Las Suicide Girls, un nuevo horizonte de la estética erótica
Con su look de tatuajes, lentes de marco y pelo de colores agregaron otros símbolos a la cultura de la sensualidad femenina y son un boom en la Web
Tatuajes, gafas de marco grueso y el celular siempre a mano: las Suicide Girls se han vuelto famosas yendo en la dirección contraria a los prototipos de belleza establecidos tradicionalmente por los medios. Representan un nuevo horizonte para el erotismo (bastante desgastado y remanido, cabe añadir) y su estética plantea un esquema simbólico que hasta hace poco podría catalogarse como nerd o poco atractivo.
Si bien empezaron a aparecer en 2001, más o menos, irrumpieron con fuerza en los últimos tiempos a través de Instagram. Lógicamente, Internet tuvo que ver en su divulgación: con cada paso que dan las redes sociales, ellas ganan en masividad. Y a pesar de su nombre impactante, las Suicide Girls no tienen nada que ver con el suicidio ni con la muerte.
¿Qué son las Suicide Girls? Mujeres con tatuajes, looks interesantes, de pieles blancas y únicas. Dicho de una forma más sencilla: son alt models con una mezcla de perfiles punks, góticos y pin-ups. Y todas ellas participan de un sitio web de impacto inmediato a nivel internacional: suicidegirls.com. La exhibición de fotografías de chicas "comunes" con estética pin-up hizo la diferencia. Y en este sitio, los usuarios pagan por ver fotos y videos. Pero no todo es trivial como parece: también se intercambian información, afinidades y gustos. Se genera un espíritu de comunidad alrededor de su estética y una cultura diferente a la del erotismo tradicional. Incluso se comercializan remeras y prendas ecológicas con la simbología SG (Suicide Girls) que son aptas para todo público.
Algunos números grafican mejor este fenómeno: las Suicide Girls tienen 6,3 millones de fans en Face-book, 4,5 millones en Instagram y 377.000 en Twitter; hay 2800 modelos en todo el mundo y unos 7,6 millones de fotos. No se trata de una moda ni de una tribu social: es un estricto lugar de pertenencia donde hay -como en toda escena que se precie de tal- divas, veleidades y valoraciones; prestigio, seguidores y mercado. Aquí hay estéticas y bellos cuerpos que se despegan de la media. No hay una código ni medida determinada (como ocurre en el erotismo convencional), sino que se trata de actitud: son chicas que toman el poder.
Las circunstancias espectaculares y las leyendas tejidas en torno de las Suicide Girls, esas figuras excéntricas que se pasean flojas de vestimenta por Internet, esos cuerpos tatuados e intervenidos que despiertan pasiones, endulzan bytes y apuntan a transformarse en una obra artística más que un objeto de deseo. Nunca está de más; por eso, vale aclararlo: las Suicide Girls no hacen pornografía, son modelos de fotografía.
Como las musas, las Suicide Girls nacieron por ausencia. No forman parte de la mitología griega pero sí son fuente de inspiración: ellas posan, generan demanda y, así las cosas, la maquinaria erótica comienza a funcionar. Podemos mirarlas pero no tocarlas. Como en Europa o los Estados Unidos, América latina también es proveedora de material y arte para las Suicide Girls. De México a la Argentina, pasando por Colombia, Ecuador y Venezuela.
"Comencé en 2013", dice Aymi, fotógrafa chilena y Suicide Girl. "Empecé haciéndome autorretratos y la verdad es que siempre me interesó la fotografía erótica", agrega. A partir de eso, unas chicas SG la contactaron por correo electrónico; querían que se convierta en una modelo SG. "Me decían que tenía la actitud, pero yo ni conocía la página". De a poco, Suicide Girls va colándose en el imaginario cotidiano de Internet.
"Cuando a uno le dicen «Suicide Girl» piensa en todo lo malo: chicas desnudas, medio friquis -aporta Anticss, modelo argentina-. Pero cuando entrás a la página es otro mundo". Anatomías auténticas, genuinas, alejadas de bellezas plásticas y de las convenciones que se mueven en los mass media y las grandes industrias culturales. "Sé vos misma que va a estar todo bien", sintetiza Anticss.
No importa si tienen tatuajes o no, si son flacas, altas o tienen el pelo de colores, lo que se busca es un erotismo natural. "Estoy en Instagram desde 2011 y tenía amigos que me decían que tenía que ser una SG", comenta Cossmic, hopeful (aspirante a SG) peruana. Se sincera como "vanidosa" y planea llegar lejos. En rigor de verdad, Suicide Girls es una enorme pantalla internacional para que estas modelos se visibilicen. El primer paso es entrar, después el éxito viene en función de cuánto se muevan. Como ella, muchas jóvenes son postulantes: tienen el sueño de pertenecer. El club es grande, pero maneja códigos de exclusividad.
Para ingresar a Suicide Girls se necesita una sesión de fotos. Cada modelo puede ganar hasta $ 500 dólares por cada sesión vendida. Desde SG reclutan pero las chicas también pueden postularse. Y son, sin dudas, un síntoma de estos tiempos: superado el paradigma warholiano de los quince minutos de fama; si la vida de cualquier hombre común se ha tornado un reality show, las Suicide Girls llevan su exposición al extremo. Sin fotos no hay paraíso.
En las redes sociales, esta tendencia no para de crecer y, al mismo tiempo, acentúa la existencia de avatares: construcciones hechas a partir de impresiones online. La vida dialoga con la red. Por eso, el alimento para tanta entrega son los seguidores. Las Suicide Girls necesitan de los seguidores para vivir. Las cantidades legitiman, otorgan un poder invisible. Y para ello, las modelos develan sus construcciones artificiales o genuinas, nos muestran su cotidianeidad impostada o natural, exhiben la belleza de lo distinto, de lo modificado, de su humanidad.
Las dimensiones banales del fotolog y las selfies antes de las selfies quedan postergadas ante cualquier intercambio con las SG y su cosmogonía. La intención de mostrar belleza y destrabar mundos prima entre sus álbumes de fotos, sus charlas, sus foros y apariciones públicas. Ellas recomiendan autores de libros, directores de cine, discos, hipervínculos pop que les gustan: todo con la sugerente porción de imagen. Así las cosas, no se trata sólo de una web de fotografías, sino que el foco está puesto en romper convenciones y en aportar discusión por sobre lo diferente. En Suicide Girls prima lo orgánico: tienen el mismo peso qué sos y cómo sos.
"Algunas chicas somos difíciles -reflexiona Anticss-. Nos mostramos como que está todo bien pero somos un poco hipócritas".
Como se imaginarán, en un ambiente tan estético, algunos egos se engrandecen... "Algunas no quieren incluir -desliza Cossmic-. Eso es porque somos muchas chicas y ya sabemos lo que pasa cuando hay muchas chicas", completa Aymi. En América latina, la mayoría se tienen como amigas entre sí en sus redes sociales y, a la vez, tienen entre sus contactos a los dueños del sitio SG (los norteamericanos Steve Simitzis y su mujer, Olivia Ball).
¿Se puede vivir siendo una Suicide Girl? La respuesta es que sí, pero no todas. De hecho, son pocas las que en América latina lo han logrado. Por ejemplo, es una práctica habitual que entre las más conocidas hagan presencias en eventos. Y vivan de eso. De hecho, ninguna de las tres entrevistadas vive exclusivamente de ser una Suicide Girls. En el caso de Anticss, trabaja en una empresa proveedora de seguros. Por ahora, el modelaje representa para ella una especie de pasatiempo. Cossmic acaba de graduarse como fotógrafa y es maquilladora desde hace cuatro años. Y Aymi obtiene una entrada de dinero como la fotógrafa oficial de algunas aspirantes y vive haciendo trabajos freelance.
Si bien provienen de lugares diferentes de América, como a todas las chicas que han sido bendecidas por el sello SG, las seduce una idea: posar y ser reconocidas.
Pero, eso sí, aunque habiten o transiten distintas geografías, siguen coincidiendo en que su obsesión es mostrarse más. Y mostrarse mejor. Y que su cuerpo -sus pliegues, su piel, su estilo- sea combustible para el arte. Foto, clic, clic y a la red: podemos mirarlas pero no tocarlas. En este sentido, las musas existen y están en www.suicidegirls.com. No tienen cuerpo de mujer, sino de pura literatura.
Hernán Panessi