De modernizar el programa de Mirtha a producir la primera serie local para Netflix, cómo aprovechó las ventajas de su apellido para hacer una apuesta personal a la televisión de calidad.
Cuando despierte en la mañana, Nacho Viale mirará las noticias. Pasará por algunos diarios de cabecera y visitará todas las secciones. Después, se detendrá en las que más le interesan: revisará los deportes con algo más de atención –probablemente, haga zoom en lo referido a Boca, el tenis y el automovilismo– y luego verá qué está pasando en el mundo televisivo. Si es comienzo de semana, chequeará la cobertura que recibieron los dos programas de Mirtha Legrand, que lo tienen como productor general, tanto el del sábado por la noche como el tradicional almuerzo. Entrará en el sitio del diario El País de España y, seguramente, leerá alguna noticia o columna que analice la industria audiovisual. Es posible que suba el link a su cuenta de Twitter.
Una vez informado comenzará su día de trabajo. Si es martes tendrá la reunión de producción para definir los detalles de las siguientes dos semanas respecto del programa que conduce su abuela: ocho personas –incluida la señora– discutirán el contenido de los programas, definirán la estrategia en las redes sociales –un sector clave y en expansión constante desde que él está a cargo del proyecto– y analizarán números y comportamientos de audiencias. Puede también que surja un viaje al exterior: a una conferencia de Viacom, por ejemplo, a una reunión con una cadena o plataforma televisiva, o puede que salga solo por placer. También se ocupará de los proyectos que está encarando con Story Lab, la productora que montó hace cinco años y con la que viene construyendo su carrera y tachando ítems en su lista de objetivos como productor televisivo.
Empezó cuando se hizo cargo de la producción general de Almorzando con Mirtha Legrand, donde actualizó el formato del ciclo llevándolo a los fines de semana; propició el regreso de su abuela a la ficción con La dueña; fue hit con La casa del mar –la serie emitida por DirecTV que significó su inmersión en el mercado internacional–; fue premiado en La Semana de la Crítica en Cannes por su película La patota, la remake del clásico de su abuelo Daniel Tinayre que tuvo como director a Santiago Mitre; y llevó al monstruoso Netflix Estocolmo, su última serie y, quizás, el más propio de sus proyectos.
–Me encanta el hecho de poder generar –dice Nacho, de 36 años, buscando definir su forma de vida–. Estar haciendo cosas todo el tiempo con gente diferente. Mover el negocio me gusta más que depender de una sola cosa.
Nacho Viale no se detiene. Es un animal de la producción, el análisis y el consumo del universo televisivo. Un hombre que desde que era un niño se vio dentro de ese ámbito y que hoy se encuentra inmerso en lo más profundo: Nacho Viale respira y se alimenta de la televisión. Es un productor que se encarga de la parte empresarial (negociaciones con actores, con canales, presupuestos y demás) y de los contenidos (está dentro de los guiones, de la selección de locaciones, de los modos narrativos, del tipo de filmación, de la estética).
–Desde chico me daba cuenta de que todo lo que me rodeaba me encantaba –recuerda Nacho, que es un hombre alto (debe superar el metro noventa), de figura espigada casi como la de una nadador y tiene un rostro que, a pesar de la barba, guarda rasgos aniñados.
En ese tiempo de educación sentimental, su abuelo –el productor y director Daniel Tinayre– fue una figura familiar que al mismo tiempo funcionó como una referencia directa y formativa de cara a lo que sería su futuro profesional.
–Creo que decidí ser productor más por admiración a la figura de mi abuelo que por cualquier otra cosa.
Nacido el 2 de enero de 1981, Ignacio Viale es hijo de la actriz y conductora Marcela Tinayre y del empresario Ignacio Enrique Viale del Carril. Hermano mayor de la actriz Juana Viale, Nacho creció en el seno de una familia –la de Mirtha Legrand, quizás la figura más grande de la tevé argentina, aun con sus detractores acuestas– en la que la televisión fue, desde siempre, parte del contexto diario.
Por eso, desde los 6 años empezó a jugar a hacer televisión. El padre de un amigo trabajaba en Produfe, la productora de Telefe, y él –junto con su hermana y su amigo– cambiaba la impresión en las gorras del canal por su propia tipografía. Así nació Teletrucho, su propia señal on demand en épocas de fílmico.
–Hacían programas policiales y noticieros. Juana y el otro chico conducían los noticieros –recuerda Marcela Tinayre entre risas–. Nacho manejaba las cámaras, les tiraba las noticias. Era el productor.
Para el contenido de esos informativos, Nacho inventaba noticias y también las sacaba de los diarios. Su madre cuenta que antes de ir al colegio leía los matutinos en papel. Hacía eso todos los días, como en la actualidad.
Además de noticieros, Teletrucho tenía otros programas. Una versión propia de Juana y sus hermanas y coberturas de las fiestas familiares. Los registros los hacían con una cámara familiar Camcorder primero y después con una Sony PC100 que le regalaron a Nacho. La edición era con dos grabadoras: una que grababa y otra que cortaba. Todo lo hacía tocando, nadie le enseñó a editar, aprendió haciendo.
–Cuando estábamos en la casa de José Ignacio (en Uruguay), con Juana hacían una escena cantando una canción –dice Mirtha Legrand con la voz llena de una nostalgia dulce–. Nadie les decía nada. No sé si lo hacían secretamente o para darnos una sorpresa. Nos divertíamos mucho. Y en el fondo nos encantaba, desde luego.
Además de hacer televisión, desde pequeño Nacho fue un consumidor desquiciado del medio. Hacía zapping constante en la televisión de aire y después pasaba por Los autos locos, Tom & Jerry, Mazinger Z, Los súper campeones y Transformers. Dice que miraba mucho los dibujos animados y que aún hoy los puede seguir viendo.
Entre esos juegos y programas de colores, estaba Daniel Tinayre, el cineasta y productor, pero sobre todo el abuelo. Desde muy pequeño, Nacho estableció una relación de complicidad con él. Marcela, la madre de Nacho, los recuerda muy unidos, riendo todo el tiempo, con Daniel teniendo devoción por su nieto mayor.
–Mi papá le decía cosas como: “Para qué vas a tomar la Comunión, los curas son tremendos, no vayas” –recuerda Marcela–. Mi papá era un transgresor y Nacho se reía mucho con él y las cosas que le decía.
De ese abuelo heredó la exigencia y la determinación ante el trabajo. También la capacidad de pensar cada proyecto de manera grande. Llevar sus ideas a una escala casi irreal.
Cuando terminó la escuela secundaria, Nacho Viale empezó a estudiar la licenciatura en Comunicación en la Universidad Austral. Al mismo tiempo, trabajó en la consultora de imagen empresarial y comunicación de su padre. Allí era asistente de cuentas, un “che pibe”, dice él.
–Fue un aprendizaje. Hacía followap, presentaciones. Una etapa muy linda. Me centraba en horarios y cosas muy buenas –dice–. Pero ya en la universidad me di cuenta de que no estaba haciendo lo que quería, de que quería hacer otra cosa.
Entonces, después de dos años en la consultora, se fue y empezó a trabajar en la producción de Almorzando. Esos años fueron el nacimiento de un ritmo de vida vertiginoso. Por la mañana iba a la facultad, cortaba al mediodía para ir al canal y volvía a la Austral para hacer unos talleres prácticos. Así estuvo hasta que se recibió. Luego hizo la maestría en Gestión de Contenidos, pero el frenetismo de su trabajo le impidió completar la tesis para obtener ese título. Algún día la hará, cree.
En 2005, con cuatro años de escalada en el programa de Mirtha Legrand, lo que lo llevaría a convertirse en productor general en 2008, Nacho decidió incursionar en el teatro. Viajó a México para comprar los derechos de El graduado y produjo la obra que tenía como protagonistas a Nacha Guevara y a Felipe Colombo y que se presentaba en el Metropolitan.
–Es una historia que me encanta. Es un clásico. Cada tanto a los clásicos hay que sacarles un poco el polvo para mantenerlos, porque creo que tienen algo por lo cual trascienden los tiempos. Hay ciertos lineamientos que perduran y que tienen un poco todos los relatos. En las historias que hacemos tratamos de que exista eso. Cuando generamos triángulos en las series, buscamos que tengan eso clásico de drama, de tragedia o de comedia.
–¿Y cómo buscan hacer eso?
–Tratamos de hacer series con temas más allá de una historia aislada. Digo, lo contemporáneo te sirve mucho para referirte a ciertos temas y después sobre esos temas hablar de las historias particulares. El narcotráfico para el continente es fuertísimo. Hay 50 series, todas con muchas historias diferentes. Pero si las desglosás seguramente encuentres historias de amor, tragedias, dramas familiares en el fondo.
Algo de eso ocurrió en La dueña, la serie que ideó y produjo en 2012 y que significó el regreso de Mirtha Legrand a la ficción después de 46 años. Pensada originalmente como un unitario de 13 capítulos, el éxito instantáneo provocó su extensión a 32 episodios.
–La dueña fue una oportunidad. Yo quería que mi abuela volviera a actuar y no me quería privar de producirla –reconoce Nacho–. El aprendizaje fue espectacular. Hubo que variar en el medio y fue un gran ejercicio. Empezamos como unitario y después tuvimos que doblarlo. Después parecía que lo pasábamos a 60, lo que implicaba un rediseño en la curva de producción y, finalmente, no cerraron los números porque era un cambio exponencial.
La dueña, que empezó en abril y terminó en noviembre, compitió durante su primera etapa con los partidos de Boca en la Copa Libertadores (“un día fuimos contra la final”, recuerda Nacho que es hincha del club de la ribera) y terminó promediando 18,7 puntos de rating, un número récord para un unitario de producción nacional, lejos de los tiempos del streaming y del consumo on demand.
Llame dentro de una hora que le consulto a la señora por la entrevista –responde del otro lado de la línea la encargada de atender el teléfono en la casa de Mirtha Legrand.
–Hola. Llamaba por la entrevista con Mirtha.
–Ah sí. Espere que ahí le paso con la señora –y después de eso suena un tono de espera con sonido a luces de árbol navideño.
–Sí. Qué tal, Gonzalo –saluda Mirtha.
–Hola, Mirtha. ¿Cómo le va?
–Estoy muy apurada.
–Le pregunto entonces. ¿Cómo fue trabajar con Nacho en ficción?
–Fue sumamente agradable hacer La dueña. Nacho es un productor que se ocupa de todo, no solo de la protagonista. Está muy atento a todo: a la parte artística, a lo técnico, a los actores. Está muy pendiente y está siempre de buen humor. Saluda a todos, cosa que me encanta. Es muy afectuoso, muy demostrativo. Y conmigo, cuando hacía una buena escena, venía al camarín y me decía: “Bien, abu, te felicito”. Esas cosas que aunque uno lleve muchos años en la profesión es muy halagüeño. Fue un episodio de mi vida muy placentero. Para mí fue algo muy delicado porque me jugaba mucho, era un desafío.
–Después de La dueña Nacho le propuso cambiar el formato de los almuerzos, pasar a los fines de semana.
–No, no, no. Yo ya no quería hacer televisión diariamente. Cuando me propuso hacer los fines de semana dudé. Dudé porque yo no salía al aire los fines de semana. El público se acostumbra a horarios y días de transmisión. Yo le decía que era un riesgo muy grande. Él decía: “No, abu”.
–¿Cómo es Nacho como productor?
–Tiene un futuro fantástico. Creo que va a ser uno de los grandes productores de Argentina. Está muy pendiente de todo, cuando tiene que viajar lo hace sin problema. Sabe tratar a los realizadores. Está muy pendiente de las inversiones, que es algo que me parece que está muy bien. Y es rapidísimo mentalmente.
–Nacho dice que se hizo productor por su abuelo. ¿Ve algo de Daniel en él?
–Es verdad. Siempre lo admiró muchísimo. Veía muchas de sus películas. Nacho es muy severo y estricto, como Daniel. Pero todo con una sonrisa, nunca con cara de enojado. De Daniel yo diría que era más riguroso, más exigente.
–¿Cómo es trabajar con Nacho en el control de los almuerzos?
–Ahh, me encanta. Cuando no viene me pongo triste. Le digo: “No viniste, Nachito”. Siempre tiene algún casamiento o algo, los sábados más que nada, si no tiene que ir a jugar al fútbol o ir a ver a Boca. Pero él sabe lo que pasa en el estudio, en el control. Todo le llega y todo le importa. Y cuando tiene que ponerse firme con algo o alguien, lo hace, con buenos modos, pero lo hace.
En el 2013 almorzando con mirtha legrand pasó a los fines de semana. Emitido por América –canal del que Nacho fue parte del equipo de programación de 2008 a 2010–, inicialmente pautado para los domingos al mediodía con algún especial los sábados por la noche, terminó volviéndose una fija ambos días. Al año siguiente, El Trece vio el potencial del programa en su nueva ubicación y lo convirtió en el plato fuerte que necesitaba para sábados y domingos.
–Me parece que es difícil, con ese tipo de programa, hacer que calidad y cantidad vayan de la mano cinco días a la semana. Son 25 invitados de lunes a viernes, que te llamen la atención, que no se repitan. Es difícil –dice Nacho acerca de los motivos del cambio–. Nos llevaba a un contexto de tener que hablar ciertos temas que quizás se llevan mejor con otro tipo de programas, como los de espectáculos. Estaba más atomizado el contenido.
–Nacho tiene un modernismo nato. Se puede notar en Almorzando, un programa clásico al que le dio una vuelta de tuerca y le encontró el modernismo –cree Marcela Tinayre–. No solo de un programa, sino también de una figura. No es fácil decirle a una figura vamos a modificar esto y lo otro: bajemos el lujo, pongamos un mesa de madera, vamos a salir los fines de semana.
Desde que Almorzando cambió de formato, se convirtió en un programa más de debate que de agenda. Si bien los invitados responden al contexto actual, se busca que sean interesantes más que mediáticos. Otro cambio fueron las redes sociales, donde el programa tiene contenido exclusivo de lunes a lunes. Nacho cuenta que estas modificaciones han logrado bajar considerablemente el promedio de edad del público y acercar más los números entre hombres y mujeres que ven el programa. Nacho actualizó un clásico de 49 años de aire y le dio una nueva vida.
El domingo, cuando llegó a su casa después del programa, Nacho se tiró en el sillón de su living y se puso con su pareja a ver la tercera temporada de Narcos, el fenómeno sudamericano de Netflix. En un momento, mientras transcurría una escena que no recuerda bien, gritó: “¡Pará, pará! Volvé para atrás”.
–Creí que el tipo tenía un Apple Watch y me parecía un error garrafal. Le vi la malla, que es como de acero, y creí que era. Pero no.
–¿Podés mirar tele solo por placer?
–Sí. Creo que la televisión no va a desaparecer. En un momento fue el núcleo que unía la familia, después la caja boba. Y hoy tiene aún algo de caja boba, de compañía, de estar en casa. Yo no te voy a decir que educa, educan otras cosas, pero es un reflejo de la sociedad que uno tiene. La televisión entretiene. Y el entretenimiento de uno está en llegar a la casa, tirarse en el sillón y mirar la tele con la boca abierta. Puedo ver televisión haciendo nada. Me gusta. Pero me cuesta.
–¿Sos de colgarte a mirar una serie?
–Sí. Me gusta más. Semana tras semana me vuelvo loco, soy muy ansioso. Por eso, con la séptima temporada de Game of Thrones esperé a que terminara. Me gusta la forma de consumo de ver dos, tres capítulos o una serie entera. Me queda más anclada la historia. Y me parece que te da la posibilidad de ver cosas que los productores intentaron contar, y estar metido en profundidad te permite verlo. A veces, tengo demasiadas cosas abiertas y me confundo. Me gusta ver una temporada completa.
–¿Qué mirás en la televisión clásica y tradicional?
–La tele de aire toda. Me encanta hacer zapping. Me gusta mucho la tele, miro mucha tele. Consumo de todo: noticieros, programas de espectáculos, magazine, películas. Me encanta la tele.
Después del éxito de La dueña nacho volvió a la ficción con La casa del mar en 2015. Escrita por Juan Pablo Laplace, había ganado el concurso de Series de Ficción Federales del Incaa y, con ese envión, se asoció con Story Lab. El proyecto fue presentado a DirecTV, que había contactado a Nacho para trabajar juntos, y finalmente fue emitido por el canal premium del operador de cable, lo que significó la inmersión de Nacho en un nuevo modo de consumir televisión, uno mucho más segmentado. La serie fue un éxito regional que se reprodujo en 12 países, lo que valió una segunda temporada, que fue nominada en los premios Emmy en la categoría Mejor Serie Drama.
Cuando todo indicaba una tercera temporada, Laplace sufrió un paro cardíaco mientras jugaba al fútbol con amigos y murió. Aunque Nacho cuenta que hubo conversaciones para continuar el proyecto, cree que sería algo muy difícil de hacer sin su creador.
La casa del mar revalidó a Nacho como productor. Mostró una ficción que además de tener una historia atrapante estaba contada con estándares de calidad elevadísimos: múltiples locaciones, estética cinematográfica, una narrativa superadora para la media nacional de la época.
Con Estocolmo, la serie que Nacho creó y que hoy ofrece Netflix, lo que significó la primera producción argentina exclusiva emitida por la plataforma, elevó aún más su propia vara. Protagonizada por su hermana Juana Viale, Luciano Cáceres y Esteban Lamothe, Estocolmo contó una historia sobre las redes de secuestro y trata de mujeres en clave policial oscuro, con ideas y vueltas temporales y, una vez más, un nivel de producción de aspiraciones mundiales.
–A Estocolmo queríamos sacarla afuera. Para eso tuvimos que convencernos nosotros. Estocolmo está contada de una manera que necesita un público comprometido. Breaking Bad, que mucha gente la vio, y me parece fantástica, vos la ponías al aire y no sé si hubiera sido el fenómeno que fue. Si mal no recuerdo, el capítulo cuatro de la temporada uno, cuando él se entera de su enfermedad, es casi en silencio. Eso la televisión de aire no sé si se lo banca. Es un ejercicio dejar de tener la tevé como fondo y sentarse a mirarla. Funciona un abanico: en aire, mientras más abarcás, sos más exitoso, en cable tenés que segmentar.
Cuando todo parecía indicar que Estocolmo iba a ser emitida por DirecTV, apareció Netflix, y su potencial y su prestigio internacional se convirtieron en una oferta imposible de rechazar.
–Lo de Netflix se eligió porque fue una oportunidad de mercado, estaba bueno pegar acá primero. Como productora tratamos de dar pasos firmes. Porque en esta industria cuando quedás patas para arriba cuesta remontar –dice Nacho, que tiene un nivel de comprensión del medio que parece excederlo–. Después uno se pone a analizar por qué un producto no funciona. A veces, simplemente, puede ser porque está fuera de tiempo.
Jesús Braceras conoció a Nacho cuando fue uno de los directores de La dueña junto con Mariano Ardanaz. Su experiencia previa le valió ser convocado para dirigir Estocolmo cuatro años más tarde.
–Al trabajar con él en La dueña tuve la misma sensación que cuando hice Estocolmo. Un tipo que tenía muy en claro lo qué quería y cómo lo quería –dice Jesús sobre Nacho–. Un tipo que tenía dos cosas muy claras: el concepto de laburo en equipo y querer diferenciarse, hacer un producto superior estéticamente.
Para Jesús esa intención de producción de Nacho es una consecuencia inevitable de la visión que tiene de cómo se va transformando el medio audiovisual y su modo de ser consumido. La lógica de Nacho responde a una lógica de mercado, un mercado cada vez más exigente.
–Se dio cuenta del cambio que tuvo la televisión. En La dueña su libido estaba puesta en la competencia del aire, en el prime time. Y, cuando lo volví a encontrar en Estocolmo, el ojo lo tenía puesto en otro lado. Ya no le interesaba que lo estrenara un canal de aire. Su evolución tuvo que ver con entender cómo había cambiado el mercado.
De nuevo. Nacho Viale es un animal televisivo. Por eso, aunque haya incursionado con éxito en el cine cuando reversionó La patota, el clásico de su abuelo de 1960, prefiere la televisión por la rapidez que tiene. Dice que le gusta eso de poder hacer algo, empezarlo y terminarlo.
–La patota era un capricho que tenía. En su momento, veníamos hablando con Axel Kuschevatzky, que es un admirador del cine de mi abuelo, y era un homenaje que yo quería hacerle –cuenta Nacho sobre el origen del proyecto–. El desafío de poder hacer cine me gustaba, pero no sé si volvería a hacerlo por una sola película. Tenés una maquinaria bastante grande que mover.
Entonces, si hacer una sola película es un movimiento desmesurado que parece no justificarse por dos horas de cinta, hagamos tres. De eso se trata uno de los proyectos: la filmación de tres largometrajes, que incluyen una remake. Nacho pide disculpas, no puede decir mucho más.
–La televisión argentina me parece de las mejores del mundo. Aunque creo que debe asumir ciertos desafíos que están apalancados por otras cosas. Una ley de medios que nos abarque un poco más a nivel medio, por ejemplo. La tele de aire exprimirla con temas sindicales, con leyes, es difícil hoy en día. No van a cambiar la industria o el volumen de trabajo para lo que es el espectro, porque la verdad son cuatro o cinco canales.
–¿Y cómo se logra avanzar entonces?
–A mí me gusta mucho el formato de ley que tienen los brasileños. Suben la cantidad y la calidad de la tele. Es sobre todo una cuota de pantalla que obliga a las señales a producir con una lógica como tienen el cine o los canales de aire. Pero si tuviésemos un porcentaje casi irrisorio para arriba, no va a cambiar el negocio, porque son cuatro o cinco señales. Hoy tenés, creo, alrededor de 20 señales en televisión paga que pueden producir en el país. Con que eso se traduzca en horas semanales, el negocio se modifica rotundamente. Eso nos haría pensar de un modo regional, productos que compitan internacionalmente, cosa que, creo, la Argentina perdió mucho en la última década.
–La televisión argentina produce más entretenimiento que ficción últimamente.
–Creo que un impedimento es esto de encontrar financiamiento en otros aspectos. En algunos puntos, ya los empezás a ver: se da algo para PTV, otro para FreeTT, que se da en canal de aire. A veces conviven, como se dio con Un gallo para Esculapio. Empezás a encontrar eso que disminuye el riesgo de realización, que por ahí si no funciona en una pantalla, sí lo hace en otra. En el aire pecamos por hacer historias muy localistas, pero estoy empezando a ver un cambio.
A pesar de ver los riesgos, Nacho no deja de producir. Ahora está trabajando en un nueva serie que se va a llamar Juguetes perdidos y, también, va a incursionar (“por explorar algo que nunca hicimos”) en el mundo de los programas de entretenimientos desde enero próximo. Además, está trabajando con Story Lab en un servicio de producción para un canal de aire.
Es su productora, justamente, el nicho desde donde piensa su lugar dentro de la industria. Una industria que Nacho divide en tres grandes segmentos: el estudio que se encarga de la realización (una productora, un canal), el broadcast y una productora que sea la dueña de la propiedad intelectual.
–En ese tercer lugar nos situamos nosotros. Las productoras chicas, en la concentración de energía para generar esa propiedad intelectual, son una oportunidad única. Hoy no dependés de un horario, sino de múltiples plataformas, y el negocio es mucho mejor.
Un negocio del que Nacho tiene mucha idea.
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