Paulo Coelho: el hechicero
El autor de El alquimista es el segundo escritor más vendido del mundo después de John Grisham, y a pesar de ser multimillonario lleva una vida simple en una ciudad obrera de Francia, cercana a los Pirineos. Hasta allí fue la Revista, para entrevistarlo antes del lanzamiento en la Argentina de su próximo libro, Once minutos, que publicará editorial Planeta a mediados de este mes
Para llegar hasta Paulo Coelho -brasileño, escritor, millonario, casado por cuarta vez, polígloto- hay que llegar a París, y desde allí viajar 900 kilómetros hacia el Sur, pasar por la famosa ciudad de Lourdes, y encontrar la pequeña, ignota, silente, modesta ciudad de Tarbes.
Es jueves. El sol del verano francés persevera hasta las 11 de la noche, pero faltan muchas horas para eso cuando a las 4 de la tarde Paulo Coelho -negra la remera, negro el pantalón, negros los zapatos- desciende la escalera del hotel donde se hospeda. Sonríe, todo dientes blancos y simpatía bronceada:
-¿Vas a preguntarme por qué Tarbes?
Dice, como quien sabe, y extiende una mano seca. Una mano de varios millones de dólares.
-Bueno, ya ves que en Tarbes no pasa nada, no tiene glamour. Pero para mí es muy conveniente. Tiene cerca dos aeropuertos desde los que puedo llegar a todos lados durante las presentaciones de los libros. Y el resto del tiempo puedo tener una vida tranquila. Vivo aquí la mitad del año y el resto, en Brasil.
En Tarbes, el segundo escritor más vendido del mundo después de John Grisham, el multimillonario que gana 3000 euros por día sólo de intereses por su capital, lleva vida de hombre común. Compró una casa en la montaña, tiene un auto descapotable de la menos ostentosa de las marcas francesas, vive con su mujer -la artista plástica Cristina Oitica- en un hotel tres estrellas cuyas habitaciones cuestan 65 euros con desayuno, es amigo de cazadores de la zona, y escribe todos los días, no en un lujoso estudio repleto de muebles de estilo, sino al aire libre, en alguno de los parques públicos de las afueras. Allí desenfunda su notebook, se mesa la coleta cana y escribe las columnas que publican decenas de diarios alrededor del mundo, entre ellos La Nacion. La parte menos común de la vida de este hombre dice que lleva vendidos cincuenta y cinco millones de libros, y que Once minutos, su última novela, la que Planeta lanzará a mediados de este mes en la Argentina, es ya el segundo libro más vendido del mundo después de Harry Potter.
-Claro que muy muy muy después de Harry Potter.
Dice Coelho, modestamente.
-Empecemos a conversar, y luego vayamos al campo para que vean cómo tiro con arco.
Porque Paulo Coelho practica el arte del zen en el tiro con arco desde hace tres años. Todavía, dice, le falta mucho para lograr lo que busca, pero cada tanto, en una tarde perfecta, logra lo que quiere: que el mundo entre en la circunferencia de su arco y que, en un solo movimiento de belleza glacial, se detenga.
Enemigo íntimo
El hombre nació en 1947 en Río de Janeiro, hijo de Pedro y Lygia, ingeniero y ama de casa, y decretó temprano que quería ser artista. Después, se olvidó. Le brotó una adolescencia torcida que asustó a sus padres, se tornó taciturno y lo internaron en un neuropsiquiátrico tres veces: 1965, 1966, 1967. Ahora se ríe.
-Sí, sí, me hicieron electroshocks, pero no duele nada. Mirar a quien lo recibe es peor que recibir un electroshock. Pero no duele nada.
-¿Pudiste perdonar a tus padres tres internaciones?
-Quizás en algún momento sentí rabia, pero yo comprendí muy pronto que no soy una víctima. Y la otra cosa es que fue una actitud basada en el amor.
Fue por su bien y él está conforme. Eso, así, da una buena idea de la filosofía Coelho: to-dos podemos superarlo todo porque querer es poder. Después devino artesano viajero siguiendo la ruta del hippie promedio. De regreso en Brasil conoció a Raúl Seixas, uno de los músicos y compositores emblemáticos de esos años. Hasta que Seixas murió en 1989 compusieron más de sesenta canciones, que despiertan más de un interrogante acerca de cómo es posible que este hombre -gurú global, promotor de que la alegría no es sólo brasileña- haya sido capaz de escribir aquellas canciones con una filosofía más digna de un guerrero del Apocalipsis que de un optimista a ultranza.
-Fue mi mejor enemigo. Hicimos un trabajo magnífico, pero muy pasional. Era una relación de amor, pero a la vez de una competencia tremenda. "Yo soy mejor, tú eres mejor", y así.
Por probar, lo probaron todo. Drogas oscuras y experiencias brutales en una sociedad a la que Coelho ingresó en 1973: Ordo Templi Orientiis (OTO), una orden ocultista formada por Aleister Crowley a principios del siglo XX.
-El mal es fascinante -dice-. La magia negra tiene que ver con desarrollar una energía sin ética. Satanismo... es muy pobre el término. Porque esto era la izquierda de la izquierda de la iglesia. Lo extremo. No limits.
-Tenías un nombre secreto, de iniciado -dice esta cronista.
Y dicho que es el nombre, se pasa la mano por la cabeza como si algo pegajoso hubiera rozado la inocente siesta del hotel.
-Ja, estás enterada, eh... Bueno, mira, publica el nombre si quieres, pero no lo digas aquí. Si pones este nombre vas a dar pistas a la gente que quiere que esto se difunda. Vas a ser responsable.
Y él lo sabe: quién querría ser responsable de tremenda cosa.
Tratando de ser normal
Un día de 1974, en plena actividad mágica y negra, su departamento se inundó de una niebla tétrica. Desde ese momento tuvo conciencia ética -o julepe-, y decidió que ya estaba bien de cosas raras. Se retiró de aquellas prácticas extrañas y entonces -era el fin del gobierno militar de Ernesto Geisel- lo llevaron preso. Desaparecido.
-La prisión fue cruel. Fue la peor experiencia de mi vida. No tienes reacción. No tienes ni miedo ni nada. Te bloqueas. En una de las torturas te ponían en una celda oscura, abrías o cerrabas los ojos y era lo mismo. Con el ruido de una sirena. Eso te vuelve más loco que el dolor. Ni el zen ni San Juan de la Cruz te sirven en esos momentos.
Satán, Seixas, las drogas y los militares habían saturado su sed de extravagancia. Entonces, consiguió una vida de hombre normal como director general de la discográfica CBS.
-Yo había dicho "basta de todo esto, voy a ver cómo es ser normal".
-¿Y cómo fue?
-Un horror. Aburridísimo.
La normalidad no le duró mucho. Lo echaron de la CBS y apenas unos años después tuvo una visión que le cambió la vida.
-Con Christina visitábamos el campo de concentración de Dachau. Entonces tuve una visión, se me apareció un hombre. Me alarmé muchísimo. Dos meses después, en un bar de Amsterdam, le dije a Christina: "Ese que está sentado ahí es el hombre que se me apareció en Dachau". Me acerqué, nervioso, y le dije: "Usted se me apareció vestido como está ahora". Me invitó un café y me empezó a preguntar cosas. Meses después, me sugirió hacer el Camino de Santiago.
Desde 1981 y hasta ahora, por ese hombre, Coelho forma parte de Remus Agnus Mundis (RAM), una orden católica fundada en 1492 que estudia el lenguaje simbólico. En 1986, cuando Coelho hizo el Camino de Santiago (una ruta de peregrinación que va desde Francia hasta Santiago de Compostela) todo empezó a cambiar: escribió su primer libro, El peregrino de Compostela (diario de un mago), que contaba su experiencia.Fue publicado en 1987 en Brasil. No tuvo el menor éxito editorial. Siguió con El alquimista, en 1988, que sólo vendió 900 ejemplares. Pero de a poco, los libros empezaron a venderse. Para cuando publicó Brida, en 1990, había vendido, sin que apareciera una sola nota en los periódicos, 500 mil libros en Brasil. Brida se vendió bien, y eso llevó a reeditar El peregrino y El alquimista. Entonces todo fue imparable. Hoy, Coelho -miembro de la Academia Brasileña de Letras desde julio de 2002- tiene, si no al mundo, a varios millones de personas a sus pies. Estuvo hace unos años conferenciando en el Foro Mundial Económico de Davos, Suiza; es uno de los directores del Centro Shimon Peres para la Paz, junto a Umberto Eco, Henry Kissinger, Vargas Llosa; Madonna lo adora, Julia Roberts le tira besitos, y él se prodiga, se deja traducir en 56 idiomas, lleva más de 55 millones de libros vendidos en 150 países y se ha multiplicado en agendas, calendarios, y hasta juegos electrónicos. Y pronto también será película. En 1993, le vendió los derechos de El alquimista a la Warner que, desde entonces, le ha enviado varios guiones que Coelho rechazó sistemáticamente ¿Y por qué la Warner no hizo la película hasta ahora, teniendo en cuenta que no necesitan su aprobación? Otra demostración del poder del señor: la Warner no quiere que uno de los escritores más conocidos del mundo vaya por ahí diciendo que la película basada en su libro es una tremenda porquería. Pero el 18 de julio Coelho acordó con el actor Laurence Fishburne los detalles para concretar la versión cinematográfica de El alquimista, que tendrá como protagonista a Jeremy Irons y será musicalizada por Peter Gabriel, con dirección del propio Fishburne. La película, con un presupuesto de 80 millones de dólares, estaría en los cines a fines de 2004.
-Me llamó Laurence Fishburne, porque le interesa escribir, actuar y dirigir la película. Y mi amigo Peter Gabriel me dijo que Fishburne es una buena persona. Este año en Cannes conocí a Samira Makmalbaf, y le daría el derecho para que haga El demonio y la señorita Prym.
-Hablás de Fishburne, Gabriel, que aparentemente gustan de tu trabajo. Sin embargo, la crítica literaria no lo respeta.
-Pero es normal. Yo creo que no me respetan ni a mí ni a Fishburne ni a Peter Gabriel.
-No. La misma gente que escribe o piensa mal de lo que vos hacés, habla muy bien del trabajo de esas personas.
-No, no necesariamente.
-¿No?
-Bueno..., pero el hecho de escribir mal de alguna cosa es muy natural. Primero, significa que estás escribiendo algo que no es necesariamente lo que el establishment entiende como estándar. Y hay un prejuicio en relación con la gente. Son todos democráticos con la política, pero muy aristocráticos en relación con la cultura: el pueblo no sabe elegir.
-¿No te irrita abrir un diario y saber que te van a dar palos?
-Al revés. Lo espero. Cuando leí la primera crítica de uno de mis libros, Brida, me di cuenta de que a la gente no le gustaba mi trabajo. Hasta ese momento pensaba que a todo el mundo le gustaba. Estaba enfadado. Entonces pensé: "Ahora empezamos una batalla: o escribo según los estándares del sistema académico o escribo como yo quiero".
-¿Y a vos te gusta como escribís?
-Y claro. Además se habla mucho de la crítica en contra, pero si vas a mirar, no hay críticas de mis libros.
-Pero los suplementos literarios no reseñan ciertos libros, y esa ausencia también es una crítica.
-Sí... Pero es muy natural. Cuando publiqué Brida, ya había publicado El peregrino... y El alquimista. De boca en boca, había vendido en Brasil medio millón de libros. Cuando dicen que soy puro marketing, yo digo que no es verdad, porque no salía en ningún lado y cuando hubo críticas, hubo pésimas críticas.
Once minutos de sexo
Once minutos es la historia protagonizada por una prostituta brasileña de nombre María, que viaja a Suiza a trabajar, ahorrar dinero y regresar más rica a Brasil. Como en todos los libros de Coelho, hay en éste varias cosas que son su marca de fábrica: gente común hastiada del tedio de la vida; la insistencia en lo fácil que sería alcanzar los sueños sólo si pusiéramos entusiasmo, y personajes inocentes à la Barjavel, con una comprensión prístina del secreto de la vida.
-A mí nunca me pasó sentir tedio de la vida. Pero me fascinó siempre. Yo hablaba con las personas que me decían: "Yo tengo ganas de hacer esto y lo otro", y yo decía: "Y por qué no lo haces". Incluso yo... yo, por qué no escribí mis libros antes.
-¿Vos escribís porque te gusta o porque sentís que tenés una misión?
-No, claro, escribo porque me gusta. Podría haber parado, no tengo por qué seguir.
El tiro con arco
Cada mañana, Coelho practica tiro con arco. El arco es enorme. Coelho no tanto. Son casi las siete de la tarde y el descapotable pone proa al campo, conducido por sus propios dueños. En el baúl hay flechas y bidones repletos de agua de Lourdes.
-Paulo no toma otra agua que no sea de Lourdes -dice Christina-. Vamos todas las semanas y traemos tres bidones grandes.
El auto se interna en un camino de tierra y se detiene en un campo donde hay inmensos fardos. Coelho prepara sus instrumentos. Algo lo perturba.
-Christina, acá hay gente. Me parece que nos van a echar.
Como en un gag, a lo lejos se ve el brazo mecánico de una máquina que recoge de a uno los mismos fardos que él planea utilizar como blanco.
-Ay, Paulo, andá, si se acerca mucho te aviso -dice Christina.
Paulo hace caso. Se aleja. Tensa el arco. Y de pronto todo es tan raro. La luz intensa a las 7 de la tarde. Una mujer, un fotógrafo, una periodista y un multimillonario invadiendo un campo ajeno. El multimillonario inspira, espera y después dispara. Como si fuera un chico. Como si sólo se tratara de jugar.
La gaita
Son las 9 de la noche.
Coelho y su mujer están sentados frente a sendos bifes jugosos en un restaurante en el campo.
-Mírame -dice Coelho-. Qué llevo. Una remera negra, un pantalón negro, unos borceguíes negros.Y un Seiko. El que quiere parecer millonario se pone un Rolex. Todos saben que soy rico, gracias a Dios tengo dinero. Soy multimillonario.Y no uso ningún tipo de precaución. Si hay algún problema, no quiero enterarme. La gente se me acerca todo el tiempo.
-¿Eso te molesta?
-No, me encanta.
Aquí, en Francia, este hombre es una estrella del pop. Sus firmas de libros se prolongan durante siete horas. Fue nombrado Caballero de las Artes y las Letras en 1996, y Caballero de la Orden Nacional de la Legión de Honor en 1999. Cuando El alquimista fue lanzado en Francia, en 1994, se mantuvo en el puesto número uno de ventas durante cinco años. Entonces suena la gaita. Un chorro de música que llega desde algún lado. Coelho desaparece y regresa con un hombre barbudo y una mujer menuda como un canario. Dos turistas belgas, Joseph y Marina. Joseph dice que después de leer El alquimista su vida cambió. Lector y escritor se miran embelesados. Entonces Coelho tiene la idea. Invita a su lector a un pueblito cercano a dar un concierto de gaita en la librería de Jacqueline, una amiga entrañable. Coelho llama por teléfono a Jacqueline, y le propone un concierto de gaita en su librería el domingo por la tarde.
-Y luego, reserva mesa para todos en el restaurante.
Es noche profunda y todos brindan, el ánimo por las copas de los árboles.
-Nunca lo olvides -le dice Coelho al grabador-. Las co-sas inesperadas son las más mágicas.
Regreso a casa
Por la ruta el auto va con la capota baja. Es casi medianoche y Tarbes está dormido. Al llegar al hotel, Coelho y señora dejan el auto estacionado en la vereda y sacan del baúl bidones de agua, flechas, arco, una caja con dátiles, botellas de plástico, vasitos.
-Mi amor, tenme esto, y esto, y esto otro.
Dice, y transforma a la suave Christina en perchero, portabártulos, placard humano. Ya en el hotel, como de un cofre, Coelho saca la imagen del tío de su infancia: su tío abuelo José. Un inventor que todo lo inventaba.
-Mi tío era el loco de la familia, en su casa apretabas botones y los muebles salían de las paredes. Todo lo que ganaba era para la alegría de la familia, que lo criticaba, pero se aprovechaba de él.
Suspira. Ahora sí, cansado.
-Recuerdo una mañana en que me desperté y lo vi mirando por la ventana. Había un pajarito parado, y él sonreía y miraba el pajarito, y estuvo así, media hora. Fue como si el tiempo se hubiera parado. Siempre pienso que es así. Que esa armonía es la vida.
Después, pasada la medianoche, abrazado a su mujer para la última foto, Coelho susurra Balada para un loco.
Y eso es lo último que verán.
Parece feliz. Un hombre que tiene la vida que quiere tener.
Para saber más
www.paulocoelho.com.br
Así comienza once minutos
Erase una vez una prostituta llamada María.
Un momento. "Erase una vez" es la mejor manera de comenzar una historia para niños, mientras que "prostituta" es una palabra propia del mundo de los adultos. ¿Cómo puedo escribir un libro con esta aparente contradicción inicial? Pero, en fin, como en cada momento de nuestras vidas tenemos un pie en el cuento de hadas y otro en el abismo, vamos a mantener este comienzo: "Erase una vez una prostituta llamada María. Como todas las prostitutas, había nacido virgen e inocente, y durante su adolescencia había soñado con encontrar al hombre de su vida (rico, guapo, inteligente), casarse (vestida de novia), tener dos hijos (que serían famosos cuando crecieran) y vivir en una bonita casa (con vista al mar). Su padre era vendedor ambulante; su madre, costurera; su ciudad en el interior del Brasil tenía un solo cine, una discoteca, una sucursal bancaria, por eso María no dejaba de esperar el día en que su príncipe encantado llegara sin avisar, arrebatase su corazón, y partiera con él a conquistar el mundo. Mientras el príncipe encantado no aparecía, lo que le quedaba era soñar".