Ya había anochecido y en las trincheras británicas de Bois de Ploegsteert, Bélgica, el frío y la llovizna hacían que fuera dificil pensar en otra cosa. El joven Bruce Bairnsfather, años después devenido en un reconocido humorista y dibujante, se encontraba allí, junto a sus compañeros del primer batallón del Regimiento Real de Warwickshire. “Estaba frío, mojado, cubierto de barro. No existía ni la más mínima posibilidad de irse, excepto en una ambulancia”, escribiría décadas después, en sus memorias.
La postal no era diferente a la de otras noches invernales de guerra excepto por un detalle: era Nochebuena. La fecha generaba especial angustia entre los soldados. La Primera Guerra Mundial, que muchos pensaron que no duraría más de unas semanas o meses, estaba por cumplir medio año y no había indicios de que fuera a acabar en el corto plazo. La mayoría de los combatientes había imaginado que iban a estar de regreso en sus hogares para Navidad, pero no fue así.
Eran las 10 de la noche cuando los soldados británicos empezaron a escuchar un murmullo. Venía del otro lado del campo, donde se encontraban las trincheras alemanas. No tardaron en confirmar lo que sucedía: los enemigos estaban cantando villancicos. La respuesta británica, villancicos ingleses, llegó pocos minutos después a oídos de sus contincantes. “De repente, oímos unos gritos confusos desde el otro lado. Todos nos detuvimos a escuchar. El grito vino de nuevo. La voz era de un soldado enemigo, hablando en inglés con un fuerte acento alemán. Estaba diciendo: ‘Ven aquí’”, escribió Bairnsfather.
Un sargento británico tomó la iniciativa de responder: “Si hacés mitad de camino, yo hago mitad de camino”. Fue así como, en medio de la noche, los dos hombres salieron de sus respectivas trincheras y estrecharon manos. La guerra había terminado, al menos por unos días.
“Nunca más volvió a suceder”
Los recuerdos de aquel intervalo en que los soldados de ambos bandos dejaron de ser enemigos para convertirse en pares, se conservan en los testimonios escritos de sus sobrevivientes, tanto cartas como memorias. El escritor Henry Williamson, entonces un adolescente de 19 años, le escribió a su madre desde la guerra: “En mi boca tengo una pipa obsequiada por la Princesa María. Dentro de la pipa, hay tabaco alemán. ¡Ja ja!, pensarás que se lo quité a un prisionero o lo encontré en una trinchera capturada. Oh no, querida. Es de un soldado alemán. Sí, un soldado alemán vivo me lo trajo desde su propia trinchera. Maravilloso, ¿no?”.
Se sabe que los soldados jugaron al fútbol, aunque no se sabe con exactitud cómo lo hicieron, ya que lo más probable es que ninguno de los dos grupos tuviera una pelota entre sus cargamentos. La leyenda dice que algunos utilizaron una lata de carne en conserva como sustituto. También se sabe que intercambiaron mercadería. “Sucedió algo fantásticamente antimilitar. Las tropas alemanas y francesas se visitaron e intercambiaron vino, coñac y cigarrillos por pan negro, galletas y jamón de Westfalia”, recordó en un escrito el soldado alemán Richard Schirrmann, quien después pasaría a la historia por crear el primer hostel del mundo.
Los dos grupos aprovecharon la pausa en la guerra para enterrar a sus muertos y descansar. Pero dos días después, el 27, la guerra continuó, y los soldados volvieron a matarse unos a otros.
“Mucha gente dudó de estos relatos”
Para fines de diciembre, las cartas de combatientes en las que se describía este evento llegaron a sus respectivos hogares familiares y, en seguida, fueron replicadas por los diarios, titulares que no dejaban de sorprender. “Al principio, mucha gente dudó de estos relatos. Pero, con el tiempo, aparecieron las fotografías. Y ahí la evidencia fue más clara: esto realmente había sucedido, no era un mito”, explica Anthony Richards, investigador histórico y directivo de Imperial War Museums, de Gran Bretaña.
“La Tregua Navideña fue única. Nunca más sucedió algo así, a esa escala”, suma Richards. Para la Navidad siguiente, la tregua fue prohibida bajo la amenaza de un consejo de guerra para el soldado de cualquier lado que se atreviera a fraternizar con el enemigo. Richards destaca, además, otra razón por la que el hecho nunca más se dio en los años siguientes de la guerra: “A largo plazo, la razón por la que no volvió a suceder es porque cambió la manera en la que se estaba peleando la guerra. A medida que la guerra progresó, empezó a haber un control de comando mucho más centralizado: aquellos que estaban en primera línea serían forzados a agredir de manera constante. También, a medida que la guerra progresó, se volvió mucho más sucia. Por ejemplo, se introdujeron gases de guerra. Entonces, el deseo de fraternizar con el enemigo desapareció dramáticamente después de 1915″.
Con el paso del tiempo, muchos empezaron a dudar nuevamente de la veracidad de la Tregua de Navidad de 1914. Al día de hoy, se escriben diferentes relatos sobre este suceso, lo cual genera confusión entre quienes investigan sobre el tema. Además de las cartas y de las fotografías, capturadas con las cámaras privadas de diferentes soldados, Richards destaca otra manera en la que el Imperial War Museums de Gran Bretaña ha confirmado los hechos: la manera en la que los periódicos alemanes cubrieron el suceso. “Es muy parecida a la manera en que lo cubrieron los periódicos británicos”, explica el historiador.
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