Carlos Menem y sus vaivenes con la Iglesia
1 minuto de lectura'


Durante sus diez años como presidente, Carlos Menem mantuvo un fuerte alineamiento con Juan Pablo II. Lo visitó seis veces en el Vaticano, y esa cercanía se reflejó en el respaldo constante a las posiciones de la Iglesia contra el aborto en los foros internacionales. Esa adhesión no impidió, sin embargo, cruces con varios obispos argentinos por la cuestión social y la pobreza.
Menem conservaba una predilección especial hacia la figura del papa, motivada en parte por el carácter vitalicio de su función. Antes de abandonar la presidencia, desestimó la posibilidad de postularse como senador. "Es lo mismo que preguntarle a Juan Pablo II si quiere ser cura después de haber sido papa". Como ocurrió tantas veces, no cumplió con ese principio.
Ya como gobernador de La Rioja, una vez recuperada la democracia, en 1983, le pidió al padre Esteban Inestal –rector de la Catedral local, que había trabajado con el obispo Enrique Angelelli– que lo bautizara. En ese momento, la Constitución nacional exigía la práctica de la religión católica para acceder a la presidencia, y la celebración del bautismo fue confirmada a LA NACION por el sacerdote riojano Julio Guzmán, quien conoció muy de cerca a la familia Menem.
En la visión de los obispos, Menem fue siempre pragmático. Confió la relación institucional con la Iglesia al manejo prudente y diplomático de Ángel Centeno como secretario de Culto, pero apostó al lobby de Esteban Caselli para afianzar lazos con sectores del Episcopado y con el Vaticano, a través de misiones informales y una relación cada vez más aceitada con el secretario de Estado de la Santa Sede, cardenal Angelo Sodano, y el nuncio Ubaldo Calabresi. Buscó, así, acallar las críticas que transcurrían en la Argentina por situaciones sociales no resueltas.
En ese contexto, hubo marcadas coincidencias con el cardenal Antonio Quarracino, el arzobispo de Buenos Aires designado por el papa polaco en 1990 –no lo había podido nombrar antes por la negativa del entonces presidente Raúl Alfonsín–, que acompañó buena parte de la política de su gobierno, además de su condición de vecino, ya que el cardenal residía a pocas cuadras de la residencia de Olivos. Pese a ello, en abril de 1991, el Episcopado, con Quarracino a la cabeza, advirtió sobre "una corrupción generalizada que nos destruye como personas y como sociedad". Denunciaba "el comercio de drogas, la coima, el soborno, el juego, la difamación y la calumnia".
El gobierno de Menem tuvo recurrentes enfrentamientos con los obispos Justo Laguna (titular de Pastoral Social), Miguel Hesayne (Viedma), Joaquín Piña (Puerto Iguazú), Pedro Olmedo (Humahuaca) y Rafael Rey, que conducía Cáritas, entre otras voces que denunciaban el creciente drama de la pobreza y la desocupación. Menos confrontativo, también Jorge Casaretto (San Isidro) alertaba sobre las urgencias sociales y los desvíos institucionales.
En tiempos en que se acentuaban las protestas sociales, Rey declaró: "Si es delito cortar rutas, también es delito que los chicos se mueran de hambre y que la gente no tenga trabajo". Incluso, desestimó públicamente el ofrecimiento de un subsidio mensual de $300.000 que le hizo el entonces ministro del Interior Carlos Corach en un encuentro gestionado por Caselli, a mediados de 1998.
Los obispos más cercanos
El gobierno tenía más sintonía con obispos más ortodoxos y complacientes, como Emilio Ogñénovich, Desiderio Collino y Héctor Di Monte, entre otros. El Episcopado afianzó la distancia con el menemismo a partir de 1996, cuando Estanislao Karlic asumió como presidente y aplicó estrictos principios de autonomía y cooperación en la relación con el poder. Es el estilo que luego continuaron Eduardo Mirás y Jorge Bergoglio en la conducción episcopal.
La muerte de Quarracino, en febrero de 1998, encumbró como arzobispo de Buenos Aires al jesuita Bergoglio, con quien Menem mantuvo un trato distante. En el tedeum del 25 de Mayo de su último año de gobierno, con Menem en la Catedral, Bergoglio advirtió: "La sombra del desmembramiento social se asoma en el horizonte". Y dos meses después, ante miles de desocupados en San Cayetano, reclamó: "Que nadie se borre de poner el hombro a las necesidades de nuestros hermanos".
Para neutralizar la distancia institucional que había marcado la Iglesia, Menem le abrió el campo de acción a su amigo Caselli al designarlo, en 1997, embajador ante la Santa Sede, en reemplazo del empresario Francisco Trusso. Incluso, dos días antes de dejar el poder, en diciembre de 1999, nombró a Caselli embajador extraordinario y plenipotenciario, en su condición de integrante del consejo ejecutivo de la Fundación Sendero para la Paz del Vaticano, para conservar su influencia cerca del entorno del papa.
Las seis veces que Menem visitó a Juan Pablo II variaron entre reuniones prolongadas de una hora y un encuentro exprés de 13 minutos. Hubo, sin embargo, gestos inéditos, como la invitación a rezar juntos en la capilla de la biblioteca privada del papa para agradecer la postura de su gobierno contra el aborto.
Tres semanas antes de concluir su mandato, en su último viaje al Vaticano, el dirigente riojano se jactó de haber sido "el presidente de la historia que más veces se vio con el papa". No imaginaba que otro argentino sorprendería años más tarde en Roma. Así, en un marco más distendido y casi veinte años después de aquel sermón en la Catedral, Francisco recibió a Menem en la residencia de Santa Marta, con su hija Zulema y sus dos nietos, en septiembre de 2016.






