La libertad es el bien común
:quality(80):focal(1072x386:1082x376)/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/lanacionar/EPUP5IHJS5FVJPSTN5BRJKE6GM.jpg)
Sáquele a la especie humana las libertades individuales, y todos sus conflictos y desgracias se terminan. No más conductas egoístas. No mas desigualdades obscenas. El bien común, y todo lo otro no importa.
Ojalá fuera cierto. O así de simple. Pero el credo de los que pretenden abolir las libertades individuales porque atentan contra el bien común plantea problemas que no tienen solución. No son cuestiones políticas ni filosóficas. Lo que le falla a este credo es la lógica.
Lo del bien común suena muy bien, pero hace falta definirlo. ¿Sería lo mismo el bien común entre los cazadores recolectores que en el siglo XIX? No, claro. ¿Y qué ocurrió en esos 350.000 años que separan el primer escenario del segundo? En pocas palabras, aspiramos a un bien común un poco más ambicioso. ¿Y por qué? Porque hubo un montón de sinvergüenzas que cometieron el pecado de ejercer sus libertades individuales y rebelarse contra las ideas establecidas, inventar cosas, replantearse prácticas arraigadas y abjurar de modelos mentales de apariencia inamovible.
Voy al detalle fino. Al principio, nada más iniciar la larga marcha que nos llevó desde el este de África al resto del planeta, alcanzaba con sobrevivir, labor que llevaba todo el día y buena parte de la noche. Dentro de la sencillez del conjunto, y dejando de lado las irregularidades que todo proceso natural exhibe, desde el Big Bang para acá, había algo así como un bien común claro y distinto: llegar vivo al día siguiente y reproducirse antes de que ocurriera lo inevitable; es decir, que algo te comiera, que te enfermaras o que te despeñaras tras dar un mal paso.
Pero la individualidad ya estaba ahí, latente. Quiero decir, la rueda no se inventó sola, y el problema de contraponer el bien común a los derechos civiles, como pretende el déspota de sofá, es que lo que definimos como bien común no solo es cuestión de fechas, sino que está directamente ligado a nuestras libertades individuales. El bien común hoy incluye una serie de beneficios que nuestros antepasados no podían siquiera concebir. Hicieron falta miles de mentes incomprendidas, incluso perseguidas o ridiculizadas (Demócrito, Einstein), para alcanzar los saberes que luego convertimos en parte del bien común.
El proceso viene durando 100 siglos. Desafiamos lo que se había probado suficiente –o sea, desafiamos el bien común– y creamos la agricultura, nos asentamos, alarmamos a los dioses con edificios cada vez más altos, con carreteras y acueductos, nos atrevimos al océano y, finalmente, Magallanes dio la vuelta al mundo, 66 años después de que Gutenberg diera vuelta el mundo y abriera los diques del conocimiento que llevaron a los avances de hoy. Vacunas, por ejemplo. Jenner. Pasteur.
Por eso, en un punto, tras haber tocado fondo, la civilización se sentó y acordó –aunque no fuera vinculante– que había una serie de derechos que ningún Estado debía avasallar. Firmada el 10 de diciembre de 1948, la Declaración Universal de Derechos Humanos, menciona una garantía en particular en primer lugar, antes que todas las demás. Esa garantía es la libertad. Tiene sentido. Sin libertad ni siquiera habríamos sido capaces de redactar esa declaración. Para los humanos, el bien común es la libertad.
Vale la pena volver a leerla, porque no hay nada sanguíneo en la Declaración Universal. No transpira exaltación ni agresión. Transmite solo la calma resignada que sigue a las tragedias. En este caso, la tragedia que causó un experimento delirante cargado de épica y relato que abolió las libertades individuales en nombre del bien común.
Si fuéramos hormigas, sí, claro, la libertad atentaría contra el bien común. Pero no somos hormigas. Todavía estamos tratando de entender qué somos. Y solo para hacernos esa pregunta necesitamos, antes que nada, la libertad de pensar. Ni siquiera hace falta exaltarse. La libertad no se vocifera. Alcanza con ejercerla. Aunque nos cueste todo.
Últimas Noticias
Solo se trata de durar, la triste canción de Alberto
Tras el comienzo de la nueva campaña triguera
Crisis peronista. Cristina Kirchner y el sueño de un "Frente de Todos Menos Alberto"
No lo permitamos, error o prevaricato, no es lo mismo
Un presidente completamente solo
Ay con las cumbres…
Todos al frente por la impunidad
Comer sano. Tener ganas no alcanza y el esfuerzo por cambiar tampoco: la clave es entrenar la mente, cómo hacerlo
¿Puede el kirchnerismo quedar fuera de la segunda vuelta?
Ahora para comentar debés tener Acceso Digital.
Ingresá o suscribite