Hernán Cattáneo, el hombre disco
El DJ argentino por excelencia se presentará esta semana en Punta del Este y, en febrero, en el Teatro Colón. Habla de su vigencia frente a figuras cada vez más jóvenes y de la vida de trasnoche... para los demás. “Nunca me gustó la joda”, asegura
Es verano del 86 en la discoteca Sabash de Villa Gesell. Suena el tema "Self control", de Laura Branigan, y la pista se enciende, pero cuando arranca "I Just Can't Get Enough", el hitazo de Depeche Mode, hasta los que estaban chapando en los almohadones de cuero marrón se ponen a bailar. Hay una gran barra de madera con botellas detrás, un hombre que sortea estadías en Bariloche y pibes con buzo en la cintura presumiendo tragos largos. Desde las bandejas asoma un rubiecito de remera blanca, boca churrascosa y ojos grandes, que naufraga en un océano personal de vinilos y ecualizadores. Las probabilidades de que ese muchacho de 21 años se convierta en uno de los DJ más venerados del planeta son, en ese momento, prácticamente nulas. Tres décadas más tarde, Hernán Cattáneo es una megaestrella de la música electrónica, con un ejército de seguidores incondicionales y más de 1500 shows encima, en 300 ciudades del mundo. Por delante tiene un verano agitado: toca pasado mañana en Punta del Este, en el marco de un tour sudamericano, y más adelante vuela a Yakarta, Bali y Sídney, entre otros destinos. Finalmente, desembarcará el 22 de febrero en el Teatro Colón, en un show que los más conservadores ya están cuestionando.
¿Cómo fue? ¿Cómo hizo para pasar del ochentoso Sabash a tomar 200 aviones al año y estar en la elite planetaria de los DJ? Resulta inquietante que, sin ningún toque mágico, alguien pueda construir semejante carrera sólo a base de trabajo duro y apenas “un 40% de talento”, según dice el propio Cattáneo. Todo lo que vivió, desde poner música a los 12 en las fiestas de amigos hasta la consagración internacional en 2001, parece orquestado a propósito, una especie de ascenso en un tobogán climático, parecido a la música que pasa cuando está en las bandejas.
Hijo de clase media en Caballito, vivía frente al Parque Rivadavia y jugaba pésimo al fútbol. La cosa no iba por ahí. Mientras sus amigos se embarraban con la pelota, él vivía enamorado de los parlantes y lo único que ansiaba era tener plata para comprar discos. Ya entonces tenía ese tic altruista de poner música para los demás. “Me gustaba comprobar si a los otros se les erizaba el pelo igual que a mí con una buena canción”, dice.
Hubo un tiempo, antes de ascender al estatus de semidioses, en que los DJ eran sólo tipos cancheros, muy solicitados en la soledad de sus cabinas, reyes de la noche a los que había que rogarles para que pusieran un tema, algo que sólo conseguían las chicas a fuerza de miradas y pucheros. Cattáneo nunca dio con ese physique du rôle: era más bien tímido, tirando a vergonzoso, no bailaba en las fiestas y la cabina le servía de trinchera.
A los 15 años tuvo una de sus primeras revelaciones cuando Alejandro Pont Lezica, padre de los musicalizadores locales, fue de DJ a una fiesta en su colegio, el San Cirano. “Tenía equipos que nunca había visto y un mezclador; se me abrió un universo”, asegura. Su fervor sin fines de lucro era seguido con preocupación por su papá, abogado, hijo de inmigrantes italianos, convencido de que, si no cambiaba de rubro, su hijo jamás iba a poder mantener una familia. La madre, mientras tanto, le daba plata por debajo de la mesa para que se siguiera comprando vinilos.
Firme en la suya, a mediados de los 80 Cattáneo ya era un nerd declarado, capaz de cruzar a Brasil con un amigo para buscar el disco de un cantante llamado Guilherme Arantes, que había puesto de moda el tema "Cheia de charme" (1985). Para no tener problemas en la Aduana, declaraba 50 discos antes de salir del país, los tiraba a la basura cuando pisaba Brasil y traía 50 nuevos de allá.
De Cinema a Liverpool
Uno de los primeros trampolines de Cattáneo fue trabajar en Cinema. Era 1998 y el éxito de la megadisco de la avenida Córdoba coincidió con el comienzo de la música house en el país. En 1993, Hernán arrancó firme en Pachá, donde pasaría los siguientes siete años, y también sumó La Morocha y El Divino.
La música electrónica más conocida es la que suena en los “clubes” (discotecas), como una evolución del dance o música para bailar, e incluye el deep house, progressive house, tech house, el techno y el trance, con DJ, productores y seguidores determinados para cada uno de esos nichos. Hoy, los dos grandes grupos de DJ a nivel mundial son: los de la EDM –Electronic Music Dance–, la versión más pop de la electrónica (que consagró a David Guetta, Tiesto, Avicii, etcétera) y los más underground o de culto, por decirlo de alguna manera, entre los que militan el propio Cattáneo, Solomun y Sasha, entre otros.
-¿Cuándo fue la primera vez que entendiste qué era una fiesta electrónica y pudiste ecualizar tu fantasía con la realidad?
-A principios de los 90 viajé al exterior sólo para ver a Frankie Knuckles, el creador del house, y me volví loco. A partir de ese momento y durante cuatro años lo único que me importaba era ahorrar para irme a Nueva York. Juntaba plata durante siete meses sólo para estar en la fiesta por una noche y volvía a Buenos Aires al día siguiente, sin un peso en el bolsillo. Me acuerdo de que llegaba una hora antes a la disco para poder subirme a la tarima que estaba al lado de la cabina. Me quedaba seis horas ahí parado, sin ir al baño para que no me sacaran el lugar, mirando lo que hacía el DJ. Fue mi universidad. También en esa época conocí la disco Cream, en Liverpool, donde tocaba Paul Oakenfold, un genio. Ver esa escena fue revelador: era todo tan profesional, estaba tan bien organizado… Y la gente bailaba mirando al DJ, algo que en Buenos Aires no pasaba. Acá ibas a la disco para estar con tus amigos o conocer chicas. Allá lo principal era conectarse con la música. No lo podía creer.
En 1999, la carrera de Cattáneo se encaminaba a la meseta. Trabajaba los fines de semana y hacía viajes al interior para musicalizar fiestas y boliches. Ganaba renombre a nivel local, pero su idea de progreso tenía precinto de cabotaje y un futuro similar. El rumbo cambió por completo el viernes 21 de mayo de ese año. Los Chemical Brothers y Paul Oakenfold –con coronita de DJ número uno del mundo– aterrizaban en Buenos Aires para dar un show en Museum (San Telmo). Ambos estaban en su momento de mayor consagración.
-¿Qué te acordás de ese viernes en Museum?
-De esa noche dependió mucho de lo que iba a pasar después. Fue raro, porque los Chemical pidieron tocar a las 12 de la noche y los organizadores de acá les dijeron que a esa hora no había nadie en la disco. Encima Oakenfold no quería salir justo después de ellos porque sabía que iba a ser difícil mantener al público arriba después de semejante máquina de hits. Todo DJ importante necesita un warm up [calentamiento] antes de arrancar. Entonces me propusieron a mí, que justo ese fin de semana estaba en Buenos Aires. Fue una casualidad porque viajaba mucho. Cuando terminan los Chemical, yo plancho la pista para que la gente pudiera descansar, pero estaban sacados. Me puteaban, me chiflaban, pero yo seguí con un repertorio supersuave. Después tocó Oakenfold y, obviamente, la descosió. Lo increíble fue que se acercó, me dio la mano y me dijo: “Nunca voy a olvidar lo que hiciste por mí esta noche”. Lo cierto es que no lo hice por él, sino porque sentí que era eso lo que había que hacer. Tres meses después me llamó para acompañarlo en su primera gira mundial.
En 1999 y 2000, Cattáneo participó en dos tours mundiales con Oakenfold (ya famoso por girar con U2 por todo el globo). “Fue el primer DJ de estadio”, afirma. En 2001, el argentino se instaló en Londres –luego en Barcelona– y vivió en Europa durante quince años. En Liverpool cumplió el sueño del pibe: recién llegado, arrancó de DJ residente en Cream, todos los sábados. Los jueves volaba a Ibiza para bandejear en una sede del mismo boliche. Como decía Tom Petty en Into the Great Wide Open, “el cielo era el límite”.
-Andabas por los 35 cuando llegaste a Europa. ¿La pegaste bastante tarde no?
-Sí, tarde. Para bien y para mal. Para bien porque todo lo que fui logrando en mi carrera fue muy de a poquito. Cuando tenés los pies sobre la tierra y no te la creés, terminás valorando mucho más las cosas. He visto chicos de afuera, como Avicii, uno de los DJ top del momento, que pasó de tener 18 años y estar en su cuarto a llenar estadios. No hay forma de sostener esa proyección “de la nada a todo”. Por otra parte, el lado malo de haberla pegado tarde sería que me tengo que mantener aggiornado todo el tiempo. Tengo 52 años, no soy un pibe y quiero prolongar mi carrera lo más que pueda. No compito contra nadie, pero los otros DJ tienen 25 años, sin novia ni hijos, y están toda la noche hasta las seis de la mañana escuchando música. Yo a esa hora me levanto para llevar a mis nenas al colegio.
-Tu vida familiar choca con la imagen que tienen las fiestas electrónicas, siempre asociadas a las pastillas, al reviente…
-Ni siquiera probé, así que no te puedo decir. Pero sé que las drogas son un gran karma de la música electrónica y nosotros, los DJ, hacemos de todo para evitar que la gente las tome. Si anduviera en el reviente, no podría aguantar este ritmo. Me siento afortunado de tener una familia divina porque te pone un ancla para todo lo demás. Si te tengo que ser sincero, a mí nunca me gustó la joda; siempre estuve tan obsesionado con la música que no les presté atención al alcohol o a las drogas. Ni siquiera fumo. Lo único que quiero después de un show es volver a casa. Si termino de tocar a las 6 de la mañana en Dinamarca, busco un avión para conectar con Madrid y poder cenar al otro día con mi mujer y mis hijas.
La salvación
Hacia 2008, Cattáneo acumulaba suficientes laureles para retirarse tranquilo. Unos años antes ya ostentaba el número seis del mundo en un ranking de DJ que no se hace más –arriba de Oakenfold, su maestro Jedi–, y tenía más vueltas al planeta que un piloto de Aerolíneas. Había fundado su propio sello, Sudbeat, sumaba fanáticos en todos los continentes, tocaba en los mejores festivales y, el 13 de junio de ese año, cerraba el Yellow Club de Tokio con un set imposible de doce horas. Aun así, pese a todo lo conseguido, sentía que la música house que hacía (definida por él mismo como “oscura y cerebral”), que tuvo su pico entre 2000 y 2007, empezaba a caer. “Nuestro público se iba avejentando y ya no se renovaba”, explica.
-El crítico musical Simon Reynolds dijo hace poco que el rock se convirtió en “el gusto musical de una minoría”. ¿Tuviste miedo de que pasara lo mismo con la música que hacés?
-Hacia 2008 estaba pasando, sin dudas. Pero ese año llegó la avalancha mundial de la Electronic Dance Music, con David Guetta y Tiesto a la cabeza, que muy hábilmente impusieron un pop electrónico a escala masiva. La escena pasó de 10 millones de seguidores a 200 millones, aunque ninguno de estos nuevos fanáticos era para nosotros. De todos modos, al haber más festivales, más producción y más recaudación, también nos empezamos a beneficiar. Después sucedió que muchos de esos chicos que conocieron la electrónica a los 15 y no tenían idea de quién era yo (y si me hubieran escuchado tampoco les hubiera gustado), a los 20 se aburrieron de Guetta y buscaron algo más elaborado. ¿Y quién estaba ahí para recibirlos? Un servidor.
-¿Te dolió cuando Pappo se burló de DJ Dero por decir que los DJ “lo único que tocan es el timbre” y lo mandó a “buscarse un trabajo honesto”? [En Sábado Bus, el 5 de agosto de 2000.]
-Acá se dice que los DJ tocan porque es una mala traducción del inglés, que viene del verbo play, to play a record (play también quiere decir "jugar"). Yo jamás podría decir que toco como Pappo, que se pasó toda su vida estudiando la guitarra. No soy músico y tampoco quiero serlo; soy DJ. El problema, que todavía se arrastra, es que mucha gente pensó que nos queríamos hacer pasar por músicos. Nunca fue la idea. A mí me hubiese encantado aprender piano, pero no me siento disminuido como DJ por no tocar. Yo pongo discos, que es otra cosa. Eso pensé en ese momento: qué pena que Ezequiel (Dero) no le pudo decir a Pappo que había un error de concepto… y de traducción. En verdad son todos debates internos que a nadie le interesan. Siempre digo que los DJ somos entertainers y que lo único que le importa a la gente es lo que sale por el parlante.
-¿Por qué pensás que los defensores de la música clásica no quieren DJ en el Teatro Colón? [Cattáneo se presentará allí el 22 de febrero en el marco del festival Únicos.]
-Creo que en un principio algunos se escandalizaron pensando que íbamos a hacer una rave en el Colón y a pararnos arriba de las sillas. Esto es un concierto sinfónico y lo único electrónico es el origen de las canciones y algunos elementos propios del género (cuatro o cinco cosas que una orquesta no puede replicar porque no suena bien: efectos, percusiones y el bajo de la electrónica, que es muy particular). Este show es sobre las melodías y nadie va a bailar, básicamente porque es para disfrutarlo sentado. Hay una orquesta de 50 músicos y al fondo vamos a estar nosotros, los DJ e invitados.
A treinta años de su paso por Sabash, sigue sonando la voz de una tía que, preocupada por el futuro de su sobrino, llamaba a la casa de los Cattáneo para preguntar: “¿Hernán todavía sigue con la música?”. La respuesta sigue siendo sí.
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