En un pequeño vivero de mi barrio –al cual admiro porque también ofrece plantines de hortalizas, tomates, ajíes, repollos, etcétera– encontré en maceta, una planta que me remitió a mi –¡ay! ya lejana– infancia: un ejemplar de la que llamábamos malva real, preferida por mi abuela, junto con los claveles rojos, reventones. En aquel jardín, sin ningún diseño especial, se elevaban, aquí y allá, los altos tallos de esa planta, con sus grandes y vistosas flores. En las descripciones –y en mis recuerdos– la planta llegaba a medir 1,5 metros. La que compré llega, apenas, a los 80 centímetros, pero trataré de documentarme con la mayor seriedad, para orientar a quienes deseen cultivarla en su jardín.
Según la Enciclopedia Argentina de Agricultura y Jardinería –el parodi–, su nombre botánico es Althaea rosea, es bienal o perenne, según la temperatura del invierno que le toque atravesar y con una altura que varía entre 1 y 3 metros, muy erguida y poco ramificada. Sus hojas basales son circulares y lobuladas; las superiores, más pequeñas, y sus flores grandes, de entre 8 y 10 cm de diámetro, con pecíolo corto, en tonos entre el rosa y amarillo o blanco, ubicadas en la larga parte superior y terminal del tallo. Forma pequeños frutos casi esféricos que guardan las semillas, con las cuales se reproduce.
Su forma erecta y su altura determinan que se la ubique en la parte trasera de los grupos o canteros, donde nadie dejará de notarla. Necesita buena tierra de jardín, exposición soleada o de media sombra, y riegos que no dejen resecar la tierra: un buen mantillo ayuda a ese propósito, y si bien se la considera una planta bienal –que florece en su segundo año–, si se la siembra a fines de verano puede florecer en la primavera de ese año.
Es originaria de China y se expandió como sus compatriotas actuales, sólo que con ella ocurrió que pasó de moda y no traen a la jardinería las herbáceas que necesitan dos temporadas para completar su ciclo. No obstante, si el lector ha llegado a la edad de la paciencia, o está naturalmente dotado de ella, cultívela, que llegará a sentirse orgulloso de su originalidad.
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