Cuando la vida cotidiana se vuelve delirio
Sentate! Un zoostituto , la pieza que el dramaturgo suizo-alemán Stefan Kaegi montó en el Teatro Sarmiento, propone un juego al que hay que animarse y que, además, esconde curiosas y caprichosas reglas
Una vaca que debutó como actriz en Schylock y tuvo su minuto de gloria en El Sr. Puntila y su criado Matti es la encargada de indicar la entrada a los espectadores. Ya en la boletería, un video sobre técnicas para amaestrar a su can da la pista de que algo raro puede ocurrir una vez en la butaca.
Y sí... una perra juega a la paleta pelota con su dueña; dos tortugas, además de volar, se animan con una escena de Romeo y Julieta; una iguana corre carreras y casi siempre sale segunda; catorce conejos se comen la escenografía y tratan de procrear, cosa que todavía no logran (son muy niños), pero sólo es cuestión de tiempo; y cuatro humanos (los dueños de los bichos) con disfraces gigantes de gorila, oso, perro y tigre bailan una danza tribal con la película King-Kong de fondo.
Pero eso no es lo raro. Lo más raro, que podría llegar a definirse como delirio, desvarío, extravío, disparate, llega con lo más sencillo, con lo más pequeño, con lo más cotidiano que sube al escenario: el diálogo entre dueños y mascotas que se preguntan y se responden de la manera más íntima y sutil. Ahí están "las pequeñas aristas que tenemos los seres humanos y que valen la pena reconocer" de las que habla Stefan Kaegi, el responsable de ¡Sentate! Un zoostituto . Al dramaturgo y director suizo-alemán no le interesan los actores ni las historias que ellos cuentan. Prefiere la teatralidad que hay en la vida cotidiana, en los hábitos de la gente, esos que de tan pequeños cuesta reconocer. Por eso, precisamente, lo convocó Vivi Tellas -directora del teatro Sarmiento- para montar la cuarta obra del Ciclo Biodrama, que convierte en material dramático la vida de algún argentino que todavía camine por estas pampas. Kaegi, acostumbrado a tomar no sólo la vida de la gente como material dramático sino a la gente misma, puso un aviso en el diario convocando a mascotas y a sus dueños, o viceversa.
Es que al conocer el teatro donde lo invitaban a trabajar descubrió que tenía un enorme zoológico a modo de patio trasero y ya no pudo sacarse de la cabeza la idea de incluir animales. Si hubiera podido lo hubiese hecho con los salvajes, pero no es de buena costumbre que el tigre destroce el telón luego de haberse devorado a unos cuantos espectadores. Por eso convocó a dos tortugas, una iguana, una perra raza perro y catorce conejos con nombres de actores, escritores, pensadores, revolucionarios y... políticos
A puerta cerrada
Está lo que ocurre en el escenario y también lo que sucede detrás de él, a lo que se hace permanente referencia en la obra y que bien podría convertirse en otra que le disputaría buena parte de la audiencia.
Con tanto actor para cuidar, alimentar y sacar de paseo, detrás de escena se despliega una coreografía mucho más rigurosa que la que queda a la vista del público. Cada jueves llega el tropel al teatro que trabaja y pernocta en el lugar hasta el domingo, la única que vuelve al hogar es Garotita, la perra de Stella que por género perruno y traslado por propios medios (vive a cinco cuadras del teatro) disfruta de ese privilegio. El resto queda recluido. Es que trasladar catorce conejos desde Devoto, una iguana en una caja tipo pecera gigante desde el microcentro, y dos tortugas desde San Fernando todos los días no es ni práctico, ni económico y muchos menos saludable para los corazones angustiados y preocupados de sus dueños (María, Martín y Enrique, respectivamente).
Una vez en el teatro Paolo Baseggio, el asistente de Vivi Tellas es quien se encarga de cuidarlos, mimarlos y darles de comer, cosa que los dueños/actores agradecen y celan ("Se nota cuando mis conejos han estado con otro porque me lleva un tiempo que me vuelvan a prestar atención", dice María sin dejar al descubierto sus verdaderas sensaciones).
Aunque se los trata como los animalitos que son, tuvieron que ponerse de acuerdo para saber quién los iba a manejar y cuidar antes y durante las funciones. Para dilucidar el misterio recurrieron a la Organización Departamental del Teatro San Martín en donde se decidió que el animal es como un decorado y por lo tanto es responsabilidad de los utileros, no así sus suciedades, y no es un dato menor ya que desde el escenario los propios actores se encargan de explicar que a los pocos minutos de comerzar la función hay doscientas bolitas de caca de conejo dando vueltas por ahí. A la gente de limpieza del teatro no le hizo mucha gracia, pero a fin de cuentas "hemos visto cosas peores", se resigna uno de ellos.
Luis Barrionuevo (no, no es el líder de los gastronómicos) es el quinto no actor que participa en ¡Sentate! , un paseador de perros que se suma al final con su ramillete de canes (a los que pasa a buscar por sus respectivos hogares minutos de subir a escena) que prestaron generosamente sus dueños y de quienes adoptan profesión y personalidad. Es así que Luis pasea a Blackie, un ingeniero químico; al director del Hospital Borda y al director del Museo Nacional de Bellas Artes, Jorge Glusberg, entre otros varios pichichos.
Para meterse en el mundo animal Kaegi, Gerardo Naumann y Ariel Dávila (los dramaturgos que trabajaron con él) se contactaron con una especialista en comportamiento animal que les dio pistas y pautas de trabajo. "Llegó a ser una gurú para nosotros que predijo muchas de las cosas que pasan hoy arriba del escenario". Resume así Enrique la domesticación y apropiación del lugar, el aquietamiento, el contagio de energías y los cambios de actitudes de los bichitos.
"Stefan tiene algo travieso que es hermoso. Le preguntaba a la etóloga `¿usted cree que los animales se dan cuenta de que están actuando?´ Y esa pregunta que parece tonta, disparó cosas maravillosas", concluye Martín con admiración.
¡Sentate! Un zoostituto. Teatro Sarmiento, Av. Sarmiento 2715.
Jueves a domingos, a las 21. Entrada, $ 5; jueves, $ 2,50.
Ecosistemas domésticos
- Lo que decidió a Kaegi a elegir a María, a Stella y a Enrique fue que representaban distintos aspectos de la relación entre mascotas y dueños. "Stella Romero vive en una interacción muy clara con su perra, tienen una relación muy íntima. María Cisale es simbiótica, es un conejo más. Sabe lo que les gusta como si hablara de sus propios gustos. Enrique Santiago, en cambio, es quien quiere a sus tortugas pero no sabe bien qué hacen o qué representan", resume Gerardo Naumann.
Martín Fernández es un caso aparte: es el único actor (Kaegi le tiene prohibido actuar) y el único que no tenía mascota hasta que le adoptaron a la iguana.