Un kirchnerista de la primera hora que se animó a diferenciarse
A los 60 años, Alberto Fernández puede jactarse de acumular más de 20 bajo los focos de la primera línea de la política doméstica.
Fue kirchnerista antes de que el kirchnerismo existiera, fue de los primeros soldados de Néstor Kirchner y fue jefe de Gabinete de Cristina Kirchner, aunque apenas un año, hasta que estalló la guerra con el campo que los separó durante más de una década.
Pero antes de kirchnerista de la primera hora, kirchnerista de paladar negro, kirchnerista indiscutible (hasta que dejó de serlo), Alberto Fernández fue legislador porteño al lado de Domingo Cavallo. Empezaba el siglo XXI. Además de ser legislador, Alberto ya integraba el Grupo Calafate, aquella mesa de génesis, porteña pero con aire patagónico, en la que también se sentaban, entre otros, Eduardo Valdés, Julio Bárbaro, Esteban Righi, Carlos Tomada y Kirchner, claro. Allí empezó a delinearse el proyecto de poder que dominó la Argentina durante 12 años y que hasta hoy sigue marcándole el ritmo.
Fernández asumió como jefe de Gabinete de Néstor Kirchner el 25 de mayo de 2003 y allí se quedó hasta mediados de 2008. Fue la cara más visible, el vocero de los gobiernos kirchneristas en todas las instancias: desde la pulverización de la mayoría automática de la Corte Suprema cuando Néstor llevaba menos de 10 días en el poder, pasando por el divorcio del kirchnerismo de Eduardo Duhalde un año más tarde y el pago al FMI en 2006, hasta el escándalo de los dólares de Antonini Wilson semanas después de que Cristina asumiera, la pelea con el Grupo Clarín, la resolución 125 y el conflicto con el campo, que selló la ruptura.
Ya alejado del mundo kirchnerista, Alberto fue hombre de confianza y armador de Sergio Massa, en 2013, y de Florencio Randazzo, hace apenas dos años, cuando Cristina le negó la interna a su exministro del Interior, y terminó perdiendo la elección legislativa con Esteban Bullrich .
A Massa y Randazzo, que como él habían formado parte del primer kirchnerismo, los acompañó en sus proyectos contra el kirchnerismo. Durante años fue uno de los críticos más feroces de sus exjefes. En realidad, solo de Cristina. Para Néstor siempre tuvo palabras de admiración. De hecho, formó parte de lo que alguien alguna vez bautizó como "las viudas de Néstor".
De Cristina llegó a decir que durante su segundo mandato tuvo una "enorme distorsión" de la realidad, una "negación por momentos absurda" y que se dejó rodear por un "séquito de obedientes" que la aplaudían para sostener ese mundo de fantasía. "Con Cristina el peronismo solo fue patético", dijo en 2015.
Alberto se ocupó de alimentar la figura del crítico equilibrado, el "que la vivió de adentro" hasta ayer mismo, cuando Cristina ya le había ofrecido que fuera su candidato a presidente. "Las críticas que tuve para con el gobierno de Cristina las mantengo", aseguró horas antes del anuncio que ayer sacudió el tablero de la campaña.
Con sus vaivenes políticos a cuestas, camaleónico, Alberto Fernández es sobre todo un "armador". Es una figura en la que la política argentina deposita aptitudes varias: la mirada del estratega, el constructor, el "tipo que habla con todos" y sabe conciliar, pero también el encargado de hacer parte del "trabajo sucio", de tender puentes con el establishment, de conseguir confianza y financiamiento para encarar una campaña y llevar adelante un gobierno, de ser la cara del jefe cuando el jefe no puede poner la suya.
Por fuera de su trabajo como armador político, Fernández es un amante de la música. Canta y toca la guitarra. Llegó a grabar temas propios. "Cuentan que si te animas a mirar el horizonte / no habrá un monte que desvíe tu camino", dice en una canción que escribió a los 14 años, en 1983, en plena primavera democrática. Fanático de Litto Nebbia, la decisión de dejarse el bigote, que lleva desde que era adolescente, tuvo que ver con emular a su ídolo.
La pelea a muerte con Cristina Kirchner siempre pareció irremediable. Pero nada en política lo es y la reconciliación llegó en diciembre del año pasado, una década después de que Alberto Fernández saliera eyectado de la Casa Rosada para no volver.
El reencuentro, diez años después, terminó de cristalizarse ayer con el lanzamiento de la fórmula presidencial que lo tiene como protagonista. Como otras tantas veces en el pasado, pero esta vez a la cabeza de la boleta que puede llevarlo a la cúspide del poder. Esa cima que conoce como pocos, pero en la que nunca estuvo del todo.
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