Eliminar el Poder Judicial hiere de muerte a la Constitución
Los dichos de intelectuales y candidatos kirchneristas ocultan la intención de reemplazar democracia por autocracia
El Preámbulo de nuestra Constitución, entre las grandes metas que persigue, contempla "afianzar la justicia", la única de tipo institucional, ubicada entre un abanico de objetivos que tienen que ver con la paz, el bienestar general, la libertad, la defensa. Creemos que el constituyente fue sumamente previsor al elegirla, ya que con preocupación consideraba la dificultad de construir un Poder Judicial independiente, a la luz de los antecedentes que arrastraba nuestro país desde la colonia. Así las cosas, y transcurrido más de un siglo y medio, las dificultades continúan. Pareciera que no se tomara real conciencia de que la independencia de la Justicia es una de las columnas fundamentales del Estado de Derecho, sin la cual es imposible lograr su concreción. No olvidemos que este modelo de organización del poder aspira a anteponer el derecho a la voluntad de los gobernantes, creando instituciones cuyos titulares son meros huéspedes, en tanto deben acomodar sus decisiones y comportamientos a lo que establecen la Constitución y las leyes de la República.
La necesidad de reformar nuestro Poder Judicial es reconocida por todos los que aspiran a lograr una República con mayúsculas. Frecuentemente aparecen propuestas que van en ese sentido. Ahora bien, esto no quiere decir que la solución consista en su lisa y llana supresión. Con sorpresa, si no con estupor, hemos escuchado tamaño despropósito de boca de un "intelectual K", quien estuvo acompañado previamente por declaraciones de un intendente de la misma tendencia que expresó que en la Corte Suprema "hay que designar jueces militantes". Por último, le hemos oído decir a la flamante candidata a vicepresidenta por Unidad Ciudadana que ni la separación de poderes ni las libertades públicas y privadas están al servicio de los intereses del pueblo. También nos espantamos con las amenazas del candidato a presidente Alberto Fernández, proferidas contra los jueces que están juzgando la conducta de su "jefa".
La amputación del Judicial de la tríada de poderes que integran el gobierno es algo que no puede hacérsele a una Constitución democrática. Semejante reforma la hiere de muerte, pues impide el desarrollo del Estado de Derecho. El citado orate agregó entre sus propósitos de orden institucional que el Poder Judicial debería ser suplantado por un servicio de justicia, ubicado dentro de la órbita del Poder Ejecutivo. La sinceridad de la declaración nos exime de la necesidad de esclarecer el objetivo escondido detrás de tanta hojarasca, que no es otro que la transformación de nuestra débil democracia en un sistema de corte autoritario, por no decir autocrático. Cabe señalar que los servicios públicos son los encargados de satisfacer necesidades de orden general de la sociedad, por ejemplo, el suministro de energía eléctrica, de gas, de agua potable, etcétera; su prestación se encuentra a cargo de entes descentralizados u otro tipo de organización administrativa. Por lo tanto, la Justicia quedaría dentro de la órbita del Ejecutivo, pues ese tipo de entes, si bien son descentralizados, forman parte de la administración pública, en este caso, descentralizada.
Así las cosas, el verdadero objetivo no es la mejor satisfacción de los "intereses del pueblo", sino la captura de un poder por parte de otro. Si observamos el mapa de las democracias, podremos comprobar que no las hay sin Poder Judicial independiente, cuando así sucede en todos los regímenes de corte autoritario. En algunos, esta característica se la esconde bajo el manto de una Constitución que contempla un poder encargado de "hacer justicia", pero en los hechos esto no sucede. Por ejemplo, en Irán, al líder religioso se le permite vetar las sentencias de los "jueces".
En países de la Europa oriental que pertenecieron al bloque soviético y que luego de la caída del Muro de Berlín transitan hacia la democracia, la involución es impresionante. A los discursos racistas, xenófobos, antisemitas, homófobos de los presidentes de Hungría y Polonia se suma una grotesca ingeniería destinada a destruir la independencia de la Justicia y que redunda en el desplazamiento de los jueces independientes, que son reemplazados por magistrados "amigos". Este ha sido el camino hacia la destrucción del Estado de Derecho en esas naciones, en donde el único poder real está entre las manos de los presidentes Orban y Duda (como pantalla de Kaczynski, verdadero hombre fuerte del régimen que gobierna Polonia). Lo mismo podríamos decir de la Rusia de Putin, de la Turquía de Erdogan, entre otros países.
El socialismo del siglo XXI que inaugura Chávez en Venezuela, más allá de la letra de su "Constitución", que tiene un formato democrático, se dedicó a ir minando la independencia del Poder Judicial. La designación de nuevos magistrados y la remoción o simple expulsión de otros se transformaron en moneda corriente, hasta el logro de su dominación. El modelo ha sido imitado por los otros países que integran el denominado "eje bolivariano". Así, Ortega consiguió la reelección ilimitada, a la que ha llegado Morales por otros caminos. En Bolivia, un plebiscito a través del cual, a instancias suyas, se le preguntó al pueblo sobre su nueva reelección, recibió un resultado adverso. No obstante ello, y aunque parezca mentira, la Justicia le ha reconocido a Morales el derecho a presentarse nuevamente. Esos serán los jueces que tendrán a su cargo la fiscalización de las próximas elecciones presidenciales. La lista es muy larga y no la agotamos por falta de espacio, pero de todos modos implicaría la repetición de secuencias, si no iguales, al menos similares.
Vemos cómo la voluntad de un líder nacional carismático va acaparando todos los poderes, destruyendo el Poder Judicial y así terminando con la república. Esta era la receta que le recomendaba Ernesto Laclau desde la Universidad de Essex a Cristina Kirchner. Vemos que por derecha o por izquierda se reniega del liberalismo político, tildado de "vendepatria", imperialista, traidor, al que hay que destruir para asegurar el bien de los pueblos. La tragedia venezolana es el ejemplo más cabal de adónde se llega cuando desaparece un Poder Judicial independiente.
En el mundo islámico no se disfraza la situación, al emir, al sultán, cual monarcas absolutos, se les reconoce el poder de jurisdicción, de hacer justicia por voluntad propia. Lo que no nos han dicho ni Cristina Kirchner, ni Alberto Fernández, ni Mempo Giardinelli, ni Paco Durañona es que detrás de sus dichos tan llenos de dramatismo y de voluntad de proteger al pueblo, en realidad, se esconde la determinación de crear un régimen similar al de los países de la "media luna". Me pregunto si los argentinos estamos dispuestos a aceptar que nuestra democracia se transforme en un emirato o en un sultanato como los que existen en esas naciones. Espero que no nos dejemos caer en la trampa, pues si lo hacemos ya no habrá oportunidad para arrepentirse.
Profesor titular y director de la carrera de posgrado en Derecho Constitucional (UBA)