Ícono de moda
Un concepto exclusivo que hoy se devalúa
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A la formidable Jeanne Moreau le caía fatal que la etiquetaran ícono del cine. Le parecía pretencioso, grotesco. Actriz, de las que se involucran en serlo, le bastaba con que se reconociera su modo de entender su oficio. Pero no pudo escaparle al término, importado de los Estados Unidos, como tantos otros –superstar, living legend– empleados para evidenciar jerarquías, situar posiciones en el escalafón de la celebridad pop. Rangos rengos que sin embargo deslumbran. No menos incongruo, pero más irritante, encontraba yo el uso dado al vocablo en el medio de la moda, donde el título de fashion icon se otorgaba con gran liberalidad. Llevo décadas irritado por el uso y abuso de una expresión que encuentro estúpida. Y con mayor razón hoy, cuando la categoría de los íconos de la moda, tal como la máquina publicitaria, medios y redes mediante los consagra, agrupa un gentío de proporciones sindicales.
En un primer tiempo, la apelación se reservó a miembros de ambos sexos de la élite protagonista de un mundo de destellos, cine, entretenimiento, mundanidad internacional, personajes con un itinerario público, aunque no necesariamente célebres, notorios por su atractivo, estrellas, galanes, divas, señoras ricas y criaturas sofisticadas, potentados, artistas, estetas, playboys de aquel ayer, gente con título y/o partícula y, last but not least, un puñado de diseñadoras y diseñadores que vestían a todo aquel elenco de una eterna noche de estreno. Personificaban, en blanco y negro y en colores, en papel o en la pantalla, los atributos que la moda está supuesta codificar y regir: la elegancia, el chic, el glamour, la supremacía expresada en el vestido, y por ello más estridente, la sensualidad refrenada por el vestido, y por ello más perturbadora.
Compartían ellas y ellos el don de una presencia física particular, la belleza en muchos casos pero sobre todo la personalidad, el modo de ser y estar en el cuerpo y de actuar, con estudiada naturalidad, la ropa que llevaban. Pero el eje del asunto es que, con la ayuda de un gusto propio, no prestado ni copiado, sabían expresarse a través de prendas, colores, texturas, formas.
Lo cuento en pretérito imperfecto porque los personajes en cuestión pertenecen al pasado. Condición sine qua non para integrar esta brillante brigada es la de haber perdurado en ese rol simbólico, estableciendo un legado estético, dejando una impronta visual única, personal, pero transferible, fuente de inspiración segura. Eran, como se ve, arquetipos, emblemas, modelos, ejemplos, para decirlo tout simplement. Demasiado simplemente para los equipos de comunicación de las instituciones de la moda, adeptos de la referencia de contratapa, la cita culturosa, la preciosidad ridícula. Dicen y repiten todavía hoy ¡ícono, ícono, ícono! hasta vaciar esas sílabas del aura prestigiosa, que con fervor fetichista le atribuyen.
La devaluación sufrida por un concepto que ya desde su venida al mundo resultaba altamente dudoso se me ha hecho patente a lo largo de los meses recientes, pasados en gran parte en tête-à-tête con la pantalla informática. La proliferación de fashion icons ni remotamente conectados ni con la moda ni con la iconicidad me resultó curiosa en un primer momento, patética luego, alarmante por fin. Ahora temo que de cualquier ícono sobre el que haga clic surja algún nuevo inenarrable ícono de moda. Pero ya se sabe, hay que vivir y vivir peligrosamente.