Cuatro pioneras argentinas de las luchas feministas
Fueron elegidas para el documental Sufragistas, que expone grandes escollos en la búsqueda de igualdad al mismo tiempo que resulta inspirador por la convicción y los logros de cada una
Una mujer con ropas de otra época sale de la boca del subte, a pocas cuadras del Congreso, y camina entre la gente. Lleva el pelo recogido debajo de un sombrero blanco de fieltro, una falda hasta los tobillos que apenas dejar ver sus botas claras abotonadas. Tiene un andar cansado, pero pisa fuerte. Sus dos manos están ocupadas: en una lleva un pequeño portafolios y en la otra, un paquete. Apoya una escalera baja de madera sobre la vereda y la asegura contra la pared. Sube decidida y pega tres panfletos grandes. Alisa el papel con la mano, y se lee: Partido Feminista Nacional. La mujer de otra época entre las personas de este presente es Julieta Lanteri, médica y feminista de principios del siglo pasado, interpretada por la actriz Muriel Santa Ana. La escena forma parte de Sufragistas, pioneras de las luchas feministas, el documental de Canal Encuentro que aborda, desde cuatro mujeres, a todas aquéllas que trabajaron para lograr el voto femenino, como uno de los tantos temas en el largo camino por la conquista de derechos. Hubo otras, también; muchas, de diferentes clases sociales y disciplinas: personalidades únicas que lucharon para la igualdad de todas.
Sufragistas –se emitirá hoy, a las 19; mañana, a las 15, y el martes, a las 18–cuenta la génesis del voto femenino y el planteo de la necesidad de igualdad frente al hombre. Es importante recordar que por aquellos días, la mujer no sólo no votaba, sino que era considerada, según la ley, una incapaz. La casada, aunque trabajara, no podía administrar sus bienes ni su dinero, y era confinada a los espacios de la esfera privada. De manera que en ese reclamo, se resignificaban otros. Estas cuatro mujeres fuertes convivieron en tiempo y espacio: Julieta Lanteri fue médica y militante feminista (1873-1932), Carolina Muzzilli, obrera y militante socialista (1889-1917), Salvadora Medina Onrubia, periodista, dramaturga (1894-1972) y Alfonsina Storni, poeta, periodista, dramaturga (1891-1938). Unas admiraban el trabajo de las otras. Alfonsina escribió una crónica periodística sobre las performances de simulacro de voto que llevaba adelante Lanteri; Salvadora era amiga de Alfonsina y seguía muy de cerca el trabajo de Muzzilli. En Sufragistas intervienen también las voces de historiadoras, investigadoras y sociólogas que acompañan y argumentan la narración para tratar de comprender ese largo proceso que significó darle forma a la conquista de derechos.
El tema del documental surgió a partir del aniversario de los 70 años del voto femenino en la Argentina, en 1947; pero el tratamiento ahonda en un momento anterior, el de las pioneras. Con la dirección de Federico Randazzo, se trabajó la idea de que fuera una única actriz la que le pusiera el cuerpo a estas cuatro mujeres. No se pensó en recrear situaciones o ambientar los escenarios conforme la época. El tratamiento estético llegó más bien ligado con “cuadros vivos”. En tanto puesta, la dirección escénica estuvo a cargo del director teatral Rubén Szuchmacher, y fue él quien pensó en Muriel Santa Ana para trabajar con las elegidas. “Era importante que esos cuerpos de comienzo del siglo XX estuvieran en la calle, sobretodo en la Avenida de Mayo, donde cada una había tenido una historia. Ver a Julieta Lanteri diciendo lo que dice frente al edificio de La Prensa, con la gente que pasa hoy, produce esa condensación en que los temas de estas mujeres no perdieron vigencia. No están cerrados. Es una de mis obsesiones, cuándo algo quedó cerrado en la historia y cuándo no”, dice Szuchmacher.
Abordar el tema de cómo las mujeres llegaron a obtener ciertos derechos, representa mucho más que hablar de historia. Aún hoy la agenda compromete temas y puntos a seguir para alcanzar la paridad. Que se emita por Encuentro tiene que ver con el anclaje que desde la programación proponen sobre el tema. Fernanda Rotondaro, directora general de la señal, considera que un canal público “tiene que ocuparse de los temas que nos atraviesan, y el tema de género es intrínseco a la actividad audiovisual y pública”. Dentro de esa línea de pensamiento, Szuchmacher agrega: “Yo puedo pensar en algo de los griegos, pero no afecta mi cotidianidad. Distinto es cuando algo sí llega a la contemporaneidad. En ese sentido, la lucha de las mujeres por las reivindicaciones no está terminada”.
Para todo, la mujer debía pedir permiso. En 1926, con la reforma al Código Civil, comienza a figurar como sujeto de derecho. Es, ante la ley, autónoma económicamente. Y empieza un largo camino. “No queríamos construir heroínas –dice Rotondaro–; como ellas, hubo muchísimas más. Fueron luchas colectivas y se hicieron posibles las distintas conquistas a lo largo de los años.” Se decía que las feministas eran feas, desprolijas, despreocupadas de sus deberes. Que estaban fuera de eje, que eran las descentradas. Con esa palabra, una de estas pioneras tituló su obra de teatro: Las descentradas.
IDEAS BOXEADORAS
Salvadora Medina Onrubia nació en La Plata y se fue a vivir con su madre a Gualeguay, donde trabajó como maestra rural. Llegó a Buenos Aires con un hijo natural y una obra de teatro, Almafuerte, de temática anarquista. Lucía de Leone, doctora en Letras (Conicet), dice sobre Salvadora: “Esos ideales de anarcofeminismo se sellan en su obra Las descentradas. ¿Quiénes son las descentradas? Estas mujeres valientes con talento, con ideas boxeadoras, que se atreven a decir lo que quieren en público, a hablar en lunfardo, a fumar, pese a la condena de la infelicidad”. Fue tan atractiva como decidida. Periodista, dramaturga, casada con Natalio Botana; para componerla, Muriel Santa Ana la hizo caminar con todas sus ideas en el cuerpo. “Estábamos por filmar, y en cuanto empiezo a caminar –dice Santa Ana–, Rubén me grita: Anna Magnani –la actriz italiana–, y ahí arranqué: caderas, y una cosa salvaje, no una fifí, era a partir de esa firmeza en el caminar. Me inspiraba un ‘no te tengo miedo’. Y eso en sus textos: ‘Yo me llamo Salvadora. Amo llamarme así. De qué otra manera podría llamarme. Los nombres tienen color, ¿no lo sabía? Yo veo el color de los nombres; el mío es de un color rojo oscuro y brilla demasiado’. O el lugar desde donde enuncia; ella, la que brillaba demasiado, escribió: ‘A pesar de ser mujer, me permito el lujo de tener ideas, ¿sabe?’”
Julieta Lanteri fue médica y militante feminista por el derecho al voto de las mujeres. Esas fueron sus dos pasiones. De hombros anchos, robusta: la fortaleza era todo en ella. Nació en Italia y llegó de niña al país. Para poder votar, encontró el hueco jurídico y se presentó con una carta de ciudanía. Se transformó en la primera votante en Sudamérica. “Fue una gran luchadora por los derechos al voto de las mujeres. Encaró la tarea de convencer a otras y de demandar a los hombres que estaban en posiciones políticas clave, es decir, a los hombres del Estado argentino”, dice Valeria Pita, historiadora (Conicet), en el documental. Lanteri se postula a un cargo político. A la par del ejercicio de la medicina, publicaba artículos en revistas de divulgación científica, en congresos y en sus prácticas políticas. Lo hacía así: “Mientras que el hombre piensa, estudia y trabaja, y jamás siente saciedad del saber, ¿por qué la mujer se detiene? De ninguna manera debe admitir esto y la prueba está en que un despertar placentero se manifiesta en las vidas de las mujeres en general, y las hace entrar de lleno en la evolución y el progreso”. En 1920, lleva adelante un simulacro del voto femenino. Fue tan llamativo que Alfonsina escribió una crónica sobre aquel hecho. María Luis Femenías, filósofa, profesora consulta de la UNLP, dice respecto de la acción de Lanteri: “Fue mucho más disruptivo de lo que podría ser ahora hacer un piquete o salir a la calle por Ni Una Menos”. Julieta Lanteri murió en un confuso accidente: atropellada por un auto.
HERMANAS MÍAS
Carolina Muzzilli nació en una casa obrera, de padres socialistas. Ella también lo fue. Hizo el secundario, pero su sentido de la observación la llevó a ser autodidacta. Observó cómo trabajan las mujeres en las fábricas y en los talleres, en qué condiciones laborales. Desde muy joven se interesó por llevar adelante un registro de cada una de ellas, así llegó a ser agente del estado ad honorem, una inspectora de trabajo. Leía los libros contables, pero lo que mejor sabía hacer era hablar con las trabajadoras. Tenía una gran pluma: “No queremos a la mujer esclava de sus prejuicio, no la deseamos presa codiciable para la explotación del taller. Queremos que obtenga los derechos que le corresponden como ser humano y que pueda participar en el elevado banquete del espíritu. Ojalá no esté lejano el día que adquiera ese derecho. Lo logrará cuando sea alejada del taller y de la fábrica donde hasta el presente marchita su juventud”.
A los 27 años, murió de tuberculosis, se cree, producto de su trabajo dentro de las fábricas. Ezequiel Pepe Cazzola lleva una década en Encuentro, supervisa los guiones y las cuestiones históricas. Agrega al perfil de la sufragista: “Ella se diferencia porque las primeras feministas fueron las primeras universitarias y ella es una rara avis dentro de ellas, aunque pertenecen a las mismas agendas”. La Muzzilli que interpreta Santa Ana no modifica, casi, su rictus de mujer agobiada, siempre con libros contables en la mano. Con ella, como con las otras, la actriz las construyó de afuera hacia adentro: pruebas de vestuario, pelucas, fotos. Y otros elementos que la ayudaron, como las marcas de dirección de Szuchmacher. “Un puño o botón bien cocido puede servir de inspiración para un actor. Trabajamos con la sensibilidad y la imaginación a partir de lo que sensorialmente conectamos. Primero, un trabajo de caracterización. Y después qué impronta de energía, respiración, intensidad de cada una”, afirma Santa Ana. “Ella tenía –continúa la actriz– una agenda muy clara de conquistas y de luchas que se consiguieron cien años después. Fue la que me conmovió.”
Alfonsina Storni fue poeta. Se la conoce así. Antes, maestra. Fue también periodista y dramaturga. Siempre, feminista: “Cuando se dice feminismo, para aquellas almas, se encarama por sobre la palabra una cara con dientes ásperos y voz chillona. Sin embargo, hoy, no hay una sola mujer que no sea feminista, podrá no querer participar en la lucha política, sin embargo desde el momento que piensa y discute en voz alta las ventajas y los errores del feminismo es ya una feminista, pues el feminismo es el ejercicio del pensamiento de la mujer”, dice Alfonsina en el documental, con la voz de Muriel.
Storni se hace amiga de Salvadora Medina Onrubia, quien, como ella, es madre soltera. Se interesa por el trabajo de Julieta Lanteri. Y critica los estereotipos femeninos de la chica de clase media. Tania Diz, doctora en Ciencias sociales (Conicet), sostiene: “Lo que más le irrita es que la mujer sólo esté preocupada por su apariencia”. Alfonsina forma parte del grupo intelectual de hombres fuertes de la literatura argentina. María Luisa Femenías señala que por pertenecer a esos grupos “recibió mucha protección y cuidado. Pero las que no podían entrar a esos cenáculos intelectuales, sufrían muchísimos”. Muriel Santa Ana encontró un modo para no hacerla desde el clisé: “Rubén me ayudó a sacarle al pathos”. Szuchmacher recuerda que cuando la actriz se puso la peluca rubia, sonrió, “y ahí apareció Alfonsina, alegre y de bon vivant. No de lujos –asegura el director–, pero de disfrutar. Tuvo la desgracia de tener un cáncer y de tomar esa decisión. Esa es otra de las cosas que ocurre con la historia, creer que se puede explicar la obra de alguien a partir de su último gesto”.
Y TAMBIÉN OTRAS, MUCHAS
El documental de Encuentro se basa en la acción de sólo cuatro de las tantas que tejieron cambios de paradigmas. Puerto Madero lleva en sus calles los nombres de las que modificaron la historia. Mujeres de Puerto Madero (Atlántida), el libro de Paula Margules y María Esther Bazo Domínguez, es un trabajo sobre más pioneras. Margules es escritora, autora de Brújula al Sur y El año nuevo de los árboles. Sobre el porqué de contar a estas mujeres, dice: “Ellas abrieron camino y no se preguntaban si era para ellas o para salir en las revistas de moda: querían mejorar la sociedad en la que vivían y la que venía después. Nos interesa contar lo que ellas hicieron”. En esa línea, otro libro, Mujeres de fuego (Ediciones Continente), de Stella Calloni, intenta desde la entrevista dar con la lógica de esa pasión con la que muchas guiaron su viaje. Así, se sabe sobre Olga Orozco o Danielle Miterrand; también, las historias de Frida Kahlo, Manuela Sáenz y Rosario Castellanos.
Todas tenían algo en común. Las que hacen, modifican. Y queda para siempre. “Trabajaron por y para sus convicciones –dice Margules–, pero no en función de sí misma y de quienes llegaran después”. Preservar la memoria es tarea fundamental para recibir a las nuevas generaciones. En ese sentido, Feministas para colorear (Monoblock), es una propuesta que la escritora y guionista Carolina Aguirre junto a su amiga de la vida y diseñadora Eliana Iñiguez, pensaron para hacer circular con mujeres como Frida, Susan Sontag, Silvina y Victoria Ocampo. A Aguirre, de chica le hubiese gustado pintar y leer un libro así. Lo pensó en función de su sobrina de 8 años. “Quería que vea y conozca a todas las mujeres que me gustan y me emocionan, para darle otro modelo de mujer con la que soñar y en quien proyectar, para que sepa que puede ser cualquier cosa que ella quiera en el mundo”. Y muy especialmente, para que sepa que “todo lo que ella tiene y puede hacer hoy: votar, viajar, tener una casa a su nombre, ir a la universidad, divorciarse, no fue siempre así, fue una lucha y es algo que consiguieron otras mujeres para ella”.
Como en Sufragistas, las mujeres transitan sus luchas. Cada una en sus tiempos, según sus modos. Casi como un guiño, aquellas primeras caminaron sobre la Avenida de Mayo, la calle de edificios con historia que lleva hacia el Congreso, y su cielo amplio.
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