El Caso Cristina-Google: Cómo evadir la trampa de los algoritmos de búsqueda
Que Google crea una burbuja informativa en la que solo existe lo que la compañía indexa en sus bases de datos es cualquier cosa menos nuevo. Pero el problema de ningún modo son las burbujas. El problema es no ver las burbujas. Con nuevos jugadores, las burbujas siguen multiplicándose, adaptadas a los paladares de cada usuario. Ahora, no solo Google, sino también Facebook, Instagram (que le pertenece a Facebook, con lo que ambas burbujas se retroalimentan, a veces de formas insospechadas) y Twitter también modulan la realidad de acuerdo a lo que miramos, lo que comentamos, lo que nos gusta. O lo que no nos gusta en absoluto.
De hecho, el caso de Google, Wikipedia y la ex presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, es un ejemplo, diríamos, inocente. Durante unas horas, al escribir en Google el nombre de Cristina Fernández de Kirchner, la devolución ofrecida por el buscador le daba a la vicepresidenta el siguiente cargo: "Ladrona de la Nación Argentina". Google informó que la situación "inmediatamente fue reportada" y resuelta "en el transcurso de la mañana". A la enciclopedia libre, uno de los logros más importantes de Internet, se la intenta vandalizar de forma constante. Sobre todo con personajes, funcionarios y asuntos que despiertan polémica o que, sin más, basan su mera existencia en la polémica. Pese a los enormes esfuerzos de Wikipedia (que es el quinto sitio más visitado del mundo, pero cuenta con un presupuesto sumamente ajustado) por reducir al mínimo estos cambios no deseados (quien suscribe lo sufrió en carne propia, cuando alguien lo convirtió en "periodista deportivo" en la enciclopedia), tarde o temprano alguien consigue incorporar un dato falso.
Google, lo mismo que sus rivales y, en general, el resto de la Red, no podrían funcionar si sus resultados se obtuvieran manualmente, con la intervención de personas. Entran en escena los algoritmos, agentes de la Matrix que deciden por sí mismos qué hacer con la información, cuándo y a quién mostrársela, si ponerla en primer lugar o en el último. Pero no solo son autómatas inconscientes, sino que muchas veces el morbo y la polémica, la grieta y el discurso maniqueo alimentan sus cálculos ciegos. Si alguien vandalizó la enciclopedia libre y todavía nadie lo corrigió (eso sí lo hacen las personas), entonces los resultados pueden ir de escandalosos a grotescos.
Por ejemplo, hace algo así como una década, las sugerencias instantáneas de Google (la lista de búsquedas semejantes que aparecen cuando ponemos un criterio en la caja de búsqueda) de la Argentina ponían, como primera opción de la palabra "niños", la frase "niños haciendo el amor" . En su momento, el gigante de Internet explicó que dichas sugerencias surgían simplemente de lo que más se buscaba en el país (lo que es por otro lado cierto); en España, en cambio, la primera sugerencia para "niños" era "niños envueltos". La misma que se ofrece hoy para la Argentina. Eso, después de la nota publicada por LA NACION en 2010.
¿Qué tan seria es la situación? Muy seria. Porque lo que establecen hoy los principales referentes de Internet es nuestro horizonte de eventos. Si no aparece, no existe. O si aparece vandalizado, entonces se lo toma como verdadero. Aunque sea una fake news. Incluso una fake news de una obviedad cristalina.
Convengamos en que en el caso que nos ocupa, la combinación daba para una explosión de comentarios, memes, trolls enfurecidos y teorías conspirativas de toda graduación. Anecdótico, digamos. Sin embargo, la cuestión es grave porque mañana el lector podría encontrar online un dato que parece muy verosímil o, peor, que tiene muchas ganas de creer que es cierto. Y ese dato, falso por donde se lo mire, podría estar relacionado con nuestra salud o nuestro patrimonio. Si lo tomamos en serio, el desastre puede estar a dos clics de distancia. Es un poco lo que ha pasado con la epidemia de Covid-19. Y algo más: los algoritmos nunca se cansan. Y la concentración de esta relojería informativa en un puñado de colosos de Internet tampoco ayuda en nada. Especialmente cuando, además, tienen el monopolio de la publicidad online. Al final, Wikipedia o los medios tradicionales son los que, con mucho menos presupuesto, tienen que salir a sacar las papas del fuego.
Con todo, tendemos a creer. En este mecanismo de nuestra mente, irreversible e inevitable, se basa toda la ingeniería de las noticias falsas. Dado que sería inviable probar que todo lo que vemos y leemos es verdadero, nuestra primera reacción es la de creer. Creer sin pensar. Creer porque nos gusta. Porque creemos eso mismo. Porque ratifica nuestras creencias.
Pues bien, esa reacción instintiva puede funcionar bien en el mundo real, donde los bancos son edificios concretos y los medicamentos son recetados por médicos reales. En la Red, por ahora y durante mucho tiempo más, tendremos que ejercer una sana duda cartesiana respecto de lo que leemos. En el caso de la ex presidenta de la Nación, Wikipedia y Google, el caldo que se coció es tan obvio que no amerita demasiado análisis. Pero los datos falsos pueden ser mucho más sutiles y ladinos. A esos hay que temerles más.
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