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Un caño flexible de agua cuelga sobre el pasillo angosto y se pierde entre los techos de chapa cubiertos de basura. Ariel "Patón" Argüello, con su metro noventa, estira los dos brazos y se cuelga. Lleva puesto un gorro piluso, una camisa clara del equipo de béisbol Los Ángeles Dodgers y unos cortos deportivos rojos. La ropa XXL le ensancha el cuerpo desgarbado. A sus costados, las casas apretadas de La Cava ganan terreno poblando los pasillos con piletas de lona. El Patón mira de costado la cámara con un gesto áspero que baja desde sus ojos negros y un poco caídos hasta su mandíbula maciza, delineada por una barba rasurada y prolija. A lo lejos, se escuchan retumbar los bajos saturados de un reguetón. De las baldosas rotas sale un agua espesa que forma un barrial. La foto a punto de ser tomada se interrumpe por los gritos. Llegan desde alguno de los pasillos que desembocan en esa confluencia.
–¡Ey! ¡¿Para qué son las fotos?! ¿Tienen un permiso? Guardá la cámara.
Tres gendarmes se acercan con las armas largas apuntando hacia el suelo, se frenan al lado del Patón y empiezan a pedir documentos y explicaciones.
–Yo soy de acá, don, quédese tranquilo –les dice sin soltar los brazos del caño de agua–. Las fotos me las sacan porque soy artista. Están retratando el lugar donde vivo. Ustedes pueden salir también, son parte del paisaje.

En pocos minutos, los gendarmes anotan algunos datos en sus libretas y se alejan sin contestar. Vuelven a perderse en ese laberinto de incontables entradas y salidas clavado en el corazón de San Isidro en el que hoy viven sin urbanización más de 40.000 personas. Ahí se crio el Patón y descubrió los vaivenes del trabajo pesado en la construcción y de la delincuencia. En los escondites de ese entramado, donde proliferan los enjambres de cables y las paredes sin revoque, se fumó sus primeros porros y empezó a ocultarse después de salir a robar estéreos y televisores. Poco antes de cumplir 20 años, cuando esos robos ya eran a punta de pistola y después de una serie de enfrentamientos, fue detenido por la policía y condenado a cadena perpetua. Pasó casi 20 años encerrado en penales de máxima seguridad de todo el país. Hasta que en 2014, con 36 años, volvió a La Cava con la llave para salir de su propia prisión: la música.
–Apenas pisé la villa después de estar en cana, cayeron a ofrecerme para salir a robar o vender droga. Pero yo ya me había empezado a armar otro mundo adentro, con los talleres de rap y de hip hop. Ya rapeaba y escribía canciones –recuerda el Patón mientras camina con un andar pesado hasta la avenida Tomkinson, una de las fronteras que delimitan La Cava–. La onda es que afuera te tiene que estar esperando alguien para que tu proyecto funcione. Y afuera, amigo, nunca te espera nadie. Yo tuve una suerte que me tocó. Un día después de salir vino un loco a mi casa y me dijo: "¿Vos querés hacer música? Vamos a hacer música".

Ese hombre que le tocó la puerta era un publicista llamado Gonzalo Vidal Meyrelles, que hacía poco tiempo rondaba los pasillos de La Cava, donde su familia tenía un comedor comunitario. Luego de ganar el prestigioso Grand Prix en Cannes como publicista –ideando una campaña para la marca de desodorantes Axe–, en 2009 había lanzado su propia agencia de publicidad. Dos años logró mantenerla en pie. En ese tiempo entraron a robarle en la agencia y, en su casa, acumuló proyectos truncos y tuvo que enfrentar un tumor maligno que crecía en sus riñones. Cuando conoció al Patón estaba enfermo y su agencia, completamente fundida. Gonzalo Vidal Meyrelles había entrado a La Cava con la esperanza de encontrar su propia salvación. Y, para ese entonces, tenía la primera parte de la cura: junto a distintas personas que conoció en el barrio, había armado una nueva agencia de publicidad, a la que llamó Prójimo. Se juntaban por las noches en el comedor comunitario, cuando ya estaba vacío, y habían diseñado su primer producto: un pan dulce que vendieron en Navidad. Meyrelles sentía que podían hacer algo mucho más grande.
Hace seis años, un publicitario que había perdido todo y un músico que había vuelto a la villa después de cumplir una condena montaron el sello discográfico Suena Eh!, una usina de talentos a la que recurren grandes marcas.
Algunos meses después de conocerse, lanzaron junto al Patón un videoclip filmado en los pasillos de La Cava. Se trataba de un rap de redención titulado "Una misión". Estaba producido por Prójimo y tenía al Patón cargado de collares enchapados en oro y acompañado por una docena de amazonas en un mundo posapocalíptico. Hacer ese video lo llevó a pensar que podía construir un espacio para canalizar las inquietudes artísticas de aquellos que volvían de prisión sin ninguna contención. También para los pibes y pibas que crecían sin opciones en el barrio. Esa era la pieza que le faltaba a Vidal Meyrelles.
–Al principio, conseguí un lugar ahí en el fondo del barrio, pero sin nada. Hacíamos música y sonábamos como la banda del Chavo –recuerda el Patón al tiempo que cruza la avenida Rolón, percibida como el límite intangible entre La Cava y las clases acomodadas de San Isidro–. Los pibes que caían lo primero que te preguntaban era si te parabas de mano estando en cana. Nada que ver con lo que yo quería hacer.

El Patón camina media cuadra y se para frente a unas rejas detrás de las que se ve un inmenso galpón cerrado por una cortina metálica. Al costado, hay una puerta abierta que da a una escalera y, más allá, un estacionamiento para camiones. En el primer piso se ve el ventanal de lo que parecen ser las oficinas de una fábrica. Ese es el escenario en el que el Patón, Gonzalo Vidal Meyrelles y más de 30 artistas de La Cava y los barrios lindantes reciben a los CEO de marcas como Nike, Burger King, Hot Sale o DirecTV para ofrecerles jingles y campañas publicitarias, a través de la agencia Prójimo y del sello discográfico al que le dieron vida: Suena Eh!
–¿Dónde viste algo así? Una agencia de publicidad con un sello que sale de una villa –dice el Patón señalando la puerta abierta–. Esto es una experiencia que no existe. Con esto no tenemos techo.
Los Gemelos Fantásticos
Poco después de la salida de "Una misión", el Patón y Vidal Meyrelles idearon una marca de ropa que se proponía borrar el estigma de la delincuencia carcelaria: prendas tumberas con frases como "se sufre y se aprende", "siempre fiel" y "fantasmas NO". La llamaron Reo y la vendían en los recitales que daba el Patón junto a La Patota, su banda de hip hop. Luego armaron talleres de publicidad para todos los habitantes de La Cava, buscando otra de esas ideas inesperadas que son talismanes en el mundo de la publicidad. En esas reuniones empezó a circular una botella de plástico cortada al medio que amplificaba el sonido de los celulares de toda La Cava. Al apoyarlo sobre las salidas de audio y sentir el volumen aumentado, la respuesta casi siempre era la misma: "¡Suena, Eh!". La metieron en pequeñas cajas de cartón y la convirtieron en una suerte de parlantes caseros. Ese fue el regalo empresarial que en 2017 eligió Google Argentina para sus empleados. Y también el primer dispositivo de un sello discográfico que se disparó como una rara avis en la industria de la música.

Apenas se sube por la escalera que desemboca en las oficinas de Prójimo, lo primero que aparece es una amplia mesa cuadrada con cuatro computadoras Mac. Después se abre un salón amplio con sillones blancos de diseño y uno de cuero descuajeringado con una guitarra criolla encima. Algunos tablones de madera apoyados sobre caballetes con dibujos tallados a mano. Una mesa chata de trabajo con un ukelele. La luz del mediodía entra por el inmenso ventanal y amplifica el blanco de las paredes y el celeste de un grafiti gigante hecho de letras fileteadas: "Bondi artístico". Más allá, una pared pintada con rombos amarillos que la asemejan al interior de un panal de abejas encierra el estudio de grabación.
–La gente del barrio que llegaba a los talleres nos decía "queremos hacernos escuchar". Bueno, entonces les planteamos el desafío: ¿con qué producto lo pueden representar? Así armamos el parlante y nació Suena Eh! –recuerda Gonzalo Vidal Meyrelles, un hombre corpulento, de abdomen abultado y mirada cansada, al que apodan "Tarzán". Está sentado delante de su computadora y contesta, al mismo tiempo, mensajes en su celular–. Yo entré a La Cava con la idea de dar, que es lo que hacen la mayoría de las personas, de las organizaciones, las marcas. Van a "dar". Y lo que me encontré fue que necesitaba escuchar. Las respuestas que me daban eran siempre un valor. Ahí apareció la teoría de Los Gemelos Fantásticos, que se unen con los anillos. Yo sé de creatividad, de negocios. Vos tenés la cercanía, la sensibilidad, la música. Bueno, hagamos chocar los anillos.
Afuera te tiene que estar esperando alguien para que tu proyecto funcione. Pero nunca te espera nadie. Yo tuve suerte. Un día vino un loco y me dijo: ¿Vos querés hacer música?
Al poco tiempo de armar el estudio de grabación para ofrecer jingles a las marcas, los talleres de publicidad se convirtieron en ensayos y pequeños recitales donde circulaban los sonidos filosos de ese universo que se aglutina bajo la idea de "música urbana". Había rap, freestyle, cumbia, trap, hip hop, reguetón, beatbox y salsa. Pibes y pibas que traían cada día cientos de canciones en carne viva. Canciones de amores prohibidos y decepciones, de rescates emocionales y sanaciones artísticas, de violencia en las casas y delincuencia en las calles. El primer piso donde funcionaba Prójimo fue cooptado por toda esa música en estado de ebullición.
–Hoy, me explota el celular de pibes que quieren venir acá –dice el Patón y abre la puerta del estudio–. Es alta movida y todos quieren estar. Hay gente que queda afuera y se calienta. Pero acá no podés venir un día, después no aparecer y volver y querer todo. No hay tanto espacio, no te podés dormir, amigo, si querés ser artista. Hay banda de talento y tenés que estar a la altura. Acá, hay veces que siento más adrenalina que en el pabellón.

El estudio donde se graban las canciones de Suena Eh! es un ambiente pequeño con una mesada de madera colocada contra la pared, sobre la que hay dos monitores enfrentados, una consola y dos parlantes de sonido plano. Debajo, una bandeja de la que salen el teclado de la computadora y un órgano de 64 teclas. En el centro, un pie con micrófono rodeado de guitarras, un bajo y una batería electrónica. Un panel de vidrio deja ver una habitación diminuta que está detrás, en la que se graban las voces. Al abrir la puerta este mediodía, hay un colchón sobre el que duerme un pibe de unos 30 años. Alrededor se apilan bolsos, ropa y más instrumentos.
–Ese es BSG, nuestro productor –dice el Patón–. El chabón está sobrepasado de laburo ahora. Corte que se queda toda la noche metiendo mano a las canciones y después duerme acá. Pensá que somos más de 30 ahora y él nos produce a todos.
Semanas después de esa visita, en medio del aislamiento social, preventivo y obligatorio, BSG se quedará a vivir en el estudio para trabajar en las canciones de Suena Eh! Los artistas seguirán conectados a través de grupos de WhatsApp y diseñarán el proyecto "Un clip para salir". Guiados por el director Joaquín Cambre –que dirigió videoclips de Calle 13, Gustavo Cerati, Romeo Santos y Ozuna, entre muchos otros–, cada artista se dedicará a filmar, con sus celulares, un video en cuarentena de alguna de sus canciones.
–Cambre nos dio un curso acelerado y charlas por los celulares y, al toque, nos pusimos a laburar –contará el Patón por teléfono–. Acá está muy difícil esto de la cuarentena. Tenés la ayuda que no llega al barrio y la gente que anda así nomás. "Total de algo hay que morir", te dicen. Por las vivencias que se tienen es eso. La gente mucho no cae. ¿Pero cómo hacés? Todas casas chiquitas con familias regrandes. ¿Dónde te metés? Para mí es reimportante el arte. Yo ahora estoy haciendo el video de mi tema "Vivir preso" y mis hijas me ayudan con eso. ¿Qué estaría haciendo si no?

Los primeros en llegar a Suena Eh!, a fines de 2018, fueron Chris Deimon y Ailen Celeste, dos primos criados en La Cava, cuya historia familiar tenía raíces echadas en la música. Sus padres habían formado una de las primeras bandas de cumbia villera a fines de los 90: Guachín. Ellos dos crecieron escuchando las historias de las giras por todo el país con "La danza del tablón" como banda de sonido, los recitales televisivos en el piso de Marcelo Tinelli y de Susana Giménez, el éxito entre las manos y los productores que, en pocos años, los estafaron y los dejaron sin nada. Ese era el relato con el que llegaron a mostrar sus canciones.
–Al principio, desconfiás un poco. No sabés qué puede pasar, por qué alguien te da la oportunidad de grabar tus canciones. Pero después todo es muy claro. Acá conocimos el lado profesional de la música –dice Ailen, una morocha flaca y de sonrisa tímida, que acaba de entrar al estudio. Ella grabó una cumbia despechada con ribetes caribeños titulada "Intentar olvidarte"–. Se respetan horarios, tiempo, espacio. Si sabés ser paciente y trabajar en equipo, acá vas a andar rebién. Pero si esperás que pongan solo el foco en vos, no es tu lugar.
Su primo lleva un gorro piluso negro del que se escapan algunas rastas multicolores, una campera de jean cortada por las mangas y un pantalón de jogging achupinado. Lo saluda al Patón y le pide que ponga en la computadora el sencillo que lanzó hace poco, "Te queda bien", un rap caliente en el que su voz se retuerce y se dulcifica frente a un amor inalcanzable.

–Mucha gente tiene las mejores posibilidades del mundo y piensan "para qué voy a hacer esto si yo estoy rebién". Y se pierden su oportunidad –asegura Chris Deimon–. Es como una balanza que se forma. No le dan la importancia que le damos nosotros, que nunca tuvimos nada y nos aferramos a esto que tenemos ciento por ciento. Todos los que llegamos acá la revivimos. De una. Venimos con el sueño al hombro.
Cuando tenía 15 años, el perro de Chris Deimon escapó de la casa familiar y se metió a ladrar en la de uno de los dealers del barrio. A los pocos minutos, el tipo estaba disparando contra su casa. En esa balacera, murió uno de sus hermanos, que acababa de cumplir 5 años. Ese asesinato torció por completo el rumbo de su vida.
–Ahí empecé a conocer lo que es de verdad el barrio, las armas, las drogas, y al mismo tiempo empecé a escribir –recuerda–. Escribía poemas sin métrica, sin flow para rapear, en un diario. A mí me salvó que mi viejo me trajo un disco de 50 Cent cuando vio que me gustaba el rap. Pero también que cuando nos pasó lo de mi hermanito me llevó a vivir a Neuquén y me calmé mucho allá. Conozco banda de pibes que también hacían música y les pasó algo similar y terminaron presos, cagándose a tiros. Yo iba a terminar de la misma manera. Si la pensás, es solo una decisión y te cagás la vida para siempre, pero si apuntás para el otro lado, capaz te podés salvar para siempre. En todo sentido.
Raperos de Troya
A medida que avanza la tarde, un grupo de pibes y pibas que llegan de trabajar empieza a llenar el piso donde funcionan Prójimo y Suena Eh! Algunos cantan en los trenes, otros recolectan basura saltando de un camión, manejan un remis o atienden un kiosco en La Cava. Todos esperan el momento de llegar al sello y empezar a cruzar las ideas y los sonidos que fueron creciendo dentro de ellos durante el día.
–Lo que les propusimos a los artistas que iban llegando fue armar distintos showrooms para los que venían de las marcas a conocerlos –explica Vidal Meyrelles–. Pero esas marcas no venían a ayudar. Venían a buscar contenidos reales, verdaderos. Si les decís que buscás ayuda, te mandan fideos y frazadas, y yo lo que les remarcaba era que acá podían conseguir un valor que no tenían. Porque la música está pasando acá. La música nace en las esquinas de los barrios. Ellos estaban yendo a comprar jingles a Palermo, donde imitan a los que crean el género urbano. Entonces vení y comprá auténtico.

La estrategia de venta resultaba inapelable y, enseguida, los pibes y pibas que grababan en el sello y subían sus canciones a Spotify dentro del perfil de Suena Eh! fueron contratados como los rostros que publicitaban las nuevas zapatillas Air Force de Nike o bailaban en el Stacker Day de Burger King. El abanico se fue ampliando cada vez más y se hicieron cargo de campañas publicitarias para Coca-Cola, Movistar, Pepsi, Fargo, Elephant, Noel, Hamlet, Quacker y Converse. Sus canciones y sus historias también empezaron a ser esparcidas por los medios de comunicación y, a principios de febrero, participaron en las dos jornadas de Cosquín Rock. El crecimiento de Suena Eh! además implicaba el crecimiento de una pregunta insidiosa: ¿No podrían terminar por convertirse en el "sello villero" y reforzar los estigmas que acechan a barrios como La Cava?
–Nuestros proyectos nacen en la villa para el mundo, para integrar. Acá, a los artistas se les propone grabar sus temas y sus videos de forma gratuita y luego se dividen las ganancias a la mitad entre ellos y el sello. Lo que hacemos es convertirnos en socios –dice Vidal Meyrelles–. Creo que desde dentro de la industria es más fácil hacer algo disruptivo contra la explotación o la discriminación. Tenemos una modelo de Nike, por ejemplo. ¿Qué hacemos? ¿No trabajamos para Nike porque no nos gusta cómo produce? ¿O le damos trabajo a una piba del barrio que sale y le da algo al mundo, le cuenta su historia? Esto para mí es claro… o decidís meterte en el mundo y desde adentro hacer lo mejor que puedas o tirás piedras desde afuera. Nosotros estamos adentro.
Yo entré a La Cava con la idea de 'dar', que es lo que hacen la mayoría de las personas. Y lo que me encontré fue que necesitaba escuchar. Las respuestas que me daban eran siempre un valor.
En el estudio, el productor Oscar Domínguez –conocido como BSG– ya está sentado frente a la consola. Es un pibe de mirada y voz suave que divide su tiempo entre las grabaciones, su familia y la iglesia evangélica, a la que va todas las semanas.
–Hay chicos y chicas que llegan y dicen "quiero ser comercial, salir en la radio, la tele, en un boliche". Bueno, entonces hay que cambiar las letras, los arreglos. Otros se meten con su idea sin pensar en nada más –dice BSG acerca del proceso de producción–. Pero el que quiere ser comercial no es que quiere vender algo que no es. Quiere hacer la misma música que consume y encontrar con eso un medio de vida. Más que venderse, se trata de no regalar su trabajo. Para mí, darle el 90% de tus canciones a una discográfica es venderse.
A medida que se puebla el estudio, el debate sobre la idea de "venderse", de convertir la vida en el barrio en una mercancía, se va mezclando con la necesidad de trabajo y la posibilidad concreta de "vivir de la música". También están los que sienten que lo que realmente vale es "explotar desde adentro". Por momentos, el sello Suena Eh! parece un búnker donde se intenta cocinar una revuelta como la que hace poco se desató en Puerto Rico y tumbó al gobernador Ricardo Rosselló, con Residente de Calle 13, Ricky Martin y el rapero Bad Bunny como referentes. En otros, parece convertirse en una autopista mágica para salir de la pobreza. Lo cierto es que todos los artistas del sello viven su camino con la certeza de que tienen un solo tiro en su recámara, y que no pueden desperdiciarlo.

Una de las últimas en llegar esta tarde a Suena Eh! es Wendy Zoe, una chica flaquísima, de sonrisa triste, con el pelo teñido de rubio a medida que alcanza las puntas. Toda su ropa es de Nike: la remera fluorescente, las calzas ajustadas, las medias casi hasta las rodillas, las zapatillas como cohetes blancos. Ella encarnó una campaña de la marca en la que se buscaba alguien que pudiese mostrar "la luz y la sombra de la vida". Además, grabó en el sello un reguetón acelerado que tituló "Nochón". Apenas se sienta a una de las mesas del salón de Prójimo, les pide a sus compañeros que la esperen dentro del estudio. Cuando la puerta se cierra, Wendy empieza a desandar su historia.
–En mi caso, la música y el baile me permitieron transformar lo malo en algo bueno. Estuve en psicólogos, internada en psiquiátricos. Pero me la rechupan, yo prefiero bailar, escribir. Eso me salvó... –dice antes de hacer un silencio largo–. Mi tío abusaba de mí desde que yo cumplí 13 hasta los 15, que me pude ir de esa casa. Yo siempre me soñaba frente a un escenario gigante, plantada, disfrutando. Eso acá se empezó a hacer real. Me ayudó a salir de toda la mierda. La primera vez que hice un freestyle fue encerrada en mi habitación mientras mi mamá se peleaba con su pareja. Los dos con un cuchillo en la mano. Yo estaba nerviosa mal, me agarraba la cabeza, temblaba, caminaba. Y me puse a hablar sola. Y me di cuenta de que las cosas que decía rimaban. Ellos se estaban matando, pero yo podía rapear. Por eso, la música es algo tan fuerte para mí.
Ese dolor impenetrable que se desprende de su vida parece unido por un hilo invisible con el de Chris Deimon cuando entierra a su hermano o con el del Patón cuando recibía golpizas en la cárcel. Pero lo que aparece cuando ellos vuelven del estudio y se suman a la entrevista no es solo una profunda idea de sanación a través del arte, sino un vínculo en el que parecen no poder encontrarla si alguno de ellos queda en el camino.
–Adonde pegue un artista, que la pegue piola, que venga Sony, Warner, Universal, y te lleve con contrato, se sube el resto. Es estratégico, sube uno y subimos todos. Como el caballo de Troya –dice el Patón–. Porque ahora capaz pegás una campaña y te ayuda, pero no alcanza. Siempre falta la plata. Cuando uno suba bien, ahí tira una soga, después otra y después otra. Yo quiero que eso sea ya ya ya. Pero hay que controlarse. Si yo no me hago amigo del tiempo, si lo apuro, no funciona. Por querer apurar el tiempo me comí 18 años preso. Adentro escuchaba a cierta gente que nos daba los talleres y decía "con el arte se descuelgan, la pasan bien". Y no. Es otra cosa. Yo con la música me pude enfrentar a la policía. Me pude rebelar desde la palabra y no matarme a golpes. Bancarte hacer eso es lo más difícil. Amigo, sos dueño de vos mismo si hacés eso. Después las canciones salen solas.
(Esta nota fue producida semanas antes de que se decretara el aislamiento social preventivo y obligatorio.)






