Ante lo que parece una campaña récord, el agro vuelve a ganar protagonismo en una economía que, desde el origen de la Argentina, dependió en mayor o menor medida de la fortaleza de este sector clave y objeto de controversias
Con una cosecha que alcanzará en esta campaña un récord histórico de 140 millones de toneladas de granos y que representará unos 33.000 millones de dólares de ingresos, regresa una idea arraigada en el imaginario popular y que se remonta hasta nuestros orígenes como país: el campo como la eterna tabla de salvación de la economía argentina. Pero ¿cómo se formó ese concepto? ¿Por qué nació? ¿Será así por siempre?
En principio, resulta curioso que un país con más de 200 años de vida no haya logrado desarrollar diferentes sectores capaces de "salvar" la economía en tiempos de recesión y siga dependiendo de una única (nunca mejor aplicada la expresión) "vaca lechera". Por supuesto que la historia no es lineal y siempre se pueden encontrar períodos en los que la importancia del campo no ha sido tan determinante o en los que se ha intentado impulsar la industria, pero de lo que se habla es de la imposibilidad de abandonar esa idea de la producción agropecuaria como la gran solución.
En un intento por ponerle fecha de nacimiento a este fenómeno, el economista y sociólogo Juan José Llach opina que este existe casi desde el nacimiento del país. "Desde la creación del Virreinato del Río de la Plata, lo que luego iba a ser la Argentina dependió de las rentas de la Aduana de Buenos Aires. En el último cuarto del siglo XIX, con la gran demanda de cueros, lanas, carnes y luego granos, estos recursos pasaron a ser los únicos capaces de generar divisas", explica Llach, profesor emérito de la IAE-Universidad Austral.
En su análisis, precisa que desde el doble impacto que produjeron la crisis económica mundial de 1929 y el funesto golpe de Estado de 1930, hace ya casi 90 años, la Argentina no ha encontrado el camino del desarrollo simultáneo del agro y de la industria, de la exportación y del mercado interno. "¡Ya es hora de lograrlo! Sin el campo, la Argentina no tendrá un futuro mejor, pero solo con él, tampoco", opina el experto.
Recursos naturales
En el capítulo "La generación del progreso (1880-1914)" del libro El ciclo de la ilusión y el desencanto, Pablo Gerchunoff y Lucas Llach rastrean el origen de la Argentina agropecuaria y describen cómo empezó a formarse la idea del campo salvador: "La agricultura y la ganadería eran el sustento de un modelo de crecimiento económico basado en la explotación de recursos naturales, que solo algunas voces aisladas cuestionaban y que parecía capaz de prolongarse en el tiempo: todavía había un pequeño margen de expansión de tierras bajo cultivo, y un margen mayor para la incorporación y difusión de mejoras tecnológicas en la actividad agropecuaria".
Luego de la Primera Guerra Mundial, algunas fuerzas que habían generado el desarrollo agropecuario anterior a 1914 se debilitaron, pero aun así, el sector rural pampeano siguió aumentando su producción. En ese momento, el campo necesitaba una inversión en tecnología y la hizo. "El sector rural se capitalizó durante esos años: las importaciones de máquinas para la agricultura tuvieron un auge imponente en el segundo lustro de la década. Sirve como ejemplo el de las máquinas segadoras trilladoras, cuyo número aumentó de 1760 en 1914 a 32.831 en 1929", se detalla en la obra de Gerchunoff y Llach.
El historiador Roberto Cortés Conde comenta que, más que hablar de tabla de salvación, lo que él diría del campo es que tuvo un proceso de gran expansión que favoreció a la economía en general hasta 1930. "Hasta allí se produjeron cambios muy importantes que permitieron incorporar mayor cantidad de tierras agrícolas y aumentar la producción ganadera. Es el tiempo en que Buenos Aires descubre la posibilidad de tener una ganadería intensiva y, adicionalmente a eso, algunas zonas ganaderas se convierten en agrícolas", relata el especialista.
Los analistas consultados coinciden en que 1930 fue un mojón en la evolución de la idea del campo como proveedor de soluciones ante las zozobras económicas. A partir de entonces, se empezaron a aplicar políticas de Estado tendientes a ordeñar cada vez más esa vaca lechera. "Se comenzó a hablar de la renta que producía la tierra y de la posibilidad de que la sociedad se beneficiara de parte de esa renta", indica Cortés Conde.
En 1930 empiezan a gestarse políticas antiagrarias que se repiten hasta fines del siglo XX, con tipo de cambio muy desfavorable, que primero se utilizó para pagar la deuda externa y, después, como transferencia grande de ingresos hacia la industria. "Surgieron industrias sustitutivas de importaciones, que eran de baja calidad y que subsistían solo por esta transferencia de recursos", destaca Cortés Conde.
Hay dos características que ayudaron para que, históricamente, los gobiernos hincaran el diente en las ganancias originadas por la producción agropecuaria: se trata de un sector muy competitivo en la generación de divisas y su explotación no se puede mudar. "El campo tiene una competitividad intrínseca en el uso de sus factores, pero además obliga al productor a estar atado a su tierra; no es como una fábrica, que se puede levantar y llevar a otro país", dice Daniel Pelegrina, presidente de la Sociedad Rural Argentina (SRA).
Pelegrina coincide en que desde que nació el país se pensó que el campo era el sector que aportaría los recursos principales del Estado. "Es un sector que siempre ha aportado en lo económico, y los políticos lo aprovechan muchas veces para exprimirle las ganancias vía impuestos", agrega el dirigente.
Precisamente, con el objetivo de sacar provecho de una parte de la producción agropecuaria, el 28 de mayo de 1946 el gobierno de Edelmiro Farrell instauró el Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (IAPI), que luego mantuvo Juan Domingo Perón y que se eliminó en 1955. Es decir, en esos nueve años la idea del campo como tabla de salvación se acrecentó y se le exigió en consecuencia.
Cubrir el gasto público
El IAPI monopolizó, desde principios de 1946, la comercialización de los cereales y oleaginosas. Entre 1946 y 1949 compró las cosechas a los agricultores para venderlas internamente y en el exterior, obteniendo así un margen muy amplio gracias a los términos de intercambio internos. Gerchunoff y Llach explican en su libro que había dos motivos muy concretos para esta política discriminatoria hacia el sector rural: las ganancias del IAPI sirvieron por un tiempo para sostener el aumento del gasto público y su intervención desligó parcialmente la evolución de los precios internos de los alimentos del aumento que se producía en el mercado internacional.
Esta y otras políticas que quitaron recursos al campo provocaron una suerte de retroceso del sector agropecuario. Un solo dato basta para corroborarlo: en 1928, las exportaciones eran de mil millones de dólares y 32 años después, en 1960, esa cifra se mantenía idéntica. "En esa época se produjo un gran atraso tecnológico", acota Cortés Conde.
¿Por qué el campo es el recurso al que se apela ante las dificultades?, se pregunta Carlos Iannizzotto, presidente de la Confederación Intercooperativa Agropecuaria Limitada (Coninagro). Y se responde enseguida: "Porque es el mercado que se tiene más seguro, en función de que las commodities facilitan el tema precio y el tema cobro. Ese idea casi mágica está vinculada a la producción de materias primas, para lo que este país ha sido bendecido y que ha sido ayudado además con inclusión de tecnología".
La idea del campo que parece prevalecer en el imaginario popular local es una rareza propia de los argentinos, puesto que, como señala Juan Llach, en ningún país del mundo se lo limita ni se lo cela como aquí. "Basta con mirar a Brasil o Uruguay, por no hablar de Australia o Canadá, o recordar que en Estados Unidos, Japón y casi toda Europa el campo está subsidiado. Esto tiene raíces históricas profundas, largas de enumerar. Pero urge superarlo", señala el economista y sociólogo.
La animadversión contra el campo está dirigida contra lo que históricamente se conoció como la "oligarquía terrateniente", pero ese sentimiento ignora que ya solo un reducido grupo puede encajar en esa categoría y que, además, existe un sinnúmero de economías regionales que no se tienen en cuenta, pero que también son "el campo".
Para muchos, la idea de que el campo representa la garantía de salvación del país quizás era válida hace treinta años, pero no en la actualidad. "Hoy es todo distinto y el partido se juega año a año: hay que invertir en tecnología constantemente, porque si no los mercados mutan y te dejan afuera. Una cosecha no nos salva si no estamos inmersos en la big data, por ejemplo", señala Iannizzotto.
A partir de las políticas proindustrialistas que se empezaron a implementar desde 1930 en adelante, surgió otro contrapunto: la ya remanida dicotomía entre campo e industria. Como si se tratara de un juego de suma cero, se situó a un sector en oposición al otro, cuando lo ideal, como dice Juan Llach, es que se trabaje en conjunto para el bien de la economía en general.
Diego Coatz, economista jefe de la Unión Industrial Argentina (UIA), considera que la relación campo/industria hoy es muy buena y se ha superado la vieja discusión. "Es más, en la industria 4.0 está integrado el campo. Obviamente, siempre hay temas de coyuntura que pueden alterar el entramado, pero en líneas generales creo que el enfrentamiento es algo del pasado", opina.
Aporte de divisas
En cuanto a ubicar el campo en el rol de "salvador", Coatz entiende que un solo sector no puede solucionar todos los problemas del país, aunque reconoce que una buena cosecha representa un gran aporte de divisas. "Entonces, cuando hay problemas financieros, se espera una buena cosecha para que ingresen dólares. Pero esta ecuación campo/dólares está dada por la falta de una política macroeconómica consistente, que evite depender tanto de esas divisas para el pago de importaciones o el pago de la deuda externa", concluye el economista.
Ningún análisis sobre la idea del agro salvador estaría completa si no tuviera en cuenta lo que sucedió con el sector a partir de 2000 y que se conoció como la "revolución de la siembra directa", que tuvo como correlato la "explosión de la soja". El economista especializado en agronegocios Iván Ordóñez lo ilustra con un dato: en 2002, el área agrícola argentina no superaba las veinte millones de hectáreas; hacia 2008, la cifra alcanzaba los treinta millones; es decir que en solo seis años el área sembrada había crecido un 30%.
Según Ordóñez, el 84% de ese crecimiento fue debido a la soja, que hoy representa la mitad de los mil millones de toneladas de la cosecha argentina promedio. "Contrariamente a lo que se cree en los centros urbanos del país, este monumental crecimiento del área sembrada se dio en zonas agrícolas tradicionales como Buenos Aires y Córdoba, con un 75% del incremento, mientras que todo el norte argentino representó solo un 16%", detalla el consultor. En zonas como el oeste y el sudeste de la provincia de Buenos Aires, esta reestructuración del uso del suelo se plasmó en el precio de la hectárea, que durante el mismo período incrementó su valor de mil dólares en 2002 a poco más de 8500 en 2013.
Creación de valor
Tal como enfatiza Ordóñez, esa creación de valor monumental se debió a la implementación exitosa y en masa de un sistema que constaba de cuatro patas: la siembra directa, una técnica de siembra de cultivos que descarta el uso del arado; la mejora de la humedad del suelo por medio de rastrojos (desechos del cultivo anterior); el uso del glifosato, herbicida que logra dominar varias malezas, y la utilización de una semilla resistente a ese herbicida.
En medio de esta revolución (y en parte derivada de su explosión productiva) se originó la disputa entre el gobierno de Cristina Kirchner y el campo, que se inició en marzo de 2008 y pasó a la historia como "la 125". Ese era el número de la resolución oficial que establecía retenciones móviles a la exportación de granos, en una relación inversa al precio de estas commodities. Finalmente, la idea oficial no prosperó, pero dejó en claro que el campo seguía siendo visto como "tabla de salvación" para los problemas generales de la economía.
Esto da pie a una pregunta: ¿cuál es la significación simbólica del "campo" en la Argentina? Para Juan Llach es ambivalente, como quedó de manifiesto en el conflicto de 2008 y en la votación del Senado, que desempató el vicepresidente, Julio Cobos, con su voto no positivo. "Por un lado, se está orgulloso de él, y muchos industriales, cuando juntan unos dólares, corren a comprar campo. Pero por otro lado, aunque desgastada, subsiste la imagen de la oligarquía terrateniente", dice Llach.
Mientras tanto, al tiempo que se cierra esta nota, es noticia el aluvión de camiones en los puertos del Gran Rosario, donde se encuentra el mayor polo agroindustrial y exportador de granos y subproductos. Eso es indicio de que, efectivamente, habrá "cosecha récord" y que, pese a toda el agua que ha corrido bajo el puente desde el nacimiento de la Argentina, de algún modo la idea del campo como "tabla de salvación" sigue vigente.