Reseña. El amor es una catástrofe natural, de Betina González
Hay algo perturbador en los cuentos de El amor es una catástrofe natural, el último libro de Betina González (Buenos Aires, 1972). Personajes siempre en el borde, niños –muchos niños y niñas– que sobreviven a la tortura de sus padres, que se comunican con animales –que sienten la tristeza de los animales–, que son abandonados en el corazón de un bosque o, como sucede en "Aprender a nadar", se hunden en piletas colmadas de risas.
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Son relatos marcados por la mejor tradición norteamericana, en los que se percibe la ironía de Lorrie Moore y el desfile de freaks de Flannery O’Connor. Pero, lejos de seguir un modelo, González encuentra la manera de torcer la trama siempre un poco más, cambiar el punto de vista de la narración y sorprender al lector por medio de giros inesperados o recuperando el personaje de un cuento a otro. Así Leila, "la niña gato", criada en cautiverio, deviene gurú de una secta llamada "La Iglesia de la Luz Natural" y le imprime su salvajismo al hombre con el que vive, para reaparecer en otro cuento –"La joven sin atributos"– como modelo a seguir de una mujer que busca "ser otra".
Los relatos de El amor es una catástrofe natural juegan con los límites del realismo. Lo extraño está ahí, todo el tiempo, a punto de irrumpir. Este trabajo sobre la trama se refleja en la prosa. Como autora hiperconsciente de su herramienta verbal, González tuerce, aquí y allá, de manera muy sutil, la gramática. Incorpora giros que no son del todo habituales y que generan en el lector una impresión notable: la de estar frente a una lengua extranjera.
El amor es una catástrofe natural, Betina González, Tusquets, 214 págs./ $ 389