
Melania Trump: la primera dama inesperada
Ex modelo nacida en Eslovenia, la mujer de Donald Trump es para muchos un misterio. Discreta y elegante, algunos apuestan a que ayude a "humanizar" al magnate
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NUEVA YORK
"Es extremadamente bien educada. Es de una belleza incandescente en persona: la piel es un bronce suave, los ojos menos tensos y pegaditos de lo que se ve en las fotos. Es una buena madre, muy protectora, y habla esloveno con su hijo Barron.”
La descripción de Melania Trump, la próxima primera dama de los Estados Unidos, se la hace a La Nación revista Alex Kuczynski, la hija del presidente peruano. Kuczynski la conoce bien, y fue de las pocas personas a quienes Melania concedió una entrevista en el piso de la Quinta Avenida de los Trump, “para el que usaron el mismo decorador de interiores que Saddam Hussein”, al decir del clásico de la comedia Saturday Night Live, que Kuczynski cita. Alex es una célebre periodista y un personaje de gran relevancia en el circuito social de Manhattan. Pero aun los amigos de esta redactora (de un perfil público considerablemente más bajo, e incluso varios argentinos que cruzan a Melania en la escuela a la que iba hasta hace poco Barron o en la liga de fútbol infantil) comparten en forma exacta esa opinión.
“Es muy amable, con cierta distancia. En la escuela llamaba la atención porque las mamás van más con ropa de gimnasia negra y camperas de cuero que con colores claros, y ella siempre está de gris, o beige o blanco, y con ropa elegante. Esperaba a Barron pegada a la cocina del colegio para que no llamar la atención. Pero a todos los que pasaban los saludaba muy gentilmente”, explica la madre de un compañerito de Barron.
“Oleg y yo conocimos a Melania y a Donald en un evento de caridad previo a su boda”, comenta Marianne Cassini, la viuda del diseñador responsable del célebre look detrás de Jackie Kennedy en sus años en la Casa Blanca. “Ella nos dijo: Me gusta Donald porque me hace reír. Es muy agradable y encantadora, y puede totalmente convertirse en un ícono de la moda”, subraya la venerable matriarca del clan textil. El encuentro es en la mansión neoclásica de los Cassini al borde del Central Park. Peggy, hermana de Marianne y su mano derecha, acerca a esta redactora una copa de rosé y va un paso más allá: susurra, parafraseando el eslogan de campaña de Trump, que Melania “va a hacer a América grande una vez más”.
Pero si ser linda, discreta y decir “por favor” y “muchas gracias” con ropa de los grandes diseñadores será suficiente para ser una primera dama que pueda humanizar o suavizar algunos de los aspectos más polémicos de su marido, como esperan los observadores más optimistas de la transición presidencial (“un ying reservado al combustible yang de él”, resume la periodista de Fox Liz Peek), está por verse. Ni que hablar si ella servirá para cumplir lo del “gran país” que promete su marido.
A esto contribuye que la verdadera Melania Trump es un misterio. Esto es paradójico ya que, en cierto sentido, el público la conoce más que a cualquier otra mujer de un presidente electo: sus fotos desnuda, pero con tacos y brillantes sobre la alfombra de piel de un jet privado, esposada a un maletín con joyas, que fueron publicadas originariamente en la revista para hombres GQ, devinieron una parte integral de distintas campañas opositoras desde las primarias. Y ni que hablar de la imagen en que está en bikini colaless empuñando una pistola de oro. Pero aunque en el eje de Wall Street/Park Avenue muchos tienen historias de citas de negocios con Donald Trump (con opiniones dispares respecto a los resultados), es difícil encontrar a quienes hayan realmente socializado con la pareja y aun más con ella a solas.
“Jamás podés citarme con nombre en esto –dice una señora de las antiguas familias de la ciudad, que, de hecho, votó por Trump y fue de sus pocas voces de apoyo público en una ciudad tan Demócrata y progresista por definición–, pero ellos no son parte de la polite society (sociedad con buenas maneras) con la que uno circula”.
Por su parte, Kuczynski agrega que mucha gente le ha dicho que Melania Trump es la Carla Bruni Sarkozy de los Estados Unidos, pero que ella tiene sus dudas al respecto. “¿Sólo porque ambas fueron modelos? Uno puede argumentar que Carla Bruni tiene alunas cualidades de mujer renacentista. Es una artista, escritora y cantante. Se rodea de intelectuales. La señora de Trump se rodea de gente perfectamente agradable, pero no es un grupo social necesariamente conocido por la profundidad de sus pensamientos”, subraya.
Melania Knauss (Knavs antes de cambiarse el apellido en los Estados Unidos) nació en 1970 en la pintoresca ciudad de Novo Mesto en la ex Yugoslavia. Una zona agitada, aunque su vida fue protegida. Su padre vendía autos de una empresa estatal, su madre trabajaba en la industria textil.
“Vienen a visitarla a Nueva York y llevan a Barron al pediatra, ese tipo de cosas. Son gente totalmente promedio, agradables y que ni se inflan ni se desinflan por el tema político. Únicamente les importa su hija y su nieto y no quieren ni figurar ni que nada altere su vida plácida”, explica la profesional de un consultorio donde van a atenderse y que suele charlar con ellos.
De niña Melania esquiaba y practicaba gimnasia olímpica. Después de un paso por la Universidad de Ljubljana, donde estudió Arquitectura (hay cierto debate respecto de si se llegó a graduar o no), comenzó a trabajar como modelo en Milán. Ya casada con Trump fue fotografiada por Mario Testino y Helmut Newton, y apareció en el célebre especial de trajes de baño de la revista Sports Illustrated en 2000.
En noviembre de 1998, Melania conoció a su futuro marido en una fiesta de la Semana de la Moda organizada por Paolo Zampolli, fundador de la agencia de modelos ID. Melania tenía 28, años. Trump le llevaba 24, se acababa de separar de su segunda mujer, Marla Maples, y tenía cuatro hijos. Donald pidió a Melania su teléfono, pero como él estaba acompañado por una señorita (la heredera noruega Celina Midelfart) ella se negó a dárselo. Pero no se sentó a esperar: le pidió el de él, y al regresar de una sesión de fotos en el Caribe lo llamó.
Para la primera cita fueron a Moomba, el restaurante de las celebridades a fines de los 90 y Melania confesó a la prensa que, enseguida, se impresionó con su vitalidad. Comenzaron a salir y en 2005 se casaron en Palm Beach, Florida. Ella llevó un vestido de Dior que requirió más de mil horas de trabajo manual, y Barron nació un año después. Melania, según todas las evidencias, se lleva muy bien con los hijos adultos de Trump: Donald Jr., de 38; Ivanka, de 34; Eric, de 32, y Tiffany, de 22. Con las ex mujeres de Trump dice que no hay relación, si bien Ivana públicamente apoyó la candidatura de Trump; según los tabloides, está buscando ser nombrada embajadora en su República Checa (entonces Checoslovaquia) natal.
Porque sí, a pesar de las conocidas posiciones antiinmigratorias de Trump, salvo Marla Marples, todas sus mujeres (además de su madre, nacida en Escocia) han sido extranjeras. De hecho, Melania será la segunda primera dama en toda la historia que no nació en suelo estadounidense. Su antecesora fue Luisa, la mujer de John Quincy Adams, que nació en Inglaterra, si bien su padre era de las colonias recién liberadas.
“A Melania el inglés no le sale de manera fluida y natural, así que seguramente la harán mejorar en eso pronto. Mientras tanto, se va a mantener dentro de un libreto que ella elija, y lo va a seguir línea por línea. No hay que esperar demasiada improvisación”, sostiene Kuczynski.
Lo del libreto, cuando es de otros, ya trajo problemas. En una de las pocas apariciones públicas en las que habló, Melania leyó un discurso que luego resultó, en parte, haber sido copiado por una asesora de uno anterior de Michelle Obama. Prudentemente, en general, Melania se mantiene en un segundo plano en el papel de esposa y madre. Fue, en cambio, Ivanka, la hija de Trump, la que tomó un papel protagónico en la campaña y fue ungida como personaje clave de la transición. Ivanka a menudo fue descripta por Trump y su campaña como una empresaria exitosa y está escribiendo un libro titulado Mujeres que trabajan.
Pero Trump ha sido menos solidario cuando sus propias mujeres intentaron trabajar. En una entrevista con la cadena de televisión ABC dijo que su primer matrimonio (con Ivana, la madre de Ivanka) fracasó cuando Ivana empezó a trabajar fuera del hogar. “Hay días en los que pienso que es fantástico. Y si bien no quiero sonar demasiado machista, hay días en los que si llego a casa y no está lista la cena, exploto.” Con Marla Marples, su segunda mujer, dijo que no funcionó la relación cuando ella le empezó a pedir que se quedara más en casa con su hija Tiffany. Además, en el programa de radio de Howard Stern, Trump reconoció que nunca hizo nada para ocuparse de los chicos, salvo proveer los fondos.
Todo esto no pasó inadvertido por los analistas culturales. En un sonado artículo titulado “Por qué los hombres quieren casarse con Melanias y criar Ivankas”, The New York Times puso en evidencia una verdad incómoda: que los Trump representan una dinámica familiar… demasiado familiar para muchos. Son los hombres que a menudo le han dado a sus hijas más oportunidades que a sus esposas, quizá viendo a las hijas como una extensión de sí mismos.
De acuerdo con una encuesta encargada por Maria Shriver (la sobrina de John F. Kennedy y ex primera dama de California cuando estaba casada con Arnold Schwarzenegger), en los Estados Unidos dos tercios de los hombres quieren hijas independientes, pero sólo uno de cada tres quiere una mujer independiente. El 14 por ciento de los hombres dijo que quería una esposa que se quedara en el hogar, mientras sólo el 5 por ciento dijo lo mismo sobre sus hijas. La conclusión evidente fue que los cambios en los papeles asignados lucen menos amenazadores cuando son los hijos los que se benefician. A la vez, una pregunta que quedó abierta en este proceso electoral a raíz de la dinámica Melania/Ivanka es si la sociedad norteamericana ha evolucionado lo suficiente para valorar a las mujeres como individuos en vez de en términos relacionales, como mujer atractiva que apoya al marido o bien hija exitosa que es un buen reflejo de sus padres.
Otro tema de debate que Melania despertó fue que, si bien típicamente las aspirantes a primeras damas en los Estados Unidos siempre quieren mostrarse accesibles, gente como cualquier vecino, Melania se posiciona, en cambio, como claramente aspiracional. “Más diosa del hielo que mami que lleva a su hijo a los partidos de fútbol”, la describió la revista The New Yorker, aunque, de hecho, sí lleva a su hijo a partidos de fútbol, emblemáticamente, además, el deporte de los latinos y no de la vieja guardia norteamericana.
“Melania es la excepción a las políticas nativistas de su marido”, sostuvo el prestigioso semanario sobre la ex modelo. Incluso cuando hace unos años fueron al programa de televisión de Larry King en familia, éste preguntó extrañado si Barron no tenía un dejo de acento esloveno en su inglés.
Pero lo que hace a Melania realmente distinta de la típica mujer de un político estadounidense es que nunca hace bromas sobre sí misma ni nunca trata de hacerse querer menospreciándose con algo de humor. The New Yorker recordó que no pide disculpas ni en palabras ni en actitud por el anillo de diamantes de 25 carates que siempre lleva (regalo de Trump por su décimo aniversario de casados) o el estilo de vida híper formal de la familia (“No es un chico que ande en jogging”, dijo respecto a Barron), o sus múltiples mansiones (“Hasta luego. Me voy a mi #casadeverano #campo #findesemana”, twittea).
Pero es “una compañera capaz para Trump, lista y que habla cinco idiomas”, sostiene Peek, quien fue una de las mujeres pioneras en el mundo de las finanzas y luego colaboradora de The Wall Street Journal.
“The New York Times publicó una nota realmente absurda sobre lo poco deliberado y pensado en términos simbólicos que es su acercamiento a la moda (y laudando la intuición para la moda de Hillary, ¡por Dios!) –agrega–. Estoy segura de que en los próximos años emergerá como alguien que la industria de la moda mataría por vestir. Sus instintos son excelentes y, como fue modelo, es perfecta para divulgar la ropa de diseñadores norteamericanos.”
La reflexión de Peek es a raíz de una nota de tapa en el poderoso suplemento Styles de The New York Times, donde contaban que el mundo de la moda se había posicionado abiertamente en favor de Hillary Clinton –Vogue incluso por primera vez en su historia publicó un editorial apoyando explícitamente a un candidato presidencial– y ahora no sabía cómo reacomodarse. A diferencia de lo que ocurrió con otras mujeres que acompañaron la campaña presidencial de sus maridos, Melania Trump no tuvo diseñadores desesperados por vestirla y, más allá de ser genéricamente formal y lujosa, su ropa no fue digna de comentarios.
Una sola notable excepción fue cuando apareció con una blusa de Gucci con un gran moño llamado pussy bow. Esto en referencia al adorno que llevaría un gatito, pero también es aquí una forma vulgar de referirse a la vagina. Justo unos días antes habían salido a la luz unas grabaciones de Trump tomadas en 2005 haciendo comentarios lascivos sobre las mujeres que causaron un escándalo, y en las redes sociales comenzaron a preguntarse si la elección de Melania era una ironía o un descuido desafortunado. Todo, como con ella, se mantiene en un gran interrogante.
"No sabemos aún cuál va a ser su estilo porque no apareció mucho en la campaña. Michelle Obama fue mucho más visible y tenía una estilo muy distintivo así que sabíamos inmediatamente cuál sería su look como primera dama”, dijo a La Nación revista Kate Betts, ex editora de Harper´s Bazaar y autora del libro Everyday Icon: Michelle Obama and the Power of Style. “Espero que los norteamericanos estén dispuestos a darle una oportunidad –concluye Peek–. No ha salido a atacar con furia a quienes alegremente publicaron viejas fotos de ella desnuda por todas partes y siempre se comportó con dignidad, que es mucho más de lo que se puede decir de tantos bajo el ojo público”.
Otros que realmente detestan a su marido dicen que es como Berlusconi y esperan que ella se vuelva una Verónica Lario. Lario le dio tres hijos a Berlusconi y vivía en una especie de castillo como Melania. Después conoció al filósofo y ex alcalde de Venecia Massimo Cacciari y se radicalizó. No soportó más el famoso “bunga-bunga” de su marido y su divorcio fue el comienzo del fin de la era Berlusconi. Según una nota del periodista esloveno Andrej Mrevlje que citó New Yorker, fue ella la que lo derrumbó cuando el electorado no pudo hacerlo.






