En febrero de 2015, el vuelo G235 de TransAsia Airways sólo se mantuvo 3 minutos en el aire: tras una serie de malas decisiones del piloto se desplomó sobre un puente, arrolló a un taxi y se estrelló sobre un río en Taiwán
Desde que el motor se encendió, Huang Jin-Sun notó que algo no andaba bien. Sonaba como si hubiera piedras raspando las hélices de una de las turbinas del avión. Volvía desde Taiwán hasta su hogar en la pequeña isla china de Kinmen después de una consulta médica. Aun en tierra, el ruido lo inquietó y pidió un cambio de asientos. La azafata se encargó de calmarlo y lo reubicó a la parte trasera de la nave. Ese movimiento salvó su vida.
3 minutos en el aire
4 de febrero de 2015. El vuelo G235 de TransAsia Airways despegó puntual a las 10:53 de la mañana. Entre pasajeros y tripulación, llevaba 53 personas a bordo. Apenas levantó la nariz para el despegue, en la cabina se encendió una luz roja, señal de emergencia, y comenzó a sonar la alarma. El avión siguió subiendo mientras los pilotos, Liao Chien-tsung y Liao Tsi-chung, intentaban descifrar el problema. La computadora finalmente reveló el inconveniente: el motor derecho se había apagado completamente. Era una preocupación mayor. Sin embargo, con la tecnología del avión, un ATR 72-600 propulsado por dos motores turbohélice, no representaba una amenaza letal: estaba diseñado para volar con un solo motor. Lo único que había que hacer era mantener la navegación automática y seguir las instrucciones que aparecían en la pantalla. Sin embargo, eso no sucedió.
Contra todas las recomendaciones, el piloto Liao Chien-tsung apagó la navegación automática y tomó el control de la nave en forma manual. Pero no logró estabilizar el avión. El copiloto, Liao Tsi-chung, alertó a su compañero: tenían que actuar con celeridad. Ambos tenían vasta experiencia y habían hecho simulaciones cientos de veces. Sin embargo, en ese instante el capitán tomó la peor decisión posible: “Vamos a desacelerar el motor izquierdo”, advirtió. En otras palabras, decidió reducir la potencia del único motor que los mantenía en el aire. El copiloto no tardó más de un segundo en percatarse de que su compañero se había equivocado. “¡Espere un segundo por favor!”, respondió al darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Toda la conversación quedó registrada en la caja negra.
El piloto parecía seguro de lo que hacía. Incluso corrigió a su compañero, le dijo que era la mejor decisión que podían haber tomado. El avión no se había elevado más de 500 metros. Desde la cabina de pasajeros todavía podían verse los edificios a través de las ventanillas. De inmediato, todos notaron que el avión comenzó a descender cada vez más rápido.
Huang Jin-Sun, sentado en la última fila, sintió una presión inmensa sobre su cuerpo. Le costaba respirar y, por puro reflejo, se sostuvo del asiento que estaba frente a él. De pronto notó que, además de caer, la nave comenzó a girar hacia su izquierda. Las azafatas estaban petrificadas, todos esperaron alguna instrucción, pero no se escuchó nada a través de los parlantes de la cabina.
El piloto intentó con todas sus fuerzas mantener estable el comando de dirección que vibraba descontrolado. Se encendieron nuevas luces, alertando sobre nuevos peligros. Toda la escena duró segundos, Los dos conductores permanecían bloqueados hasta que, en un momento de claridad, se dieron cuenta de lo que iba a pasar. “Wow, retiré la palanca equivocada”, reconoció el piloto al mando. Esas palabras fueron una epifanía seguida de una absoluta postración: habían perdido el control.
La última comunicación con el controlador aéreo fue un pedido desesperado: “Mayday, mayday, mayday, engine flameout” (”ayuda, ayuda, ayuda, motor apagado”). A las 10:55 se perdió definitivamente el contacto con la aeronave.
La trayectoria fue en picada. A duras penas, los pilotos lograron evadir dos grandes torres que se sobresalen entre los edificios del centro de Taipéi. Sin embargo, no pudieron evitar estrellar una de las alas contra un puente elevado. A su paso, el ala del avión arrastró un taxi que transportaba a una joven pareja. Increíble pero real: los pasajeros salieron ilesos, el conductor tuvo varias fracturas y el auto quedó deshecho.
Segundos después, impactaron contra el río Keelung, que cruza el este de la capital taiwanesa. Al contacto con el río, la nave se desmembró. Después, se sumergió casi por completo.
El golpe provocó la muerte automática de 39 pasajeros y cuatro tripulantes. El espectacular accidente tuvo 15 sobrevivientes. Todos estaban sentados en la parte trasera del avión, más allá de la fila diez. Uno de los sobrevivientes salió completamente ileso, sin un raspón.
La pericias posteriores al accidente determinaron que, tras golpear el avión contra el agua, la mitad trasera se desprendió y giró en sentido contrario. Ese movimiento atenuó el impacto.
Huang Jin-Sun jamás perdió el conocimiento. Se desorientó, le costó comprender dónde estaba. Además, pero no escuchaba nada. “Como si estuviera envuelto en una burbuja de cristal”, describió luego. Y, en una entrevista con el National Geographic, describió la escena: “Vi correr a la que en el momento creí que era una azafata. Le dije ‘tranquila, todo va a estar bien’. De pronto sentí frío en mis pies, ahí me di cuenta de que la cabina se estaba llenando de agua”.
Después del impacto, la cabina se oscureció y un olor a combustible inundó todo el lugar. Algunos pasajeros corrían, otros intentaban despegarse del cinturón de seguridad, muchos seguían inconscientes. Varios se despertaron con la mitad del cuerpo cubierto de agua. Los que pudieron liberarse ayudaron al resto. La cabina seguía inundándose. La luz del sol, que se filtraba a través de un agujero gigante en la pared del fuselaje, marcaba el camino de salida.
Por ahí lograron salir diez pasajeros, que permanecieron sentadas sobre lo que quedaba de ala, flotando sobre el río, esperando un rescate. Pero Huang Jin-Sun seguía atrapado junto con otros cuatro sobrevivientes.
Les resultaba imposible atravesar la maraña de hierro retorcido para llegar hasta la abertura salvadora. En su desesperación, encontraron una puerta de emergencia. Accionaron el mecanismo y no pasó nada. Trataron de abrirla con todas sus fuerzas, incluso le pegaron patadas, pero era imposible, no había forma de destrabarla. El agua seguía invadiendo la cabina. “El agua ya alcanzaba mi cintura cuando escuché el sonido de helicópteros... creo que ahí mi cuerpo se relajó automáticamente”, contó Huang. A las 11:35 de la mañana, 42 minutos después del despegue, los rescatistas abrieron la compuerta de emergencia y lograron salvar a las cinco personas atrapadas.
Cuando salieron se percataron de que había decenas de lanchas inflables rodeando los restos de avión que aún flotaban sobre la superficie del río. También había cientos de personas en la ribera, ordenadas en fila, rezando por las 57 personas que habían subido al vuelo G235 hacía menos de una hora.
Los sobrevivientes fueron internados, Huang Jin-Sun tuvo heridas leves y un par de semanas después logró volver a su hogar en un segundo vuelo. Dos equipos de buceo registraron toda la zona y encontraron 11 cuerpos en el lecho del río, los demás habían quedado atados a sus asientos. Los rescatistas luego contaron que hallaron el cuerpo del piloto, Liao Chien-tsung, en la cabina, con ambas piernas quebradas, y destacaron que sus manos seguían aferradas a los comandos. Los restos del avión fueron recopilados y llevados a las oficinas del Consejo de Seguridad Aérea.
Después de un año, las pericias determinaron que hubo un error en los sensores del motor derecho, y que el piloto sufrió “ceguera disatencional”, una condición que se provoca al hacer varias tareas al mismo tiempo bajo una gran presión. Al desactivar el piloto automático y enfocarse en conducir, el piloto ignoró todas las instrucciones de la computadora y del copiloto. Fue solo un segundo, pero allí, ante tal problema, confundió la derecha con la izquierda y desactivó el único motor que podría haberlos salvado a todos.
Los investigadores también hicieron foco en el historial del capitán de la aeronave (que había servido previamente en la Fuerza Aérea de Taiwán) y descubrieron un dato contundente: menos de un año antes al accidente, en los entrenamientos de rutina en simulador, demostró una “falta de conocimiento sobre cómo responder ante un apagado del motor en el despegue”.
Temas
Más notas de Todo es historia
Más leídas de Lifestyle
Procesamiento cognitivo. Qué le pasa a mi cerebro si como pistachos todos los días, según un estudio
Inteligencia emocional. Cómo hacer para unir la productividad en el trabajo con el bienestar personal
No falla. El truco para producir colágeno y eliminar las arrugas con la piedra de alumbre
Impactante. Esta es la única construcción humana que se ve desde el espacio: las fotos y el gran problema detrás