Milei, el “Davos man” y el cable rojo equivocado
En las batallas culturales que le reconoce el mundo exterior, Milei tiene cosas para mostrar; el problema es cuando la falta de complejo de los libertarios se sobregira hasta volverse reaccionaria
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Toda batalla genera por definición su fuego enemigo. También la batalla cultural. El gobierno lo viene comprobando sin respiro desde hace diez días, nada menos, cuando Javier Milei dio su ya famoso discurso de Davos. Las palabras que tuvieron una lógica y un propósito en ese escenario nevado y global dominado por lo que algunos llaman el “Davos Man” se desviaron hacia otra cauce en la escena local: el gobierno perdió el control de la interpretación. ¿Y todo para qué? La Argentina es una bomba inescrutable de cables rojos. El de la “ideología de género” no es uno de ellos: si tiene algún peso, es casi inexistente comparado con la penetración de ese debate en Estados Unidos. Los cables argentinos, en cambio, atraviesan el de la racionalidad económica y el de la inseguridad, entre otros. Ahí Milei tiene logros para mostrar hacia afuera y también hacia adentro. Y sin embargo, hace diez días que Milei y sus mileistas quedaron enredados en el cable verde menos pensado.
En las batallas culturales que le reconoce el mundo exterior con el que sueña el libertario, Milei tiene cosas para mostrar. Esos logros coinciden con los que le reconoce la opinión pública local. En temas de seguridad, en 2024, el primer año de la presidencia de Milei, la Argentina registró la cifra de homicidios dolosos más baja de los últimos 25 años, según datos del Sistema Nacional de Información Criminal (SNIC). De 2023 a 2024, una caída del 11,5 por ciento en la cantidad de asesinatos en todo el país. Ese logro de la política pública de seguridad mileísta quedó desdibujado en medio de la pólvora mojada del anti wokismo de Milei aprovechada, por supuesto, por la oposición más dura a Milei. Por ejemplo, en medio de los coletazos post Davos, el gobernador Axel Kicillof, golpeado por el crimen de Moreno y la reacción policial, buscó en la marcha del sábado contra Milei una oportunidad para recomponer su imagen pública, después de una semana de cuestionamientos fuertes en temas de seguridad. El asesinato de dos adolescentes en el sur del conurbano bonaerense no le dio respiro.
Y en temas macroeconómicos, está claro: el gobierno sigue pudiendo mostrar una inflación a la baja y una reducción sostenida del déficit fiscal. Su cara desregulatoria, la que mejor prensa tiene en el mundo, también quedó perdida entre tanta munición gruesa.
Hay cuestionamiento de funcionariado mileísta en torno al uso político de la marcha: abundó el kirchnerismo residual y la política de centro sin votos. El señalamiento describe parte de la realidad de esa movilización, aunque está lejos de agotarla. Pero sobre todo, deja a Milei y sus funcionarios más locuaces en falta: el mileismo, mejor que nadie, sabe que a una provocación no le sigue el silencio. Lo sabe porque parte de su estrategia es provocar para generar tsunami de polémica y caos en redes, y derivar agua a su molino conceptual. Esta vez, la estrategia no salió tan bien: el gobierno se baiteó solo. La oposición política no hizo más que aprovechar el error.
La cola de aclaraciones y reacciones post Davos no para. El mismo Milei tuvo que salir a sostener la parada, varias veces: por X, por Instagram, por televisión. Pero no alcanza. El viejo dicho del barrio, vale como síntesis: “no aclares que oscurece”. El gobierno también busca minimizar la cantidad de gente que la marcha del sábado logró sacar a la calle. Al gobierno se le escapa que los eventos políticos se miden con dos raseros: uno, el de su capacidad de movilización. El otro, en su capacidad de instalar agenda y narrativa y controlar la conversación pública: bueno, con esa vara, quedó claro que el gobierno fue el derrotado. El logro es todo de Milei y sus estrategas más cercanos.
Milei logró lo imposible: volver el tiempo atrás, y recargado. El sábado, la sociedad volvió a ordenarse en el eje de los dos miedos, o el del mal menor, tal como la campaña de 2023: la Argentina, otra vez, con todo el pasado por delante. En contra de Milei, los que ven en el mileismo un avance “fascista”, pero no fueron capaces de ver las mismas tendencias en momentos de la hegemonía kirchnerista. Del lado del gobierno con mayor o menor contundencia, los que ven en la reacción kirchnerista y filo kirchnerista “postureo” woke oportunista: el regreso de la pretensión de superioridad moral en temas de derechos, con la preeminencia de las minorías intensas por sobre las mayorías vulneradas y silenciosas.
Una gran pregunta es si ese reordenamiento deja desprotegido al gobierno. Y si suma un riesgo en año electoral. Hay otra posibilidad: el regreso de una polarización anti kirchnerista que siempre lo beneficia, como sucedió en el balotaje. Pero el gobierno juega con fuego.
Por un lado, porque le resta potencia a uno de sus principales efectos: haber consolidado una derecha sin complejos. En lo económico, eso se traduce en voluntad férrea de reponer la racionalidad económica, y lograr contar con el apoyo de la opinión pública en esa cruzada. El problema es cuando la falta de complejo se sobregira hasta volverse reaccionaria en lo cultural. Por otro lado, se debilita en el efecto colateral opuesto: la consolidación del complejo de casta que el triunfo mileista imprimió en buena parte de la política clásica. Cuando Milei se encierra en su cámara de eco de fanáticos locales o de burbuja anti woke global, corre el riesgo de perder la escucha popular que lo llevó al poder. A la larga, eso es un problema, aunque gane la elección de medio término. En el largo plazo, siempre aparece una alternativa política. Las hegemonías no duran para toda la vida.
En los últimos diez días, la batalla anti woke hizo pasar sin pena ni gloria dos hechos. Que el gobierno de Milei es el segundo país de América Latina con menor tasa de asesinatos. Primero está El Salvador de Bukele, con tan sólo 1,9 asesinatos por 100 mil habitantes. Pero a diferencia de Bukele que lo logró minando la institucionalidad republicana de El Salvador y tensando los derechos humanos hasta su quiebre, Milei lo viene haciendo dentro de la ley.
El otro es un anuncio de desregulación: la eliminación de las obras sociales en la intermediación de los aportes de los trabajadores hacia las prepagas. Esa intermediación innecesaria se quedaba con un entre 3 y 10 por ciento de comisión. Una medida de desregulación con un costado de libertad anticasta cuyo peso simbólico y real quedó perdido en el océano de debate anti woke.
¿Por qué Milei fue anti woke en Davos? Con el correr de los días, surgen varias explicaciones plausibles. Primero, porque el “hombre Davos”, como lo define el historiador británico Niall Ferguson, una voz de derecha que piensa la política estadounidense a contrapelo de lo políticamente correcto, no es el “héroe capitalista” de Milei. En 2024, un hombre de los mercados globales hacía esta comparación: Davos es Woodstock, para describir un foro bien pensante y alineado con la política DEI y de sustentabilidad “globalista” al que asisten sobre todo jefes de Estado, autoridades de la gobernanza internacional y de la sociedad civil global, y muchos menos tiburones de las finanzas y la tecno vanguardia. Según Ferguson en The Free Press, “el problema es que el consenso de Davos suele estar siempre equivocado”. En ese recinto, el anti wokismo de Milei sonó como un desafío a ese estado de cosas, hermanado ahora con la nueva tendencia liderada por el emprendedurismo libertario estilo Elon Musk, o Milei. “Europa necesita un liderazgo renovado, pero no tanto un Trump propio sino dos docenas de Mileis”, dice Ferguson.
Segundo, por la influencia cada vez más notoria del intelectual libertario Agustín Laje, el director ejecutivo de la fundación libertaria Faro, cuyo sistema argumentativo puede rastrearse en el discurso de Davos. Tercero, porque la guerra anti woke es el común denominador posible con Trump justo cuando en economía, el proteccionismo de Trump se contrapone al aperturismo y libre comercio de Milei. En Davos, quedó expuesta esa grieta. Por un lado, su primera respuesta a un medio económico fue una mención al “fin de la ideología woke” con la llegada de Trum al poder. Por otro lado, cuando el editor en jefe de Bloomberg, John Micklethwait, lo confronta con la contradicción entre un Trump proteccionista y un Milei defensor del libre mercado, Milei sacó de la galera un argumento: el proteccionismo de Trump como una herramienta necesaria para política internacional, por cuestiones geopolíticas. Adam Smith, olvidado.
Pero Milei se ganó un espacio en el terreno global por su motosierra anti déficit y anti burocracia. Es decir, por la política económica y desreguladora, no por su anti wokismo. The Economist lo puso blanco sobre negro en su última nota de tapa, con Milei como ejemplo de de la “anti-red-tape revolution”, la guerra contra las regulaciones y la burocracia. “Europa necesita una ambición del tipo DGOE (el Departamento de Eficiencia que lidera Musk en la administración Trump), mientras que América necesita la preparación del tipo-Milei”, dice la publicación. Se refiere al plan de desregulación llave en mano elaborado por Federico Sturzenegger que llegó a Milei cuando ganó, elaborado para los “colectivistas” de Juntos por el Cambio desde meses antes de definida la elección. Por ahí pasa la clave de la política de Milei, aunque juegue a la política anti woke.
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