Raúl Barboza
Después de doce años, regresa al país para actuar en La Trastienda
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Al ser humano que camina, inevitablemente se le pega en los zapatos la tierra de los caminos por los que anduvo." Raúl Barboza habla. No trata de asombrar con sus dichos, sólo se hace evidente su espontaneidad.
Esta noche, en La Trastienda, el acordeonista pone fin a un período de doce años sin presentaciones en el país. Viene a mostrar La tierra sin mal , su último CD, que aquí editará La Trastienda Records. "En la cosmogonía espiritual guaraní _explica Barboza_ la tierra sin mal significa lo mismo que el Paraíso para las religiones cristianas."
En todo este tiempo tomó la decisión de radicarse en Francia y recomenzar su carrera con una música para ellos desconocida: el chamamé. Pero hubo un antes y en él enfatiza Barboza.
El hijo de Pilar y Adolfo
"Nací en 1938, en Buenos Aires, y a los 7 años mi papá me compró un acordeón diatónico, comúnmente conocido como verdulera -cuenta Barboza. Mi papá, Adolfo. Mi mamá, Pilar. Adolfo era el que tenía los sueños y Pilar la que le ponía los pies en la tierra, la que controlaba la economía justa que había en la casa. Mi padre era guitarrista y pienso que quiso tener un compañero acordeonista. A los 9 años empecé a tocar en la radio, acompañando a cantores de la época, como al paraguayo Samuel Aguayo y a otros músicos guaraníes. Yo era Raulito, el hijo de Adolfo, que iba y tocaba con los grandes."
De Ernesto Montiel dice haber tomado todo su saber; y también de Damasio Esquivel.
Con sólo doce años se animó a grabar un tema de su padre, La torcaza , junto al grupo Irupé, aún sin saber que el acordeón iba a acompañarlo de por vida.
"Eso estaba muy mezclado con la escuela. Después vino la secundaria, el servicio militar y hasta los 18 años todo era ir a tocar a los bailes, los únicos lugares donde uno podía expresarse con la música guaraní. Pero esto se mezclaba con el deseo de ayudar a mi familia, porque mi padre era un obrero y mi madre hacía equilibrios fantásticos para que pudiéramos estudiar mi hermano y yo."
Luego llegó la hermanita y a Barboza, que ya había dejado de llamarse Raulito, le tocó hacer el servicio militar en la Prefectura Marítima.
"A partir de los 21 años creo que me di cuenta de que el acordeón era algo que me gustaba mucho, pero también comprendí que no quería hacer cualquier cosa con la música con tal de ganar un dinero. Y así fue que trabajé como taxista; y en Retiro como empleado en una oficina chiquitita; pero nunca hice una música de la que pueda arrepentirme. Siempre pensé que la música era una cosa seria y con los años se convirtió en un acto sagrado. Es muy importante no faltarle el respeto porque la música que toco refleja la cultura de una raza, aunque hay gente a la que no le gusta el término, de un tipo de hombre morfológicamente diferente del blanco."
Con los años, Barboza tejió una alianza con el acordeón más intensa que la del aprendizaje rígido y tradicional de otros. "Mucho más allá de sentarse cinco horas y practicar una escala para no errarle a una nota -comenta-, yo me preocupo más por la expresión; que con una sola nota pueda decir muchas cosas. Aprendí de Carlitos García, que me dijo una vez: Una sola nota, pero bien vestida ; y me sirvió, de la misma manera que Esquivel me repetía que había que caminar el teclado sin que jamás un dedo deba saltar sobre el otro para tocar la nota . Mi padre también me aconsejaba. Matizá, no corras, sé pudoroso en los arranques , decía. Con los años agregué mis pensamientos cuando escuché a gente como Piazzolla, Oscar Peterson, Gardel, el fraseo de Goyeneche, las notas tendidas de Troilo y el blues."
Los hermanos guaraníes
Recién llegado de Misiones, Barboza cuenta con timidez su relación con la comunidad guaraní, como quien minimiza un gesto que encierra una enorme nobleza. "Salí padrino de dos niños aborígenes -comenta-. Yo soy pariente de esos hermanos y, aunque parezca una palabra utópica, lo siento así."
Con sus amigos y compadres, como él los llama, trata de buscar soluciones a las necesidades de la comunidad Pai Antonio Martínez, de Misiones. "Creo que lo logramos en cuentagotas."
-Al emigrar a Francia optó, entre comillas, por empezar de nuevo. La decisión la tomó a los 50 años, para muchos una edad en la cual ya no hay manera de recomenzar. -Cada día, cuando uno se duerme, hay un período, hasta que se despierta, en que se es completamente inconsciente. Cada vez que abrís los ojos te das cuenta de que estás vivo y diariamente estás recomenzando una vida. A mí me tocó a los 50, pero, en esa vida que yo estaba recomenzando, arrastraba a alguien. En realidad, alguien me estaba empujando: mi mujer. Si yo estoy allá es porque ella me dijo vamos , pero también quiero comentar que nunca me fui de la Argentina. Retorno al país a quedarme un tiempo, a tocar en varios lugares, pero después tengo que volver allá a donde estoy viviendo y pagando mis impuestos.
Debió aprender un idioma ("loro viejo no aprende fácil", dirá), explicar de qué se trata el chamamé y por qué, siendo argentino, tocaba el acordeón.
"Astor Piazzolla fue un ángel guardián para mí y le estoy muy reconocido _señala Barboza_. Fue muy gentil, él abrió la puerta más pesada y recién ahora me doy cuenta de algo. Hace muchos años le decía a mi madre: Mirá, yo quiero que algún día el chamamé no sólo se baile, sino que también se escuche. Creo que va a pasar después de que cumpla los 45. A mí me va a suceder lo mismo que a Piazzolla . Curiosamente, con los años se dio lo que hablaba con mi madre.
-Para muchos, usted vuelve después de un largo silencio, y es comprensible, porque le perdieron el rastro. -Nunca estuve en silencio, lo que pasa es que estaba gritando un poco lejos. Cada ser humano cumple una función en el planeta. Yo me fui a hacer conocer esta música en otro lado. Yo soy muy cabeza dura y sigo pa´delante . Aunque me caiga la nieve en la cabeza no reculo.
-En su chamamé sobresale la apertura, la influencia de otros estilos, la improvisación. -Otra cosa que aprendí es a no hacer y ensayar hasta el cansancio un tema para tocarlo siempre de la misma manera. Yo aprendí de los grandes músicos de jazz a improvisar. Desarrollé una técnica que es la de tocar todos los días el instrumento, pero no hacer siempre lo mismo. Siempre acompañé a cantores y a veces tenía que interpretar el mismo tema en tonalidades opuestas. Hay que respetar el tema, las líneas melódicas, las armonías, pero por qué no crear un jardín antes de entrar en la casa. Tomo como ejemplo los templos japoneses. Para llegar a uno hay que recorrer un trecho. Uno entra en el predio, hace veinte pasos y se topa con un árbol. Después, unos metros más y se va a encontrar con un lago con aves. Se sigue otro trecho y, a lo mejor, se pasa por un puente donde descansa un ciervo. Y así hasta que uno se encuentra con el templo. ¿Qué tiene que ver con la música? Es como decir: ¡Ah! claro, está tocando " Kilómetro 11" , chamigo. Me hizo dar tantas vueltas pero ya lo reconocí . Y así es mi música; yo aplico en ella todas mis vivencias.
Raúl Barboza. Hoy, a las 23, en La Trastienda, Balcarce 460. Entradas, de $ 15 a $ 20.






