Por Cristina L. de Bugatti Para LA NACION
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En esta época invernal, entre los cuidados que se recomienda suministrar a los árboles frutales de hoja caduca, durazneros, ciruelos, damascos, por ejemplo, está cepillar los troncos con cepillo de acero, para despegar líquenes adheridos. Es una práctica muy cuestionada, ya que si bien limpia la corteza, se corre el riesgo de lesionarla y permitir la entrada de enfermedades que, justamente, se quieren evitar. Además, no hay pruebas de que la presencia del liquen sea nociva, sino que, por el contrario, puede ser la evidencia de un problema, natural o adquirido, de la planta. El liquen es un organismo de doble origen formado por la simbiosis, asociación constante y con beneficios recíprocos, de un hongo y un alga. Los hongos son incapaces de realizar la fotosíntesis para alimentarse, y las algas necesitan vivir en el agua; en esta simbiosis, el alga sintetiza el hidrato de carbono que alimenta el hongo, y éste ofrece al alga una estructura que la protege de la deshidratación y le permite vivir fuera del agua. El aspecto que presentan los líquenes es sumamente variado; pueden parecer costras de diferentes tonos y colores, que forman manchones o cubren tanto rocas desnudas como, por ejemplo, troncos de árboles, o filamentos que forman cabelleras, o formas planas, erectas y verdes. Están presentes en casi todo el mundo y se adaptan a todos los climas; una de las más directas ventajas es su adaptación a condiciones extremas, como en el Artico. Allá es capaz de crecer la Cladonia rangiferina , un liquen cuya vigorosa forma alcanza hasta 10 cm de altura, y es el ventajoso alimento de los renos, el ganado, y también el más importante sostén de los inuits, esquimales para quienes constituye alimento y transporte. Los líquenes presentan gran sensibilidad frente a las variables atmosféricas, lo que permite usarlos para evaluar la calidad ambiental de lugares determinados. Los afectan los gases provocados por los automóviles; no toleran el plomo, y retienen y registran los efectos de otros metales pesados, de manera que permiten medir el grado de polución de ambientes urbanos y el riesgo que corren los árboles de un bosque. Uno de los líquenes más notables por su forma y tamaño es la usnea, barba de viejo o barba de capuchino, que suele verse en algunos árboles. Al respecto, puedo contar una experiencia: en casa de familiares, en Mercedes, había numerosos ejemplares de Cupressus macrocarpa, ciprés lambertiana, que en poco tiempo fueron invadidos por las madejas enmarañadas y colgantes de este liquen. Muchos cipreses se secaron y otros están en agonía. Pensaron que era urgente limpiar las ramas de este invasor, y comenzó esta difícil tarea. Tengo otra teoría: se sabe que los cipreses lambertiana han sufrido los ataques de una peste que los diezmó (parece que un hongo, alentado por temporadas lluviosas, los invadió) , y las usneas hallaron árboles ya debilitados donde hospedarse, tal como ocurre con las invasiones del clavel del aire. Es decir, la invasión de usnea no sería la causa del deterioro del árbol, sino la consecuencia.




