
UN OASIS EN LOS QUILMES
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T UCUMAN.- Viajando en ómnibus desde Cafayate, en la provincia de Salta, hasta las Ruinas de Quilmes, en Tucumán, el guía salteño Claudio Portal nos contó su versión de la historia de los indios quilmes, una población precolombina cuya ciudad-fortaleza aún se mantiene en pie y maravilla al turismo nacional e internacional. "No se sabe cuál es el origen de los quilmes. Algunos dicen que llegaron de Chile; otros, de La Rioja. Lo cierto es que eran muy hostiles, y ni siquiera eran aceptados por los calchaquíes. En 1530 llegaron los españoles y se encontraron con una gran resistencia. Los quilmes no querían someterse. Finalmente, después de 135 años de guerra, fueron doblegados. Las 250 familias que quedaron fueron forzadas a caminar hasta Buenos Aires. Por orgullo, la mitad se suicidó en el camino, y los que llegaron a lo que hoy se conoce como Quilmes se negaron a tener hijos. Así fue como se extinguieron."
Al llegar al lugar, nos encontramos con Miguel Momani, otro guía, en este caso local, que dio su punto de vista sobre los hechos: "La historia sólo fue escrita por los españoles, y a su manera. Yo tengo en mi sangre una mezcla de español y diaguita, y creo que los quilmes no eran hostiles, sino que se defendieron de quienes pretendían hacerlos trabajar en las minas. Aquí había oro, de allí el interés de los conquistadores".
Es decir, la historia muchas veces tiene diferentes caras, según quién la cuente y cómo se la mire. Lo cierto es que sobre este pueblo todavía quedan muchas cosas para descubrir. Las imponentes Ruinas de Quilmes están a 187 kilómetros de la ciudad de Tucumán. Es un día radiante, de mucho calor. Imposible recorrer el lugar sin un sombrero. Quizá por esto, y por el hecho de observar un paisaje tan árido, es que parece casi milagroso que un pueblo se las haya podido ingeniar para autoabastecerse en esta zona. Pero lo hacían, y muy bien. Cultivaban maíz, poroto, zapallo y papa, siempre en terrazas. Para esto, construyeron su represa. También eran criadores de guanacos, y tenían sus tejidos.
Hay algunas discusiones sobre el origen de esta ciudad incaica donde, según los estudiosos, vivían unas 2500 personas y que tenía un diseño urbanístico preconcebido. Algunos dicen que era una pequeña comunidad que se arraigó en la zona y que decidió fortificarla. Otros, que es imposible realizar una obra de tal magnitud sin un bagaje cultural, y que estos conocimientos vinieron directamente de la cultura inca.
¿Por qué los incas eligieron este lugar? En 1480 dominaron la zona, habitada desde 3000 años antes de Cristo, y trajeron consigo conocimientos de nivel social y urbanístico. Venían conquistando diferentes pueblos, a los que usaban para producir agricultura, pesca, y hacer intercambios con el Alto Perú.
Cuando llegaron a este cerro llamado Alto del Rey, con su forma de cangrejo, vieron allí un lugar idoneo porque era una fortaleza y tenía un templo en honor a los dioses. Hasta la dominación incaica había estado habitado por los diaguitas, después por los calchaquíes y finalmente por los quilmes, con quienes terminaron por fusionarse.
A los incas los tentaron, además, las propiedades mágicas del cerro, ya que tiene enormes piedras con formas extrañas, casi humanas. Para ellos, eran la imagen de sus antepasados; es decir, una señal divina. Además, al igual que en Machu Picchu, el centro geográfico apunta al Sudeste. Si a esto se le suman los cultivos y las construcciones, ¿qué más podían pedir? Y allí se instalaron.
Llaman la atención las terrazas de piedra horizontales y equidistantes (llamadas pircas), que se mantienen en pie a lo largo de los siglos. La locación parece un anfiteatro. Son, en realidad, muros de piedra con un ancho de dos o tres metros. Se ha llegado a sugerir que es un sistema antisísmico.
Allí los indios vivían y profesaban su fe en los dioses, pidiéndoles, como lo hacen muchas culturas, que no les falte agua para sus cultivos. Esto se ve en sus símbolos, que extrañamente llegan a ser iguales a los de las culturas de América Central. Si el visitante de las ruinas mayas en México se queda maravillado por la riqueza de los símbolos, aquí no hay nada que envidiar. Las tres imágenes básicas en Los Quilmes son la serpiente (típica maya también), que representa al rayo que precede a la lluvia; el ñandú, símbolo de la nube que anuncia el chaparrón, y el sapo, que canta a la lluvia.
En el anecdotario de este pueblo hay una historia por demás curiosa. Después de la llegada de los españoles, llegó un andaluz: don Pedro Bohorquez, el falso inca. No era más que un impostor que se las arregló para convencer a los indios de que si lo ungían cacique, los libraría del hombre blanco. Así levantó en armas a los indígenas, y la sangre corrió durante años. Luego, el español pidió a los suyos indulto, pero fue enviado a Lima y decapitado.
La población de Los Quilmes se hizo famosa por haber sostenido una prolongada guerra contra los españoles, que duró 130 años, hasta 1665, cuando éstos decidieron desterrar a los últimos miembros de la tribu. Los quilmes siguieron luchando, pero al no tener armas de fuego ni caballos domesticados, la lucha fue desigual. Al final, fueron sitiados. El hambre y la sed terminaron por derrotarlos.
Por suerte, las Ruinas de Quilmes quedaron casi intactas. En 1978 se encaró la reconstrucción, es decir, la tarea de colocar algunas piedras que se habían caído del lugar original. Al pie de ellas, casi escondido entre las pircas, hay un hotel construido por Héctor Cruz, un artista plástico de la zona.
Mucha gente se pregunta cómo es que se pudo construir en lo que es patrimonio histórico. El gobierno de Tucumán decidió privatizar el complejo para que haya más comodidades y, de esta forma, se incrementara el turismo. El ganador del concurso fue el artesano e indigenista Cruz, que recibió aporte provincial para realizar, con una inversión de 2.400.000 pesos, el Parador Ruinas de Quilmes.
Cruz cuenta con un derecho de explotación por diez años, al cabo de los cuales el hotel pasará a manos de la provincia. No estima poder recuperar lo invertido si no le amplían la concesión, pero se conforma con lo hecho, por lo que significa como difusión cultural y turística.
El lugar es paso obligado en una recorrida por los espléndidos Valles Calchaquíes, y bien vale conocerlo; lástima que, al menos por ahora, los precios no estén a la altura de todos los bolsillos. Sin embargo, no se trata de valores inaccesibles: van de 60 a 120 pesos por habitación.
"Aquí llegan unas 60.000 personas por año y cada vez vienen más", afirma. La decoración del lugar es un tema que vale la pena destacar, ya que se hizo con la intención de imitar a la de la cultura indígena. "En el hotel se proyectó la arquitectura incaica. El exterior refleja cómo eran las antiguas viviendas de los quilmes. Por fuera, de piedra seca, sin mezcla, que es una técnica tradicional de la construcción. Además, se aprovecharon los materiales de la zona, como la madera, el cactos y la piedra.
"Por dentro está presente la ornamentación típica de los indios. Los adornos de cerámica, por ejemplo, se elaboraron como se hacían antiguamente, según los datos arqueológicos", dice Cruz, orgulloso.
Texto: Paula Urien Aldao
Fotos: Adela Aldama
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