Una mujer que no se resignó al segundo plano
Un filósofo puede seducirla con más eficacia que un intendente del conurbano. Detesta, en rigor, a esos hombres curtidos de la política que han profesado lealtades sucesivas, que se comen las "s" cuando conversan y que se sienten más cómodos hablando el lunfardo que el castellano. En el fondo, Cristina Kirchner está convencida de que puede presentarse ante el mundo como una intelectual. Sus críticos le niegan esa condición, pero no puede negársele un método racional -e intelectual, por lo tanto- de exponer sus ideas y, sobre todo, de defenderlas.
Un poco fría y otro poco distante de sus colaboradores, nunca frecuentó los extremos habituales de su esposo para tratar a los funcionarios: las bromas y la furia. Así como Néstor Kirchner es un temperamental, capaz de pelearse y de reconciliarse con la misma persona en pocas horas, el estilo de su esposa es más lineal. Tarda en llegar a la paciencia colmada, pero Cristina Kirchner difícilmente se rectifica cuando ha dictado una excomunión.
Un ex funcionario recuerda una anécdota que la pinta de cuerpo entero. Una vez, aquél se consideró destratado por Néstor Kirchner durante una comida en Olivos de la que participaba, sin participar en la discusión, su esposa. El entonces funcionario se levantó y anunció que se iría porque no estaba dispuesto a seguir soportando los retos presidenciales. Ese fue el único instante en el que intervino la senadora. Lo miró fijamente y le advirtió: "El que se levanta de mi mesa no vuelve nunca más". El funcionario se acomodó de nuevo, resignado, en su silla.
No obstante, su larga experiencia parlamentaria la acostumbró a escuchar opiniones distintas y presenció, al menos, el ejercicio de la búsqueda de consensos. Vio, pero no actuó. Ella, en efecto, formó parte de muy pocos acuerdos; en su momento, fue expulsada del bloque peronista por la mayoría menemista del Senado por sus constantes rebeldías.
No ha cambiado mucho desde que su esposo es presidente. Otros senadores peronistas (algunos fueron los mismos que la expulsaron durante el reinado de Menem) son los encargados de trabar acuerdos internos en el bloque oficialista y de negociar con la oposición. La disciplina es tarea de ella; los acuerdos son trabajados por otros. Aun así, la experiencia de haber estado en el Parlamento le permite escuchar, sin escandalizarse ni intimidarse, una opinión distinta.
En tiempos kirchneristas, cuando la opinión y la decisión son de una sola persona, Cristina Kirchner se diferenció de su esposo por el simple hecho de consultar un punto de vista. "A veces pregunta «qué te parece», y eso ya es muy distinto en este mundo", ironiza un funcionario.
El relato encubre otra verdad de estos años. La senadora fue una protagonista activa en la resolución de las principales cuestiones del poder. "Néstor es el número uno y Cristina la número dos en la cadena de mandos", suele recordar siempre un actual ministro. Sabe esperar, por lo tanto.
Ese papel estelar en los bastidores del mando nunca fue público. Ella fue la primera en cuidarse para que no cundiera la impresión de que el gobierno era también un bien ganancial del matrimonio presidencial. Se cuidó desde el primer momento, porque Néstor Kirchner llegó a la presidencia con menos popularidad que su esposa. Mientras la senadora era antes de 2003 una opinión requerida y frecuentada por los periodistas de la Capital, su esposo venía de hacer una carrera gris como gobernador en la Patagonia profunda.
Con un carácter fuerte, indómito a veces, Cristina Kirchner fue la extensión del brazo de su esposo en el Parlamento. Nunca se vio a Néstor Kirchner ocupado en las cuestiones legislativas durante los casi cuatro años y medio de su gobierno. En el Congreso estaba Cristina, arriando senadores y diputados, a veces con la sola herramienta de su famoso dedo en alto como si fuera la amenaza de un látigo furioso. Implacable, crucificó a Daniel Scioli con una llamarada de críticas cuando éste estaba petrificado en la presidencia del Senado, o condenó a Hilda de Duhalde a escuchar repetidamente que ella era una "senadora por la minoría".
El cuidado de su aspecto es uno sus rasgos más notables. Nunca se la ve desarreglada. Hasta en la intimidad de Olivos sólo se diferencia por un rostro lavado, casi sin maquillaje, y el pelo recogido. Nada más. La ropa sigue siendo allí tan prolija como siempre. Con fama de mujer bella, cuida su presencia desde cuando cursaba la universidad.
"Entonces rajaba la tierra", recuerda un ministro que la conoció en sus tiempos universitarios. Cristina Kirchner parece que está estrenando siempre ropa de buena calidad (el gusto, como sabemos, no tiene dueño) y es así hasta cuando baja a los barrios pobres. "Evita hacía lo mismo", ha deslizado por ahí, a pesar de su retórica en contra de esa comparación. Algo de razón tiene. La actuación frente a la pobreza es un conflicto de los intelectuales. Los pobres quieren dejar de ser pobres cuanto antes y ponen muy poca atención en las decoraciones.
Se sabe que ha criticado en círculos muy cerrados la afición de su esposo por una conducción hipercentralizada del poder. Es probable que, durante su gestión, el despacho presidencial deje de ser el centro exclusivo de una conducción radial de toda la administración. Sólo la relación con los periodistas no cambiará demasiado.
Cristina Kirchner tiene conceptos sobre la prensa que difieren de los conceptos de la prensa. Ella pone sentencias donde su esposo ponía arrebatos y enardecimientos, a veces pasajeros. Una síntesis de su pensamiento podría indicar que está convencida de que el periodismo es un adversario ideológico o un enemigo ganado por el comercio. La prensa, como institución de la democracia, definitivamente no forma parte de su acervo político o cultural. Sólo valora, de vez en cuando, el pensamiento bien expuesto, aunque sea crítico.
Más convencida aún que su esposo de que las inadmisibles violaciones de los derechos humanos en la década del 70 deben ser revisadas por la Justicia, nunca ha insinuado una crítica a los grupos insurgentes de aquellos años que desafiaron al Estado aun bajo un gobierno democrático (crítica que sí ha hecho Néstor Kirchner en reuniones muy reducidas). La política exterior es su regodeo intelectual más conocido, la misma política que aburrió hasta el bostezo a su esposo.
Prefiere codearse con Hillary Clinton, con Angela Merkel o con el rey Juan Carlos, pero rara vez permite que se hable mal de Hugo Chávez delante de ella. "Es el presidente de un país amigo", suele parar en seco a los empresarios que le insinúan críticas al caudillo de Caracas. Con todo, es la misma dirigente que empujó a su esposo a buscar un acuerdo con el Club de París por la deuda en default, tarea que Kirchner esquivaba una y otra vez. Es evidente que la senadora quiere seguir frecuentando a los principales líderes del mundo y que advirtió que para darse esos gustos deberá cumplir con algunas condiciones.
Soberbia por momentos, mandona a veces, inteligente para descubrir el centro de un problema, cuenta con los sensores políticos necesarios como para saber, según la fórmula de Cocteau, hasta dónde se puede llegar demasiado lejos.
Cristina Kirchner a través de los años
1975
La Plata. Cristina Fernández, antes de ser la esposa de Kirchner. Lo conoció en su ciudad natal, en los años universitarios. Compartieron juntos la carrera de abogacía y la militancia en el peronismo de izquierda.
1989
La Patagonia. Desde siempre fue parte integral del proyecto político de Kirchner en Santa Cruz. Fue legisladora provincial desde fines de los años 80.
1997
El Congreso. Desde el Congreso Nacional, como senadora y como diputada, adquirió relevancia nacional, incluso antes que su marido. Era una oradora vehemente, díscola de la conducción del bloque peronista.
1998
La primera sociedad. Su primera campaña presidencial la hizo al lado de los Duhalde, para las elecciones de 1999. Esa relación sería cambiante, hasta terminar en la batalla de 2005 contra Hilda Duhalde en Buenos Aires.






