Segura de sí misma
A los 38 años, la actriz que dio sus primeros pasos en TV con Socorro , quinto año y en cine con La noche de los lápices , reconoce que todo lo consiguió con esfuerzo y que cumplir los sueños es, para ella, sinónimo de éxito. En la actualidad protagoniza una telenovela rusa, va de gira por el interior del país con la obra Un mismo árbol verde y se prepara para trabajar con Carlos Belloso
A mí todo me cuesta. Pero después lo disfruto al máximo, porque sé lo que gané”, dice Adriana Salonia, como si acabara de recibir un premio que brilla aún entre sus manos. Es que desde el momento en que decidió ser actriz tuvo que esforzarse el doble, y hoy lo dice con orgullo.
Luego de un casting entre 1500 adolescentes de todo el país, Adriana Salonia se transformó en María Clara, una de las víctimas de La noche de los lápices (1986), la película de Héctor Olivera. Tiempo después, superó otro casting. Rodolfo Ledo estaba armando el elenco de Socorro, quinto año, el ciclo juvenil con el que también debutaron Laura Novoa, Walter Quirós y Fabián Vena.
“Siempre digo que el camino del éxito es personal, que no hay que compararlo con otros. Quizá si miran mi cuenta en el banco pueden pensar «a esta mina no le va nada bien», pero yo sé lo que hago, de dónde vengo y lo que conseguí. El éxito tiene que ver con cumplir tus deseos, y yo me siento bien.”
Egresada del Conservatorio Nacional, se terminó de formar con maestros tales como Raúl Serrano y Augusto Fernandes, quien la eligió para su ópera prima en cine –aún en rodaje–, La mitad negada. “Mi mamá siempre dice que papá no me habría dejado ser actriz.” Tenía casi 4 años cuando él murió y su mamá estaba embarazada de su hermano más pequeño. “Era oncólogo y murió de un cáncer fulminante. Qué ironía, ¿no?”, dice Adriana, y los ojos verdes parecen perderse. “Era muy rígido, hijo de inmigrantes, un símbolo de la cultura del esfuerzo. Era m’hijo el dotor.”
No lo dice. Pero una pregunta queda apretada entre los dientes: ¿estaría orgulloso de mí? El silencio se rompe y trae a la memoria los juegos en el barrio de Devoto (Devoto “rasca”, como le gusta decir), con sus dos hermanas y su hermano, el más mimado de todos. Su vida está impregnada por la cultura del esfuerzo. Adriana recuerda a su madre embarazada haciendo frente a la viudez y a la crianza de sus hijos. “Entre todos cubrimos la ausencia de papá. Fue duro, pero uno aprende a vivir.”
Hubo un tiempo en el que la chica de los ojos verdes se especializaba en ser la novia oficial del galán en la tele (Rebelde Way, El sodero de mi vida) y jugaba también a ser la mala de turno. “Me divertía ser la encargada de demorar los romances de los protagonistas y ser la villana al estilo Cruela De Vil (Sálvame María)”, confiesa la actriz que también le puso el cuerpo a la mujer del abogado mediático (Germán Palacios) en Tumberos, el unitario de Adrián Caetano que la unió profesionalmente a Carlos Belloso (ver aparte).
¿Vos eras actriz? Le preguntaron en la calle a Adriana luego de que alguien la reconoció por sus papeles en la tele. “Es increíble: pasa un tiempo sin que tu cara aparezca en televisión y la gente cree que desapareciste.” Pero nada más lejos. Su nombre continúa ligado al cine (Chile 672, La suerte está echada), al teatro (está preparando un proyecto con Teresa Constantini) y a la televisión, sólo que en este último medio hizo una telenovela que se emite en Rusia, Israel y buena parte de Europa del este. Se trata de Tango de último amor, una novela que Telefe coprodujo con TV Channel Russia. “No sabés lo difícil que es llorar y hablar en ruso”, confiesa la actriz, que se dedicó a estudiar el idioma de Dostoievski. “Fui la traductora oficial del grupo de actores argentinos que viajamos a Rusia para filmar durante dos meses. Me defendía con el inglés y el ruso que tenía.”
De gira por el interior del país con Un mismo árbol verde (se presentará el 12 de este mes en Olavarría y el 19 en Mar del Plata), Salonia continúa disfrutando de la pieza escrita por Claudia Piñeiro y dirigida por Manuel Iedvabni que tantas satisfacciones le ha dado. “Trabajar con Marta Bianchi es un placer, y encarar esta obra que habla sobre la búsqueda y el derecho a la verdad es maravilloso.” La pieza trata la relación de una madre y su hija, cuyas vidas son atravesadas por el genocidio del pueblo armenio y por los crímenes de la última dictadura militar argentina. “El teatro suele tener un poder transformador. Es un privilegio subir a escena.”
Obsesiva como buena capricorniana (nació el 5 de enero de 1969), Salonia reconoce que siempre quiso sentirse inteligente. “Cuando empecé a estudiar piano, ya quería tocar como la profesora. Me angustiaba eso, porque me autoexigía todo el tiempo, además de ser muy autocrítica. Ahora sé que no es la forma: lo importante es poder disfrutar de lo que uno encara.”
En sus palabras no hay especulaciones. Deja escapar a la Salonia que es: frontal y segura de sí misma. “Tiene su costo, pero me gusta verme en el espejo y saber quién soy.”
fscherer@lanacion.com.ar
Belloso, el hombre de las mil caras
En uno de los tantos tiempos muertos entre las escenas de Tumberos, el ciclo que dirigió Adrián Caetano, Salonia le confesó a Carlos Belloso las ganas de compartir un escenario. Adriana tenía la corazonada de que en algún momento el teléfono iba a sonar. Y sonó. Carlos la llamó. La obra subirá a escena en enero próximo, en el Teatro Gargantúa. “No lo dudé y acepté –anticipa entusiasmada. Carlos está preparando una obra maravillosa sobre la vida de Lon Chaney.”
Conocido como “el hombre de las mil caras”, Chaney fue un intérprete maravilloso del cine mudo al que se recuerda por películas como El jorobado de Notre Dame y El fantasma de la Opera. “Era hijo de padres sordomudos –cuenta Salonia–. Desde pequeño se comunicaba por medio de la pantomima.” Belloso será Chaney; Salonia, Cleva Creighton, la cantante con la que se casó y con la que tuvo su único hijo. “La historia de esta mujer es muy intensa. En 1913 intentó suicidarse ingiriendo bicloruro de mercurio. Fracasó, arruinó su carrera porque se quedó sin voz, y se separó de Chaney.”
A Adriana sólo le queda prepararse. “No puedo dejar de leer todo lo que cae en mis manos sobre Chaney”, asegura, y se imagina en la piel de esa mujer con destino trágico.