Reseña: Sylvia, de Leonard Michaels
Hay géneros que se ven como novedosos, pero que hunden sus raíces allá lejos y hace tiempo. El autobiográfico, que retornó con fuerza hace algunos años con unas pocas variaciones conceptuales ("literatura del yo"), siempre estuvo, de una u otra manera, a mano. Sylvia (1992), del estadounidense Leonard Michaels, es un ejemplo apenas retroactivo.
Michaels (1933-2003) fue un cuentista preciso que se hizo conocido en su país explicando al gran público la teoría literaria. Fue además un escritor privado. Sus diarios, Time Out of Mind, coinciden en el título (y casi la fecha de salida, 1999) con uno de los más desolados discos de Bob Dylan.
Sylvia es anterior, pero algunos de los fragmentos de ese diario figuran en el libro, que narra el primer matrimonio del autor, de fin abrupto y trágico, a comienzos de los años sesenta. Forma parte de ese lote de relatos que exploran relaciones amorosas tortuosas. Se puede pensar en Philip Roth (aunque el vínculo reflejado en Mi vida como hombre es mucho más salvaje) o en Serge Doubrovsky, el francés que acuñó el término autoficción. Lo que distingue a Michaels –atenazado entre los valores de sus padres judíos, la bohemia, su vocación literaria y las mudanzas anímicas de Sylvia– es su prosa discreta, sin histerias, que retrata al pasar, como sin querer, una era única: detrás de los protagonistas y sus disputas aparecen sintéticas estampas sobre el Greenwich Village, Lenny Bruce o Jack Kerouac. No es necesariamente una contradicción: Sylvia es un libro a la vez bello y aciago, desconcertado por la juventud perdida entre el amor por inercia y el trauma en la memoria.
Sylvia
Por Leonard Michaels
Libros del Asteroide. Trad.: C. Manzano120 págs./ $ 1240