Estuve seis meses sin lavarme el pelo con shampoo y esto es lo que aprendí
"Esta es otra de tus locuras", me dijeron mis amigos: no podían creer que había decidido dejar por completo el shampoo. Era 2015 y la moda de las versiones sólidas o el cowash todavía no habían llegado a Instagram. Sin embargo, las amenazas de varias blogueras naturistas sobre los supuestos males de los parabenos, los sulfatos y las siliconas me terminaron de convencer. A partir de ese entonces, tiré mis botellas de shampoos comerciales y decidí armar mi propio menjunje con lo que tenía en la cocina. Esto es lo que aprendí.
Antes que nada
A diferencia de otras técnicas, los seguidores del método "no-poo" (quiere decir "no shampoo" o algunas versiones advierten, "no basura") serían algo así como los veganos del pelo: corta de cuajo cualquier químico y alienta a usar productos naturales en la cabeza. ¿Por qué? Simple: los químicos barren con todos los aceites naturales que nuestro propio cuero cabelludo produce y que nutriría nuestro pelo de manera natural. La idea de este método es encontrar el balance perfecto entre nutrición y humectación con productos naturales. Básicamente, no ponerse nada en la piel que no podrías consumir. Tiene sentido, ¿no? Lo cierto es que termina convirtiendo tu ducha en una segunda alacena, no maltrata tanto la bañera y los resultados, al menos al principio, son los mismos.
Con el no-poo probé desde bicarbonato de sodio, limón y vinagre, hasta huevos, mayonesa palta, miel y cerveza. La premisa era muy similar a todos los otros métodos que están dando vueltas: pasan de una semana a un mes hasta que tu cuero cabelludo "se desintoxica" de todos los químicos con los que lo bombardeaste durante años y se termina "acomodando" a los nuevos productos. Según prometen estas blogueras, si lográs aguantar un tiempo con el pelo raro, el regalo va a ser una cabellera más saludable que puede soportar lavados semanales sin problemas.
Lo primero que tuve que hacer fue romper el círculo vicioso después de años de productos químicos en mi pelo. Para eso usé un truco que mi peluquero de confianza me transmitió durante mis años de alisados y shocks de keratina: el detergente de cocina. Se supone que este producto, si bien es químico, no tiene parabenos, sulfatos ni siliconas, todos aditivos que queremos remover de nuestro pelo. Me enjuagué dos veces y esperé un par de días antes de empezar a mezclar mi próximo shampoo.
Las primeras 24 horas pasaron como si nada, pero las siguientes 48 busqué desesperadamente una solución natural a la grasitud. Así conocí que la maicena -con cacao para las morochas- es un shampoo seco natural increíble y es una técnica que sigo usando hasta el día de hoy. El procedimiento es parecido al producto comercial: espolvoreamos encima de la cabeza al mejor estilo del chef turco Salt Bae y metemos los dedos adentro de la cabellera. Volumen y pulcritud al instante.
La hora del menjunje
Después de mi primer acercamiento al mundo de la peluquería ecológica , llegó la hora del menjuje. Armé en dos botellas separadas una parte de bicarbonato de sodio por tres de agua y en la otra, vinagre de manzana diluido. El resultado fue uno de los pelos más brillantes que tuve. Apenas se sentía el olor a vinagre, pero en unas horas desapareció. Esperé otros dos días para repetir el experimento.
No tardé en aburrirme de la mezcla y empecé a innovar. Había leído que el limón ayudaba con la grasitud y lo reemplacé por el bicarbonato. No fue tan efectivo y aunque le di varias chances, siempre volvía a la primera opción. Mi investigación me llevó a usar solo miel diluida para ayudar a la humectación. Funcionó bien como máscara, pero también me lo dejaba grasoso. En un momento llegué a la conclusión de que a mi pelo le faltaba proteína, así que probé una máscara de mayonesa, incluso me rompí un huevo y corté media palta para un baño de crema casero. Pero lo más osado que hice fue reemplazar el vinagre por ¡cerveza! El resultado fue similar, pero en mi baño quedó olor a piso de bar por un ratito.
Por qué volví a los químicos
Así fueron pasando los meses. Mi pelo sufría altibajos y siempre volvía al bicarbonato. Esta parecía la mejor solución: me dejaba el pelo sin grasa y, según mis influencers ecológicas, eliminaba las toxinas del cuero cabelludo. El problema es que había leído demasiadas experiencias que hablaban mal de usarlo cotidianamente. Lo mejor siempre eran los productos ecológicos que no me habían dado tan buenos resultados. Encima la idea siempre había sido retrasar los lavados, pero mi pelo no se lograba ajustar al deseado enjuague semanal. Lo máximo que logré fue no lavármelo por tres días y me acuerdo de usar muchos rodetes en esa época.
El título de esta nota puede ser engañoso: en esos seis meses por apuro o por comodidad, volví al shampoo por pocos lavados, pero siempre empecé de nuevo todo el proceso. Hasta que un día me cansé de investigar y a falta de la oferta que existe hoy en el mercado, compré un shampoo de marca conocida que hace mucha espuma y contiene todos los "venenos" que había tratado de evitar esos meses. Mi pelo no fue más feliz, pero mis rutinas fueron más despreocupadas.
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