
SPILIMBERGO La lección del maestro
En el Centro Cultural Recoleta se exhibe, hasta el 1º del mes próximo, una imperdible retrospectiva de Lino Enea Spilimbergo
1 minuto de lectura'

"Esta era una muestra necesaria, una manera de hacer justicia." Esa fue la frase más escuchada en la inauguración de la retrospectiva de Spilimbergo en la Sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta. Nada más cierto. Lino Enea Spilimbergo ocupa un lugar decisivo en el arte argentino del siglo XX.
Su influencia iluminó a más de una generación de artistas, porque supo unir con auténtica pasión su vocación docente y su talento de pintor, grabador y dibujante.
La exposición, realizada gracias al impulso de la Fundación Spilimbergo y al auspicio del Fondo Nacional de las Artes, forma parte de un ambicioso proyecto encarado por la presidenta del Fondo de las Artes, la empresaria Amalia Lacroze de Fortabat.
Ese proyecto busca saldar deudas con los grandes maestros argentinos que, por razones difíciles de determinar, no han tenido la merecida exposición pública ni están correctamente documentados.
Por eso, la presente muestra está acompañada por un catálogo de mano y por un libro completísimo donde Diana Wechler, doctora en Historia del Arte de la UBA, analiza los alcances de la obra de Spilimbergo en el panorama de la plástica nacional.
Las obras seleccionadas por los curadores Fermín Fèvre y Guillermo Whitelow permiten trazar una línea sin interrupciones: desde sus paisajes tempranos hasta las figuras monumetales de grandes ojos fijos y las terrazas metafísicas donde el pintor asume como propias las ideas de De Chirico y el concepto renacentista de la perspectiva.
De las cotizadas terrazas, en el Recoleta se exhiben dos obras clave: Terracita (tapa de catálogo, 1932, Colección Museo Nacional de Bellas Artes) y Figuras en la terraza , magnífico cuadro que integra la colección tal vez más completa de arte argentino que se encuentre en manos privadas.
En esas figuras de mirada ausente, que se destacan contra la perfecta simetría del fondo de baldosas, se conjugan las inigualables condiciones del Spilimbergo dibujante. Ese escenario metafísico resultaría la puesta perfecta para una ficción genial e inquietante como fue La invención de Morel , de Bioy.
Integrante de una generación que dio enormes talentos para el arte argentino del siglo -tanto en plástica como en música y literatura-, Lino Enea Spilimbergo nació en Buenos Aires el 12 de agosto de 1896, el mismo año en el que Eduardo Schiaffino sentó las bases para la creación del Museo Nacional de Bellas Artes.
De origen humilde, Spilimbergo tuvo que pelear duramente para abrirse camino en la vida. Vivía con su familia en el borgeano barrio de Palermo y tomó sus primeras clases en la Escuela Industrial de la calle Salguero. Luego ingresó en la Academia de Bellas Artes, donde se recibió de profesor de diseño en 1917.
Mientras soñaba con viajar a Europa para estudiar a los clásicos, se ganó la vida como pudo: fue peón de campo y lavacopas, hasta que, en 1925, el sueño se hizo realidad.
Viajó por Francia e Italia siguiendo un destino que parecía inevitable para los artistas argentinos de comienzos de siglo. En París, estudió con André Lothe, otra dirección obligada, y luego de tres años regresó a Buenos Aires, donde inició una fecunda actividad docente como profesor de pintura en el Instituto Argentino de Artes Gráficas, primero, y luego en la Academia de Bellas Artes, hasta llegar, entre 1948 y 1952, al Instituto Superior de Artes de la Universidad de Tucumán.
La Universidad de Tucumán, que pagaba entonces buenos sueldos a los profesores de dedicación exclusiva, fue un semillero de talentos y profesionales. Basta con recordar que por allí pasaron Carlos Alonso, entrañable discípulo de Spilimbergo, y César Pelli, el arquitecto argentino con mayor prestigio internacional.
El malestar de Spilimbergo con el gobierno peronista lo alejó de las aulas. No era hombre de cumplir órdenes arbitrarias, y prefirió mudarse a Unquillo.
El retiro cordobés fue sereno para el maestro y fructífero para los artistas mediterráneos, que encontraron en su figura un norte y en su obra, una fuente constante de inspiración. Años más tarde, Carlos Alonso instaló su casa-taller a pocos metros del Museo Spilimbergo, balconeando sobre una sierra azulada que en esta época se tiñe de ocre.
Cuando volvió a Buenos Aires en 1955 era un artista hecho y derecho, con una imagen y una paleta propias.
La intensidad de su obra encuentra una definición perfecta en las figuras volumétricas y en los inmensos ojos fijos que parecen querer abarcar la eternidad. Si en sus retratos es convincente, la estatura de Spilimbergo se mide en su talento para la composición, en la forma como las figuras dialogan entre sí. El juego de planos y la serenidad del paisaje omnipresente muestran una debilidad por los espacios abiertos como en sus pinturas de San Juan, que coincidieron con su desempeño en una dependencia del Correo.
Es el dibujo que sostiene la composición, de lógica irreprochable, lo que más llama la atención en su obra de dimensiones monumentales. Spilimbergo es monumental: hasta en el trazo de lo pequeño piensa en grande, como esos ojos que se escapan de la tela.
El tratamiento escultórico de las figuras lo vincula con David Siqueiros, el muralista mexicano con quien compartió la realización de Ejercicio plástico , el mural pintado en forma conjunta por Siqueiros, Castagnino, Berni, Lazaro y Spilimbergo, en 1933, para la quinta de los Botana en la provincia de Buenos Aires.
Esa obra, cuyo paradero actual es un tema de ribetes judiciales, fue una oportunidad única para desarrollar una acción colectiva , como la llamaron los integrantes del grupo que hizo propias las enseñanzas de Siqueiros.
Como Berni, Spilimbergo fue un militante, más cercano al campo y al paisaje que a la vida en los márgenes, territorio del combate del rosarino Berni y de su criatura plástica Juanito Laguna.
Esta distancia entre los dos maestros se acorta en la serie de monocopias La vida de Emma , que muestran la calidad de Spilimbergo.
Esas imágenes son un antecedente obligado de Ramona Montiel, la muchacha de provincia deslumbrada con las luces de la ciudad y a la que inmortalizó Antonio Berni.
Los precios más altos
Con el primer premio que ganó en su vida, a mediados de la década del 20, Lino Enea Spilimbergo se dio el gusto de viajar por Europa. En efectivo, eran unos mil pesos de aquel entonces.
Hoy, las obras del gran maestro han multiplicado muchísimas veces su valor, aun tomando en cuenta nuestras cíclicas depreciaciones monetarias anteriores a la convertibilidad.
Entre los diez cuadros más caros de Spilimbergo se ha pagado algo más de un millón de dólares. La mayor parte de esas ventas tuvo lugar en esta década, y sólo un par ocurrió en la década del 80.
El récord por un Spilimbergo lo pagó Blanco Villegas por Meditando , un óleo de 1,93 por 1,43 m. El precio: 268.320 pesos.
De allí para abajo, la lista de los diez Spilimbergo más costosos es ésta: Campesinas italianas , 166.547 pesos, vendido en enero de 1998; El espíritu del bosque , 134.500, en noviembre de 1993; Chico de pelo rojo , 122.760, en noviembre de 1991; Terraza con figuras , 90.000, en mayo de 1980; Figuras , 67.200, en septiembre de 1981; Paisaje de San Juan , 57.800, en mayo de 1982; Joven con sombrero , 56.460, en octubre de 1992; Paisaje de San Juan (un óleo más pequeño que el anterior del mismo título), en junio de 1992, y Familia coya, 50.220 pesos, vendido en octubre de 1991.
Más allá del dinero, lo que salta a la vista es la vigencia de un artista que se adelantó a su tiempo e influyó fuertemente en quienes vinieron después. Eso explica su actualidad, y también el interés del mercado por sus pinturas.
1
2Uruguay: nuevos incentivos económicos, variada agenda cultural y destinos enfocados en la experiencia
3Navidad 2025: este es el precio del pan dulce que vende Damián Betular
4De Italia a Buenos Aires: llegó al país persiguiendo “el sueño americano” y abrió una de las heladerías emblemáticas de calle Corrientes


