El Negro Olmedo y un humor que no volverá
Fue la mañana más triste, cuando nos quedamos sin sonrisas, preguntándonos cuándo volveríamos a reír. La noticia pareció al principio absurda, sin sentido, y muchos creyeron que se trataba de otra broma. Nadie podía creer que Alberto Olmedo se había ido para siempre en el final de aquel verano fatídico del 88, cuando, como señala Nicolás Artusi en su columna de hoy, se terminaba la inocencia y la primavera democrática empezaba, casi sin transición, a dar paso al otoño alfonsinista. Otro país asomaba y en él ya no contaríamos con Olmedo ni las risas alicientes que su humor provocaba.
Han pasado treinta años de aquella trágica mañana y una sociedad muy distinta lo evoca hoy con nostalgia y algunos interrogantes sin respuestas. ¿Los años por venir hubieran sido diferentes con él vivo? ¿Cómo hubiera evolucionado su humor? ¿Seguiría haciéndonos reír? ¿Encajaría en la sociedad actual? El Negro Olmedo tendría ahora 85 años. ¿Continuaría actuando en teatros de revista, como esos viejos capocómicos que se resisten a bajar del escenario, rodeado de vedettes y nuevos partenaires, ya que de los suyos no ha quedado casi ninguno? ¿Seguiría siendo exitoso o se le cuestionaría su humor por sexista? ¿Le lloverían críticas si durante una entrevista incurriera en alguna frase inconveniente por ignorar, acaso producto de una inevitable senectud, que ya no hace reír lo que antes lo hacía?
Pocos signos de los tiempos hay más fuertes que el humor, y está claro que éste cambió desde entonces. El que hacía Olmedo representó en su época una pequeña rebelión a la pacatería moralista y un escape transgresor y pícaro a los censores –oficiales o no– que siempre pretenden blandir la regla precisa de lo correcto. Sin embargo, como los humores de una sociedad están atados a momentos y lugares determinados, es difícil suponer que muchos de aquellos gags tendrían hoy el mismo efecto. Pero juzgar al pasado con los ojos del presente no es oportuno ni justo, porque los hechos del pasado están ahí, inalterables, mientras que nuestras miradas cambian a medida que nos volvemos más conscientes sobre cosas que no lo éramos.
Estas preguntas sobre el más grande humorista argentino, el que tal vez nos hizo reír como nunca volvimos a hacerlo, solo sirven para dimensionar la profundidad del cambio cultural que atravesamos. Hoy no pensamos que el cuerpo semidesnudo de una mujer sea gracioso, no nos causa risa que alguien sea gay y el machismo nos resulta patético. Estamos cambiando nuestra manera de pensar, y con ella también lo hace nuestro humor.
Por todo esto recordemos esta semana a Alberto Olmedo con una gran sonrisa, sabiendo que nos hizo felices cuando pocas cosas lo hacían, y siendo conscientes de que se trató de un actor cómico tan genial y único como irrepetible es su humor.
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