallets de botellas vacías, donde una despaletizadora pondrá en acción 176 envases que iniciarán un derrotero, e incluye lavado, llenado y pasteurizado.
Mientras las botellas son lavadas para quitarles todas las impurezas, el caldo de sidra comienza a circular por los caños, que lo trasladan de la bodega hasta la máquina donde se le agregará el gas.
En la llenadora con 60 picos se encuentran, al fin, los envases con la sidra y siguen juntos el camino hasta el núcleo del tapado, que se puede realizar con tapón de plástico, corcho o tapa corona para las botellas individuales. Pero el proceso no finaliza acá, sino que continúa en la pasteurizadora que, junto con las muestras de laboratorio, funciona como control de calidad.
Entre tres y cuatro grados centígrados es la temperatura con la que ingresan las botellas llenas a la máquina que las llevará a unos 70 grados, y las bajará antes de salir a 40. El pasteurizado dura 18 minutos y permite saber con certeza cuáles botellas están aptas para ser parte de la siguiente etapa de vestido. Las fallas son claras: si la botella es defectuosa, estalla, y si el tapón o corcho están mal colocados, el líquido burbujea demasiado.
Pasado este control de calidad, se viste la botella con su clásico papel metalizado y etiquetas autoadhesivas, listas para salir a las góndolas (y a las mesas de fin de año).