Todos los seres vivos enfrentamos el enorme desafío de perpetuarnos. Para las plantas, también la reproducción es uno de los eventos de mayor importancia de su ciclo vital y por ello buscan las mejores estrategias sexuales.
Sus tácticas vienen evolucionando desde hace millones de años y esto les ha permitido colonizar diferentes ambientes terrestres y acuáticos. Para reproducirse, ellas invierten energía y cada estrategia reproductiva tiene un costo energético diferencial. De esta forma, cada especie ha diseñado y perfeccionado la forma de reproducirse más adecuada para asegurar su descendencia. En las plantas, sin capacidad de movilidad, este objetivo puede parecer prácticamente imposible.
Dentro de la enorme diversidad vegetal, algunas especies prefieren el sexo y otras, los clones. Estas variantes reproductivas son parte de ciertas adaptaciones y ajustes moldeados por la interacción con el ambiente y con otros seres vivos, así como también por la identidad genética de cada especie. Algunos grupos se reproducen sexualmente sólo una vez en su vida (florecen solo una vez y después mueren, como las bromelias); otras presentan varios eventos reproductivos de manera regular o irregular (sucede con muchas de las especies de angiospermas con floración estacional).
Invertir para perpetuar
La inversión de recursos energéticos que un individuo destina a la reproducción se conoce como esfuerzo reproductivo y dependerá del tipo de reproducción (sexual o clonal) o de si ocurren ambos tipos de reproducción simultáneamente. Desde el punto de vista energético, está relacionado con la elaboración de estructuras como flores, polen o frutos (vía sexual), así como con el establecimiento de nuevos individuos a través de estructuras vegetativas (vía asexual por medio de gajos, estacas, estolones, trozos de hoja, etc.). Lo prueba el proceso de hacer gajos con salvias, geranios, verbenas, lazos de amor, o divisiones de mata en el caso de muchas herbáceas, o clones de begonias a partir de trozos de hoja.
Por lo común, las especies perennes asignan más recursos al crecimiento; por el contrario, algunas especies anuales o bianuales (de ciclo de vida corto, como violas, petunias, Silene, florales anuales en general) invierten más recursos en la reproducción sexual, dado que este evento ocurre una sola vez durante su vida. Ambas formas de propagación presentan ventajas y desventajas. La reproducción asexual se logra cuando se generan nuevos individuos sin la formación de gametos y esto se consigue mediante diversas estructuras conocidas como estolones, tubérculos, esquejes o gajos que, cuando se separan del progenitor, originan otros individuos genéticamente idénticos.
La propagación asexual es barata y segura, pero tiene el riesgo de la pérdida de variabilidad genética dentro de las poblaciones.
La reproducción sexual, por su parte, lleva a un incremento en la variabilidad dentro de las poblaciones y a un incremento en las posibilidades de ajustes de las especies vegetales a su ambiente. Mediante la reproducción sexual y a través del mecanismo de formación de gametas, se tienen los beneficios propios del intercambio de genes, importante para la variabilidad en la población. Además, esta estrategia reproductiva le brinda a la especie una mayor dispersión a través de las semillas, lo que se traduce en la posibilidad de que los descendientes se establezcan y conquisten nuevos ambientes. Muchos de los árboles que se instalan en los parques comparten este origen, como jacarandá, palo borracho, algarrobo, cercis, roble, pino, entre tantos, así como también un gran porcentaje de especies cosechadas en la huerta, como tomate, lechuga, berenjena, cebolla o maíz dulce.
El costo de reproducirse
En las plantas, los mecanismos reproductivos compiten con otras funciones biológicas, como el crecimiento. Los costos de la reproducción están asociados a la cantidad de recursos que se utilizan para elaborar estructuras; por ejemplo, flores muy coloreadas o perfumadas por compuestos químicos volátiles cuya función es atraer polinizadores.
Asignar más o menos recursos a la reproducción depende de las características propias de cada especie, así como de factores ambientales; ambos aspectos determinan la biología reproductiva de las plantas.
La propagación asexual ha sido de especial importancia en vegetales que viven en ambientes extremos y donde se presentan limitaciones ambientales para que la reproducción sexual sea exitosa: es una forma económica de producir descendientes, ya que no se gasta energía ni recursos en la formación de flores y frutos, y además la información genética del progenitor pasa completa a su descendencia. Esto le permite mantener características eficientes, como resistencia a la sequía en la progenie. Además, la reproducción asexual es un mecanismo alternativo que muchas especies han desarrollado para colonizar desiertos u otros ambientes externos. Dado que este mecanismo tiene un bajo costo energético, muchos vegetales han evolucionado mediante la reproducción asexual, ya que les permite destinar más recursos a otras funciones vitales.
El mecanismo de reproducción sexual tiene muchos beneficios, pero es también una vía de propagación sumamente costosa para las plantas, ya que destinan una gran cantidad de recursos a la elaboración de estructuras como flores, polen, néctar y frutos, y que a veces no se traducen directamente en hijos.
Producción de semillas
El costo relativamente alto que representa producir semillas por la vía sexual se ve compensado por el beneficio de la dispersión de la especie, puesto que la semilla es una estructura móvil, a diferencia de la planta progenitora, de condición sésil.
La cantidad y el tamaño de las semillas son variables. Mientras que algunas especies producen muy pocas, otras producen miles de semillas microscópicas, como en el caso de algunas orquídeas o eucaliptos.
A lo largo de millones de años de evolución las plantas han diseñado estrategias reproductivas óptimas ante escenarios ambientales cambiantes. Hoy sabemos que para las plantas "elegir" reproducirse de forma sexual o clonal, o incluso hacerlo por las dos vías simultáneamente, implica un costo y un beneficio.
El costo más alto es la muerte de la planta después del evento reproductivo, como ocurre con los agaves luego de reproducirse sexualmente. El mayor beneficio es aportar descendientes a las siguientes generaciones para perpetuar la especie, pero sobre todo para perpetuar la vida misma.
Texto: Ing. Agr. Gabriela Benito