Un gobierno adentro de otro
1 minuto de lectura'


El voto argentino respaldando el informe presentado por la Alta Comisionada para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, Michelle Bachelet, sobre la situación de violación a los derechos humanos en Venezuela, no solo desnudó una interna en el seno del oficialismo, sino que también puso en jaque a la alianza política que llevó a los Fernández al gobierno.
Nadie se puede dar por sorprendido. Para el kirchnerismo duro Alberto Fernández siempre resultó más una necesidad política que un deseo militante. Las diferencias públicas que sostuvo el presidente con Cristina Kirchner durante los años que estuvieron enfrentados valieron mucho más para sembrar rencor en la fertilidad del campo del fanatismo que para ayudar a reflexionar junto al que piensa distinto.
Las coaliciones de gobierno suelen tener diferencias; las tuvo el gobierno de Cambiemos, por ejemplo, donde nunca hubo coincidencias en las políticas tarifarias, o en la relación entre el entonces ministro de justicia y la Coalición Cívica. En un país que vive de crisis de crisis, donde la imagen de nuestros gobernantes suele pendular de modo constante, estas diferencias de gestión laceran el poder más de lo que pueden enriquecerlo. Pero se pueden tolerar.
Pero lo que dejó el voto argentino en la ONU sobre Venezuela no fue solo una diferencia de gestión, es la demostración empírica sobre la imposibilidad de convivencia política entre dos sectores que se necesitaron para ganar una elección, pero que desde ese logro conviven al compás de los latidos de la desconfianza: el peronismo y el kirchnerismo.
Es viable amalgamar un gobierno con diferencias sobre la economía o políticas de gestión, lo que no garantiza el éxito, va el gobierno de Cambiemos nuevamente como ejemplo, lo imposible es que convivan dos miradas tan distintas sobre la calificación que se hace sobre un país que tiene miles de muertos, más de cuatro millones de exiliados, detenciones arbitrarias, represión, una justicia al servicio del poder político y colectivos civiles que persiguen y hasta asesinan a compatriotas que se oponen al régimen. ¿Pueden ser aliados dos grupos políticos que ven en Venezuela una dictadura que viola derechos humanos y otros que ven en ella un horizonte socialista? En esa definición no hay matices, es o no es un régimen autoritario. Justificar o intentar contextualizarlo es ser cómplice de éste. Ese desacuerdo no tiene solución.
¿Pueden ser aliados dos grupos políticos que ven en Venezuela una dictadura que viola derechos humanos y otros que ven en ella un horizonte socialista?
Pocas horas después de conocerse el voto en la ONU, casualmente aparecieron voces críticas de hombres del oficialismo sobre la marcha de la economía y el manejo de la pandemia. El Presidente no la tiene fácil, la crisis no da respiro y algunas decisiones políticas no hacen más que ahuyentar posibles inversores y empresarios que ya no esconden su opinión ante la falta de confianza que se respira en el ambiente económico. Este año, nuestro país comparte con la India y Gran Bretaña las mayores caídas de sus economías en un contexto global, pero sin las mismas chances de recuperación inmediata, como tienen ellos.
A esto hay que sumarle el fracaso en el manejo de la pandemia. A esta altura y con estos indicadores ya se puede hablar de fracaso, aunque duela. Ocupamos el décimo segundo lugar en cantidad de casos mortales en el mundo, el séptimo con mayor cantidad de casos positivos, pero somos número 122 en el ranking de países con testeos realizados. Si con pocos testeos los casos aumentan de a miles diariamente, es claro que esta estadística nos muestra un notable sub registro de casos.
En marzo y abril, cuando comenzaba la lucha contra la pandemia, Alberto Fernández no paraba de crecer en las encuestas. Ese liderazgo era su mayor activo político. Con un detalle que hoy trasluce más: fueron los meses donde Cristina estaba en Cuba acompañando a su hija Florencia con sus problemas de salud o en cuarentena a su regreso. No se mostraba tan activa como ahora respecto a sus necesidades personales y de revancha ante la justicia. Rememorando esos días brillantes para la imagen del presidente, esta semana circuló en las redes un "meme" que con humor corregía una frase suya que meses atrás se popularizó: "Si tengo que elegir ente la salud y la economía, elijo la reforma judicial". También puede servir esa humorada para señalar el punto de partida de su retroceso,
Claramente, para muchos dirigentes que integran el gobierno de Alberto Fernández, pero rinden cuentas en el Instituto Patria, lo de Venezuela fue un detonante grave y por más que el jefe de gabinete, Santiago Cafiero, desafíe a la oposición tratándola de "minoría de derecha antidemocrática", cerca del presidente saben que hoy el enemigo más peligroso se encuentra dentro de las filas propias. Las filosas críticas de algunos referentes sociales y hasta la invitación a "irse" de parte de periodistas que militan su pertenencia en el espacio sin pudor, son una muestra acabada de ello.
Dentro de la amplia gama de particularidades que tiene la política argentina, hoy estamos frente a una sin precedentes: un modelo figurado en una especia de Mamuschka, donde conviven un gobierno dentro de otro. El voto contra la Venezuela de Maduro hizo que ambos colisionaran en lo que parece ser el inicio formal de una pelea interna que irá escalando a niveles espinosos y que, por ahora, solo la decisión y voluntad de la vicepresidenta podrá ponerle freno.


