En una megaconferencia de IBM en San Francisco, el irlandés Connor Walsh sube al escenario y muestra en la pantalla una imagen de Terminator, en su versión clásica: "Cuando se habla de robots, lo primero en lo que mucha gente suele pensar es en este robot asesino –dice este ingeniero de la Universidad de Harvard–, en un futuro distópico en el que estos seres artificiales se adueñarán del mundo, después de haberse quedado con todos nuestros trabajos. Yo prefiero pensar, en cambio, enlos beneficios que ofrecen los robots a la humanidad: pueden ir a lugares a los que no podemos ir nosotros, como al corazón de un desastre nuclear. También nos ayudan a explorar el universo. Yo creo que en el futuro cercano veremos más áreas en las que estas máquinas interactuarán con seres humanos".
Cuando este investigador piensa en esta relación lo piensa en términos íntimos, próximos a nuestros cuerpos. Fundador de Harvard Biodesign Lab, Walsh es una de las autoridades mundiales en lo que se conoce como wearable robotics(algo así como "robótica vestible"). "Hollywood nos ha permitido imaginar lo que parecía imposible. Por ejemplo, con Iron man. Tony Stark se pone un traje que le da superfuerza: le permite patear autos, volar, golpear a sus enemigos. El problema es que para ello requiere un pequeño reactor nuclear en su pecho y aún estamos muy lejos de eso. Pero vamos en esa dirección".
Inspirada en el traje de Tony Stark en
En el camino, y ayudados por la creciente miniaturización tecnológica, Walsh y su equipo han fusionado dos mundos: el de la robótica y el del diseño de indumentaria para desarrollar trajes robóticos capaces de aumentar capacidades humanas –fuerza, resistencia, estabilidad–, así como de acelerar la rehabilitación motriz, es decir, ayudar a que personas se recuperen de traumas como los accidentes cerebrovasculares y aprendan a caminar nuevamente.
Mejor, más rápido y más fuerte
En las últimas décadas, el Ejército de Estados Unidos –a partir de su agencia de investigación, Darpa– ha sido el principal inversor en el desarrollo de estas tecnologías para mejorar la performance de los soldados. Pero los modelos tenían un problema: eran pesados y no permitían hacer muchos movimientos.
El despegue de la llamada "robótica blanda" (soft robotics) ha cambiado el panorama. Como dice la ingeniera biomédica Allison Okamura de la Universidad de Stanford, si bien los robots tradicionales son mucho más fuertes y precisos, los robots blandos permiten interactuar de manera cercana y adaptable con los humanos. A través de materiales flexibles, estos sistemas robóticos inspirados en la naturaleza –en animales como pulpos y orugas– ahora pueden ser llevados puestos como guantes, rodilleras, botas o tobilleras para aumentar la fuerza, el equilibrio y la resistencia del usuario.
A través de materiales flexibles, estos sistemas robóticos inspirados en la naturaleza ahora pueden ser llevados puestos como guantes, rodilleras, botas.
Pero, además de mejorar la movilidad de personas sanas, cada vez son más requeridos en clínicas de rehabilitación, a tal punto que la industria médica es ahora el principal inversor y el área de aplicación para estas emergentes tecnologías.
"Casi un millón de personas al año sufren un accidente cerebrovascular en Estados Unidos –dice Walsh en su charla, en la conferencia Think 2019 de IBM–. Las personas que se recuperan continúan con problemas para caminar y para desplazarse con independencia. Así, su salud empeora. Nuestros exosuits ligeros impulsan su recuperación al ayudarlos a caminar de forma natural".
Para sacar estas tecnologías disruptivas de los laboratorios, Walsh se asoció con una compañía llamada ReWalk Robotics. "Queremos que llegue pronto a la gente que más lo necesita", dice. Los posibles beneficiaros son diversos: de aliviar la carga física (y el dolor de espalda) de bomberos, paramédicos, granjeros, trabajadores de fábricas y otros cuyos trabajos requieren que transporten cargas extremadamente pesadas a ofrecer un nuevo modo de ayuda a ancianos, rehabilitar a personas con esclerosis múltiple, enfermedad de Parkinson o apoplejía.
Segunda piel
Walsh no es el único en la vanguardia de este tipo de dispositivos robóticos portátiles o, simplemente, prendas robóticas. Una compañía llamada Seismic está desarrollando un traje llamado Aura, que comprende un chaleco y una calza para usar debajo de una remera y un pantalón. Su CEO y fundador, Rich Mahoney, llama al dispositivo "ropa con motor". "Porque es una prenda portátil que ofrece un poco de fuerza donde y cuando la necesitás, cuando te levantás de una silla o te elevás por encima de tu cabeza. Es algo así como cuando la potencia de una bicicleta eléctrica se activa en una pendiente. Del mismo modo, te ayudaría a subir las escaleras".
Es ropa con motor, prendas portátiles que ofrecen un poco de fuerza donde y cuando la necesitás.
Otro en la misma ruta es Jonathan Rossiter, de la Universidad de Bristol (Inglaterra), quien cree que los exoesqueletos del futuro se parecerán más a un par de pantalones. "La idea es hacer que se vean como una segunda piel", dice el director del grupo Soft Robotics. Su proyecto se llama The Right Trousers y es financiado por el Consejo de Investigación de Ingeniería y Ciencias Físicas del Reino Unido. "Todos vamos a envejecer y nuestra movilidad se reducirá", dice Rossiter. "Lo que queremos hacer es dar a las personas ese impulso extra, para mantener su independencia el mayor tiempo posible. Uno de nuestros objetivos es reproducir el músculo humano en una forma artificial". Con la participación de buenas empresas de diseño y fabricación, estos pantalones –que parecen una calza con tubos de aire que responden a un estímulo energético– podrían estar disponibles dentro de 10 años, predice Rossiter.
Si bien estas tecnologías mejoran día tras día, investigación tras investigación, hay un factor clave que restringe su comercialización: el costo. "Es todo un desafío para este tipo de dispositivos biomédicos –agrega Walsh–. Los exoesqueletos rígidos cuestan alrededor de US$100.000. Cuando nuestro exosuit esté disponible a fines de 2019, el precio rondará los US$20.000. Pero si queremos que la gente los compre para usarlos en sus casas, el precio deberá ser mucho menor. Nuestro objetivo es bajarlo a US$4000".
Quizá cuando eso suceda, la nueva tendencia en robótica despegará: "No sé cómo vamos a hacerlo –especula Walsh–, pero creo que en el futuro estas tecnologías dejarán de estar exclusivamente «afuera». Tendremos dispositivos implantados en nuestros cuerpos que se comunicarán con otros dispositivos en el exterior".
En otras palabras: si la robótica implantable se afianza como camino de investigación, nos habremos fusionado para siempre con nuestras máquinas.
El sueño del exoesqueleto
Impulsados por películas de ciencia ficción (del exoesqueleto amarillo usado por Ripley para vencer a la reina de Aliens al equipo bélico del que se vale Tom Cruise en Edge of Tomorrow), los esfuerzos por aumentar las capacidades humanas se han multiplicado. Aunque no es algo del todo nuevo: la primera patente (número 420179) de un "aparato para facilitar el caminar, correr y saltar" se otorgó en 1890.