La jefa sigue mirando al piso
¿Se puede repartir lo que no hay? Ya no están las AFJP para hacer el “shock distributivo” de Boudou; el país se consumió sus últimas cajas, y no solo no crece: gira eternamente en derredor de sí mismo
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La imagen es perfecta. Circuló tanto, y pasó tanto desde entonces, que ya parece vieja. Pero es del domingo a la noche; la sacó el fotógrafo Franco Fafasuli en el búnker del Frente de Todos. Muestra un instante del discurso de Alberto Fernández: sobre el escenario, micrófono en mano, el Presidente se explaya acerca de lo que entiende han sido las razones de la derrota electoral y, a su izquierda, inmóvil, con los dedos entrecruzados, Cristina Kirchner mira al piso. No mira, en realidad: está sumergida en sí misma, con la cabeza tan gacha que el flequillo le tapa completamente los ojos.
La primera interpretación es obvia. La vicepresidenta no está conforme con el desempeño de quien eligió en 2019 para encabezar la fórmula. Hace tiempo que ella lo viene comentando en privado, pero acaba de hacerlo público en la carta. Ahí cuenta además que esperó desde ese momento 48 horas para volverle a hablar porque él no la llamaba. Es probable que Alberto Fernández estuviera intuyendo ese mismo domingo lo que vendría, porque al día siguiente se comunicó con Hugo Moyano para pedirle respaldo. El Frente de Todos había empezado a implosionar.
Moyano intenta desde entonces ayudar. El miércoles, por ejemplo, no bien estalló la discusión por las renuncias, difundió un comunicado culpando a los medios. Y anteayer, en conversación con radio Futurock, incluso le restó importancia al conflicto: dijo que estaba convencido de que se resolverían las diferencias y que el espacio mantendría la unidad. Es cierto que, si intentaba tranquilizar, uno de los párrafos de la conversación resultó perturbador: “Yo creo que la sociedad está reclamando que se mantenga la democracia, que la autoridad del Presidente no se debilite y que pueda seguir adelante con un proyecto que, estoy convencido, va a sacar a los argentinos de esta situación lamentable”, reflexionó Moyano. La advertencia de un quiebre en el mandato hacía de todos modos juego con el “like” que Alberto Fernández le había dado la noche anterior a un tuit del empresario Pierpaolo Barbieri, que decía así: “En momentos de incertidumbre es imperativo preservar las instituciones. Siempre”.
El resultado electoral los golpeó a él y a su compañera de fórmula. En realidad, precipitó desencuentros preexistentes que ambos disimulaban a su modo: la expresidenta, evitando mencionarlos; Alberto Fernández, con una persistente y explícita negación. “No van a lograr que me pelee con Cristina”, anticipaba el jefe del Estado. En mayo, en un acto en Ensenada, y escoltado por ella y por Massa, les habló a fotógrafos y camarógrafos: “Les pido por favor que saquen esta foto –dijo–. Sáquenla y no se olviden nunca. Porque aquí estamos los que estamos convencidos de lo que hay que hacer en la Argentina”. Una carta explosiva acaba de revelar que no estaba diciendo la verdad. La autora del texto pensaba exactamente lo contrario y lo describe así: “Se estaba llevando a cabo una política fiscal equivocada que estaba impactando negativamente en la actividad económica y, por lo tanto, en el conjunto de la sociedad”.
Ahora se entiende también el porqué de esas sobreactuaciones. Y la frialdad y la distancia. De Pedro, que acompañó al Presidente en un acto el miércoles al mediodía, no le anticipó que minutos después le ofrecería su renuncia. ¿No lo tenía decidido? ¿Lo sorprendió a él también la jugada? Una pista: los camporistas que desde ese momento empezaron a llamar a sus compañeros para comunicarles que tenían que imitar al ministro del Interior la atribuían a una orden de Cristina Kirchner. De todos modos, De Pedro sí estaba al tanto de la bronca del Instituto Patria. Ya la noche anterior, cuando le preguntaban qué haría el Gobierno para intentar recuperarse de la derrota, cuestionaba al Presidente: decía que no parecía estar tomando nota de la paliza electoral y que debía hacer cambios de Gabinete.
En el kirchnerismo aceptan ahora que la iniciativa se le fue de las manos a la jefa. ¿Ella pensó que Alberto Fernández acataría de inmediato, como exige el audio de Fernanda Vallejos? El miércoles de las renuncias, por la tarde, uno de esos 13 funcionarios no había modificado todavía su agenda para el día siguiente. Entonces, ¿no nos reunimos?, lo consultó alguien que debía verlo en la oficina. “Esto es política: la reunión la hacemos”, contestó. El encuentro no se hizo.
Lo que pasó después se sabe. El Presidente interpretó la movida como un apriete y quiso resistir. “A Alberto no le gusta el conflicto y trata siempre de evitarlo, pero acá quedó acorralado”, explicaron a la nacion en la Casa Rosada. El amago de rebeldía empezó entonces a envalentonar a parte del gabinete, a gobernadores y, principalmente, al equipo de Guzmán, donde soñaban con un relanzamiento de una administración que incluiría en el armado a Massa y a Jorge Capitanich. “Los kirchneristas piensan que la Argentina es inviable sin ellos: hay que demostrarles que no es así”, llegó a plantear uno de los ilusionados. Pero el sueño se demoraba con las horas. “Es una pena que Alberto no sea contundente”, se impacientó anteayer un desengañado. “Esto ya lo viví con Scioli”, se oyó en un municipio del conurbano.
Es pronto para calibrar los daños. Hay sin embargo algo constatable: esa fórmula de poder extraña e inédita que incluye un presidente elegido por su vice no volverá a ser aconsejable para la gobernabilidad. Para la democracia, acotaría Moyano. Es una de las novedades del resultado electoral. La segunda interpretación de la foto. Hasta ahora, esa falla de origen había sido un tema abordado solo por opositores y analistas. Se sumó el PJ. “La población ve como que hay una pelea de doble comando de gestión a nivel nacional”, dijo el martes a Radio 10 Mario Ishii, intendente de José C. Paz. ¿Entre quiénes es la pelea de doble comando, dice usted?, le preguntó el periodista, Gustavo Sylvestre. Faltaban 24 horas para que todo estallara por las renuncias, y es probable que el tema todavía fuera un tabú, porque Ishii no quiso pronunciar lo obvio: “No; hay doble comando porque hay dos o tres líneas que están trabajando en el Gobierno, pero no hay un entendimiento para poder llegar al objetivo que se necesita”, cerró.
El debate sobre la fórmula incluye también reproches de dirigentes que habrían preferido competir en las primarias. A Agustín Rossi, por ejemplo, la desobediencia le costó el puesto de ministro. “Nosotros presentamos 20 listas en la provincia de Buenos Aires y nos dejaron dos: todas las demás las voltearon”, admitió a Radio con Vos Emilio Pérsico, secretario de Economía Social y representante del Movimiento Evita.
Son desencuentros sobre lo irremediable, el pasado, pero que gravitan ahora sobre el futuro, el modo en que el Gobierno intentará remontar el resultado. Eso tampoco está resuelto. Cristina Kirchner pide en la carta utilizar más fondos públicos. “No estoy proponiendo nada alocado ni radicalizado”, dice. Es la misma receta de Amado Boudou. Él la llama “shock distributivo”: la expuso con cuestionamientos a Guzmán, a quien ve distraído en las finanzas. El ministro calla, pero no coincide y también pretende resistir. Javier Timerman, un economista que lo conoce bien y que incluso lo llegó a asesorar, hizo esta semana en Twitter un sugestivo posteo. Tomó una noticia de C5N que anunciaba que Alberto Fernández preparaba una agenda “basada en la reactivación económica” y objetó: “La semántica sería un buen lugar para empezar. No se trata de una agenda para reactivar la economía. Se trata de un plan consistente, creíble, lógico y que entre otras cosas culmine con una reactivación económica. No hay fórmulas mágicas ni abundan los recursos”.
Sobre eso delibera el Frente de Todos en medio de una de las crisis más graves de la historia. ¿Se puede repartir lo que no hay? Ya no están, como se encargó de advertir en estos días Kulfas, otro de los cuestionados por el kirchnerismo, las AFJP para el shock de Boudou. La Argentina se ha consumido sus últimas cajas. Y no solo no crece: gira eternamente en derredor de sí misma. Como la jefa, tampoco mira al horizonte.