Verónica quería enamorarse. Hacía años que anhelaba volver a sentir ese cosquilleo extraño en la boca del estómago, ese insomnio provocado por el estado de pura ensoñación, pero el amor no llegaba. "Enamorarse y ser correspondido es un milagro", le solía decir una amiga, y ¡vaya que era cierto! Ella no quería simplemente estar en pareja a fin de evadir la soledad, quería química, piel, electricidad acompañada de respeto y admiración. Un milagro.
¿Pero dónde encontrarlo? A sus treintaypico los tiempos se habían vuelto tiranos, entre el trabajo demandante, la vida social de siempre, salidas efímeras y gente de su edad con familias ya consolidadas, las posibilidades parecían estrecharse cada día más. "Ponete Tinder", le aconsejaron por quinta vez, seguido de su negativa, ella siempre se había resistido.
Hasta que cedió y comenzó una época extraña, incluso embebida de instancias insólitas. Siguiente, siguiente, siguiente, Vero comenzó a deslizar las fotos como si estuviera viendo un catálogo de indumentaria de una de sus marcas favoritas. No podía evitar la sensación de estar cosificando, pero, en fin. "Ojo con las fotos, que son engañosas", le habían aconsejado, "Buscá que sean claras, más de frente, sin filtros raros". Entre las advertencias y el descarte, la joven volvió a sentirse un tanto incómoda, pero siguió, e incluso hizo match con unos cuantos y, tras un breve diálogo virtual, quedó en tomar algo con uno de ellos.
Los encuentros
Era atractivo, aunque se pavoneaba demasiado con su título rimbombante. Sin embargo, lo que más le llamaba la atención era que estuviera tan obsesionado con su pelo, unos rulos morochos que acomodaba casi en una caricia, a cada segundo. Y esa tardecita comenzó a llover justo cuando abandonaron el local, era un goteo mínimo, pero él se espantó y salió corriendo. "Igual le di más oportunidades hasta que fui a cenar a la casa, pasé al baño y vi que tenía montones de estantes llenos de botellas de shampoo, decenas y decenas, todas con contenido, me hizo ruido y algo de pronto me dijo que la que debía correr era yo", rememora.
"Antes de salir tratá de conocerlos un poco más en el chat", fue otro de los consejos. "Está bien, me aburre chatear, pero lo intento". Por ese camino descubrió que estaba lleno de hombres dispuestos a sostener conversaciones y aplazar los encuentros, como si lo que simplemente quisieran fuera matar el aburrimiento más que encontrar el amor. A ella le fastidiaba perder tanto tiempo prendada a su celular. "Ojo, esos también pueden ser casados que buscan un poco de diversión, por eso tampoco se desesperan por verte", le dijo alguien más. "Qué complicado. Aparte, ¿diversión? Por qué no reavivan la chispa con su pareja o se separan directamente en vez de andar a escondidas", acotó Vero. "La trampa está naturalizada. Sos demasiado idealista", recibió como respuesta.
Logró citarse con un administrativo después de dos semanas de un conocerse virtual, parecía simpático y amable, pero en el encuentro algo simplemente no funcionó. Y después de un mes de whatsapps con uno nuevo llegó otro encuentro fallido con un empresario buen mozo. "No me gustaba cómo olía. Más allá de todo, para mí eso es importante", confesó más tarde. Y entonces tuvo su propia revelación.
La revelación
"Tal vez otros no coincidan. No digo que no se pueda encontrar amor por las redes, pero a mí no me funcionó. Entendí que se me podía pasar la vida chateando – algo que no me gusta para nada – para luego citarme hasta dar con alguien con quien tuviera la conexión, la alquimia que necesita el amor. Porque al final del día, en mi caso no pasa por los títulos, el dinero, o que tengamos mil cosas en común, sino por los sentidos, es una cuestión de química, de piel, a lo que deben sumarse los buenos valores. No se puede describir esa sensación de sentir piel con precisión, simplemente sucede", expresa vehementemente.
"Papi siempre me decía que más allá de las compatibilidades racionales, primero nos enamoramos de aquel que tiene una temperatura similar corporal a la nuestra, un aroma que nos agrada, una voz que nos gusta, una piel que sentimos bien al tacto, y nos enamoramos de los ojos y la sonrisa. Es tan personal. Y eso no lo puedo sentir a través de un chat de una red social. De pronto entendí también lo que le había ocurrido a esa amiga que estuvo tres meses whatsappeando, me decía que se había enamorado sin haberlo visto, pero que después de la única cita no quiso verlo más. Claro, la magia la generan los sentidos y desde la distancia estaban desactivados, por eso apenas lo tuvo cerca, su amor se esfumó", opina ella hoy.
Fue así que Vero decidió ahorrarse tanto chat que le demandaba tiempo y tantos encuentros forzados y decidió confiar en el viejo método. "Porque es verdad que si conozco a alguien espontáneamente en un evento o un bar o donde sea en un principio tampoco sabré nada de su vida, al igual que sucede con los hombres de las redes, pero hay algo que sí sabré de inmediato porque mis sentidos ya estarán activados desde el primer segundo: si hay química. Algo que aparte, claro, solo ocurre cuando la atracción es mutua", asegura.
Un jueves, hace un par de años ya, Verónica salió con algunas amigas a un brindis de fin de año. El lugar que habían elegido se quedó sin luz así que, después de evaluar las posibilidades, decidieron encontrar un nuevo destino. Allí, en el lugar menos pensado y cuando menos lo esperaba, encontró el amor, uno que, en apenas un segundo, le encendió todos los sentidos.
Hoy conviven con sus altos y bajos, pero, cada vez que abraza a su enamorado, ella asegura todavía que siente mariposas. "Igual sos una idealista", siguen diciéndole de vez en cuando.
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