Tragedia en el metro de Tokio: a 30 años del ataque terrorista con gas sarín que conmovió al mundo
El 20 de marzo de 1995, los integrantes de la secta japonesa Aum Shinrikyō desataron uno de los atentados más devastadores desde la Segunda Guerra Mundial
8 minutos de lectura'
A las 7:46 de la mañana, en los vagones del subte repletos de pasajeros que se dirigían a sus trabajos, cuando empezaron los primeros síntomas: ojos irritados, pupilas contraídas, tos y ardor en la garganta. Al principio, pareció un malestar pasajero, pero en cuestión de segundos el ambiente cambió. Algunos empezaron a sentirse mareados y con nauseas, otros se desplomaron convulsionando, mientras que los que podían moverse intentaron huir, tropezando con los cuerpos caídos. Sin saberlo, habían inhalado gas sarín, un agente nervioso letal.
Un ataque planeado con frialdad
La mañana del lunes 20 de marzo de 1995, cinco miembros de la secta Aum Shinrikyō abordaron el subterráneo con un objetivo siniestro: liberar un gas letal en tres de las líneas más concurridas (Hibiya, Marunouchi y Chiyoda). Llevaban consigo instrucciones precisas: el ataque debía ejecutarse cuando los trenes coincidieran en la estación de Kasumigaseki, un punto neurálgico donde se encontraban las oficinas gubernamentales y una de las principales comisarías de la policía metropolitana.
Cada atacante llevaba discretamente bolsas de plástico con líquido sarín, envueltas en papel de diario. Antes de bajar del tren, depositaron las bolsas en el suelo y con la ayuda de un paraguas de punta afilada las perforaron de manera imperceptible antes de mezclarse con la multitud. En pocos minutos, el gas comenzó a expandirse en los vagones cerrados, transformando el lugar en una trampa mortal.
El gas sarín es un arma química altamente tóxica, descubierta y producida por los nazis. Sus efectos son devastadores: dificultad para respirar, convulsiones, pérdida del control muscular y, sin un tratamiento inmediato, la muerte en pocos minutos.
A medida que el gas se expandía, las estaciones del subte se transformaban en escenarios del horror. Cientos de cuerpos inconscientes yacían en los andenes. Los servicios de emergencia llegaban sin saber a qué se enfrentaban, incluso los propios médicos y paramédicos comenzaron a sufrir los efectos del veneno.
En medio del caos, aparecieron los héroes anónimos: empleados del subte y pasajeros que, sin pensarlo, arrastraban a los heridos fuera de los vagones, sin darse cuenta de que ellos mismos estaban inhalando el veneno.
Las consecuencias fueron estremecedoras: 13 personas perdieron la vida y más de 6.300 sufrieron los efectos del ataque. Tokio quedó sumida en el caos. Y aquel día pasaría a la historia como el atentado terrorista más impactante que Japón haya vivido.
La caza de los culpables
De inmediato, las sospechas recayeron sobre la secta Aum Shinrikyō, cuyo nombre significa “Verdad Suprema”, liderada por Shoko Asahara. Sus seguidores estaban convencidos de que el fin del mundo era inminente y creían que podían acelerarlo con una guerra química. Para ellos, la única forma de “salvar” a la humanidad era destruirla.
En el caso del ataque al subte de Tokio, aunque Asahara presentó el atentado a sus fieles como un acto de reivindicación religiosa, la verdadera razón era otra: las autoridades estaban cada vez más cerca de desmantelar la secta y el líder buscaba desviar la atención. Su intención era sembrar el caos y hacer creer que el ataque había sido orquestado por Estados Unidos.
En los meses posteriores al atentado del subte, algunos miembros de Aum Shinrikyo intentaron llevar a cabo nuevos ataques utilizando cianuro de hidrógeno. Colocaron el químico en distintos puntos estratégicos de varias estaciones con la intención de liberar el gas tóxico y causar más víctimas. Sin embargo, los intentos fueron frustrados a tiempo, ya sea por fallas en la ejecución o por la intervención de las autoridades, evitando así una tragedia aún mayor.
Una secta con sed de poder
Pero la historia de Aum Shinrikyō comenzó mucho antes del atentado. Su líder Asahara, nacido como Chizuo Matsumoto, en 1955, en Japón, creció con una discapacidad visual que marcó su infancia.
En la década de 1980, fundó la secta que fusionaba elementos del budismo e hinduismo, con un fuerte enfoque en la meditación y el yoga. Sin embargo, con el tiempo, Asahara transformó su mensaje y se convirtió en un profeta del Apocalipsis.
Se ganó la devoción de sus seguidores predicando contra la influencia de los Estados Unidos y acusando a Japón de haberse sometido a sus designios. Su paranoia creció hasta el punto de hablar de una conspiración global controlada desde Norteamérica. Decía que la Tercera Guerra Mundial era inminente y pedía a sus fieles que renunciaran a sus posesiones materiales, asegurando que quienes se aferraban a la riqueza y los placeres mundanos estaban condenados al infierno. Con este discurso, amasó una fortuna de unos mil millones de dólares.
A pesar de sus ideas extravagantes, como asegurar que podía levitar y leer la mente, la secta atrajo a personas cultas y preparadas. En su apogeo, en los ‘90, llegó a sumar más de 40.000 seguidores en todo el mundo. Les prometía iluminación y vida eterna, pero a cambio exigía entrega total: abandonar sus trabajos, mudarse a las instalaciones de Aum Shinrikyō y dedicarse por completo a la causa.
Para el líder, solo los seguidores de Aum, a quienes él consideraba espiritualmente superiores, sobrevivirían al supuesto colapso global. “La humanidad terminará, excepto por la élite que se una a Aum. La misión de Aum no es solo difundir la palabra de salvación, sino también sobrevivir a estos tiempos finales”, profesaba.
Además de sus predicciones apocalípticas, Asahara tenía otros métodos para “convencerlos”: aislamiento, privación del sexo, comida y sueño, consumo de drogas como el LSD e incluso descargas eléctricas que, supuestamente, aumentaban la capacidad mental. “Su estrategia es desgastarte y tomar el control de tu mente. Te promete el cielo, pero te hace vivir un infierno”, diría años después un ex miembro que logró escapar en 1995.
Las investigaciones confirmaron las peores sospechas. Durante los allanamientos, la policía descubrió laboratorios clandestinos, armas químicas y documentos que detallaban planes para futuros atentados. Además del gas sarín, el grupo había logrado fabricar el agente nervioso VX (considerado un arma de destrucción masiva por las Naciones Unidas), intentó adquirir explosivos nucleares, compró un helicóptero de ataque y tenía la capacidad para equipar a sus discípulos con armamento militar.
La caída de la secta
Los cinco ejecutores del ataque fueron identificados: Ikuo Hayashi, médico y miembro de alto rango de la secta; Tomomitsu Niimi, cercano a Asahara y responsable de la logística; Masato Yokoyama, experto en química, quien por los nervios apenas logró perforar su paquete; Kenichi Hirose, encargado de experimentos con armas químicas, y Toru Toyoda, científico que ayudó a producir el sarín.
“Cuando miré a mi alrededor, ver tantos viajeros me conmocionó. Soy médico y dediqué mi vida a salvar vidas. Sabía que, si perforaba esas bolsas, moriría mucha gente, pero no podía desobedecer órdenes”, declaró Hayashi tras ser detenido. Además de los muertos por la exposición al gas nervioso, muchas de las víctimas sufrieron secuelas graves como daños neurológicos permanentes, ceguera y problemas respiratorios crónicos
Dos meses después del atentado, el líder de la secta también fue capturado. Asahara estaba escondido en una pequeña habitación dentro de su complejo. Su detención marcó el principio del fin para Aum Shinrikyō.
El juicio fue uno de los más largos y mediáticos en la historia de Japón. En 2004, Asahara y otros 12 miembros de la secta fueron condenados a muerte. Sin embargo, las ejecuciones no se llevaron a cabo de inmediato. Recién en 2018, Asahara y otros seis condenados fueron ahorcados. Un mes después, los seis restantes corrieron la misma suerte.
Aunque Aum Shinrikyo fue disuelta oficialmente tras el atentado en el metro, trascendió que algunos de sus seguidores continuaron sus actividades bajo nuevos nombres, como Aleph y Hikari no Wa (El círculo de la luz del arcoíris). Estas organizaciones intentaron presentarse como grupos reformados, pero las autoridades japonesas y agencias de seguridad siguen monitoreándolos de cerca, ya que temen que puedan retomar las ideologías extremistas de la secta original.
Además del dolor de la tragedia, el ataque en el subte de Tokio reveló la fragilidad de la sociedad ante el fanatismo. A pesar de la rápida intervención de los servicios de emergencia, las cicatrices que dejó fueron imborrables. Japón, un país conocido por su seguridad y orden, se vio obligado a replantearse sus medidas contra el terrorismo y a endurecer sus leyes para prevenir futuros atentados. Aquella mañana del 20 de marzo de 1995 marcó un antes y un después. Desde entonces, la nación jamás volvió a ser la misma.
1El viaje entre Buenos Aires y Uruguay suma alternativas cómodas y accesibles para el verano 2026
2Estaba perdido, lo adoptaron y, en la playa, descubrieron el tesoro de una conexión única: “Siempre sabe dónde estoy”
3Efemérides del 19 de diciembre: ¿qué pasó un día como hoy?
4Fue vendedor ambulante, jugó al fútbol en Europa y fundó un club para sacar de la calle a cientos de chicos: “Irme de mi casa me salvó la vida”





