Se legalizó la marihuana, pero los defensores del autocultivo y el consumo libre no celebraron su sanción. Entre ellos Alicia Castilla, una argentina de 69 años que se convirtió en referente intelectual de la cultura cannabica en el país de Mujica. Voces y argumentos alrededor de la hierba.
Hay un cerco. Un portón de madera. Un jardín con árboles y flores al frente. Dos perros, llamados Chiara y Pérez. Atrás, una casa de veraneo. Hay pocos vecinos, mucho silencio, olor a pino mezclado con mar. Aquí se instaló, en diciembre de 2010, Alicia Castilla. Es argentina, tiene 69 años y es autora de los libros Cultura cannabis y Cultivo cannabis.
Después de doce años de vivir en Buenos Aires -antes se había pasado treinta en distintas partes de Brasil-, Castilla dejó de sentirse cómoda. Primero evaluó volver a España, el país donde cursó la universidad y se licenció en Educación y Turismo. Pero la crisis ya se sentía en el aire. Así que desistió. La segunda opción fue Uruguay. Una pareja de amigos que se había instalado allí le contó los beneficios de vivir en el país vecino: la gente no cierra la puerta con llave, no hay histeria, todo es muy tranquilo. La película Dos hermanos de Daniel Burman, protagonizada por Graciela Borges y Antonio Gasalla, alimentó el mito.
-La película muestra esa imagen que uno tiene de Uruguay, de gente muy culta, muy simple, muy campechana.
Quería vivir en Uruguay, pero alejada de Montevideo.
-Si a vos no te molesta y no estás apurada, tendría que entrar a El Fortín. Nos dieron una casa para vender y no la vi -le dijo la mujer de la inmobiliaria, que ya le había mostrado varias propiedades de la costa uruguaya con poco éxito. Y ella la acompañó.
Después de recorrer el camino de tierra, atravesar la zona de bosque y llegar hasta los barrancos que anticipan el mar, el auto se detuvo. Afuera, la lluvia y el viento hacían demasiado ruido.
-Yo quiero vivir acá el resto de mi vida. No me importa cómo esté la casa.
Castilla se compró la casa de El Fortín, un diminuto y bastante desconocido balneario a pocos minutos de la capital uruguaya. Desde allí empezó a pensar cómo ejecutar el proyecto de una editorial virtual. Solo necesitaba su computadora, conexión a Internet y un poco de porro para tirar hasta que las plantas de marihuana empezaran a dar su flor. Comenzó a cultivar en Buenos Aires, cuando eran muy pocos los que lo hacían. Quería vivir su propia experiencia para poder escribir Cultivo cannabis con propiedad.
-Pienso que no estoy cometiendo ningún delito. Soy una persona pública que escribe libros sobre el tema. Si me como algo, va a ser un proceso en libertad -decía-. Nunca pensé estar en cana.
El último domingo de enero, 59 días después de haberse instalado, Castilla escuchó los motores de varios autos parados fuera de su casa. Eran cinco patrulleros. Cuando los vio supo a qué habían ido. Les preguntó si tenían una orden de allanamiento. Le dijeron que sí. Castilla les abrió la puerta y los llevó hasta el jardín del fondo. Había veintinueve plantines de marihuana. Era de tarde. El día anterior había vuelto de Buenos Aires con un vino en el bolso. Les había prometido a unos vecinos que lo iban a tomar a la noche.
-Me llevan, me identifican y de noche estoy aquí de vuelta -pensó.
No hubo vino. Alicia Castilla se pasó 95 días del año 2011 en la cárcel. La acusaron de producción ilícita de sustancias.
La denuncia llegó vía mail. La hizo un joven español llamado Gonzalo y con Trastorno Límite de la Personalidad. Dijo que era un turista y que había pasado por allí de casualidad. El correo electrónico mostraba fotos del interior de la casa y del jardín. Jamás contó que las semillas de marihuana las había llevado él desde España.
Castilla conoció a Gonzalo cuando escribía para la revista española Spannabis (ahora Cannabis Magazine).
-Había un chico que era como el che pibe, pero de muy buen nivel. Además era un excelente cultivador. Era el encargado de cuidar las plantas cuando en verano todos los de la revista se iban de vacaciones. Muy de confianza. Un tipo anarquista, antisistema. Y un día lo echan. Y nosotros nos habíamos hecho amigos. Así que seguimos el vínculo por Internet. Y me contaba la dificultad para encontrar trabajo porque solo había trabajado ahí. Como yo estaba con esa idea de la editorial virtual y él además sabe muchísimo de informática, le propuse que se viniera a ayudarme.
Castilla publicaba, en ese entonces, un almanaque online para cultivadores de marihuana. Su idea era convertirlo en una aplicación para celulares y también comercializar sus libros de modo digital.
Gonzalo se instaló en El Fortín, en medio de las cajas que Castilla aún no había terminado de desarmar. Los cambios de humor, los discursos caprichosos y sabelotodo y algunas acciones inentendibles del español -como llenar el tanque de agua con jabón en polvo- hicieron que la convivencia fuera una guerra fría. La situación se fue volviendo más y más tensa. Gonzalo la amenazó varias veces con denunciarla por tener plantas. Castilla nunca le creyó. Su miedo real era que en uno de esos brotes, producto de su trastorno, la matara.
El sábado 22 de enero, Gonzalo se tomó un avión en el Aeropuerto de Carrasco. El pasaje de ida y vuelta se lo había pagado Castilla, cuando todavía confiaba en que podían desarrollar un producto juntos y fumar los mismos cogollos. El lunes, ya de vuelta en España, Gonzalo hizo la denuncia. Castilla fue la penúltima procesada por autocultivo en Uruguay.
En Uruguay consumir marihuana está permitido desde 1974, el año después del inicio de la dictadura cívico-militar. Se fuma en la rambla, en el estadio, en las plazas, fuera del boliche, a la entrada del cine, en los conciertos, en los asados, después de un fútbol cinco, en las casas. Nadie se asombra. Pero cultivar, comprar, vender y distribuir está prohibido y penado. Durante años las asociaciones que militan por la legalización del autocultivo lucharon por demostrar que la única manera que los consumidores tenían de evitar el mercado negro era plantando lo que querían fumar.
Entre 2010 y 2011 se presentaron dos proyectos de ley que tenían como objetivo despenalizar el autocultivo. Ninguno prosperó. El 20 de junio de 2012, semanas después de que un chico menor de 18 años asesinara a un empleado de una pizzería montevideana, el gobierno de José Mujica dio a conocer un paquete de medidas para mejorar la seguridad del país. Dentro de esas quince medidas estaba la idea de que el Estado uruguayo se encargara de controlar el mercado de la marihuana. El proyecto de ley que llegó al Parlamento no incluía, inicialmente, la legalización del autocultivo.
Según la última encuesta sobre consumo de drogas realizada en 2011 por la Junta Nacional de Drogas, el 20% de los uruguayos entre 15 y 65 años ha consumido marihuana alguna vez en su vida. Un 8,3% consumió en los últimos doce meses (en la Argentina, el porcentaje es del 7,2% y en Estados Unidos, del 13,7%) y un 4,9% lo ha hecho en los últimos treinta días. La cifra crece desde 2001. Son 18.700 las personas que fuman porro a diario. Aunque aún es imposible calcular cuántos son exactamente, se dice que en el país hay más de 20.000 autocultivadores.
La noche del martes 10 de diciembre de 2013, alrededor del Palacio Legislativo de Montevideo, hubo fiesta, porro y mucho reggae. Después de más de un año de discusiones,
la ley de regulación de la marihuana fue aprobada. Los días siguientes, Uruguay apareció en las noticias de todo el mundo.
En el piso número diez de la Torre Ejecutiva -el más moderno de los edificios de la Plaza Independencia-, está ubicada la Junta Nacional de Drogas. Un piso más arriba, la oficina del presidente José Mujica.
A las nueve de la mañana, Julio Calzada -secretario general de la Secretaría Nacional de Drogas- toma un té negro mientras lee los diarios. En los últimos meses, este sociólogo de pelo lacio y canoso se ha convertido en uno de los nombres más recurrentes a la hora de hablar de la ley.
-Nosotros hablamos de regularizar, no de liberalizar.
La ley 19.172 regula la compra, producción, distribución y venta de cannabis. El Estado uruguayo asume el control de todo lo que gire alrededor del consumo de marihuana.
-Lo que se busca es atacar el narcotráfico con otras herramientas, además de la ley penal. Esas herramientas son competir en materia de precios, en calidad y en seguridad. Y también romper con esta incongruencia jurídica que existe desde la dictadura y que afecta a los derechos de las personas.
En Uruguay se podrá comprar marihuana en farmacias. Cuarenta gramos por mes. Solo lo podrán hacer los residentes mayores de 18 años. Los que cultiven cannabis para consumo personal podrán tener hasta seis plantas y su cosecha no deberá superar los 480 gramos por año. La tercera vía de acceso serán los clubes de membresía, que se podrán conformar a partir de quince personas y hasta 45. Cada club podrá cultivar 99 plantas. Los que quieran comprar, cultivar o formar uno deberán registrarse previamente en el Instituto de Regulación y Control de Cannabis.
La ley ya está aprobada y promulgada, pero el Poder Ejecutivo aún trabaja para cerrar los huecos que dejó la letra escrita: quiénes se encargarán de la producción de marihuana, de dónde se traerán las semillas, cuáles serán las variedades, cuál será el porcentaje de tetrahidrocannabinol (THC), a qué precio se comercializará el cannabis que se venda en las farmacias. Según Calzada, estos detalles se darán a conocer en pocos días.
Castilla abre una rendija del portón de madera. Le preocupa que Chiara y Pérez -los perros que rescató de la calle- se escapen. Tiene el pelo canoso, lacio, corto. Sus rasgos son bellos y su andar habla de una mujer fuerte. Tiene los lentes colgados del cuello. Usa calzas negras, remera animal print y zapatillas Head. Adentro, en lo que parece ser un espacio que antes estaba a la intemperie, hay una bicicleta fija, dos sillas de escritorio, algunas plegables, un sillón cama, un perchero con sombreros. Del otro lado de la ventana, donde se adivina el living, está sentado Daniel Vidart. Trabaja en la computadora. Se entusiasma con una discusión que se generó en su muro de Facebook. Allí, para todo el que lo quiera leer, expone sus motivos sobre por qué el alcohol y el tabaco son más dañinos que la marihuana. Vidart es uno de esos grandes nombres de la intelectualidad uruguaya. Es antropólogo, docente, escritor de más de una docena de libros, amigo cercano de Mujica y de su mujer, la senadora Lucía Topolansky. Vidart tiene casi 94 años y fuma porro desde hace décadas.
Cuando salió de la cárcel, Castilla se convirtió en la voz de la cultura cannabis en los medios uruguayos. Un día decidió dejar de hablar. Tiempo más tarde, en su casilla de correo, encontró un mail que decía lo siguiente: "Yo no sé si vos sabés quién es Daniel Vidart. Es una de nuestras mayores glorias. Quiere conocerte porque está escribiendo un libro sobre la marihuana. Te aclaro que, a pesar de sus más de noventa años, no deja títere con cabeza". Lo firmaba uno de los periodistas que la había entrevistado.
Se conocieron. Pero antes él puso sus condiciones. Tenía que ser de mañana. Ella se preguntó quién se cree este señor. Sus vecinos de El Fortín la convencieron de que fuera y la llevaron. Un día a las 10.30, Castilla tocó timbre en una casa del barrio Pocitos, en Montevideo. Le llevó uno de sus libros de regalo y él la despachó rápido. Tenía otra reunión y se había olvidado de su visita. Ella volvió a dudar de las glorias uruguayas, pero igual le escribió un mail diciéndole que el encuentro había tenido gusto a poco. Después se fue a Chile. Él le escribió poemas. Durante dos meses no se vieron, solo se escribieron. En enero se casaron.
Castilla dice que desde que está con él engordó ocho kilos. Que los hombres necesitan comer sentados en una mesa, con individual, platos, cubiertos y postre. También dice que la llegada de Vidart a su vida fue como un huracán. La casa se le llenó sobre todo de libros. Uno de los hijos de él le regaló una antología de cuentos de Cortázar. Le dijo que leyera "Casa tomada".
En el Registro Civil, después de haberse casado, Castilla le agradeció a Gonzalo, el español que la denunció. Si no hubiera sido por él jamás habría conocido a Vidart. Ni Castilla ni Vidart están de acuerdo con la ley que el Senado uruguayo aprobó en diciembre.
-Tengo un profundo deseo de que fracase -dice Castilla-. Esta ley legaliza el estigma. Dice que a la gente que fuma marihuana hay que controlarla y registrarla. Ahora dicen que ni siquiera se pueden entregar los cuarenta gramos a la vez. No sea cosa de que los fumetas hagan cualquier locura o se vayan a la Argentina a venderla.
Castilla se enoja. Dice que es peor esto que lo que había antes, que atenta contra las libertades individuales, que por qué no se controla la cantidad de cajas de cigarrillos que fuma la gente por día, que la ley está llena de prejuicios, que la ley para liberar el autocultivo era mucho más sensata. Castilla se niega a acatar la ley, se niega a registrarse.
-Prefiero aceptar que voy a ser ilegal toda la vida y bancármela.
La Asociación de Estudios de Cannabis del Uruguay (AECU) tuvo su primera asamblea el 1º de diciembre de 2011. Una de las grandes batallas de sus miembros fue, hasta 2013, legalizar el autocultivo y los clubes de membresía. El 10 de diciembre festejaron.
Fuera de la nueva sede de AECU, Laura Blanco -presidenta de la asociación- arma un cigarrillo de tabaco mientras habla con Martín Gaibisso. En el interior, entre mesas y sillas desnudas, otros miembros del grupo comparten el mate. Son las seis de la tarde y a las siete tienen una reunión. AECU se prepara para el inicio de los cursos de autocultivo del año. Son muchos los uruguayos que quieren aprender a plantar y que antes no lo hacían por temor a vivir un episodio violento.
-Más allá de que hay cosas con las que no estamos de acuerdo, nosotros vemos esta instancia como un gran mojón, como un punto histórico. Hubo un cambio de cabeza; se pasó del prohibicionismo a probar otro camino -dice Gaibisso.
Varios de los integrantes de AECU trabajaron en la redacción de la ley a la par de la Junta Nacional de Droga. Si para muchos fumadores el tener que formar parte de un registro del Estado es una medida incómoda, Blanco asegura que es la manera de legitimar a los usuarios y no criminalizarlos.
-El registro es necesario. No queremos ser un narco-Estado. Si no tuviéramos el registro pasaría lo que sucede en Colorado. Vendrían veinte millones de brasileños y no sé cuántos argentinos a cruzar la frontera. De otro modo, no se podría controlar. Además, se estaría generando un tráfico interno para vender en otros lados. Eso es lo que el gobierno no quiere.
En agosto, después de que la ley se aprobara en la Cámara de Diputados y pasara al Senado, Mujica habló sobre la regulación en la audición que, semana tras semana, hace en una radio uruguaya.
-La ley que se intenta es una regulación. No es un viva la pepa.
Según una serie de encuestas publicadas en el segundo semestre de 2013, entre el 58% y el 63% de los uruguayos está en desacuerdo con la nueva legislación.
-Esta es una ley para una minoría votada por una mayoría. Tenía que decir lo que la mayoría podía aceptar. No se podía salir a espantar viejas -dice Blanco.
En una esquina, un pibe de barba tupida y cabeza llena de rastas carga sobre sus hombros un cartel que dice lo siguiente: "Marihuana legal. Ingrese. Test Oficial". La gente lo mira, le saca fotos, se ríe. El pibe trabaja en la farmacia de la esquina. Adentro, en el mostrador, hay una bandeja con unos brownies y detrás, sobre un cartón blanco, el logo de Uruguay Natural que, en lugar de tener un sol, tiene una hoja de marihuana. Abajo se puede leer una advertencia: "Comer brownies con marihuana puede ser perjudicial para la salud". A todos los que ingresan y preguntan, el farmacéutico los invita a que prueben una muestra gratis.
-Queremos ser la farmacia de los porreros.
La descripción forma parte de una cámara oculta que la productora uruguaya Pardelion hizo en una farmacia de Montevideo, días antes de que se aprobara la ley de regulación de la marihuana. Denny Brechner, Alfonso Guerrero, Marcos Hecht y Diego Rosenblatt -cuatro amigos de alrededor de treinta que vienen del mundo audiovisual- se dieron cuenta de que si había un día en el que el mundo entero iba a estar mirando a Uruguay, ese iba a ser el día en que se aprobara la ley de la marihuana.
-Lo que nosotros nos preguntábamos era qué iba a pasar en las farmacias cuando alguien fuera a pedir veinticinco gramos -cuenta Hecht-. Lo que hicimos fue un experimento de cómo sería el futuro.
El video muestra una serie de imágenes en las que varias personas dan sus datos, ponen sus huellas digitales y acceden a sacarse una foto para que se los ingrese al registro.
-Eso habla de cómo están los uruguayos con respecto al tema -dice Hecht.
El video fue colgado en YouTube el día en que se realizó la votación en el Senado. Lo vieron más de 820.000 personas. Diarios como The Guardian y Le Monde lo subieron en sus páginas web.
S?ebastián Romero tiene 24 años. Vive con sus padres en El Pinar, un balneario a menos de media hora de Montevideo y que se ha convertido en el lugar de residencia de muchos capitalinos que se agotaron de la ciudad. En el fondo de la casa, entre morrones, choclos, tomates y zucchini, tiene sus plantas de marihuana. Son varias. Cuenta que sus padres legalizaron el autocultivo antes de que se aprobara la ley, aunque aún no les hace mucha gracia.
El Pinar, como varios de los demás balnearios cercanos a Montevideo, es un lugar muy amigable para plantar semillas de cannabis. Los jardines son amplios y los vecinos están lejos. Y a eso se le suma que el clima uruguayo es bueno. De ahí que aquí la forma de cultivo sea, en su mayoría, en exteriores.
En Uruguay ingresar semillas de marihuana es ilegal. Pero las semillas entran y salen todo el tiempo. Romero vivió unos años en España y cuando volvió se trajo varias. Con los años las ha ido cruzando y logrando así nuevas variedades. Hace diez años que no compra porro en el mercado ilegal. Dice que tampoco se lo va a comprar al Estado, salvo que se quede sin marihuana en algún momento. La única razón por la que le interesa registrarse es para hacer un club con amigos. De todas maneras, entiende que la ley está llena de contradicciones y que tiene fallas. Una de ellas es que no contempla uno de los puntos fundamentales dentro de la cultura cannabica. Los que plantan, por ejemplo, no van a deshacerse jamás de las semillas que han ido consiguiendo. Los cultivadores plantan lo que les gusta, lo que quieren experimentar. Es difícil que se apeguen a las variedades que ofrece el Estado como, probablemente, lo harán en sus inicios los novatos. Para Romero, la ley está pensada para personas que viven en ciudades, con espacios chicos, que solo tienen la posibilidad de plantar en macetas. Una planta de marihuana que crece libre, en una superficie amplia, puede llegar a medir tres metros.
Con el pelo sobre sus ojos claros, un cigarrillo Marlboro en la mano y campera de la selección italiana de fútbol, Romero señala el jardín de la casa de al lado. Allí vive su tío. Tiene seis plantas enormes. Dice que cuando coseche, de cada una va a sacar más de un kilo de marihuana para fumar. Las plantas de macetas, por lo general, no superan los treinta gramos. Otro de los grandes interrogantes en torno a la ley es si la regulación va a significar la muerte del dealer. Romero hace diez años que no compra porro prensado. Pero es bastante poco optimista sobre la desaparición del mercado negro.
-Va a haber un nuevo mercado negro. A los turistas que quieran consumir les van a decir que no. Entonces va a haber gente que plante y que venda la marihuana que le sobre. O gente que no fume, se registre, compre y después la revenda más cara. Muchos de los que están en el mercado del turismo lo van a hacer. Así estás generando un mundillo turbio por boludeces de la reglamentación.
Los primeros días de enero, las farmacias de Punta del Este recibían a diario a extranjeros que querían saber si ya se estaba vendiendo marihuana.
La noticia se conoció al día siguiente de aprobada la ley. Las embajadas uruguayas en el mundo estaban recibiendo muchas consultas sobre cómo se puede hacer para residir en Uruguay.
-La gente se quiere venir. Se creen que aquí se puede cultivar, que todo es paz y amor. Yo creo que es tal el deseo de que se libere que no entienden lo que dice la ley -dice Castilla mientras mueve la cabeza con sus ojos descreídos.
Cuando se separó de los Beatles, John Lennon escribió God y dijo: Dream is over. Castilla creció escuchando a los Beatles, leyendo que en el norte se consumía marihuana, que sus músicos favoritos fumaban porro. Probó cuando era adolescente en una fiesta en Buenos Aires, escondida con otros más. Al cigarrillo de tabaco lo abandonó hace décadas. Al de marihuana nunca más.
-A mí lo que me enganchó fue básicamente que me hace dormir, porque soy insomne. Duermo mucho mejor que si tomo diazepam y todas esas porquerías -cuenta-. Nunca pude entender que fuese un delito. Siempre pensé de una manera un poco naif que si la gente tenía conocimiento se iba a desdemonizar. Ahora veo que es mucho más profundo. La desdemonización tiene que ser algo mucho más institucional y eso cuesta mucho. Esta ley es una consecuencia de esos prejuicios. Me da mucha bronca. Yo tenía muchas expectativas con este gobierno. Pensé que íbamos a tener leyes más justas.
Alicia Castilla siente, como Lennon, que el sueño terminó. Mientras tanto, miles de uruguayos creen que el sueño recién está por comenzar.