La injustificable reivindicación de los guerrilleros
Las polémicas declaraciones del fundador del movimiento de intelectuales Carta Abierta Horacio González, quien pidió "valorar positivamente" a la guerrilla de los años 70, no cayeron bien cerca del candidato presidencial del Frente de Todos, Alberto Fernández. Sin embargo, el kirchnerismo prefirió hasta ahora el silencio para no alimentar un debate que difícilmente lo beneficie de cara a los próximos comicios, en los cuales el apoyo del electorado moderado será decisivo para apuntalar el buen resultado obtenido en las primarias de agosto.
Más que cuestionar el sentido profundo de los dichos de González, las suaves críticas que se oyeron en el kirchnerismo apuntaron a la oportunidad elegida por el intelectual para defender a los grupos guerrilleros.
En ese contexto, el dirigente peronista rionegrino Osvaldo Nemirosvsci se dirigió al director de la Biblioteca Nacional durante la era kirchnerista del siguiente modo: "No comprendo, querido compañero Horacio González, tu necesidad de mostrar distancia con el enfoque correcto y al parecer exitoso que tanto Alberto Fernández como Cristina Kirchner imponen en la campaña. Buscamos un resultado impactante que desarme incluso futuros deseos retornistas de la derecha. No aportás".
Puede verse en el juicio de valor de González un intento de marcarle la cancha desde la izquierda del Frente de Todos a Fernández. Especialmente, si se asocia su reivindicación de la guerrilla con otra declaración suya: "Cristina no puede ser una mera vicepresidenta, porque fue ella quien abrió paso a esta nueva etapa. Esto no lo puede ignorar Alberto Fernández".
En tiempos en que el candidato presidencial busca darles a la campaña y a su hipotética futura gestión un perfil propio, y en que comienza a hablarse de "albertismo", los controvertidos juicios de González no contribuyen a licuar las dudas que trae aparejada la presencia de Cristina como su compañera de fórmula.
En la otra vereda, el macrismo pareció festejar las declaraciones de González. Miguel Ángel Pichetto conjeturó que las afirmaciones del exdirector de la Biblioteca Nacional "definen claramente dónde está el poder" y que "Cristina Kirchner va a ser una figura central" si triunfa la coalición peronista. Aprovechó para unir la reivindicación de la guerrilla con el reclamo del dirigente social Juan Grabois de una reforma agraria: "Los que tengan una vivienda de más la van a tener que entregar a la revolución".
Desde las redes sociales, los seguidores de Macri también buscaron capitalizar electoralmente la frase del intelectual K, sugiriendo que un eventual gobierno kirchnerista hará que nuestros hijos o nietos tengan que estudiar a los guerrilleros de los 70 como si fueran héroes.
Más allá de las repercusiones políticas por la opinión de González, cabe preguntarse qué valoración positiva puede hacerse de quienes protagonizaron atentados explosivos, emboscadas y asesinatos, intentos de tomas de cuarteles militares, asaltos a entidades bancarias y secuestros extorsivos. Más aún, cuando la mayoría de esos actos terroristas fueron cometidos durante el gobierno constitucional del peronismo, iniciado en 1973.
Tras las elecciones de ese año, el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), agrupación de origen trotskista cuyo brazo armado era el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), emitió una proclama dirigida al presidente Héctor Cámpora en la cual anunció que, pese a reconocer la legitimidad de su gobierno, no cesaría "su lucha armada contra el Ejército opresor y las empresas imperialistas". Desde entonces, protagonizó numerosos atentados, como el asalto a la guarnición militar de Azul, en enero de 1974.
Montoneros, varios años después de su presentación en sociedad con el asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu, en 1970, recibió el triunfo electoral de Perón con el asesinato del entonces secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci. Durante la última presidencia de Perón, ya en el marco de una cruenta lucha entre fracciones peronistas, los montoneros cometieron numerosos atentados explosivos contra universidades, asesinatos de dirigentes políticos y sindicales y secuestros de empresarios. Un año después, en 1974, pasaron a la clandestinidad y profundizaron su lucha armada.
Si González está proponiendo identificar alguna calle o algún barrio con los nombres del jefe montonero Mario Firmenich o del líder del ERP Mario Roberto Santucho, debería recordarse que esas organizaciones sembraron una teología de la violencia amparada en la doctrina de que el fin justifica los medios y en un narcisismo revolucionario que llevó a la muerte a miles de inocentes, incluidos no pocos jóvenes idealistas que fueron presas del fanatismo ideológico, de la intolerancia y de la prepotencia de las balas y las bombas con que sus líderes pretendían imponer un proyecto totalitario. Su reivindicación suena hoy tan absurda como la de los excesos en la lucha antisubversiva y los delitos de lesa humanidad cometidos desde el Estado.
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