Jazmín Chebar: "El humor es mi identidad"
Así crea sus colecciones la diseñadora Jazmín Chebar, que cumple 20 años con la marca que lleva su nombre; dice que mantener el estilo propio y la identidad es el secreto de su éxito
Los almohadones, con estampados eclécticos y colores contrapuestos, logran su propia armonía sobre el sillón. Con la misma personalidad con la que Jazmín Chebar colgó en su casa una buena colección de arte moderno, así crea cada temporada la etiqueta que lleva su nombre.
No tiene recuerdos sin la moda incluida en su vida. Su infancia transcurrió cerca de las telas y la influencia de sus padres, Susy y León, dueños de la emblemática boutique La Clocharde. Mientras estudiaba en el liceo Francés y luego en el colegio Juan XXIII, le divertía modificar su ropa, acortar jeans y adornar sus remeras.
Por eso fue natural que un día se encontrara cursando la carrera de Diseño en Parsons School of Design, en Nueva York, y que pocos años más tarde creara una marca con su nombre y apellido. Y, aunque transcurrieron 20 años desde la presentación de su primera colección, recuerda de memoria la inauguración de su primera tienda en la calle República de la India. También puede describir a la perfección cada una de las prendas de ese primer perchero. “Había polleras de cuero doradas que proponía usar con remeras con estampa, y mucho color”. Ese día, y como en cada paso de su carrera, la acompañó Claudio Drescher que, cuatro años más tarde, se convertiría en su socio. Junto con él, hoy Jazmín Chebar (la marca) cumple 20 años, y lo celebra con planes de expansión y con 21 locales (en la Argentina, Chile, Perú, Uruguay y Paraguay).
Mamá de tres varones –de 7, 10 y 12 años–, asegura que cuando más activa está, más se potencia su trabajo. Por eso, no sorprende que ahora esté simultáneamente con tres colecciones. Mientras que en los locales se siguen colgando artículos del invierno 2017, y se evalúa la demanda, termina de desarrollar las prendas del verano 2017-18, totalmente diseñadas, que se verán en agosto. A su vez, en enero se comenzaron a dibujar las estampas de invierno 18.
Cada colección se cuelga en los percheros en cinco etapas, y en total incluye 650 artículos, desde un par de medias hasta un tapado.
Pero para llevar ese crecimiento adelante, vale contar la historia desde un principio. Cuando Jazmín decidió estudiar en Nueva York, aunque sus padres, que siempre la habían apoyado, preferían que no viajara a los Estados Unidos. “En 1992 Nueva York era una ciudad más complicada. Unos años antes había viajado con mi mamá para recorrer la facultad y sus dormies, y ella me dijo: ¿No pensás venir a vivir acá, no?
¿Cómo la convenciste?
De a poco. Cuando terminé el colegio hice un intercambio escolar en Suiza, ahí preparé y envié todos los papeles de inscripción, los dibujos, y me aceptaron. Ahora que soy mamá valoro mucho más todo lo que hicieron por mí.
¿Cómo fue la experiencia de vivir y estudiar en Nueva York?
Fue todo bastante inconsciente. Tenía 18 años y, aunque soy muy amiguera, al principio me costó. Pero fue una etapa alucinante porque siempre había estado rodeada de mucha gente y fue la primera vez en mi vida en la que estuve sola, y estuvo bueno. Después sí me hice amigos.
¿Cómo llegaste a las pasantías?
La primera la hice con Valentino, donde literalmente atendía el teléfono. Decía: “How may i help you” (se ríe). Luego trabajé más de un año en Donna Karan, gracias a una argentina, Daniela Manfredi, que es una genia y una diseñadora grossa. Empecé haciendo fotocopias, cafés, copiando moldes, ordenando la ropa, viendo los fitting. Estaba totalmente metida en lo que pasaba, iba a todos los desfiles.
¿Te tentó quedarte a vivir allá?
Sí, pero me había ido hacía cinco años y quería volver.
Así fue que, luego de terminar la facultad, llegó a Buenos Aires un 22 de diciembre. Ese mismo día, una amiga, Fini Bencardini, le comentó que estaban buscando diseñadores en Vitamina. “Yo acababa de aterriza y fui al día siguiente. Ahí lo conocí a Claudio Drescher y fue muy loco porque desde ese momento pegamos onda. Me dio una oportunidad que nunca había tenido, y confió en mí. Armamos una relación genial, más allá de que él era mi jefe y yo tenía 22 años.”
¿Cómo fue esa primera experiencia en la Argentina?
En Vitamina empecé a trabajar el 15 de enero, y lo hice durante seis meses. Aprendí mucho. Fue la primera vez que diseñaba ropa, antes había sido más espectadora de la moda.
¿Y cómo surgió Jazmín Chebar?
Una amiga del colegio me propuso armar una marca con mi nombre, porque ella no era diseñadora, pero quería un emprendimiento. Fue increíble porque al empezar tan jóvenes y sin tener tantas presiones fuimos armando algo que verdaderamente era lo que queríamos, más allá del marketing o de lo que se vendía. Ayudó a pensar la marca desde un lugar más genuino. De verdad hacíamos la ropa que queríamos usar.
Cuatro años después, en plena crisis de 2001, comenzó a viajar con frecuencia a Nueva York, donde trabajaba su novio. Y en cada viaje cargaba sus valijas con ropa que ofrecía, con éxito, en Barneys, Neiman Marcus, Intermix. 2002 fue un año decisivo; unas semanas antes de casarse, se asoció con Claudio Drescher.
“A él no le había gustado que me fuera de Vitamina, pero siempre seguimos en contacto. En 1999 hicimos un desfile en París con Benito Fernández, Marcelo Senra, Laura Valenzuela y Sylvie Geronimi, y él también viajó. Le consulté sobre el primer catálogo y logo de Jazmín, siempre lo llamaba para mostrarle lo que hacía. Él es muy generoso con su tiempo, y me ayudó a armarme como diseñadora y como empresaria. Siempre dice que lo más valioso que tenemos es nuestro estilo y la calidad.”
¿Que pasó con Jazmín desde esa alianza?
Ayudó a que Jazmín se convirtiera en lo que es. Era un momento crítico del país, y mío también, que recién me casaba. Fue armar realmente una idea, que era muy genuina. Con Claudio transformamos esa idea en una marca y pudimos crecer.
La ecuación maternidad-trabajo no generó contradicciones en la vida de la diseñadora. Mientras sus hijos crecían, veía como su empresa evolucionaba. “Yo soy bastante Susanita, aunque nunca me había imaginado que sería así hasta que nacieron mis hijos. A mí me surgió a partir de la maternidad, y mis hijos son mi vida. Para mí es muy importante trabajar porque me hace una mejor persona, mujer y mamá. Las mujeres hoy hacemos muchas cosas, y eso te potencia, con una cabeza que ocupa muchos lugares. Antes estaba mal visto que la mujer trabajara porque decían que no cuidaba a sus hijos. Hoy estamos en un lugar diferente. No hay nada más lindo que una mujer pueda tener un hijo, quedar embarazada y seguir disfrutando de su trabajo.”
Asegura que lo que más disfruta de su vida familiar es la cotidianidad. Y fue durante los fines de semana, con sus tres hijos y sus amigos corriendo atrás de una pelota de fútbol, cuando decidió hacer cursos de cocina. Ese es un su gran pasatiempo, además de hacer yoga y jugar a tenis.
Los libros de arte se multiplican en el living de su casa: de Jeff Koons, Yayoi Kusama, Andy Warhol, Jean-Michel Basquiat. Y sobre el sillón tan colorido, una nutrida colección de arte moderno, con dibujos, serigrafías, y pinturas expresionistas.
¿Cuánto diseñás vos y cuánto delegás?
Dibujo, pero ni la mitad de bien de lo que lo hace el equipo de las chicas. Estoy encima de todo, pero confío mucho en las propuestas que no tienen que ver conmigo. Hay cosas que cuando yo tenía 20 años eran de una manera, y ahora son de otra. Por eso no puedo pretender pensar igual que una chica de 25 años ni 30 porque mi estilo de vida hoy, gracias a Dios, es totalmente distinto. Los diseños sí tienen que tener una esencia Jazmín: ser sofisticados, con humor. Me parece importante adaptar a la actualidad el estilo Jazmín. En diseño y desarrollo trabajamos 20 diseñadoras. Algunas entraron con cinco años de experiencia; otras, recién salidas de la facultad o recién empezando. Con Claudio tenemos una filosofía de trabajo en la que no hay muchos jefes. Una diseñadora en Jazmín puede llegar dónde quiera porque para mí cuando una persona más da mejor es. Yo adoro a mi equipo, pasamos muchas horas juntos. Y cada uno pone su impronta, sin competir entre sí.
¿Cómo lo lográs?
A través de darle libertad y espacio para que trabajen. Y todo lo demás depende de ellas, de animarse o no.
¿Tomás nota de lo que más piden las clientas?
Para algunas cosas sí, y para otras no. Pero no hay que quedarse en eso porque sino no podés sorprender. Es como una balanza.
Y hablando de sorpresas, ¿te sorprendés cuándo algo se vende más de lo que imaginabas, o al ver lo que queda colgado en el perchero?
Miles de veces, tanto con prendas que no nos imaginábamos, y al revés, con prendas que veíamos espectaculares y nada que ver. Nos pasa un montón, y seguramente les pasa a todos porque nadie tiene la fórmula. Es muy interesante ver la evolución de las marcas, y es siempre importante escuchar a la gente que sabe.
¿Cómo manejan la exclusividad?
Hacemos prendas limitadas, sobre todo con lo que llama más la atención, lo que es un producto muy Jazmín.
¿Cómo te relacionás con la industria textil local?
Siempre que podemos tratamos de fabricar en la Argentina, porque cuanto más trabajo podemos crear en nuestro país es mejor para todos. Y desarrollamos en todo el mundo. Compramos telas en la India, Italia, China. En Jazmín dibujamos las estampas, los botones y hasta las piedras que van en un zapato. Creamos con otros parámetros: un zapato capaz se arma a partir de una piedra que bocetamos.
¿Cuánto te influencian las tendencias internacionales?
Influencia de colores no hay porque cada vez que usamos colores que nada tenían que ver con la marca no funcionó. Los terrosos, los mostazas, el violeta no son colores nuestros, aunque podemos mechar algo en la colección. Las cosas que tienen mucho que ver con nosotros son las que funcionan bien siempre. La gente va a Jazmín a buscar a Jazmín. Igual está bueno influenciarse por lo que pasa hoy, porque lo moderno, las texturas y las formas cambian mucho, y una forma también le da actualidad a una prenda. Recreamos todo el tiempo la identidad Jazmín. Tenemos que buscar cosas que se sigan viendo tentadoras.
¿Cómo controlan la calidad?
Estando encima del producto. Cuando armamos las temporadas hay como un desorden organizado. No hay colecciones dentro de Jazmín, sí temas recurrentes divididos por chebares, la ropa combinable entre sí; jazmines, que se reconoce como nuestra con sólo mirarla, y bombones, las prendas a las que no les falta nada. Cuando armamos la colección pensamos en eso, desde la tela, el botón y el precio, que dentro de esas tres familias haya de todo. Lo que más me gusta es que después lo mezclás, lo ponés en el local y es armonioso. Es como este sillón. Esa ensalada está armada desde un cabeza donde yo sé que tengo que tener x cantidad de pantalones y suéteres.
¿Cómo evaluás el mercado de la indumentaria en la Argentina?
Creo que tenemos unas marcas espectaculares con una gran identidad. Y que dentro de América latina es un nicho de diseño grosso. Muchos diseñadores también me gustan, respeto mucho a JT, Pablo Ramírez, son amigos míos y hacen unas cosas geniales.
¿Genera incertidumbre la posible llegada de las mega tiendas low cost?
Tengo locales en ciudades de América latina donde están Forever y H&M, y claramente son productos distintos. Nuestro producto tiene identidad y creo que eso nos diferencia. Tratamos de meter los mejores materiales que podemos, pero eso también tiene un costo.
¿De dónde es la ropa que usás?
Me visto en Jazmín. Me gusta mucho la ropa, y me compro también cuando viajo.
¿Cuál es el lado B de la moda?
Lo que no me gusta de la moda es la frivolidad, y que la gente sea uniforme. Y en contraposición me encanta que cada mujer adapte las prendas a su propio estilo, que no se vista como el maniquí. Las mujeres nos vestimos de acuerdo con cómo nos sentimos, nuestro estilo es de acuerdo con cómo pensamos o nos relacionamos. La ropa es para jugar, y hay que atreverse.
Y ella está dispuesta a jugar, y seguir divirtiéndose con el diseño, aún 20 años después. Dice que el lujo tiene que ver con el confort y con los tiempos de cada uno. Con la simpleza y, sobre todo, con estar contento con uno mismo y poder trabajar de lo que a uno le gusta. “La verdad, ese es un lujo”.