El peronismo clásico les exige un gesto a Alberto Fernández y Cristina Kirchner para llegar a 2023
Gobernadores, intendentes y sindicalistas presionan al Presidente y su vice por una tregua que calme a los mercados y frene la pelea interna en el Gobierno
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La inestabilidad y nerviosismo que mostraron los mercados desde la llegada de Silvina Batakis al Ministerio de Economía es la misma sensación que se respira en despachos oficiales, pasillos sindicales y en conversaciones con empresarios. La falta de certezas económicas se profundiza ante la crisis política. Todo puede pasar y en cualquier momento.
Antes de la abrupta salida de Martín Guzmán, los economistas Diego Bossio y Martín Rapetti le acercaron a la CGT un informe con proyecciones económicas para nada alentadoras en lo relativo a la inflación, crecimiento y dólar. Las cifras que trazaron ya quedaron viejas. Se alteraron después de una semana volátil, a puro vértigo y sin definiciones ni anuncios concretos por parte del Gobierno. Ya son varias las consultoras que aseguran para el segundo semestre una aceleración de la suba de los precios a partir de la devaluación del peso y la constante emisión. Calculan hoy una inflación anual entre 80 y 90 por ciento. La disparada se refleja desde el lunes en las góndolas de los supermercados y en los comercios que se manejan sin valores de referencia. El economista Gabriel Zelpo comparó ayer la situación con lo que sucede en Venezuela.
Juan Grabois, quizás el dirigente social al que más escucha hoy el kirchnerismo duro, reconoció el miércoles que “hay riesgo” de una hiperinflación. De eso se trata Diario de una temporada en el quinto piso, el libro que Cristina Kirchner le regaló en abril a Alberto Fernández y que relata las dificultades económicas que atravesó el gobierno de Raúl Alfonsín, que dimitió asediado por la inflación y los militares cinco meses antes que finalice su mandato constitucional.
El ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis, y el secretario de relaciones parlamentarias de la jefatura de Gabinete, Fernando “Chino” Navarro, fueron los primeros en salir a desmentir versiones de una eventual salida anticipada de Fernández. “El Presidente está más firme que nunca, en control de la situación”, dijo a La Red el intendente en uso de licencia del municipio de San Martín. “No va a renunciar, tiene valores”, dijo, seco y tajante, el dirigente del Movimiento Evita en Radio Con Vos. Después fue la portavoz la que se refirió al reguero de versiones. “El Presidente está en control del país”, dijo ayer Gabriela Cerruti, molesta por los rumores.
Frente a la barahúnda que está sumergido el Gobierno, la mayoría de los referentes del Frente de Todos agachó la cabeza con una paralizante sensación de que el Presidente y su vice son quienes deben encontrar la puerta de emergencia. El hermetismo sobre la reunión cara a cara que mantuvieron en Olivos no disipó las versiones aunque atenuó la virulencia de la interna. Cristina Kirchner moderó ayer en El Calafate las críticas contra Fernández y se mostró más conciliadora. Bajó un cambio.
Tal vez al sentirse en un abismo, surgió una reacción aislada desde el peronismo clásico y más longevo, que encarnan dirigentes de mil batallas. Exigieron “unidad y responsabilidad”. El pedido se dio con una dramática secuencia de 72 horas, casi como si estuviera articulado.
Primero fue Juan José Mussi, de 81 años y quien tiene al municipio de Berazategui en un puño desde 1987. Es uno de los históricos barones del conurbano. El sábado pasado compartió escenario en Ensenada con Cristina Kirchner antes de conocerse públicamente la renuncia de Guzmán. “Estuve 60 años bregando por la unidad del peronismo. Sigo bregando para no perder y para que no vuelva Macri. No pido la unidad, la exijo. Quiero que el Presidente termine lo mejor posible su gestión. Necesitamos que nos representen. Necesitamos otra cosa. Con Cristina a la cabeza, en el medio, en otro lado. Déjense de joder”, suplicó el jefe comunal, que con su pedido risueño generó un ligero gesto de incomodidad de la vicepresidenta, que estaba sentada a su derecha. Unos minutos después llegó el súbito tuit de Guzmán.
La aceleración de los problemas que provocó la salida del ministro de Economía empujó el domingo la reacción de otros históricos. Gildo Insfrán, gobernador de Formosa desde 1995, habría intercedido en representación de los jefes provinciales del norte para reclamarle a Alberto y Cristina una tregua que evite un tembladeral aún peor, según reconstruyó LA NACION de fuentes oficiales. El formoseño se mostró activo desde su centro de operaciones, con llamados telefónicos a Olivos, donde estaban el Presidente y un reducido comité de crisis, y el envío de mensajes a Eduardo de Pedro, el ministro del Interior que representa al kirchnerismo en el equipo presidencial. También intervino Juan Manzur, más compenetrado en su rol de armador del PJ que en calidad de jefe de Gabinete. Desde un hotel cinco estrellas, el tucumano buscó el domingo ordenar a la tropa de gobernadores y sindicalistas, quienes seguían incrédulos y sin ser consultados el curso de las negociaciones para definir el reemplazo en el Ministerio de Economía.
El último llamado de atención lo impulsó Hugo Moyano. “Hubiera estado bueno que viniera Cristina”, se despachó el lunes al salir del Salón Blanco de la Casa Rosada tras la jura de Batakis. El jefe camionero esperaba la ayuda del golpe escénico de la foto del Presidente, su vice y la flamante ministra. Tal vez esa imagen hubiera ayudado a los mercados.
“Los gobernadores, la CGT y los intendentes les estamos pidiendo que se dejen de joder para llegar a 2023. Privilegian intereses personales por encima del bien común del país. Demandamos estabilidad”, dijo a LA NACION Gerardo Martínez, jefe de la Uocra y uno de los dirigentes más influyentes de la CGT. Fue él quien metaforizó el uso de la lapicera con el ejercicio del poder. “El que la tiene que usar es usted”, le dijo al Presidente a mediados de mayo al cierre de un acto sectorial al que Fernández quiso darle una pátina fundacional a su gestión. Después fue Cristina la que hizo propio el término, con renovados ataques al candidato que ella ungió.
El mensaje de Martínez carga con una fuerte dosis de hartazgo e incertidumbre. La indignación es por la falta de resultados concretos de la gestión, a la que los gremios acompañaron. A la cuota de inquietud la aporta la crisis política y económica. El sindicalista fue anoche anfitrión en la sede de la Uocra de una cena que reunió a las cúpulas de la CGT y de las dos vertientes de la CTA, a empresarios del Grupo de los Seis (Unión Industrial Argentina, Asociación de Bancos Argentinos, Cámara Argentina de Comercio y Servicios, Cámara Argentina de la Construcción, Bolsa de Cereales de Buenos Aires y Sociedad Rural Argentina) y al ministro de Trabajo, Claudio Moroni. La excusa fue agasajar a Guy Ryder, el inglés a cargo de la Organización Internacional del Trabajo. Pero fue tema predominante en las mesas los coletazos de la crisis derivados de la pelea entre el Presidente y su vice. También circularon versiones de una posible renovación en el gabinete.
Armando Cavalieri, otro histórico de la CGT, reclamó un “gran acuerdo nacional”. Tiene 85 años y el aforismo cae de la boca de un gremialista experimentado, que vivió otros procesos traumáticos, como la hiperinflación, el estallido de 2001 y el fin de la convertibilidad. “Estuvimos siempre acompañando a los gobiernos. A todos. A algunos más que a otros. Este es un gobierno difícil, un frente al que le hace falta un acuerdo y negociar con la oposición”, dijo el mercantil a LA NACION.
La CGT, entre la protesta y la caja
El jueves próximo la CGT volverá a reunir a su consejo directivo en plenitud. La mesa chica evitó el lunes pasado un documento de apoyo a Batakis porque es probable que se defina una movilización de protesta en el corto plazo. Los gremios vienen amagando hace semanas con poner la guardia en alto. “Necesitamos una reacción contundente porque la inflación desguaza el salario. Podemos perder miles de puestos de trabajo de un día para el otro”, advirtió Martínez, impulsor de una medida casi en defensa propia.
Si bien en las charlas previas no se habló de la posibilidad de activar un paro general, el malestar viene en alza. Detiene por ahora a los gremios acelerar su plan de lucha el temor a debilitar aún más al Gobierno. Pero también se esconde otra cosa: circula un borrador con un decreto presidencial para crear un Fondo Nacional para la Cobertura de Prestaciones Básicas a favor de las Personas con Discapacidad que se constituiría con recursos provenientes del Tesoro de la Nación. De concretarse, las obras sociales sindicales se ahorrarían unos $35.000 millones anuales, según los cálculos de especialistas. Esto fue parte de la negociación de los gremios y Fernández para no suspender el acto de homenaje a Perón, hace ocho días, en Azopardo. El alineamiento tiene un precio. Mucho más en un país en el que el Gobierno no garantiza qué es lo que pueda suceder mañana.
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