El detrás de escena y la mística del tenis en la pluma de Foster Wallace
El gran escritor norteamericano era un fanático de este deporte y le dedicó diversos escritos; esos relatos geniales, basados principalmente en el US Open, acaban de editarse en la Argentina justo cuando Del Potro retoma su mejor nivel internacional
“El sol de media tarde está en medio de un cielo tan límpido que casi se oye la combustión del sol, y las cabecitas diminutas de los espectadores en lo más alto de las gradas se encuentran tan cerca del borde inferior redondo del sol que dan la sensación de estar a punto de inflamarse. Los jugadores dejan caer las bolsas alargadas y empiezan a hurgar en ellas. Sus raquetas vienen en precintos de plástico que ahora les toca abrir. Se sientan en sus sillitas, mirando juntos las facetas de sus raquetas e inclinando las cabezas para escuchar sus instrucciones. Los cámaras que los rodean se dispersan cuando lo ordena el árbitro, algunos de ellos seguidos de estelas de cable. Los recogepelotas recogen trocitos de envoltorio de raqueta debajo de la silla de los jugadores.”
La escena pertenece al US Open de 1995, magistralmente registrado por David Foster Wallace en El tenis como experiencia religiosa, un pequeño libro de apenas dos crónicas escritas para Tennis y The New York Times que acaba de publicar Literatura Random House. Pero bien podría pertenecer al presente, porque a excepción de los jugadores en cuestión (en “Democracia y comercio en el Open de los Estados Unidos” Wallace describe con cinismo y ojo de experto el enfrentamiento Sampras-Philippoussis), nada parece muy diferente entre la última edición de este torneo y aquel otro donde, según el autor, estaban empleados “1500 ciudadanos del municipio de Queens”, y los carteles de publicidad aparecían con particulares trucos para que las cámaras los siguieran en cada jugada, y la vestimenta del público daba cuenta de una suerte de estratificación social según el nivel de gradas (menos dinero a medida que los asientos ascendían).
Incluso, si prestamos atención, detectaremos que más de veinte años después también se mantienen aquellos sectores especialmente reservados a empresarios donde “el público de la parte baja del estadio tiene un algo indefinible que evoca matrículas de Connecticut y céspedes muy verdes”.
Quienes hayan seguido la reciente edición del torneo que tuvo a Juan Martín del Potro entre sus figuras, ¿no vieron acaso algo similar en la final entre Stan Wawrinka y Novak Djokovic, con logos de marcas impresos hasta en las redes, recogepelotas desesperados para satisfacer a sus ídolos y looks hipersofisticados en las gradas más bajas rebosantes de lentes Ray Ban y sombreros con estilo para protegerse del sol?
Claro que ahí donde termina nuestra visión de novatos empieza el impertinente análisis de Foster Wallace, porque si algo tiene de interesante este libro escrito por el gran cronista norteamericano es la osadía para ver mucho más de lo que se muestra.
Su incorrecto desparpajo al describir, por ejemplo, la forma en que Pete Sampras transpira (“suda los pantalones cortos de color azul pastel de una forma embarazosa que sugiere incontinencia urinaria y que permite ver a todo el mundo el sitio exacto donde tiene las correas del suspensorio atlético”).
O la obsesión con los repartidores de café Juan Valdez (gran sponsor de la época), demasiado distraídos y capaces de entregarle muestras gratis para casi un mes, o la pesquisa detallada de las cosas que se ofrecen para comer (los perritos con chucrut son sus favoritos pese al precio) e incluso la descripción nada sutil de un exterior no tan prolijo ni cool, que ostenta desde venta de marihuana hasta intercambios ilegales de alimentos entre los cocineros del torneo y los taxistas rapaces.
Divertido y recomendable entonces es leer esta descripción a la hora de establecer una analogía con el torneo actual y preguntarse qué otras cosas hubo detrás del triunfo de Wawrinka y la llamativa revelación de Del Potro. Y ojo con esto último, porque pasando ya a la segunda crónica del libro, “Federer en cuerpo y en lo otro”, también aquí podemos encontrar una similitud más que interesante entre la fascinación de Foster Wallace por Roger Federer y el consagratorio lugar que el jugador argentino supo cosechar en este torneo.
Hay una sensación casi mística que siente Wallace al ver jugar a su ídolo (de ahí, justamente, el título del libro). Sensación que –dicho sea de paso– no tiene que ver únicamente con la gracia y la belleza que el mundo entero reconoce en los movimientos de Roger (“La belleza humana de la que hablamos aquí es de un tipo muy concreto; se puede hablar de belleza cinética. Su poder y su atractivo son universales. No tiene nada que ver ni con el sexo ni con las normas culturales. Con lo que tiene que ver en realidad es con la reconciliación de los seres humanos con el hecho de tener cuerpo”), sino en el hecho de que el propio Wallace había sido jugador de tenis en su juventud –llegó a plantearse la posibilidad de inscribirse en el circuito profesional de su país– y habla de él con experticia y respeto, esto último, digno de destacar en cínicos de alto calibre como él.
“Momentos Federer.” Así bautiza Wallace a esas jugadas hipnóticas, únicas y perfectas (“Federer es capaz de ver, o de crear, espacios y ángulos para obtener puntos que nadie más puede imaginar”).
Jugadas que de no ser por la contenida corrección del público tenístico podrían haber ocasionado ovaciones de un minuto y medio como la que recibió Del Potro, momentos antes de abandonar la última edición del US Open con un desempeño impecable. Había, es cierto, una cantidad interesante de argentinos en la tribuna. Pero también es cierto que Del Potro destacó, y no sólo por la efusiva adhesión nacionalista. El tenista argentino (campeón del torneo en la edición de 2009) cautivó a todos por algo que podríamos calificar como el reverso de la perfección Federer, retomando la forma en que lo describió recientemente el New Yorker: diversión.
Como señala la publicación en una crónica titulada “La felicidad de ver a Juan Martín Del Potro”, lo que hay que agregar a la soltura, potencia y precisión de su juego es su capacidad de producir felicidad en quien lo observa. Y aquí es donde Wallace podría, de estar vivo y de haberlo visto jugar, desplegar una vez más la faceta emotiva de su pluma. Pasar revista a la lesión de muñeca, las operaciones, la fuerza de voluntad, su recuperación, el sacrificio para volver, la medalla de plata en los Juegos Olímpicos, la invitación a ser parte del torneo.
Y sin lugar a dudas, rematar con divertidísimos comentarios relativos a los argentinos que lo arengaban.
Temas
Más leídas de Lifestyle
"Estoy viviendo un sueño". La periodista y abogada platense que a los 60 años va por el título de Miss Universo
Potente antioxidante. Este es el fruto seco que ayuda con la concentración y aporta omega-3
Terror mundial. El error humano que generó la “Puerta del Infierno”: arde a más de 400° y no saben cómo cerrarla