La hora del té
Hablemos de rituales. De los imprescindibles, cálidos, puntuales rituales cotidianos. Del lujo desmedido que implica poder realizarlos en la simple continuidad de los días, con los recursos menos sofisticados, inmersos en algo tan elemental y prosaico como la no tan evidente (mucho menos, garantizada) satisfacción de ciertas necesidades básicas. Y empiezo por lo que no es central en la foto: un dibujo infantil sobre una ventana. La fantasía del elefante discretamente emperifollado, que saluda al mundo exterior. Tan íntimo y tan sociable como la niña de punta en blanco que toma el té con su mamá en un preciso rincón de la ciudad de Baltimore. Ambas sin calzado, instaladas en el punto justo en que su casa comienza pero aún no se repliega sobre sí misma. La poética secreta de una tarde cualquiera: las sillitas como de juguete, la flor cuidadosamente dispuesta junto a la tetera, la mirada de la madre. Y el tiempo, que por un instante se detiene y da tregua.