Murió Juan Carlos Romero, el artista cuyas intervenciones gráficas promocionaban un cambio social
Tenía 86 años; combinó su participación política y sindical con una producción que llegaba a cubrir paredes enteras de museos y galerías, siempre cuestionando el estado de las cosas
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El artista Juan Carlos Romero (Avellaneda, 1931) murió el sábado en la ciudad de Buenos Aires, a los 86 años. No obstante, la obra de Romero, con su carga crítica y cuestionadora del statu quo, siempre tendrá mucho para dar. Fue el artista que mostró en sus trabajos la propia ideología, de neto corte popular, desde el formato preferido por él en los últimos años: las intervenciones gráficas. En sus trabajos, que en ocasiones llegaban a cubrir paredes enteras de salas de museos y galerías, se cuestionaba el estado de las cosas. La Unión Nacional de Artistas Visuales expresó ayer su pesar por la muerte de Romero. “Fue un artista que transformaba nuestro oficio mudo en vocero defensor de la libertad y la democracia para romper el silencio que suele imponerse sobre las injusticias sociales”, se lee en la declaración que dieron a conocer.
Egresó en 1961 de la Escuela Superior de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata con el título de profesor de grabado. Entre 1975 y 1976 fue secretario general del Sindicato Único de Artistas Plásticos y docente en varias instituciones públicas antes y después de la dictadura militar, período en el que estuvo proscripto. De 1982 a 1985, dirigió el Museo de Telecomunicaciones (en su juventud, Romero había sido operario de Entel y dirigente sindical). Luego de los primeros pasos en la senda del arte cinético, influido por los trabajos de Victor Vasarely y Jesús Soto, integró el equipo de la revista de poesía visual fundada por Eduardo Vigo en La Plata, Diagonal Cero. También participó del grupo Arte Gráfico-Grupo Buenos Aires, que desplegaba acciones en el espacio público, como plazas, calles y fábricas. Romero denominaba a esas acciones, de clara orientación política, “gráfica situacional”.
Una anécdota lo pinta de cuerpo entero. En los años 60, obtuvo el primer premio de grabado que otorgaba la empresa Swift con una obra, Swift en Swift, que satirizaba la convocatoria con textos de Jonathan Swift sobre la pobreza y referencias a las condiciones de trabajo de los obreros. “Era una crítica a la empresa que en ese momento estaba siendo vaciada, y por el tamaño de la obra pensaba que no podría ser premiada –recordaba el artista en una entrevista con la revista Infrafino–. Lo absurdo fue que la obra fue premiada porque, según el jurado, tenía un importante carácter experimental”.
En la década de 1980 formó parte de otro grupo en la ciudad de La Plata, Escombros: Artistas de lo que queda, junto con Luis Pazos, Horacio D’Alessandro, David Edward y Héctor Puppo. Obras y manifiestos de Escombros, con títulos elocuentes como La estética de lo roto y La estética de la resistencia, se conservan en el Museo Castagnino-Macro. “Romero era un artista de mucho compromiso ético y militante –señala Marcela Romer, investigadora y directora hasta el año pasado de esa institución rosarina–. Era muy querido en la ciudad.” Entre otras obras, pertenecen al patrimonio del Castagnino-Macro los famosos afiches de la serie Violencia.
En 2009, el Espacio de Arte de Fundación OSDE le dedicó una gran muestra antológica. Fernando Javier Davis, el curador de Cartografías del cuerpo, asperezas de la palabra, escribió: “La producción de Juan Carlos Romero se inscribe en zonas de intervención diversas y superpuestas: grabador y performer, poeta visual y artista-correo, editor de revistas experimentales y otras publicaciones autogestionadas, archivista y organizador de exposiciones, artista grupal, docente y militante”. El año pasado, Davis y Romero presentaron en ese mismo espacio una notable exposición de poesía visual argentina, titulada Poéticas oblicuas.
“Juan Carlos Romero fue un artista que pivoteó entre la reflexión solitaria, de gabinete, con los libros, y la acción militante, que incluye la provocación estética –afirma María José Herrera, directora del Museo de Arte Tigre e historiadora del arte argentino–. Desde el Grupo de los Trece, o en los tardíos años 80 como miembro del colectivo Escombros, su misión fue evidenciar los sistemas en los que estamos inmersos.” Para Herrera, el aporte de Romero a la fotografía fue crucial. “Como documento o simulacro, se vinculó tempranamente con las ciencias del lenguaje y, por ende, con las poéticas del conceptualismo. En 1984, nos hablaba a sus alumnos de un seminario en Filosofía y Letras en la UBA sobre Walter Benjamin y La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Nadie nos había enseñado eso antes, en una carrera de artes cuya currícula ya estaba caducando. Para un grabador como él, que el arte podía ser múltiple y así disfrutado por muchos no era sólo una teoría. Su obra fue profundamente existencialista aunque la intentara aplacar con la aparente frialdad del esténcil.”
En 2011, se publicó Romero, un libro de artista al cuidado de él, Ana Longoni y Fernando Davis, que reúne sus pinturas, registros de intervenciones y otras obras desde los años 60 en adelante. En uno de los textos, Romero escribió: “Ya hay museos que se disputan obras de artistas históricos: quizá puedan hacerlo porque la creación hoy pasa por otro nuevo lugar”. Explorador incansable de los lugares y destinos del arte, Juan Carlos Romero imaginó nuevas interacciones y formas de producción artística.








