
El cielo es verde
A medida que mejoran sus instrumentos de observación, la astronomía descubre maravillas que el ojo humano no puede ver. Aquí, las últimas primicias del universo
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En enero, como si estuviera estimulado por la finalización del paseo alrededor del Sol de nuestro planeta, el campo de la astronomía explota como una supernova, disparando grandes salvas de novedades celestiales. Este año no es la excepción y nos ha traído la noticia de burbujas efervescentes a varios años luz de distancia, y de una enorme fuente de gas en erupción en una galaxia, semejante a la visión de un volcán en actividad, pero en cámara lenta.
En realidad, los anuncios astronómicos se hacen en enero por pura coincidencia. Ese mes, la Sociedad Americana de Astronomía realiza la primera de sus dos reuniones anuales, ofreciéndoles a sus miembros la oportunidad de revelar el fruto de su trabajo. Para los aficionados a la astronomía, es un acontecimiento excitante. Pero imposible de comprobar fácilmente: para contemplar el espectáculo descripto por los astrónomos no sólo hace falta un poderoso telescopio, sino también un par de ojos sensibles a un espectro mucho más amplio que el del pequeño arco iris que la gente denomina luz visible.
Cada año, a medida que los satélites y los sensores electrónicos amplían más su campo visual, una mayor parte del drama astronómico se desarrolla en el ámbito de lo invisible. La imagen familiar del prisma que descompone el color en gradaciones de rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo y violeta nos hace olvidar que el color – más precisamente, la radiación electromagnética– se extiende mucho más allá de ambos extremos de la escala cromática.
Para experimentar directamente todas las emociones que ofrecen los surtidores galácticos, observó el doctor Edward M. Murphy, astrónomo de la Universidad de Virginia, tendríamos que poder ver mucho más allá del azul, con ojos que registren el ultravioleta. Estos géiseres de gas extremadamente caliente que brincan por el firmamento antes de enfriarse surgen de las supernovas –estrellas en explosión. El doctor Murphy tuvo oportunidad de registrar ese fenómeno en la galaxia de la Ballena (NGC 4631), empleando el Far Ultraviolet Spectroscopic Explorer, un satélite lanzado en junio de 1999 para estudiar esa pequeña ventana de luz.
El ultravioleta, con una frecuencia un poco más alta que la de la luz visible, no está al alcance de los ojos. Para ver esas increíbles burbujas reveladas por el doctor Brian McNamara, de la Universidad de Ohio, habría que disponer de visión con rayos X. Por eso McNamara utilizó el observatorio Chandra, que orbita la Tierra y emplea rayos X. Así encontró la evidencia, en un racimo de galaxias llamado Abel 2597, de enormes vacíos, o cavidades fantasmas, que burbujean a través de los gases circundantes como secuelas de antiguas explosiones provocadas, tal vez, por la caída de materia en el interior de un agujero negro.
Con sus penetrantes sensores, el Chandra es capaz de ver a través de la escoria estelar y divisar el centro de la Vía Láctea, revelando los agujeros negros, las estrellas de neutrones y otros exóticos fenómenos astronómicos que se ocultan en sus rincones más recónditos. El doctor Daniel Wang, de la Universidad de Massachusetts, mostró las asombrosas imágenes registradas, una maravillosa pirotecnia de rojos, verdes, amarillos y azules.
Algunos astrónomos se dedican a explorar las posibilidades de avistamiento por medio de rayos gamma, que captan las notas más agudas del espectro, mientras que otros investigan las notas más graves, en el extremo opuesto: emisiones radiales e infrarrojas de baja frecuencia, que también resultan reveladoras.
Pero en este momento los astrónomos piensan sobre todo en las maneras de registrar un mapa del universo sin usar para nada la luz. Muy pronto habrá resultados de proyectos como LIGO (Laser Interferometer Gravitational-Wave Observatory), destinado a medir las débiles ondas gravitatorias emitidas por las estrellas en desintegración, los agujeros negros que colisionan y otras calamidades. Para realizar estas delicadas mediciones se hará rebotar rayos láser entre espejos apartados unos cinco kilómetros entre sí, distancia que fluctúa según el empuje de la gravedad sobre la Tierra. Los astrónomos esperan discernir esos fenómenos a partir de los cambios de la longitud de los rayos láser.
En realidad, gran parte de lo que los científicos han logrado saber del universo se basa en el estudio de la gravedad. Los nuevos planetas que se revelan cada año en los hechos no pueden ser avistados, ni siquiera por medio del telescopio espacial Hubble. Su existencia se infiere a partir del bamboleo que imprimen a sus estrellas madres.
Uno de los descubrimientos más satisfactorios de enero último fue el de un planeta distante que puede observarse gracias a su luz, que incluso es visible. Con una masa sesenta y cinco veces mayor que la de Júpiter, el planeta entra en la clasificación de las enanas marrones: es más grande que un planeta, pero no lo bastante pesado como para desintegrarse ni para inflamar el horno nuclear que genera las estrellas. El doctor Michael Liu, de la Universidad de Hawai, fue quien descubrió el sistema, a 58 años luz de la Tierra, usando los telescopios ópticos Gemini North y Keck, instalados en Mauna Kea. Estos telescopios están equipados con recursos ópticos de adaptación, que compensan la turbulencia atmosférica y permiten la formación de imágenes más nítidas de objetos distantes.
Pero, finalmente, todavía no existe nada más agradable que la vieja y buena luz. De hecho, dos astrónomos de la Universidad Johns Hopkins, Ivan Baldry y Karl Glazebrook, se llevaron las palmas al demostrar que el universo es verde pálido, más o menos entre el aguamarina y el turquesa. El hallazgo es bastante raro, ya que no hay estrellas verdes. Las más viejas son rojizas, y las jóvenes son azuladas. Pero cuando se mezcla la luz de todas las estrellas, el resultado es predominantemente verde. Es una idea agradable. Si uno pudiera alejarse del universo y observarlo a la distancia, lo vería resplandecer como una pileta de natación durante la noche. Por lo menos, si fuera posible ver con nuestros ojos todos esos colores.






