Parejas menos tolerantes: "la comezón" ahora es a los 2 años
Si antes solía hablarse de 7 años como el tiempo esperable para que empezara el período de desgaste en una relación, hoy los tiempos se aceleraron y la desidealización del otro aparece mucho más temprano.
Además, se está empezando a prestar más atención a cuáles son los efectos psicológicos –y físicos– del acostumbramiento y cómo repercute la rutina en materia de salud en la dinámica de a dos. La pregunta de fondo a todo este asunto sigue siendo: ¿qué hay de cierto en que las parejas se dejan estar luego de los dos años?
Para la socióloga de la UBA Manuela Gutiérrez, el quiebre en una pareja a los dos años es algo relativo y variable, pero sin dudas atravesado por procesos recientes, desde nuevas tecnologías hasta el feminismo. "La apuesta amorosa no es igual que hace unas décadas, son numerosas las variables que interfieren. Un elemento central es el feminismo; este movimiento viene a dar vuelta estructuras que están muy arraigadas, y esto no solo modifica las relaciones heterosexuales, sino también las homosexuales, dado que los roles y estereotipos de género atraviesan culturalmente a las personas. Otra cuestión indiscutible es la vida urbana en las grandes ciudades, donde el tiempo es verdaderamente escaso. Esta situación provoca que tenga que existir una voluntad de pasar tiempo con otro, decidir priorizar ese espacio de intimidad por sobre otras actividades. La vida moderna que indica que el ocio es mirar una serie también es una batalla –cultural– que es preciso dar. ¿Qué otras formas de encuentro podemos descubrir? ¿Qué pasa si abandonamos celulares y redes sociales un fin de semana?".
"Empecé a salir con una de mis mejores amigas. Estuvimos tres años, nos íbamos a casar y en septiembre cancelamos con todo pago. Mi problema principal es la convivencia y sus manías, los primeros tres meses son fatales en adaptarse a costumbres familiares o de crianzas de cada uno. Además, al convivir se pierde un poco el hormigueo tradicional de panza de salir a buscarla, arreglarse, etcétera", confiesa Lucas (26).
Uno de los factores más citados es la llamada "adaptación hedónica", algo que no es exclusivo de las parejas y que viven todos los seres humanos: somos fisiológica y psicológicamente propensos a dar por sentadas las experiencias placenteras, que luego de un período se naturalizan y nos hacen regresar a los niveles de satisfacción previos al suceso feliz.
Por otro lado, desde un punto de vista evolutivo, hay una explicación lógica: si estuviéramos viviendo en un clímax amoroso sin fin no tendríamos recursos para otra cosa. "Una de las cosas que sedujeron a mi novia de mí, según sus dichos, fue que soy una persona independiente, activa, con proyectos. Tres años más tarde, casi todas nuestras discusiones pasan por esos mismos temas", cuenta Adrián (36).
La certeza y el confort también pueden ser nuestros peores enemigos. Una creciente cantidad de investigaciones indican que casarse o mudarse con alguien puede hacer que una persona suba de peso. ¿Los motivos? Cuando uno empieza a pensar en un vínculo como perdurable y comienza a darlo por natural, deja de preocuparse por atraer al otro, descuidándose a sí mismo y a la relación gradualmente en el tiempo.
¿Y qué ocurre cuando el otro tiene sus problemas? En el marco de la terapia conductual integrativa de pareja, la especialista Mara Lins indica que los intentos de solucionar los problemas que el otro acarrea terminan siendo peores que la enfermedad. En este sentido, el patrón de interacción e intentos fallidos de "solucionar al otro" empeoran el cuadro, llevando incluso al final de la relación, según explica el licenciado Víctor Hugo Fabris.
"Algunos hablan de la luna de miel donde todo es color de rosas; no sé, lo que sí nos pasó es que luego de tres años nos ajustamos al otro, bajamos la guardia. Antes salir por separado era más frecuente y ahora hasta chequeamos con el otro su agenda para no dejarlo colgado. No sé si otorgarlo a la edad, pero a diferencia de antes, ahora a la madrugada generalmente estamos juntos", admite Milva (32), en pareja con tres años de convivencia, pero 12 de novios.
Sean relaciones nuevas o de años, con o sin hijos, todos parecen coincidir en algo: con el tiempo se hace necesario ganar espacios de soledad y aprender a hacer las cosas juntos, pero también de a uno. "¿Cómo evitamos la rutina? No sé; él ahora está en Córdoba, se fue con un amigo en moto, el año pasado yo me fui a Europa con amigas. Compartimos amistades, pero también tenemos planes por separado y creemos que el tiempo del otro en soledad es sagrado", cierra Milva.