Soliloquios de Esteban Peicovich, el hombre que entrevistó a Perón y Borges
Semanas antes de su muerte, a mediados de 2018, había recibido un mensaje del periodista y poeta Esteban Peicovich. Me invitaba a escuchar su programa en Radio Nacional, Los palabristas. El neologismo había migrado de su libro sobre los encuentros que había mantenido con Jorge Luis Borges en Buenos Aires, Madrid, Barcelona, y fragmentos de entrevistas de otros al escritor argentino (El palabrista. Borges visto y leído, publicado por Marea). Aunque pocas veces las madrugadas de los domingos me encontraban despierto, le conté que seguía las audiciones por Internet, en su página web, y que era lector fiel de sus columnas en LA NACION primero y luego en Perfil.
Puedo decir, entonces, que conocí a Peicovich el palabrista (o el malabarista de las palabras) del modo común y corriente en que lectores y oyentes aprenden a elegir a escritores y periodistas: leyendo sus publicaciones y escuchando sus programas. Sus famosas entrevistas con Perón y Borges, que luego se convirtieron en libros; sus poemas, no tan famosos pero igualmente únicos, y las historias entramadas con lecturas y recomendaciones que entregaba por radio, bien entrada la noche, fueron sucesivamente los espacios de encuentro que tuve con él. Solo una vez más, o dos, intercambiamos mensajes.
Su iniciación en el oficio periodístico había tenido la impronta de un episodio digno de la imaginación de Charles Dickens. Cuando era todavía adolescente, pasó de trabajar en un frigorífico de Berisso a escribir críticas de cine en un diario de La Plata, a la que siguieron otras de literatura e información general. Perspicacia y coraje nunca le faltaron. Para comprobarlo, basta leer las columnas periodísticas semanales que escribió durante años, donde pintó el proceso de empobrecimiento y deterioro de la sociedad argentina (hoy evidente incluso para el más negador de los negadores de la realidad) con humor irreverente y melancolía. Para el Heráclito nacido en Zárate en 1929, el argentino era el único animal humano que se bañaba siempre en el mismo río.
En uno de esos escritos semanales, se animó a presentar el "antiequipo" de un quimérico gobierno suyo. "En lo que fuese mi gabinete no entraría ningún gordo cegetista, copetudo de Unión Industrial o la Sociedad Rural, tahúr de los Bancos ni sabihondo de Carta Abierta -propuso en 2010-. Tampoco gente de Mi Partido, pues de hecho no lo poseo. Por tratarse de una Monocracia no cuento con caterva alguna de arribistas que pretendan sentarse donde no les va al solo efecto de amarrocar a trochemoche. Libre de senadores, diputados y mediadores, los escaños baldíos deberían ocuparlos piolas referentes del Conicet, Ongs y entes de Voluntarios, que los hay en excelencia y accederían por mérito, concurso y proyectos propios". No solo por esas columnas se extraña a Peicovich en el coro del periodismo local.
Jamás dejó de escribir poemas. En menos de diez años, en la década de 1990, publicó tres libros de colección: Instrucciones al pavo real (1993), La bañera azul (1995) y Poemas plagiados (2000). Aunque postulaba que no se podía ser "poeta y urgente" a la vez, su propia obra literaria lo desmiente.
El primer libro póstumo de Peicovich se titula Soliloquio y lo publicó en Rosario el sello Miércoles 14 Ediciones. A la manera de un libro de horas, este reúne 365 frases, aforismos, microrrelatos, paradojas y reflexiones. Al leerlos, "el poeta de las voces múltiples", como lo define Jorge Monteleone en el prólogo, vuelve a hacerse presente. "El que habla solo se entiende", sugiere Peicovich. Tal vez porque se trata de un libro inédito, publicado luego de la muerte del autor, algunos pasajes adquieren un significado especial. Hay varios vinculados con el más allá como certidumbre y esperanza: "La muerte no es más que un problema de vivienda. No tener datos previos del domicilio que tocará. El cementerio tiene toda la traza de campamento, de paso, de sala de espera, con muy poca actividad, al menos de día". Otros confían en la presencia (si no inmortal, al menos duradera) que concede la escritura.
Leo el fragmento 171 de Soliloquios para traer de vuelta la voz del maestro cuyo programa de enseñanza tenía una sola premisa: mirar la realidad de frente. "La gente de Ghana no se distingue por cómo vive, sino por cómo eligen morir. Cada funeral es una prueba de creatividad. Por dictado de la tradición, cruzada la edad adulta, se elige y se encarga el féretro que habrá de habitarse. Deciden ser encapsulados en el objeto que sea metáfora de su vida. El pescador, dentro del cuerpo de yeso de un pez. Un carpintero, en el interior de un ropero. Y así. Elijo un diccionario en papel biblia. Y con todo su espacio. Que no me escamoteen ninguna de sus ochenta mil ventanas". Desde el invierno de 2018, el palabrista habita una mansión verbal.